Producción y texto: Belén Uriarte | Editora de 8000
Fotos, videos y edición audiovisual: Candela Schwam y Eugenio V.
—Muchos me definen como uno de los últimos arregladores —cuenta el músico y lutier Marcelo Bray, que se dedica a la fabricación, reparación y mantenimiento de instrumentos, principalmente guitarras y bajos eléctricos.
Tiene 54 años y una curiosidad que lo desborda: vive desarrollando oficios. Los sonidos, sin embargo, ocupan el centro de su vida: trabaja en el staff de shows musicales, toca instrumentos de cuerdas y organiza peñas en su casa con clientes que no tienen banda.
—La música es todo —le dice Marcelo a 8000—. Estuvo a mi lado en los momentos más difíciles de mi vida, como una enfermedad terrible que duró 1 año y medio, un cáncer en mi madre que la derrumbó y me derrumbó; momentos sin trabajo…
Su incursión en el mundo artístico comenzó a los 7 años, cuando su mamá Yolanda Noemí Muñoz lo llevó al Conservatorio: Marcelo no tenía instrumento propio y quería tocar la trompeta. Pero le dijeron que era muy chiquito para eso, no le iba a dar su capacidad pulmonar.
Su mamá le ofreció anotarse en guitarra:
—¡No! Yo quiero estudiar trompeta.
Recién 2 años más tarde Marcelo pudo cumplir su deseo.

Pero algo hay:
—Mi papá sentía admiración por el sonido de la trompeta de Louis Armstrong. Y tal vez mi iniciativa fue por una cuestión de estar con él, de empatizar con él. Y bueno, después se fue dando y me enganché con los instrumentos de cuerda y eléctricos. Si tuviera que resumir lo que me marcó y lo que me llevó a sentir lo que siento por la música, sería la guitarra de David Gilmour de Pink Floyd. Ese metió el dedo en la llaga.

Con las cuerdas la relación empezó de grande, cuando su amigo Gabriel Páez le prestó su bajo eléctrico. “Esto está buenísimo”, pensó Marcelo, y enseguida se planteó 2 desafíos: aprender a tocar y tener su propio instrumento.
—Antes era mucho más difícil, no cualquiera podía comprarlo. No había instrumentos accesibles o había algo muy malo que era parecido a un instrumento… Entonces dije: “Yo me lo voy a hacer”. Y ahí arranqué con todo esto.
Hizo el primero eléctrico a los 28 años: con un serrucho, una plancha de lija y un cuchillito armó una guitarra que aún conserva. Luego fue por el bajo.

El tiempo le dio la posibilidad de incorporar herramientas para agilizar su trabajo. Como la fresadora, que le permite fabricar piezas con alta precisión, y el pantógrafo CNC, una máquina de control numérico diseñada especialmente para corte, tallado y grabado:
—Igual, sigo haciendo muchos de los pasos de forma artesanal.
Lo que no puede fallar es la madera.
—Mi primer objetivo es tratar de acceder a una buena materia prima que me dé la posibilidad de afirmarle al cliente que el producto va a estar dentro de un rango de calidad, y a su vez tener un stock que ofrezca la posibilidad de replicarlo. Cuando hacés una pieza, luego se manifiesta en el sonido, en lo que transmite el instrumento. Entonces, cuando no tenés la posibilidad de seleccionar materia prima del mismo lote y con las mismas características, es muy difícil que puedas garantizar que el instrumento vaya a ser fiel al que probó la persona que vino.

—¿Hoy sólo fabricás guitarras y bajos eléctricos?
—Sí, porque para desarrollar otro tipo de instrumentos tenés que adaptar el taller. “¿Podés hacer un violín?”. Sí, pero hay gente que tiene todo mejor preparado y más experiencia, entonces yo me aboco a esto.
—¿Por qué pasaste de instrumentos de viento a instrumentos de cuerda?
—¡Ay, la trompeta es muy mala! Ja, ja, ja. Mucha preparación, mucha gimnasia, mucho estarle encima. El sonido me encanta, pero para sacarlo con la embocadura hay que estarle muy encima y tocar permanentemente. Dejaste de tocar, se te fue el callo de los labios y es muy difícil sacarlo. La amo, pero es muy ingrata conmigo.

