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👩‍🍳 Margarita Marzocca, cocinera y jubilada: un gran gusto portuario

9/4/2022 | Nuestra gente, nuestra mirada, nuestra ciudad.

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Voy a hacer copas de langostinos. Bah, de camarones, no les voy a mentir. El langostino está muy caro…

Margarita camina de un lado al otro por la cocina del Museo del Puerto buscando los utensilios, acomoda los ingredientes en la mesa y rápidamente va hasta el tacho de basura para deshacerse del recipiente que contenía los camarones.

—Hay que tirarlo enseguida —avisa—. ¡El olor del camarón te mata!

Margarita Alicia Marzocca tiene 71 años, es whitense y cocinera: una pasión que heredó de su mamá María Diomede, quien con su cazuela gigante impulsó nuestra Fiesta Nacional del Camarón y el Langostino que ahora convoca a decenas de miles de personas en el puerto.

—Me crié en una cocina —le dice a 8000—. Mi tío tuvo la primera cantina de La Boca y después abrió otra en Mar del Plata. Mi mamá me llevaba, porque era chiquita. Cuando estaba en la primaria, mi cuñado abrió una cantina acá y mi camita eran tres sillas: ahí dormía hasta que terminaba el trabajo. Es algo que vi, que mamé

Y después se fue haciendo lo que es.

—Mi mamá no me decía “poné esto de sal” ni “esto de orégano”… Fue algo que nació en mí, no me digas cómo pero te cocino todo lo que ella hacía. De pescado, lo que me pidas. Mi especialidad: mariscos y pescados.

Mientras empieza a preparar, detalla los ingredientes: camarones, atún, palmitos cortados, salsa golf, nueces picadas (esto es opcional), pimienta, un toque de sal (porque el pescado de por sí ya es muy salado) y manzana ácida o apio picado.

—En épocas cuando uno se podía dar el lujo de usar menos ingredientes, usaba langostinos, atún, salsa golf, palmitos y condimentos. No le ponía otra cosa.

—¿Tiene el mismo sabor el langostino de la ría que hay ahora comparado con el de hace 40 años? 

—Sí, pero no son tan grandes como cuando mi papá me traía a caminar al puerto y apenas entraba la lancha, te sentabas en el muelle de madera y te pelaban unos langostinos… —relata Margarita, y parece que aún sintiera el sabor—. ¡Eran increíbles!

Y mientras comparte sus recuerdos, va terminando la decoración de las copas.

—No desperdiciemos nada —pide—. Esto es oro en polvo.

Entonces busca una cuchara, prueba, da el OK y pasa a la parte que más le importa: la degustación del público. Y el público somos nosotros y nuestra opinión es que está buenísimo, una delicia total, ¡qué grande sos, Margarita!

Ella sonríe:

Lo que más disfruto de cocinar es cuando disfruta la gente, cuando me dicen “qué rico que está”, cuando las cosas salen bien.

—¿Y qué es lo más feo de cocinar?

—Cuando se te quema algo, cuando te equivocás, ¡te queres morir! Hay cosas que no tienen solución: te pasás de sal, ¿cómo lo arreglás? 

Y sabe (mucho) de lo que habla…

—Para un cumpleaños de mi nieta Renata, mi nuera me pidió una torta. Yo tengo un aparador con todas mis cosas de repostería y dije: “Chips de chocolate, los voy a agregar”. ¿Saben qué eran? Granitos de pimienta negra…

Se dieron cuenta recién al comerla. Pero no resultó tan mal: hubo quien bancó la combinación e incluso pidió repetir.

—Yo veía que no se cortaba —dice Margarita—. ¡Mirá cómo le erré! Decí que fue en familia. Nos reímos tanto…, y se la comieron que ni te cuento.

Margarita cuenta que en las primeras fiestas whitenses hacían las copas de camarones y langostinos como la que nos preparó. Pero hubo que frenar: demasiada demanda.

—No das abasto. Ahora es mucha fritura, mucha raba, mucha cazuela, mucha paella.

Aquel pasado le trae emoción:

—¡Una época maravillosa! —resume—. Eran días y días preparando ingredientes, limpiando cebollas, picando ajo y perejil a mano… Nada procesado, todo artesanal. Y todo por amor, por hacer algo para reconstruir el teatro de White.

Según Margarita, la primera edición en 1989 fue un éxito total: a la tarde no quedaba nada, y ella se ponía a hacer rabas para darle algo a la gente que seguía yendo. Así nació la Fiesta del Camarón y el Langostino, que primero fue provincial y en 1991 se transformó en nacional.

Margarita ya no va tanto, principalmente por el gentío. Pero ella disfruta que tantos disfruten.

—Me trae recuerdos hermosos. Mi mamá y un grupo de audaces fuimos los que nos decidimos a hacer eso. No había horarios para trabajar, dejábamos todo con el fin de que todo salga bien… Y que hayan pasado 34 años y cada vez sea más grande me satisface de manera increíble: emociona realmente ver mi White lleno de gente.

Vive sobre Lautaro, cerca del Hospitalito. Y en estos días de fiesta sale de casa, mira para avenida Dasso y ve autos y autos y más autos y todo es alegría.

—¿Cómo no me voy a enorgullecer? Amo este lugar. Siempre les digo a mis hijos que si me sacan, me traen de vuelta porque termino en la ría —se ríe.

White es todo para ella: su vida, su esencia, su historia. Sus padres, italianos, se conocieron ahí “de pura coincidencia” y se casaron con la promesa de volver a Europa, pero llegaron los hijos y cambiaron los planes.

—Yo tenía una hermana Anunciación (“Ñata”) con 14 años de diferencia y tengo a mi hermano Juan Bautista (“Cacho”) con 12. Después nací yo, como un regalito.

La vida fue de lucha. Papá Arcángel, pescador y capataz de estiba, falleció cuando ella tenía 12 y mamá María tuvo que pelearla: se la pasaba tejiendo medias de lana. Mucho laburo, pero jamás la escuchó quejarse.

Luego Margarita formó su propia familia con Jorge Marino, que falleció hace una década. Tuvieron 4 hijos: Gustavo, Analía, Diego Facundo.

Primero están ellos en todo, y después yo: si ellos están felices, yo estoy feliz; si ellos están tristes, yo estoy triste. ¡Es lo más hermoso que tengo!

Por eso disfruta tanto los domingos: una mesa llena de gente hablando, compartiendo, levantando la mano para que el resto escuche… Como los Campanelli, dice:

A la familia no hay que perderla nunca, hay que disfrutarla porque la vida se te va en 1 minuto y decís: “¿Por qué?”. Hay que dejar los rencores, ¿quién no tuvo algo en la familia para enojarse? Pero se debe perdonar, y disfrutarla a full.

