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#SeresBahienses

🏉 Stephania Fernández Terenzi, ingeniera y rugbier de selección: actitud ante todo

Nuestra gente, nuestra mirada, nuestra ciudad.

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—No importa la contextura física, la actitud es todo para mí —le dice a 8000 Stephania Fernández Terenzi, que tiene 27 años, es ingeniera química, hace un doctorado y practica rugby 7 en el club Palihue.

Stephania mide 1,49 y es wing. Es decir, juega en una punta y su función consiste básicamente en agarrar la guinda e ir para adelante, pasar rivales y correr y correr y correr para hacer un try.

—Y festejarlo con una compañera es lo que más se disfruta —cuenta—. O cuando metés un buen tackle, que sacás a alguien de la cancha.

Para ella, el rugby es liberación: cuando tiene un mal día, entrena, juega y descarga. 

—También me genera mucho amor. Este club es como mi segunda casa y me llena de cosas buenas: el tener a mis compañeras al lado mío entrenando día a día, el poder presionarte siempre un poquito, porque siempre un poquito más podés dar…

Y también es cosa bien fraternal: son 4 y a excepción de su hermana mayor, Micaela, todos son rugbiers. Inició la pasión Alexis, el menor de Stephania: empezó a jugar a los 8 años y toda la familia acompañó.

—Recuerdo de adolescente ir todo el tiempo al club a ayudar en los terceros tiempos, cocinarles a los chicos, servir mesas. Desde que mi hermano arrancó, empezamos a mirar rugby los fines de semana, se hizo parte de nuestra rutina.

Stephania empezó a finales de 2018, por insistencia de su hermana Anael, la más pequeña de la casa, que jugó en el club Palihue antes de dar el salto a España.

Y se enganchó rápido:

—Me llamó la atención el juego en equipo y la inteligencia que tenés que poner, ya que va en contra de todo lo que uno espera: el pase va para atrás, no tenés que golpear la pelota para adelante porque es un knock-on, la velocidad de juego…

—¿Y cómo fue jugar con tu hermana? 

—Es lo que más disfruté de jugar. Tenerla al lado, compartir viajes… Se genera un vínculo más profundo, porque es terminar un partido e ir a charlar de lo que hicimos, que ella meta un try y salir corriendo a felicitarla o que meta uno yo y venga ella.

Ya sin su hermana en el plantel, Stephania atraviesa un momento deportivo de mucha plenitud: en diciembre de 2022 fue convocada para entrenar con el seleccionado nacional y vivió “una verdadera locura” junto a 25 chicas de todo el país.

—Me encantó la exigencia, el nivel, la manera en que se juega. Conocés otra realidad, ves otra dinámica… Fue una experiencia completamente enriquecedora.

Su sueño es poder jugar un circuito mundial con Argentina. Reconoce que es muy difícil, pero no imposible. Y seguirá esforzándose para alcanzarlo.

Ponerse la casaca con el yaguareté es lo máximo que te puede pasar con el rugby femenino acá. Me encantaría que todas las chicas tuvieran la posibilidad de poder vivirlo al menos una vez en la vida, porque la motivación que te da es increíble. 

Stephania camina con la pelota por el medio de la cancha de césped de Palihue y luego se posiciona para explicar cómo dar pases hacia atrás. Confiesa que no patea muy bien: sus virtudes están en la aceleración y el try. También tacklea: si bien es de contextura chica, ya se acostumbró al roce.

—Nunca me golpeé feo. Una sola vez me quebré un dedo, pero no fue un golpe feo. Es más, me lo vendé y seguí jugando, o sea… ¡a ese nivel de locura!

Los golpes son lo peor del rugby, dice, pero también suelen ser indicadores del rendimiento: si el día posterior al partido “los hombros te matan de dolor, quiere decir que jugaste un partidazo y que lo diste todo”.

—Este mes comenzó el juicio por el asesinato de Fernando Báez Sosa y los autores son rugbiers: ¿qué te produce la asociación rugby-violencia?