Como lutier, explica que adquirir un instrumento de alta gama es un despropósito si aún no sabés si te gusta, si vas a seguir ese camino o qué música vas a tocar.
—Si bien es una muy buena inversión, tal vez no sea el instrumento que vayas a proyectar. Considero que en primer lugar hay que acceder a un instrumento que sea confiable, que afine, que te dé la posibilidad de descubrir dónde está tu propio gusto y por dónde va tu comodidad. Y luego vienen a mí o a cualquier fabricante de instrumentos cuando ya no encuentran en una casa de música su herramienta de trabajo, cuando ya están en un nivel de evolución tal que es muy difícil encontrar en una casa de música algo tan personalizado o tan a gusto.
—¿Hay mucha demanda?
—No me focalizo en eso; si no, no lo haría. A mí me interesa poder realizar la pieza que viene a buscar el cliente.

Como músico, formó parte de distintas agrupaciones y tuvo “la suerte y la gracia” de grabar el disco Atesorando en los cielos con Ricardo Iorio, que era el líder de Almafuerte cuando lo conoció hace 30 años.
Marcelo fue parte del staff escénico de esa banda argentina de heavy metal, y aún sigue trabajando con el exguitarrista Claudio Marciello, hoy solista, a quien describe como un hermano.
- 😔 Iorio falleció en octubre de 2023, a los 61 años, tras sufrir un infarto en su casa ubicada en la zona rural serrana de Coronel Suárez.

—¿Cómo empezaste tu trabajo como lutier?
—Yo estudié en la escuela técnica de calle Azara, soy técnico electromecánico, y tengo infinidad de oficios que he ido tratando de desarrollar y abordar por una cuestión de necesidad. Hoy puedo armar un motor, te armo un submarino si tengo para bucear ja, ja, ja. Y lo de la lutería, con mi formación técnica y curioso como soy, lo fui desarrollando: se podría decir que soy autodidacta, pero también hay un toco de información. Es imposible desarrollar todo esto sin acceder a esa información. Te tenés que ir equilibrando entre tu talento y el acceso a la información para resolver ciertas situaciones, si no, no avanzás, no evolucionás.
El trabajo del lutier, explica, empieza por entender qué necesita el artista:
—Yo he aprendido muchas cosas con Claudio que no se estudian en ningún lado. Por el hecho de decir: “No, Bray, esto no va. Esto no anda. Esto no suena”. Entonces vos, con tu experiencia o tu capacidad, tenés que tratar de resolverlo. ¿Pero quién te pone la vara? El artista.

Su vida es un continuo hacer: supo dar clases de equitación en el terreno de su padre, hizo pastas frescas y pan casero durante la pandemia para subsistir y hoy divide sus días entre la fabricación y el arreglo de instrumentos, las tareas de mecánica, algo de cocina, las peñas y todo aquello que vaya surgiendo y despierte su curiosidad.
—Mi vida es un día a la vez. ¡A cruzar los dedos! Con el tiempo uno se va forjando y se va formando de esta manera. Si bien tengo más o menos establecidos y calculados ciertos parámetros, también está bueno esto de “a ver qué pasa”…
Lo único que no negocia con el azar es su actitud activa ante la vida:
—El día que pare, me voy derecho al cajón.

Marcelo lamenta no poder mostrar su taller ubicado al fondo de casa, en el barrio Altos del Pinar: fue devastado por el granizo de febrero. El techo quedó agujereado y se estropeó toda la madera:
—A nivel económico, me arruinó. Me cortó las manos porque es la materia prima, mi trabajo. No cobro un sueldo todos los meses a fin de mes. Lo mío es el día a día.
—¿Es difícil vivir de esto?
—Yo no sé si vivo de la música, vivo de todo. Me pongo a vender limones en la rotonda, eh, no tengo problema. Uno trata de sacar lo mejor que puede con la garra que tiene.