Margarita también se dedicó a enseñar a cocinar: fue en el Centro de Formación 401, donde pasó por todos los sectores gastronómicos: panadero, fideero, maestro pizzero rotisero, cocinero de restorán, cocinero de comedores escolares, repostero…

—Es algo que no voy a olvidar: trabajar con adultos es hermoso y eso sí se extraña, pero hay un momento en el que hay que dejarles paso a los que vienen atrás de uno.

Hace 4 años se jubiló, pero trabajo no le falta con sus hijos, sus nietos (Valentina, Natacha, Branco, Lola, Renata Lara) y sus sobrinos (Lucas, Santiago, Franco y Jeremías). Es decir: unas 20 personas para la mesa de cada domingo. Arranca el día anterior y le mete con todo, disfrutando: le encanta, sobre todo, ser creativa.

—Lo importante es abrir tu heladera y decir: “¿Qué tengo? 2 huevos, ¿qué más? No sé, ¿un poquito de fiambre? ¿Y qué hago con eso?”. Porque con dinero cualquiera cocina… Habría que enseñarle a la gente con qué pocas cosas se puede comer bien.

Durante la pandemia el panorama fue áspero para la familia. Su hijo más chico Facundo y 2 sobrinos estaban sin trabajo, y decidieron poner “La cocina de Doña María”: funcionaba en su casa, con reparto a domicilio.

—¡No sabés lo que vendimos! Hasta gente de Punta Alta venía.

Hoy ya no podrían hacerlo, dice: no le da la cara para decir “esto es tanto” cuando todo cuesta demasiado. Y “gracias a Dios” no tiene necesidad de emprender:

—Si tuviera, aún con 71 años no me quedaría sentada y que me den de comer.

Ganas le sobran. Conserva el espíritu activo de su mamá, que trabajó para todas las instituciones de White “sin cobrar un peso” y con más de 80 seguía yendo al Museo del Puerto para cantar canciones italianas. Se la recuerda mucho.

Hablar de doña María en White es hablar de mi viejita, así que me enorgullece.

Hoy Margarita borda en el taller del museo y también canta, incluso fue parte del CD Canzonettas & Rock.

Tiene un sueño pendiente: conocer la tierra de sus padres. Lo ve difícil por la situación económica, pero…

—Quién te dice que si Dios me da salud algún día tenga la oportunidad.

Su puerto se ha transformado: lo ve tan crecido.

—Y no me importa quién lo haga: lo importante es que se hagan las cosas y que queden.

—¿Qué es lo que más disfrutás de White?

—¿Lo que más me gusta? Su gente, sin ninguna duda. Yo salgo a hacer un mandado y sé a la hora que salgo, pero no sé a qué hora vuelvo, porque con 71 años viviendo acá, imaginate que te conocés con todo el mundo. ¡Lo amo con toda mi alma!


Producción, videos y edición audiovisual: Tato Vallejos

Producción y texto: Belén Uriarte

Fotos: Eugenio V.

Idea y edición general: Abel Escudero Zadrayec


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📚🙋‍♀️ Laura Faineraij, bibliotecaria: un montón de páginas inolvidables

Nuestra gente, nuestra mirada, nuestra ciudad.

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La Biblioteca Rivadavia es mi casa ―le dice a 8000 Laura Faineraij, que tiene 58 años y lleva 30 trabajando en ese hermoso e histórico edificio de la primera cuadra de avenida Colón, donde funciona una de las instituciones bahienses más relevantes.

  • 🏛 Laura le conoce cada rincón: empezó en atención al público, en la época del furor de las fotocopias, y pasó por distintos sectores hasta convertirse en la directora.
  • 👩‍🏫 La lectura es una de sus 2 grandes pasiones. La otra es la docencia: enseñó en escuelas durante 28 años, hasta que se jubiló en 2015.

Laura aprendió a leer cuando tenía 4 años, casi sin darse cuenta. En ese entonces vivía en Buenos Aires: su papá Carlos Faineraij trabajaba en una fábrica y su mamá Julia Starosiletz tejía, cosía y atendía los quehaceres de la casa. La familia se completaba con Adriana, su hermana mayor. 

―Cuando mi papá volvía de trabajar, siempre traía La Razón ―recuerda―. El diario pasaba por distintas manos y la última que lo agarraba era mi mamá: cansada, después de trabajar todo el día, se iba a la cama con el diario y yo me acostaba con ella. Quería que me diera bolilla, entonces le decía: “¿Y acá qué dice?”. Y mi vieja me decía: “Acá dice…”. “¿Y acá que dice? ¿Y acá?”… Y así aprendí a leer.

También de aquellos tiempos viene cierta vocación docente: jugando con sus muñecas, las formaba en fila y les daba clases…

A los 22 años, tras estudiar magisterio en la Escuela Normal Superior N°10 de Buenos Aires, Laura se mudó a Bahía Blanca: su lugar en el mundo.

👉 Acá ejerció la docencia. Pasó por distintas primarias y dedicó 21 años a la escuela 34 de Ángel Brunel y Fitz Roy, donde se retiró como bibliotecaria de la secundaria.

👉 Acá reforzó su pasión por los libros. A principios de los 90, cuando estudiaba bibliotecología en el Instituto Avanza, frecuentaba la Rivadavia en busca de material, y un día una de las chicas que la atendía le comentó:

―Mirá, hay una vacante. ¿Por qué no hablás con la directora?

Laura no conocía a Raquel Lamarca pero fue a verla igual: le contó que estaba a punto de recibirse y se ofreció para el puesto. A los 2 días la llamaron.

Arrancó con lo básico, atendiendo al público y sacando fotocopias.

Luego pasó por los sectores de adultos, por el infantil y el juvenil, y también estuvo en la hemeroteca. Así fue descubriendo las entrañas de la institución.

―Siempre había sido socia y lectora, pero de afuera no ves nada: ves solamente a la persona que te atiende… De adentro vas viendo otras cosas, tanto del edificio como de la historia del edificio, y de las historias que te cuentan tus compañeros, los socios, y aquellas que se van formando a medida que uno va haciendo su trayectoria. Todo eso a mí me encantó.

―¿Cuál es la historia que siempre recordás? 

―Han pasado muchas cosas… Cuando recién empezaba, una chica me dijo: “Quiero ese libro verde chiquito…”. “¿De qué es?”, le pregunté. Y no me sabía decir… “La otra señora me lo da….”, me decía. Pero la otra señora no estaba. Cuando volvió mi compañera, me dijo que era un libro de lengua, que estaba forrado en tapa verde…  Otra vez, un señor mayor también dijo que quería un libro verde, pero no se acordaba el título: “Si yo voy abajo, lo encuentro”, decía. “Pero no, señor. Usted tiene que decir qué libro es para que se lo busquemos por el número”. Pero insistía, insistía; entonces bajó, y cuando se encontró con toda la cantidad de libros, porque en el depósito hay más de 100.000, salió despavorido.

―¿Encontrás similitudes entre la docencia y la biblioteca? 