—Siendo jugadora, duele escuchar que se diga eso de nuestro deporte, pero también hay que hacer mea culpa, quizás en los entrenadores que a veces uno tiene, en las bajadas de línea… Este tipo de cosas no pueden pasar. Desde los clubes tenemos que aumentar las charlas respecto a la violencia. Nuestro deporte nos hace tener una fuerza que puede afectar al otro; hay que evitar las peleas, incluso dentro de la cancha.

—¿Cuáles son los valores del rugby? 

El compañerismo, el trabajo en equipo, el respeto… Por más que uno es rival dentro de la cancha, afuera somos todos compañeros y compartimos un tercer tiempo donde nos olvidamos de lo que pasa en la cancha y estamos todos unidos. 

Ese momento pospartido en el que comen y charlan es muy valioso para Stephania:

—Ahí es el momento en el que te sentás y podés conocer a la persona, ¡está buenísimo! A veces te das cuenta de que un rival con el que te llevás mal en la cancha es una persona increíble afuera. 

Según dice, la victoria sirve y motiva pero se aprende más en la derrota, a pesar del enojo momentáneo que aparece cuando las cosas no salen bien.

—Cuando te va mal en un partido, y más si sabías que podías ganarlo, es cuando te sentás y hacés un mea culpa más grande. Decís: “Acá tendría que haber tackleado”, “acá me tendría que haber reposicionado”…. 

—¿Qué considerás que es el éxito? 

—Creo que es relativo y depende de cada uno. A veces puede ser algo deportivo, a veces puede ser algo personal, pero creo que el ser exitoso viene de la mano de alcanzar algo que uno sueña. Uno es exitoso cuando cumple sus sueños.

Stephania nació en la localidad chubutense de Trelew y vino a Bahía para estudiar Ingeniería Química en nuestra Universidad Nacional del Sur: se recibió hace 5 años y hoy hace su doctorado.

La clave para cumplir con todo, dice, es la organización

A la mañana, muy temprano, entrena la parte de gimnasio, luego trabaja; a la tarde tiene algún tiempito libre y a la noche hace la parte de cancha o sale a correr.

Y con la comida, como no tiene mucho tiempo, va a lo práctico: porciones cortadas, comidas en el freezer ya listas, y “así logras que la rueda siga andando”.

Está enamorada de Bahía y piensa seguir acá: 

—Fue un gran cambio. Trelew es una ciudad más chica, tuve que acostumbrarme pero la verdad, me encanta. Tengo que agradecer a la universidad que me dio mucho en estos años. Es una ciudad hermosa, que tiene muchos lugares verdes para entrenar, como la pista de atletismo, o clubes como este, casi en el centro, ¡es increíble!

—¿Creés que Bahía es un buen lugar para desarrollar el rugby femenino? 

—Sí. Hay mucha gente trabajando por el rugby en Bahía; tengo que mencionar a Elo Teófilo, que hoy forma parte de la Comisión de la Unión de Rugby del Sur. Creo que Bahía da para tener clubes de rugby femenino y para seguir desarrollando el deporte; hay mujeres y tienen ganas de jugar.

Para ella, no fue complicado unirse al rugby siendo mujer por su entorno familiar, pero reconoce que hay familias que dejan jugar al nene y no a la nena porque “es muy violento para mujeres”.

—Estamos todo el tiempo peleando con ese estereotipo. A mí siempre me gusta decir que si yo con mi tamaño puedo jugar, cualquier mujer puede jugar al rugby.

Stephania resalta que no hay deportes de mujeres ni de hombres: hay deportes, y gente que tiene ganas de hacerlos, divertirse y jugar.

—¿Qué le dirías a una nena que le gusta el rugby pero no lo practica? 