La mañana está fría. Marcelo se frota los dedos para darse calor y afina su guitarra. Nos avisa que va a tocar algo propio.
Y empieza a sonar así:
Tiene un par de composiciones propias y un largo recorrido compartido con bandas locales como Los Viejos Ladrones, Una Más y Ácido, y artistas como Memo Galassi, Franco Castiglia y Gabriel Páez.
No lo marea la popularidad: tocar en un estadio lleno o con un amigo en su casa le da lo mismo. Lo que no puede es dejar de tocar.
—Cada tanto algún muchacho que hace mucho tiempo no me ve tocar, me pregunta: “Eh, ¿no tocás más”. Y le digo: “Yo toco todos los días. Me tomo 2 pavas de mate y toco 2 horas todas las mañanas”.

Aunque su carrera lo liga al rock y al heavy metal, no tiene una preferencia por un género en particular: se guía por lo que transmite el artista.
—La estantería donde tengo todos mis discos es superamplia. Yo escucho la música y al tipo que me está vendiendo le tengo que creer: si no le creo, no lo compro. “Comprar” en el sentido de consumirlo. Me gustan un montón de propuestas y estilos, pero le presto más atención a la obra que al artista.
—¿Cómo ves la escena en la ciudad?
—Bahía Blanca tiene una fantástica proliferación artística, musical y en otras áreas. Teniendo la posibilidad de viajar permanentemente, me hace ruido que no haya repercusión. Está Abel (Pintos), hay artistas que han trascendido, pero me hace ruido que no haya mayor cantidad porque hay un nivel muy groso en la impronta. No sé si corre por cuenta del apoyo por parte de la sociedad. No hablemos de la parte política ni estatal ni nada, hablemos de la parte social, porque se supone que un artista puede ofrecer su arte si hay público. Si no, su arte termina en ningún lado.
—¿Te parece importante el reconocimiento de la gente?
—No me suma ni me resta. Sí apelo a que no haya cosas raras: la falta de respeto, lo que sabemos todos. Pero creo que eso del reconocimiento tira para abajo. Si te enganchás con esa… La idolatría no me va.

El camino es lo más lindo y a su vez lo más difícil del universo musical y artístico, dice. Y lo ejemplifica con otra de sus grandes pasiones:
—El sueño de mi vida era comprarme una moto. Me la compré. Y un colega tuyo me entrevista en la calle y me dice: “¿Qué se siente tener la moto?”. “Y, ya está. Lo bueno fue todo el camino para poder acceder. Hoy, si se va, ya no importa”.
—¿Cuál es el mayor aprendizaje de estos años?
—¡Qué pregunta! El mayor aprendizaje que puedo transmitir y comentar es tener una pausa en lo personal. Lo demás es una cuestión cuántica o de valores, pero el mayor aprendizaje es poder decir: “Pará”. Soy una persona a la que le gusta mucho tener una óptica un poco más amplia de todas las situaciones. Y teniendo esa pausa, podés acceder a esa reflexión que te ofrezca la posibilidad de estar lo más cerca a lo que realmente es, a la verdad.

Marcelo se considera una persona exitosa: tiene salud, se siente pleno…
—No me guardo nada de todo lo que tengo para ofrecer, y eso me libera. Cuando no se puede, no se puede, que también está bueno: “No sé hacerlo”, “no lo puedo hacer”. Pero es eso: la entrega, en lo personal, en lo profesional, en todo.
—¿A futuro cómo te imaginas? ¿Tenés algún sueño o meta por cumplir?
—Vos sabés que nunca me lo planteé, en realidad. Va a pasar lo que tenga que pasar cuando tenga que pasar. Sí hay que estar preparado, y por eso toco todos los días, para cuando pase. Vos te preparás para un montón de cosas y a lo mejor, si no ocurren, te genera algo negativo. Pero tal vez no sea el momento, y no significa que no vayan a suceder. Entonces, como que no me planteo esas cosas. Me preparo, me focalizo y lo trato de visualizar. Si pasa, bien; si no pasa, también.
—¿Y qué le dirías hoy al Marcelo de 7 años que quería tocar la trompeta?
—Que sí se puede. Y no solamente a ese nene: a todos los demás. Se puede. Tenés que querer. Después vos, con tus herramientas, tu voluntad y tu impronta personal, vas a ir por diferentes caminos. Pero se puede.
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Idea y edición general: Abel Escudero Zadrayec