―Hay muchas similitudes y hay muchas diferencias. La escuela como institución es un universo aparte; tenés todo tipo de situaciones y es muy difícil sobrellevarla. Yo trabajé muy cómoda en la escuela 34, por eso siempre me consideré afortunada. La biblioteca escolar está inmersa dentro de la institución educativa, está metida en su vorágine, o sea, es parte de todo lo que pasa en la escuela; en cambio, las bibliotecas populares son otro universo: el que va, sabe que va a buscar algo relacionado con la lectura, con la cultura; es decir, a la escuela vas porque tenés que ir, pero el que va como lector a la biblioteca va con otra impronta, con otro espíritu, con otra necesidad, con otra búsqueda. Y el bibliotecario está para responder a esa búsqueda, que intelectualmente es un poquito más interesante.

A Laura le causa mucho dolor la baja de lectores: no sólo que vayan menos a la biblioteca, sino que cada vez haya menos gente que lea, que se instruya, que investigue, que se concentre:

―Y ojo: no estoy hablando mal de internet. A todos nos gusta internet. Me duele que mucha gente haya dejado de leer o que no haya leído nunca un libro o que nunca haya venido a la biblioteca —nos dice—. Me duele incluso por los jóvenes y las próximas generaciones, porque se pierden un hábito que te entretiene y te permite desarrollar pensamiento crítico, conocer otras culturas, intercambiar conocimientos.

  • 📉 Hace 3 décadas, la Biblioteca Rivadavia tenía más de 6.000 asociados; hoy apenas ronda los 1.200. Y lleva años lidiando con problemas económicos.
  • 💰 En 8000 mencionamos varias veces la crisis que vive la entidad y contamos algunas iniciativas para hacerle frente: por ejemplo, convertirla en un “verdadero centro cultural”.

―¿Creés que la Biblioteca Rivadavia se conoce poco en Bahía? 

―Se conoce poco. Nosotros hacemos todo lo posible para difundir: tenemos redes (Facebook e Instagram), tenemos página, difundimos a los medios de prensa, tenemos listas de correos… Y hacemos todo tipo de actividades culturales, muchas actividades gratuitas, visitas guiadas, talleres… Pero bueno, siempre hay gente que me dice: “Ay, yo no conozco la biblioteca”. O: “Paso por la puerta y me da miedo entrar”. ¿Qué es lo que te da miedo? ¿Te van a comer?… Y es la entidad cultural más antigua de la ciudad: se fundó en 1882 y en 2008 fue proclamada patrimonio arquitectónico nacional. Para mí, es gravísimo que no la conozcan.

El sector general es uno de sus lugares preferidos: ahí se acercan sobre todo personas mayores en busca de novelas, literatura en general, best sellers, biografías, libros de política, de historia…

Los pedidos son variados, aunque siempre están los autores que no pasan de moda, como Gabriel García Márquez y Julio Cortázar, y aquellos más actuales como Isabel Allende

  • 👌 Entre los preferidos de Laura figuran Eduardo Sacheri Roberto Fontanarrosa.
  • 👮 También le gustan autores de la literatura policial sueca, como Stieg Larsson, Henning Mankell, Camilla Läckberg.

El sector infantil también atrae:

―Pero claro, tenés que tener otra visión ―nos explica Laura―. Hay que saber mucho de literatura infantil y conocer cómo se manejan los chicos, cómo incentivarlos con la lectura y cómo hacer que compartan ese incentivo con todo el bombardeo audiovisual que tienen hoy.

―¿Qué es lo más importante para motivarlos? 

―Lo primero es contarle una historia o leerle un cuento, un poema, una canción, una rima, una adivinanza, algo que el chico quiera saber qué le estás diciendo, qué le estás preguntando, qué le estás contando. Ese es el pie para que siga preguntando, para que siga queriendo conocer historias. Hay que empezar acercándoles las cosas, para que ellos después vengan.

Laura lo hace a menudo: es narradora oral de cuentos y le gustan mucho los clásicos, aunque también disfruta de la sorpresa de los pibitos cuando les lee alguna historieta o les muestra algún libro de dinosaurios.

―¡Abren los ojos desesperados! No sé por qué les gustan tanto los dinosaurios, pero les encantan. Lo mismo el cuerpo humano: una vez querían ver cómo funcionaba el corazón, les puse un libro en la mesa y se sorprendieron, ¡algunos se impresionaron! Era una foto bastante explícita.

La biblioteca cuenta con más de 150.000 libros. La mayoría se pagaron.

―¡Cuando se pueden comprar! ―dice Laura―. Porque hoy en día los precios de los libros son tremendos… Siempre hacemos buenas compras cuando vamos a la Feria del Libro de Buenos Aires, porque la biblioteca recibe un subsidio del Estado para comprar a mitad de precio.

Y reciben donaciones, pero cada vez menos: a pesar de que la gente se contacta a diario, sobre todo para donar la biblioteca de algún familiar fallecido, el depósito está casi colmado. Sólo aceptan los libros que no tienen.

―Para las generaciones anteriores, incluso para la mía, la biblioteca era como un signo de estatus intelectual y a mucha gente le da lástima: “¿Qué hago con los libros? ¿Los tengo que tirar? ¿No te los puedo llevar?”.  Y, no, 500 libros no podés traer…

El procedimiento para usar la biblioteca es sencillo: la persona va, pide un libro y puede leerlo ahí mismo. En caso de ser socio, también se lo puede llevar a su casa. 

―Esa es la ventaja: vos te hacés socio, pagás una cuota, que es mínima porque está $ 2.700, y te prestamos 4 libros por vez. El préstamo es por 25 días y se puede renovar. 

Además, el asociado puede autorizar a otra persona a retirar libros.

  • 📚 La biblioteca funciona de 10 a 17.
  • 🧑‍💻 Para asociarte, acercate a la sede de Colón 31 o consultá en su sitio web.

La biblioteca también tiene salas de lectura libres, con wifi gratuito. La gente las usa para leer material y para estudiar: ahí el silencio está garantizado.

―En pandemia, cuando se pudo abrir la biblioteca pero no se permitía el uso de las salas porque no podía haber proximidad, muchísima gente me llamaba desesperada ―recuerda―. Una chica me dijo: “Tengo que preparar un examen y en mi casa están todos mis hermanitos, no puedo estudiar, necesito ir a la biblioteca”. 

Laura habla de 2 tipos de lectores: los de gusto selecto y los que hay que descubrir.

―A mí me interesan esos que hay que descubrir.

―¿Y cómo se descubren? 

―Invitándolos a que vengan a la biblioteca y viendo qué les gusta, qué quieren saber, qué les gustaría leer, qué no, qué tipos de historias o qué tipos de géneros literarios quieren conocer. Es decir, abriéndoles un poco el gusto.