—Que se acerque a un club y empiece. Que es una actividad hermosa, que se va a llenar de amigas, de compañeras, que va a aprender un montón y se va a armar de un grupo que le va a durar para toda la vida. Y que cada vez que tenga la oportunidad de entrar con la camiseta a representar a su club, se va a sentir completamente plena.

El camino de Stephania está lleno de anécdotas. Recuerda una muy particular en uno de sus primeros partidos, cuando fue a tacklear a una rival pero no pudo bajarla y entonces apareció su hermana.

—No tuvo mejor idea que venir y tacklearnos a las 2 juntas. Hay una foto en la que se ve que yo estoy agarrada a una jugadora y viene mi hermana para bajarnos a las 2. Quedó como una anécdota divertida, ¡no me quiero imaginar si es mi rival!

Hoy ya no comparten equipo: Anael juega en España, donde este deporte es más profesional. A ella, por ejemplo, le pagaron pasajes y le dieron trabajo: “Algo que acá es muy difícil, pasa a veces con el masculino pero no con el femenino”.

—¿Te gustaría que esta actividad fuera profesional y dedicarte 100%? 

—Nunca me lo había planteado, pero me gustaría. Tenés muchos torneos y poder dedicarte de manera exclusiva hoy es el problema más grande. El entrenamiento de rugby demanda mucho: nutricionista, gimnasio, entrenar en el club, y si además tenés que trabajar es un poco difícil.

Su recorrido no hubiese sido posible sin el apoyo de la familia. Stephania asegura que es muy importante:

—A todos nos gusta hacer algo bien, mirar a la tribuna y tener a tu papá, a tu mamá, a tu tío, a quien a quien vos quieras ahí, alentándote.

Es que el aliento juega un rol trascendental: a veces, las piernas ya no te dan y ese grito de “es la última” o “dale que podés” se transforma en combustible puro.

Las críticas funcionan a la inversa. Pero a Stephania no le afectan: se cierra tanto durante el partido que ni siquiera las escucha.

—Creo que si te está abucheando toda una tribuna sí te va a afectar, pero en el rugby eso no pasa y si en algún momento alguien lo hace, en general el resto lo frena porque no es la idea. La idea es que nos divirtamos. Todos nos podemos equivocar.

Su mayor aprendizaje es el trabajo en equipo, que permite llegar más lejos que las individualidades. Sola no puede hacer nada, asegura: si la pelota no le llega, no puede lucirse; si una compañera no va y limpia cuando ella va al piso, no puede jugar…

Y ya mirando al futuro, piensa que el mayor desafío es sumar más mujeres a la disciplina. Están desarrollando un grupo juvenil y quieren tener infantiles, porque “la pirámide arranca desde abajo: si tenés nenas que arrancan a jugar a los 4 o 5, cuando lleguen a primera van a tener 14 años de rugby y van a ser jugadoras increíbles”. 

—¿Qué le dirías a tu yo de los comienzos en el rugby? 

—Probablemente le diría que lo logró. O sea, que arrancó jugando para divertirse con su hermana y logró más de lo que podía haber imaginado en toda su vida deportiva. Le diría que valió la pena el esfuerzo, esos entrenamientos con frío, con calor…


Producción, videos y edición audiovisual: Tato Vallejos

Producción y texto: Belén Uriarte

Fotos: Eugenio V.

Idea y edición general: Abel Escudero Zadrayec


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🤗👷 Maximiliano Mazza, operario, exvendedor, cocinero: la inclusión se trabaja

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―Cuando me dijeron que iba a trabajar acá, mi familia chocha. ¡Yo también!

―¿Recordás en qué gastaste tu primer sueldo?

―Un asadito para mi familia.

Así Maximiliano Mazza le cuenta a 8000 su comienzo como operario en el Parque Industrial, hace 1 año.

  • Maxi tiene 43 y un retraso madurativo. Muchísimos bahienses lo conocen, porque durante 2 décadas vendió los productos de la panificadora Nuevo Sol. Y también le encanta cocinar.