Otro sitio especial es el depósito: queda en el subsuelo, y ahí están la mayoría de los libros y todos los periódicos publicados en Bahía: desde el primer ejemplar de El Reporter (1883) hasta el último diario de La Nueva Provincia (2016).

Amo el depósito. Pasaron muchos años, pero al principio era caminar siempre por las estanterías y ver los lomos de los libros, los títulos… Me encantaba tener tiempo para recorrerlo. A veces me llevaba una lista de libros que quería leer, muchos los leí y otros no, porque después ya no me quedó tiempo, pero es el lugar que más me gusta.

  • 🖼️ Ahí también hay revistas, colecciones de mapas y de obras de arte, objetos antiguos y decenas de estanterías fijas y movibles.
  • 📕 Otro elemento de valor es el montacargas, que desde la década del 60 permite transportar libros desde el depósito al primer piso, y viceversa.

Ahí lo más importante es la conservación. Un proyecto presentado en la Universidad de Harvard hace unos años les permitió obtener un subsidio para comprar una computadora y hacer el proceso de microfilmación para los periódicos más antiguos.

El resto está encuadernado:

Imagínense un diario suelto después de 100 años… Ya no lo tendríamos…

En la década del 20 los bahienses teníamos 5 diarios: todos con una tendencia política bien marcada.

―Cuando vienen chicos, les digo que hoy los políticos, los artistas, todos se pelean por Twitter, pero en esa época se peleaban por el diario: tenían que esperar a que saliera para ver qué decía su oponente y poder contestarle.

―¿Qué tan importante es un diario para una ciudad? 

―Fundamental. Un diario es la memoria de la ciudad. Nos quedamos sin diario y nos quedamos prácticamente sin registro. Los chicos, cuando quieran saber qué pasó el día de hoy, no van a poder, porque hoy el diario no sale. Si no se conservan los medios digitales, que por ahí no conservan todo, ¿dónde lo van a ir a buscar?

Algo que acompaña a la Biblioteca Rivadavia desde sus comienzos es la crisis. Hoy los sueldos y cargas sociales de sus 11 empleados están al día, pero existe una deuda con la AFIP que están pagando con moratorias y tienen varios problemas de infraestructura.

Por eso, Laura insiste en el valor del apoyo de los socios y de la comunidad en general.

Para mí, es un orgullo trabajar acá. Cambié de puesto, pero siempre con el corazón.

Laura es directora desde 2017: tras la jubilación de Norma Bisignano, el Consejo Directivo le propuso el cargo por su antigüedad y su buen desempeño. Y ella ni lo dudó.

―¿Cómo es un día tuyo? 

―Siempre hago el mismo horario, que es el de la biblioteca, y a veces algunas horas más… Si hay que ingresar libros, trabajo con el programa de catalogación, y después me dedico a la organización de otras actividades, como animación a la lectura, talleres, ajedrez… Todo eso lo vamos gestionando para que se mantengan esas actividades en la biblioteca. Y después, participo de eventos que se hacen en el auditorio, y estoy en el día a día… Me gusta estar en el quehacer diario.

―¿Tu mejor recuerdo?

―Cuando yo recién empezaba a trabajar, vinieron mis padres a hacer el recorrido y quedaron con la boca abierta. Para mí, era un orgullo mostrarles esto. Y creo que ellos también se sintieron orgullosos de que estuviera trabajando acá.

Por la biblio pasaron escritores como Gabriela Mistral, Sacheri… ¡Y nuestro Premio Nobel César Milstein! Solía ir en sus visitas a la ciudad, y hoy tiene su placa recordatoria en el depósito de libros.

―¿Creés que Bahía es un buen lugar para desarrollar este tipo de actividad?

―Sí. La biblioteca se abrió en Bahía Blanca cuando los fundadores advirtieron que había esa necesidad de tener un lugar de lectura, y ese lugar sigue hasta el día de hoy: 141 años tiene, y si bien siempre hubo crisis, estamos, y creo que vamos a seguir estando, aunque tal vez no de la misma forma. La biblioteca ha ido cambiando sus funciones: no solamente somos un depósito de libros, también ofrecemos otras actividades culturales, actividades literarias, actividades para niños, para adultos…

―¿Qué es lo más difícil?

―La comunicación. Ese es el desafío desde hace unos años, que se agudizó con la pandemia, porque hemos perdido contacto con mucha gente; hemos perdido muchos socios. Nos empezamos a comunicar todos de otra manera, y es difícil.

Laura vive en el centro, a 8 cuadras de la biblioteca, con Lulú, a quien define como su hija de 4 patas. Y tiene 2 sobrinos en Buenos Aires: David y Natalia.

Encuentra placer en las cosas simples, como las plantas, una caminata o un mate. Pero también le gustan los desafíos: una vez jubilada de la biblioteca, quiere hacer algo que nunca haya hecho: alguna manualidad, por ejemplo.

Pero aún faltan 2 años, y le cuesta imaginarse sin la biblio…

―Cuando empecé a trabajar acá, no sabía cómo me iba a ir… Iba a la mañana a la escuela a dar clases y por la tarde venía acá, entonces al principio estaba muy abrumada. Pero después de un par de años, empecé a enamorarme de este trabajo y me di cuenta de que era mi lugar en el mundo: no me imagino haciendo otra cosa.

Mira hacia atrás y siente orgullo: cumplió el deseo de su mamá y de su papá, que era completar el secundario y seguir una carrera. Lo que ellos no pudieron hacer.

―Vale mucho. A través de la lectura pude hacer mis pasos en la primaria y en la secundaria, y pude adquirir no sólo conocimientos intelectuales, sino formas de proceder, de pensar, de analizar las cosas.

―¿Qué le dirías hoy a esa nena que empezó a leer a los 4? 

Gracias por ese interés, por esa insistencia de decirle a mamá: “¿Acá qué dice?”… Gracias, porque con eso lo aprendí todo. Con la lectura, me manejé toda la vida.


Producción y texto: Belén Uriarte

Producción, videos y edición audiovisual: Tato Vallejos

Fotos: Fran Appignanesi

Idea y edición general: Abel Escudero Zadrayec


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🚤🦐 Claudio Onorato, pescador artesanal: mar de corazón

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—Yo abandonaba la primaria por ir a pescar con mi viejo y con mis hermanos…

Así, recorriendo nuestra ría desde los 5 años, Claudio Alejandro Onorato se enamoró del mar y se transformó en pescador artesanal.

Su papá Silverio Onorato y su mamá María Romano vinieron al puerto local desde Italia, y ambos se dedicaron a la pesca: él navegaba, ella trabajaba en una pescadería y en una cantina.

  • 👉 La familia núcleo se completaba con sus hermanos Herminio José, Marcelo, Roxana, Gabriela (que falleció el mes pasado, a los 52) y Leandro.

Claudio tiene 58 años y nació en Ingeniero White. Le cuenta a 8000 que en aquellos inicios no había manera de comunicarse desde el agua, entonces antes de salir le avisaba a su mamá:

—Quedate tranquila, que vamos a pescar con papá.

Pero papá no sabía nada… Claudio iba a la lancha con sus hermanos, se acostaban a dormir y recién asomaban al llegar a la zona de pesca:

—¿Qué hacen acá? ¡Su mamá me va a matar! —decía Silverio.

Y Claudio le respondía:

—No, papá, quedate tranquilo: mamá sabe que salimos con vos.

  • 👫 Claudio está casado con Alejandra Carmen Beiza y tienen 6 hijos: Alejandro José, Jonathan JuliánEmanuel Braian, Zaira Joahana, Cintia Astrid y Venus Yoseline.

El primer viaje que tuvo a cargo fue en junio de 1991, tras sacar la licencia de patrón. Y desde entonces comandó varias embarcaciones, la mayoría de nuestra ría.

En 2000 decidió cortar la navegación en otras partes y se dedicó 100% a pescar acá. Y eso hace hasta hoy: entra y sale cotidianamente por el puerto y pasa hasta 2 días arriba de su embarcación, la San Antonio.

  • 🤲 Hay varias manos a la obra: comparte el laburo con sus hijos Alejandro, Jonathan Emanuel, con sus sobrinos Erik Joel Onorato y Jonathan Salas, y con otros 2 compañeros de años: Braian Obreque y Palmiro Gómez.
  • 🐠 Y las mujeres, Alejandra, Zaira, Cintia Venus, pelan camarones y atienden pescaderías. Una familia 100% pesquera.

—¿Por qué te dedicaste a la pesca, Claudio? 

—Porque es lo que heredé de mi papá. En 2017 fui a representar a Argentina en la fiesta San Silverio de Italia y ahí me di cuenta por qué la pesca de acá se hace como se hace: la trajeron nuestros antepasados de la isla de Ponza.

Su papá fue uno ellos, y partió haciendo lo que amaba: en 1989, un temporal dio vuelta su lancha a 2 horas de Bahía. Murió ahogado, a los 49 años.

Claudio tenía 20 y ese día estaba en otra embarcación, bastante cerca: recuerda que de un momento a otro perdió de vista a su padre y chau.

—¿Recordás alguna frase que te haya dejado? 

—Muchas. La primera, en italiano, decía: “Hijo mío, nunca dejes la vía vieja buscando la vía nueva, porque sabés lo que dejás pero no lo que encontrás”. Como diciéndome: “Seguí siempre en la pesca”… Y yo, siempre en la pesca. Siempre.

Esa no fue la única pérdida: también murieron en la pesca sus tíos Vicente y Silverio (sí, el mismo nombre que su papá, algo habitual entre italianos: en aquel entonces incluso se casaban entre primos por la herencia…), uno por un infarto y el otro, tras un ataque de epilepsia.

—¿No te dio miedo seguir? 

No. Nosotros hace 12 años también nos hundimos con un barco y el barco desapareció. Quedamos todos nadando a 12 horas y acá estamos, firmes. Yo les dije a mis chicos: “Acá se terminó, búsquense un trabajo”. Y me dijeron: “No, papi, tenemos que seguir en esto”. Así que estamos todos abocados a la pesca.

Aquella vez iban en la lancha Carlos Butti y los salvó Omar Vitelli, un compañero de toda la vida.

—Cuando la embarcación se hunde, lo primero que pasa es que te succiona, te lleva para abajo —cuenta Claudio—. Y todo lo que tiene aire, empieza a salir para arriba: yo vi una garrafa saltar más de 50 metros… Y vos no te hundís: como es agua salada, te tira para arriba; así no sepas nadar, te quedás quieto y te tira para arriba. 

De ese modo salieron a la superficie, luego de que una ola los diera vuelta.

Tenía miedo de perder a alguno de los muchachos —dice Claudio—. Mis 2 hijos mayores se agarraron de un bidón que les di y el “Colorado” (Martín Miguel Ortega) gritaba, llorando: “¡Mami, no me lleves! ¡Dejame vivir!”. Hacía 6 meses había fallecido su madre de un ACV. Le di mi bidón y le dije: “Tomá, gordo. Quedate tranquilo, yo no me voy a ahogar”. Y traté de no hablar porque cuanto más te fatigás, peor es. Cada tanto movía los pies, nadaba un poquito. Y así fui juntando a los 7 tripulantes y los fui salvando a todos hasta que llegó la embarcación después de más de 1 hora.

A pesar de cualquier contratiempo, para Claudio la pesca es todo.

Si mi esposa después de 38 años está celosa, está celosa de mi laburo. Yo vivo en el puerto noche y día y llevé a todos mis hijos a trabajar de chiquitos. Vivimos en la lancha: yo llego a las 2 o 3 de la mañana y me quedo durmiendo acá, en los bancos o en la cubierta, hasta descargar el pescado y lavar la lancha.

  • 👪 Aunque el corazón es portuario, la familia se afincó en Villa Serra, a 4 kilómetros de White. Y se sumaron 5 amores más: sus nietos Benicio, Briana, Azul, Nicole Máximo.

Hoy Claudio sigue yendo, pero sobre todo acompaña: por la edad, ya no hace tanto esfuerzo. Igual, no se le pasa por la cabeza abandonar.

Hace un tiempito llevó a pescar a su amigo el “Tano” Juan José González, que dejó la actividad hace 10 años, y llorando le dijo: 

—No sé cómo hiciste para abandonar a los 52…

—Sí, “Chupa” —le respondió el “Tano”—. Yo sueño todos los días con ir a pescar…

  • 😁 El “Chupa” es Claudio: le dicen así por su viejo, a quien le pusieron ese apodo en la lancha San José porque todos los italianos bebían vino, pero él tenía apenas 9 años y tomaba leche. Era el “Chupaleche”

—¿Qué es lo que más disfrutás? 

De la pesca disfruto todo, porque somos como los dueños del mar. El mar, cuando te quiere llevar, te lleva; se lleva todo el mar… Pero si uno le tiene un poquito de respeto, te das cuenta de que el problema es el ser humano cuando no hace las cosas bien.

  • 🎣 Para hacer las cosas bien, hay un montón de medidas de seguridad: salvavidas circulares con luces, chalecos con luces y 2 balsas para 10 personas cada una, acondicionadas con alimentos, equipamiento sanitario y dispositivos de comunicación y localización como el SAR (búsqueda y rescate), que cuando la embarcación se hunde, llega hasta el fondo del mar y emite una señal para ser recibida en el exterior.

—¿Hoy es imposible quedar incomunicado? 

—Sí. Las balsas también tienen una radio cada una y hay otro aparato que se llama EPIRB (una radiobaliza) que también larga una señal cuando te estás hundiendo. El que hoy se ahoga es porque no dio parte a Prefectura, porque salió ilegal.