Ahora, en la empresa Efesa, Maxi envasa piedras sanitarias para gatos. El material llega desde Ingeniero Jacobacci, una localidad rionegrina ubicada a unos 200 kilómetros de Bariloche: las piedras vienen trituradas, en bolsones, y acá fraccionan y envasan.

De lunes a viernes, Maxi cumple esas tareas: lo pasa a buscar una combi y le mete de 8 a 18.

Hago de todo un poco: manejo la máquina, hago pallets…

―¿Qué recordás de aquel primer día?

Recansador. Estaba muerto. Falta de costumbre. Después me acostumbré y sigo a la par de ellos ―dice, mirando a sus compañeros―. Es esfuerzo físico. Hay bolsas de 50 kilos… pero ya me acostumbré. 

Maxi camina hasta una máquina y nos muestra su trabajo cotidiano: agarra una bolsa cargada con piedritas, la estira con sus manos y la coloca en la posición correcta para sellar el borde superior. Luego la pasa para armar los bolsones.

―El primer día me costó, después no. Mis compañeros me enseñaronMe tratan bien, ¡muy bien!

Los fines de semana están para el deporte y la diversión: los sábados Maxi suele ir a pasear al centro y los domingos anda en bicicleta. El resto es 100% laboral:

―Vengo acá, voy a mi casa y me acuesto a dormir hasta las 21. Termino cansado. 

  • 🤝 “Es muy positiva su entrada a la empresa. El trato es de igual a igual, porque es uno más. Y la verdad es que se adaptó muy bien”, le dice a 8000 Matías Forte, quien está a cargo del personal en Efesa. Y ante nuestra consulta, asegura que Maxi cobra lo mismo que cualquier otro operario.

Maxi estudió en la Escuela Especial Alborada y fue a la Laboral N°1, donde hacía zapatería. Y en 2002 entró en la panificadora Nuevo Sol.

Ahí trabajó durante 20 años, de 8 a 14. Siempre llegaba 1 hora antes, así preparaba el carro para la venta. Incluso se prendía los domingos para ayudar al maestro panadero y dejar lista la producción para el lunes:

Vendía en la calle, hacía masas, manejaba las máquinas, ¡todo! Me gusta el contacto con la gente. Me trataban bien.

  • 🌟 “Era excelente, recontraconocido en los negocios. De hecho, a veces salía otro grupo y decían: ‘¿Cuándo viene Maxi?’. Era una estrella de la venta”, le describe a 8000 Lucía Lupari, trabajadora social en Nuevo Sol.

La familia es el sostén de Maxi: siempre están ahí su mamá María Luisa, su papá Rubén y su hermano mayor Matías. Y también hay 2 sobrinos: Gaspar y Felicitas.

―Con ellos me gusta compartir momentos… Los domingos vienen a comer a mi casa. A mí me gusta cocinar, hago muchos asados. Gracias a la panadería, cocino. Cocino arroz, guiso de lentejas, me animo a hacer de todo. Me sale bien. Me gusta. 

Y ese gusto lo muestra en Instagram: tiene la cuenta “Pollo Loco”, donde comparte recetas.

―Hago comida en mi casa para mi familia. Pongo todo yo. 

―¿La gente te comenta?

―¡Sí! “Qué lindo”… “Rico”…

—¿Y cuál es tu mejor receta?

El guiso de lentejas.

  • 👨‍🍳 Lo prepara así: primero cocina el morrón y las cebollas (de verdeo y común) con un poquito de aceite, y luego añade el resto de los ingredientes. Además de lentejas, mete tomate en lata, papas, zanahorias, panceta y chorizo colorado.
Imágenes: maxi_polloloco.

Maxi vive en el barrio San Martín con su mamá y su papá. Sus años como vendedor le permitieron conocer bastante la ciudad, y afirma que no es inclusiva.

―Las calles como están… Hay pérdidas de agua…

Y además, señala:

Antes los chicos especiales entrábamos gratis al cine. Ahora no. En eso sentí discriminación.

Más allá del trabajo, también solía entrarle al básquetbol en Duba e incluso jugó la Maxi Liga. Es hincha de Estrella.

―Ahora no me da el tiempo para entrenar: si no, seguiría ―dice―. Bahía es la Capital del Básquet, ¡me gusta eso!

También le tira la pesca, y en fútbol alienta a River y a Olimpo.

Por estos días anda ansioso, esperando las vacaciones. Quiere ir a Mar del Plata, un lugar que lo deslumbró: dice que es el paraíso.

―El mar no me gusta mucho, me gusta la pileta. Pero me gusta esa ciudad.

―¿Qué te gustaría lograr en un futuro?

―Nada. Estoy muy contento con el puesto de hoy.

―¿Te imaginabas trabajando en un lugar así cuando eras chico?

De chiquito no me imaginaba nada. No esperaba hacer esto, pero no me gustaría hacer otra cosa. Estoy muy conforme. Me tratan bien mis compañeros, son muy generososMartín me trata bien, “Facu” también, José también, ¡todos!


Producción, videos y edición audiovisual: Tato Vallejos

Producción y texto: Belén Uriarte

Fotos: Eugenio V.

Idea y edición general: Abel Escudero Zadrayec


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💁🏼‍♀️✊ Paola Quiroga, activista trans: ser quien sos es una lucha

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―Me fui a los 13 años de acá porque en el tiempo que empecé con mi transición la policía molestaba mucho. Era una época muy reprimida para el colectivo: vivíamos presas, siendo menores o mayores; éramos muy maltratadas y perseguidas y no teníamos un futuro. Dormíamos más en el calabozo que en una cama común.

Esos fueron los momentos más duros en la vida de Paola Nahiara Quiroga, una mujer trans de 36 años que nació en Bahía y siendo adolescente se cansó, habló con su familia y eligió irse a Mar del Plata:

―Dije: “Quiero ser Paola”. Y me fui. Y empecé toda mi transición —le cuenta a 8000.

―¿Cuándo tuviste conciencia de tu género? 

Siempre tuve esa inclinación sexual femenina, desde que tengo uso de razón. Me gustaba juntarme con las nenas, pero no porque me gustaran sino por el hecho de que me gustaba vestirme igual que ellas.

―¿Por qué te detenían cuando eras adolescente?

―Por ser mujer trans. En ese tiempo éramos “travestis” porque no había identidad de género ni nada…

De Mar del Plata vino a los 2 años, con la transición hecha. Pero no se radicó: fue y vino hasta los 31, y entonces sí, finalmente volvió a casa, con su familia.

―Ellos estuvieron siempre conmigo, pero yo estuve muy ausente de ellos. Por mi condición y decisión personal, intentaba alejarme bastante.

Ellos son su mamá Cristina, sus hermanos Ezequiel y Luis y sus hermanas Daiana y Gabriela. A su padre prefiere ni mencionarlo. Y también tiene 12 sobrinos, que son “luz y amor”.

―Yo les digo directamente hijos, a todos.

―¿Recordás cómo fue aquel reencuentro con tu familia? 

―Triste, pero lindo. Triste porque… ¿por qué esperar tantos años? Era inentendible. Hoy es totalmente distinto: hoy ya es común ver a una mujer trans…. Pero estoy contenta con ellos, los quiero mucho, les agradezco mucho.

Vive en Noroeste, el barrio que la vio crecer, donde aún viven sus parientes. Ahí tiene su propia casa, y comparte terreno con su hermana Daiana.

Paola dice que no está en pareja y no piensa en ser madre:

Tengo mis hijos caninos, “Jack” y “Xina”. Pero ser madre, no. Soy muy independiente y tengo trastornos de bipolaridad, así que no: me parece que para ser madre tenés que ser una persona súperresponsable, porque tenés a cargo una vida.