—¿Cambió mucho la actividad desde que arrancaste? 

—Totalmente, 100%… 1.000 por 1.000. Antes no había medios de comunicación, no había motorcitos, no había sonda… Tenías que ir con una caña constantemente mirando cuánta agua había… Ahora tenés la sonda que es una computadora: ve el fondo, si es barro, si es arena, si es pescado, qué clase de pescado. ¡Ahora tenés todo!

  • 🦐 Lo más difícil de pescar, dice, son el camarón y el langostino: hay que buscarlos más lejos.
  • 🍤 Y además, requieren mucha mano de obra: primero los tiran en unos cajones, luego los zarandean, después los clasifican (y descartan en el agua lo que no sirve) y finalmente los hierven a bordo.

En una buena jornada, llegan a sacar hasta 150 cajones de camarones:

—Son muy pocos los días que agarrás eso. Pero cuando los agarrás, hacés mucha plata. Cuando estábamos en actividad, antes del temporal, costaba $ 900 el kilo; es decir, $ 18.000 el cajón de 20 kilos. Ahora me dijeron que estaba en $ 30.000.

  • 🤑 Así, hoy 150 cajones son unos $ 4.500.000.

Ese temporal que nos pasó por encima el 16 de diciembre de 2023 arruinó varias embarcaciones, incluyendo la San Antonio de Claudio: se soltaron los remolcadores Tehuelche y Gran Bahamas e hicieron un desastre. 

  • 😥 Casi 90 pescadores y 400 familias de peladores están sin trabajo desde hace 2 meses. Y piensan que van a estar todo el año así.
  • 💰 Estiman que son necesarios unos 10 millones de dólares para reconstruir la flota pesquera.

Según Claudio, las empresas de los remolcadores (ArTug y Svitzer) deberían hacerse cargo:

—Una cosa es la naturaleza, otra cosa es la negligencia humana. Los remolcadores no tenían los cabos correspondientes a tierra. Pesan 250 o 300 toneladas y mi lancha, 20 toneladas. Estaba atada y los 2 remolcadores la aplastaron contra el muelle. Me quería matar. Hubiese deseado morirme en ese momento.

Y dice que al Consorcio del Puerto también le cabe responsabilidad:

—Tendría que haber evitado esto, porque es el permisionario de la ría —advierte Claudio, que alguna vez fue preso—: Por luchar por lo mío, por mi trabajo.

Claudio tenía la inspección vigente hasta 2028 y esta desgracia lo dejó sin certificado de seguridad: es decir, la embarcación no está apta para navegar. 

¿Y nosotros de qué vivimos, gente? El marinero mañana puede ir a buscar un trabajo y alguno que otro puede conseguir, pero yo tengo 58 años, ¿dónde voy a ir? Toda mi vida trabajé en esto, lo único que sé hacer es pescar.

Lo peor, agrega, es que en Argentina no hay ni madera ni carpinteros para reconstruir las lanchas: la solución sería un barco nuevo de fierro o de fibra, que cuesta “entre 800.000 dólares y 1 millón de dólares”…

—¿Estas suelen ser épocas de laburo fuerte? 

—Sí. Había 40-50 cajones por día, pero con el tema de los derrames fue mermando y ahora no hay nada. No quedó pescado en toda la ría.

  • 🤦‍♀️ Ese es otro gran drama: tuvimos 3 incidentes con hidrocarburos en menos de 2 meses.
  • 🐟 Claudio y sus compañeros van hasta la Isla Verde: de ahí sacan camarones, langostinos, pescadilla, gatuzo…

—¿Cómo es el pescado de nuestra ría?

—Yo le diría al pueblo que no lo coma, francamente. Si comés 3-4 veces por semana, como come mucha gente, el pescado de la ría de acá es malo. Por más que quieran tapar todo, es malo por la gran contaminación que hay. Dicen que los niveles bajaron, pero ahora con los derrames van a estar 15 o 20 años para degradarlo.

Claudio lamenta que para contener la mancha no se haya activado a tiempo el Planacon, que es el Sistema Nacional de Preparación y Lucha contra la Contaminación por Hidrocarburos y otras Sustancias Nocivas y Sustancias Potencialmente Peligrosas (sic):

—La marea crece 6 horas y baja 6 horas: si ellos lo hubiesen activado enseguida, lo absorbían. Pero no lo absorbieron hasta que mi amigo Natalio Huerta lo descubrió y dio parte a Prefectura. Estuvo 14 horas a la deriva, o sea, 2 mareas y media: se desparramó en toda la ría y llegó a las costas, donde destruye el fondo, la fauna marina… no lo sacás así nomás. Ahora están con las bordeadoras cortando los yuyos, ¿de qué estamos hablando, gente? ¿Cómo vas a sacar eso con las bordeadoras? 

  • 🤬 “Después dicen que no contaminan, hijos de mil putas —comentó aquella vez el pescador Huerta—. El olor… si prendés un fósforo, volamos a la mierda”.

—¿Son normales los derrames acá o lo que pasó es atípico?

—Que yo me acuerde, el último derrame grande fue en el 88 o en el 92, por ahí. Y hace 4 o 5 años nos enteramos de que todo ese petróleo está enterrado en la Zona Franca, en Puerto Rosales: según la Policía Ecológica, son entre 700 y 1.000 tambores de 200 litros tirando petróleo a la ría constantemente desde hace 30 años. Nadie toma cartas en el asunto: al político de turno le llenan los bolsillos y se acabó el problema.

Claudio y su equipo suelen salir en horario de marea, a la madrugada: a las 2, a las 3 o a las 5. Prefectura les da 72 horas para navegar; a la mañana y a la tarde tienen que reportar su posición por radio. Y desde el área provincial de Pesca también los controlan: si se pasan de la zona permitida (que es hasta la boya 7, más o menos hasta fuera de Pehuen Co), los llaman y los hacen volver. 

El trabajo a bordo se cumple con turnos: hasta llegar a la zona de pesca, uno toma el timón y se encarga del control del GPS y de dar aviso a Prefectura sobre la posición, mientras los demás descansan, preparan la comida, ceban mate…

—Si no hay correntada, no pescás nada —dice Claudio—. Acá no somos de arrastre como en otros lados. Nosotros hacemos pesca artesanal: tiramos las redes y cuando hay buena correntada, el pescado se va metiendo.

—¿Encontraron algo curioso en el mar?

—Encontramos tortugas, y siempre nos acompañan los delfines y las gaviotas. ¿Curioso? Hemos visto muchas sombras en el cielo… nunca supimos de qué eran.

Otro de los grandes placeres es entrarle a lo que sacan, apenas lo sacan: por ejemplo, hierven camarones y langostinos en la cocina de la lancha y los van comiendo mientras navegan. Así nomás, con mayonesa y pan.

El pescado fresco no te cansa nunca, es totalmente distinto al de una pescadería. Lo tirás dentro de la olla, revolotean el camarón y el langostino, y sabés lo que comés.

—¿Y qué es lo más complicado que tiene esta actividad?

—Lo más complicado o lo que más miedo me da es cuando voy navegando y veo a la gente dando vueltas, porque se te cayó uno, no lo viste en el momento y se te ahogó. No me pasó nunca, pero siempre estoy pensando en cómo diagramar algo para que si alguien se cae, se salve. Porque si se cae y vos lo viste, diste la vuelta y lo salvaste; pero si vos navegaste 5 minutos, ya lo perdiste, no lo ves más por más que sepa nadar.

—¿Creés que Bahía es un buen lugar para desarrollar la pesca? 

—Muy, muy buen lugar, porque tiene una ría muy extensa, un estuario muy extenso. Vos salís de Mar del Plata, Comodoro Rivadavia, Caleta Paula, Caleta Olivia, Caleta Córdoba, Rawson, Puerto Deseado y tenés mar abierto. Acá al mar abierto lo encontrás recién fuera de Monte Hermoso, y hasta Monte tenés más de 6 horas.

—Con tanto recorrido, ¿qué le dirías al Claudio de 5 años?

—Yo nunca quise dar el brazo a torcer, pero le diría que no venga a la pesca de White, contrario a todo lo que estoy diciendo, por todos estos problemas que hay. Es una lucha muy grande, porque poco a poco nos están ahogando.

Igual, no piensa abandonar el barco: se ve metiéndole hasta los 75 u 80 años.

—No tengo otra cosa en la cabeza que no sea la pesca y mi familia. Somos todos pescadores, lo llevamos muy en el corazón, muy en la sangre.


Producción y texto: Belén Uriarte

Producción, videos y edición audiovisual: Tato Vallejos

Video: algunas imágenes de respaldo son del documental “Esas pequeñas cosas” de Néstor Maquiavelli.

Fotos: Fran Appignanesi

Idea y edición general: Abel Escudero Zadrayec


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🏋️‍♀️🥬 Marina Danei, entrenadora y deportista fitness: hambre de luchar y superarse

Nuestra gente, nuestra mirada, nuestra ciudad.

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―A veces es prepararse todo un año para competir 15 o 20 minutos, pero es muy gratificante ver cómo uno puede expresarse a través del deporteEs muy liberador.

Marina Danei tiene 38 años y es entrenadora y deportista fitness: compite desde hace una década y lleva 4 años en el profesionalismo, con altos niveles de exigencia en cuanto a la alimentación, la disciplina y el entrenamiento. 

―Me defino como una persona luchadora. Trabajo con mucho placer ―le dice a 8000.

A los 17 años, haciendo actividad física, descubrió la conexión entre los ejercicios y los cambios en los músculos, y se metió de lleno hasta largarse a competir.

―En mi categoría, body fitness, se busca un cuerpo atlético que tiene un cierto desarrollo muscular, pero siempre manteniendo una línea femenina.

Foto: gentileza Marina Danei.

Según Marina, la competencia es una especie de modelaje con poses reglamentarias acordes con la forma física requerida. Se puntúa la estética, el maquillaje, el pelo, la bikini…

Para llegar a ese momento, la preparación es dura.

Lo más difícil son los 6 meses previos, donde planea el cambio físico con entrenamientos doble turno y una alimentación muy estricta.

―Se necesita mucha cantidad de proteínas para mantener el nivel de masa muscular y la calidad muscular para competir. Lo divido en 8 comidas diarias, que son porciones chiquititas, junto con la suplementación de aminoácidos y regeneradores musculares.

  • 🍗🥚 Come pollo, pescado, huevo, verduras, hojas verdes.

Siempre hay un poco de hambre y de cansancio: para mantener el nivel de grasa y la calidad muscular tiene que hacer un déficit calórico.

La adrenalina del deseo genera que uno pueda aguantar esas cosas.

―¿Se puede llegar a tornar peligroso? 

―Siempre tengo controles médicos. Obviamente, uno prioriza su salud y hasta ahora no tuve ningún problema. Si la dieta es adecuada a lo que vos necesitás y lo que no ingerís en la alimentación lo complementás con multivitamínicos y aminoácidos, el cuerpo está nutrido; lo que pasa es que uno está trabajando en un déficit calórico muy grande con entrenamientos muy intensos y muy poca cantidad de comida, entonces tiene que sacar un plus de energía extra que a veces cuesta un montón.

Al tener masa muscular, lo que busca con su cuerpo es la forma. Y para eso hace doble entrenamiento: sobrecarga con el equipamiento del gimnasio y cardio.

Desde Buenos Aires, el coach Ernesto Pastelnik le ayuda a diseñar las prácticas, que no tienen mucho peso: la rutina consiste en repeticiones de ejercicios muy específicos.

―No es lo mismo que el que entrena por placer, que puede hacer de todo. Hay cosas que no puedo hacer y ciertos movimientos que tengo que hacer superconcentrada, por eso está bueno entrenar sola: te tenés que conectar con lo que estás haciendo.

La base de todo es sostener en el tiempo la alimentación y el entrenamiento:

―Es constancia, constancia, constancia ―insiste Marina, que en esos meses de extrema exigencia extraña hasta un plato de arroz.

Todo es verdura, pollo, pescado, huevo…

―Fideos y esas cosas, no las ves ni en figuritas.

―¿Nunca?

―En esos meses de competencia, no. Ahora que estoy fuera de competencia, sí. Un día quiero comer fideos, como fideos; un día quiero comer helado, como helado. Pero siempre manteniendo un control.

En tiempos de dieta estricta, en cambio, ni siquiera condimenta las comidas: prefiere comer sin sal y a la plancha, porque si hace preparaciones ricas le da más hambre. 

No es comer por placer, sino comer lo que el cuerpo necesita para lo que tenés que hacer. Eso también cansa, porque llega un punto en el que te transformás en una máquina: es comer cada 2 horas, entrenar, dormir, comer, trabajar, entrenar, dormir… Entonces la cabeza te dice: “Basta, necesito un cambio”, y ahí hay que hacer pausas.

―¿Te varía mucho el físico en esos meses intensos? 

―En realidad, la intensidad es siempre la misma, lo que varía es la alimentación: cuando vos achicás las calorías se nota un montón en el cuerpo porque bajás de peso y se marcan más los músculos, pero la realidad es que el cuerpo de competencia es un cuerpo que podés sostener 20 días. Después te podés mantener bien un par de meses, pero el cuerpo a ese nivel de exigencia mucho más tiempo no lo podés aguantar.

Marina dice que siempre está en la búsqueda de su mejor versión. Y ahí siempre están los suyos: su familia, sus amigos…

Cuando sos feliz, te ven bien y ven que te va bien, ellos están bien. Al principio es raro porque muchas cosas no podés compartir: a veces, no puedo ir a un cumpleaños o a un almuerzo, pero ellos son incondicionales. Saben que hay épocas en las que me aíslo un poco y épocas donde estoy más presente, pero es parte del deporte. En el nivel profesional, hay cosas que hay que dejar a un lado para poder cumplir con el objetivo.