Paola trabaja limpiando casas y es parte de Furias Feria, una organización que vende ropa y recibe donaciones para ayudar a la comunidad LGTBIQ+ y a otras personas en situación de vulnerabilidad.

Además, cobra el subsidio Potenciar Trabajo por sus estudios: está en segundo año de Trabajo Social en María Auxiliadora. 

―¿Por qué elegiste esa carrera?

―Porque justamente eso es lo que falta: empatía con la sociedad, con el conjunto, con la persona. La empatía con el otro es súperimportante, más allá de su género.

―¿Y cómo te sentís?

―Me siento cómoda, me gusta. He sido muy bien recibida, de hecho soy becada. Tantos años luchando, para estudiar justamente en un colegio que es religioso. Acá no se podía creer eso: antes podías estudiar vestido de gay, pero mi caso no es así.

En unos años, se ve ejerciendo en los barrios populares: donde más se necesita.

―No me gustaría formarme para estar detrás de una computadora. Mi ideología de lo que es el trabajo social es eso: salir a ver la problemática de la persona, ver en qué puedo ayudar, aunque sea un momento, un poquito de contención…

―¿Creés que ha mejorado el tema laboral para la comunidad trans? 

―Yo no tengo trabajo formal. Es un trabajo, por así decirlo, en negro: o sea, te contratan de la boca para afuera. Y te van recomendando según el desempeño que tengas…

Pero muchas ni siquiera cuentan con algo así: más del 50% de las trans tienen el trabajo sexual como principal fuente de ingreso.

  • 🙅🏼 Y la mayoría dejaría de hacerlo, de acuerdo con el primer informe de la comunidad local, que te mostramos hace 8 meses.

―¿Qué es la prostitución para vos?

Es la herramienta que nos da de comer… la que nos hace vivir, directamente, porque gracias a la prostitución podemos llevar un plato de comida a nuestra casa. En el caso de otras compañeras, para poder ayudar incluso a sus familias. No todas tenemos la misma suerte, pero es un trabajo bastante doloroso y complicado.

Algo en blanco a veces parece inalcanzable:

―Quizás ahora con los derechos que hemos conquistado está más apto que te dé un trabajo el Estado, pero sería también por una obligación —dice Paola, en referencia a la ley de Cupo Laboral Travesti Trans, que desde 2021 establece un mínimo del 1% de los cargos y puestos del Estado Nacional.

—Pero pasar por un quiosco, que diga “Busco empleado”, ir y presentarse, ¡no!

  • 😔 Como ya te contamos, en Bahía 1 de cada 5 trans con trabajo en relación de dependencia lo perdió o tuvo que dejarlo tras expresar su identidad de género.

―¿Qué te genera? 

―Impotencia, porque yo puedo desenvolverme igual que cualquier otra persona.

Si bien anduvo por La Plata, Buenos Aires y Comodoro Rivadavia (sitios donde encontró un poco más de compañerismo y apoyo estatal), Paola siempre volvió. 

―¿Qué significa Bahía para vos? 

―Es donde nací y, va a sonar medio feo, pero es donde quiero morirme. Pero quiero morirme así, como mujer trans. Quiero dejar una huella marcada que permita entender el recorrido, el camino que una pasa para poder llegar a donde sea.

En el día a día, lo que más cuesta es lidiar con la propia sociedad, dice: pese a ciertos avances y derechos conquistados, se torna difícil enfrentar tanto “no”:

Vamos con el “no” por delante ―asegura―. Por ahí te esquivan, o te atiende uno, después otro, se van rotando: nunca te atiende la persona que te tiene que atender… Insultos no hay tantos, pero siempre están a la orden del día.

En Furias Feria son 8. La venta de ropa funciona martes y jueves, y los demás días organizan otras actividades, como tejer acolchados para donar a merenderos.

―Me acerqué por las chicas y me gustó. Como estoy con el tema del trabajo social, me interesó. Es algo que te llena, te pone contenta porque ves la sonrisa de las personas, la alegría de la criatura, de una mujer mayor: vos le estás entregando un paquete de acelga y la señora te abraza con un agradecimiento que es impagable.