  • 🐕👨‍👩‍👧‍👦 Marina vive con su perro “Ringo” en Güemes al 900. Actualmente no está en pareja. Y su familia núcleo se compone por su mamá Gloria, su papá Víctor y sus 2 hermanos menores: Agustín (28) y Juan (34), que es papá de Martina, su única sobrina.

―¿Cómo tomaron tus hermanos que hagas este tipo de actividad física, que hasta hace algunos años no era tan habitual en una mujer?

Para Agustín, mi hermano más chico, siempre fui una especie de motivación. Él también tuvo un cambio grande en su adolescencia con su peso y logró cambiar un montón su cuerpo. Traté de ayudarlo, y por eso él también se metió en la actividad. Hoy en día es un excelente profe, uno de los mejores que he visto. Y mi hermano del medio, si bien se dedica a otra actividad, siempre respetó un montón lo que yo hago.

―¿La familia influyó en tu carrera? 

―No, yo creo que fue una decisión mía, sobre todo arrancar en el deporte: una búsqueda personal de poder llegar más allá de lo que es un entrenamiento. Creo que es un deporte que uno a veces elige cuando tiene hambre de superarse en general.

Y todo esto también le generó un importante cambio interno.

―Es un deporte de mucha introspección que te ayuda a evolucionar como persona, a nivel profesional, a descubrir cosas que después aplicás en la vida diaria, y es genial. Durante las preparaciones muchas veces estás cansado, con hambre, es como que te enfrentás a lo peor de vos, a tus miedos; entonces cuando estás en estado normal tenés otras herramientas para manejarte, y ahí ves los frutos de tanto sacrificio.

Y eso es lo más positivo del deporte, dice: por eso sigue ahí, firme.

Marina ganó múltiples torneos. Es la única bahiense en este tipo de competencias y tiene reconocimiento internacional: dentro del profesionalismo, ganó un Sudamericano y participó 2 veces del Arnold Classic de Madrid, el certamen más grande de la disciplina.

―Fuimos 18 competidoras. Quedé entre las primeras 10 y entre esas 10 quedé octava, así que de a poquito voy escalando. La verdad, bastante bien.

―¿En Bahía sentís reconocimiento? 

―No soy una persona que busque mucho salir en los medios, entonces es como que tampoco puedo pedir que me reconozcan si yo no me hago a la luz; pero sí soy reconocida por la gente y eso es lo que a mí me gusta, porque son con quienes estoy a diario y también son mis pares. En la ciudad me reconocieron como deportista destacada, pero siempre creo que el logro es más de uno y lo que importa es lo que yo le pueda brindar a la gente desde mi conocimiento.

―¿Qué es lo más difícil de sostenerte en una actividad así? 

La salud mental. Mantener un trabajo, la vida cotidiana, el entrenamiento, la edad también, porque llega un punto en el que ya no tenés tanta tolerancia al cansancio, al dolor físico, a la exigencia, y el cuerpo te pide parar. Entonces, está bueno estar atento a eso y saber cuándo frenar, porque a veces es un deporte que te genera tanta gratificación que con tal de seguir haciéndolo a veces se transforma en nocivo para la salud, como cualquier deporte de alto rendimiento. Ahí es donde hay que hacer un descanso, aunque sea unos meses: no abandonás la alimentación ni el entrenamiento, pero empezás a tener una vida un poco fuera de lo que es estar todo el día entrenando; visitás amigos, familiares, buscás cosas que sirvan para cargar un poco de energía.

Alguna vez el cansancio la llevó a querer dejar todo, pero siempre le mete motivación: “Queda un tironcito más”, se dice. Y sigue. El mes previo a competir es el peor:

―Estás cansada porque estás planeando el viaje, no te puede faltar nada, estás con la exigencia del nivel profesional y tenés que tratar de mantener la mente firme y concentrada en el objetivo para que no te distraiga, porque la mente siempre trata de llevarte por el peor lado: que no podés, que estás cansado…

  • 🙋‍♀️ Marina representa a la empresa de suplementos American Force, pero no tiene sponsors ni ayuda gubernamental para viajar a competir. Todo sale de su bolsillo.
  • 💪 Si bien no definió su 2024, tiene ganas de seguir compitiendo.

Foto: gentileza Marina Danei.

Dice que el gimnasio no tiene barreras: se adapta a la edad, al cuerpo, a todo. Y genera muchas gratificaciones. No se imagina haciendo otra cosa.

―Siempre estuve trabajando en esto, que es muy amplio: no es sólo construir un cuerpo en estética, sino recuperar lesiones, trabajar con el día a día de la gente, con distintas patologías, con malestares no solamente físicos. Es como que te convertís un poco en psicólogo, que es una actividad linda también: es poder transmitirle al otro que puede cambiar, que puede encontrar algo acá que lo haga sentir bien.

―¿Cuál fue la devolución de la gente que más te emocionó? 

―Me tocaron casos de operaciones donde necesitan bajar de peso y que me digan que ayudé a cambiarles la vida o a ver todo de otra forma es lo más gratificante.

Marina lleva 15 años dando clases y desde 2015 cuenta con gimnasio propio, Evolution Fitness, en Villa Rosas:

Es como si fuese un hijo para mí: es el lugar donde puedo poner en práctica todo mi conocimiento, todo lo que fui aprendiendo a través de estos años.

Actualmente asisten alrededor de 300 personas, muchas de Ingeniero White. Y la acompañan 2 profesores: su hermano Agustín y Katherine Pérez.

La concurrencia aumentó luego de la pandemia, porque la gente tomó más conciencia de la importancia de la actividad física.

―También pasa cuando hay crisis económica. Si se pueden dar un gusto, es: “Bueno, voy al gimnasio”. Porque aparte lo necesitan, no sólo física sino psicológicamente.

  • 🏋️‍♀️ En Evolution Fitness dan clases personalizadas de musculación, que más allá de lo estético sirven como complemento deportivo y recuperación de lesiones.

Marina imagina su futuro ligado al deporte, ejerciendo como juez internacional o preparando gente para competir: le gusta mucho la cotidianidad de dar clases.

―¿Qué le dirías a la Marina adolescente que se volcó a la actividad física? 

―Que hizo bien las cosas. Me hacés emocionar… Le diría que podría haber arrancado de más joven pero que se dio así. Y que si no hubiese sido esa Marina, no habría llegado a ser esta. También, que si uno tiene un sueño, lo puede cumplir, siempre.


Producción y texto: Belén Uriarte

Producción, videos y edición audiovisual: Tato Vallejos

Fotos: Fran Appignanesi

Idea y edición general: Abel Escudero Zadrayec


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