―¿Cómo definís este espacio de Furias? 

―Lo más lindo. Tengo muy buena relación; me gusta la gente, es muy empática, te saluda, te pregunta, charla. Es un lugar acogedor donde nosotras nos sentimos cómodas y tratamos de hacer sentir cómoda a la persona que viene de afuera.

―¿Y sienten el apoyo de la comunidad? 

―Sí. Si bien falta bastante (no siempre tenemos el apoyo 100%), vamos remándola. Esto es una lucha de todos los días.

  • 🤗 Si querés colaborar, acercate a Luiggi 251 o contactate por InstagramFacebook o el teléfono 2914321434.
  • 👉 Reciben donaciones de ropa, alimentos no perecederos y frutas y verduras. También dinero, ya sea en efectivo o por transferencia al alias furias.feria.mp

―Si se acerca alguna autoridad para ver cómo mejorar la situación de la comunidad trans, ¿qué le decís?

―La empatía. Que se fije dónde están los problemas realmente, porque no hay problemas sólo en la zona céntrica o aledaños: hay problemas en los barrios populares, hay problemas en lugares donde no llega la política.

―¿Qué es la empatía? 

―Es una palabra muy amplia. Es el amor por el prójimo, ponerte en los zapatos de la otra persona, entender lo que le pasa a la otra persona sin juzgarla. Si no tenés nada para ofrecerle, solamente con que la escuches es muy importante.

Paola repite tanto la palabra empatía porque conoce de cerca lo que implica su carencia. Atravesó situaciones muy violentas, por ejemplo: una vez le partieron un brazo en 3 partes.

―¿Qué pasa por la cabeza de alguien capaz de hacer algo así?

―Homofobia, odio, bronca, resentimiento hacia él mismo, porque qué te puede molestar que yo me vista de mujer, si soy yo la que me visto de mujer. Es cuando te odian, literalmente; primero se tienen que odiar las personas, calculo. Para llegar a lastimar a una persona así, o incluso quitarle la vida… es bastante triste.

Pero también hubo gente que la ayudó. Principalmente Bárbara: su amiga, su hermana, su todo, que falleció hace más de 5 años en un incidente vial.

A Paola le gustaría encontrarse con más Bárbaras:

―Apelamos a la buena voluntad y al cambio, a demostrar que una también es un ser humano, una persona igual que cualquier otro ciudadano.

  • 📌 El 20 de noviembre es el Día de la Memoria Trans y acá se hará una marcha por las que no están. Saldrán desde el Municipio: “Sería importante que se acercaran personas que no son del colectivo, para entender por qué lo hacemos”.

Según Paola, la mayoría de la comunidad trans local vino de afuera, y hay chicas más chicas, con una realidad muy distinta:

―En el tiempo mío era salir camuflada a la calle para sentirte cómoda. Hoy una puede caminar tranquila. Esto es muy importante para ellas, y se lo debemos a nuestras adultas mayores, al colectivo en su conjunto.

―¿Cuál es el mayor aprendizaje que sacás de todo este recorrido? 

―La formación. Hoy, que tengo ese derecho, es formarme para que se entienda que también puedo, que soy igual, solamente con una inclinación sexual distinta

―¿Y qué le dirías a esa chica de 13 años que se fue de su casa? 

―Que la felicito porque fue bastante triste, duro, pero estoy acá, de pie. Y es muy importante después de haber tenido muchísimos episodios en los cuales una intenta atentar con su propia vida, porque se siente desprotegida, porque no tiene un consuelo, porque no tiene dónde vivir, dónde comer, entre muchas otras cosas. Hoy me siento bien: contenta con lo que tengo y con lo que pienso seguir proyectando.


Producción, videos y edición audiovisual: Tato Vallejos

Producción y texto: Belén Uriarte

Fotos: Eugenio V.

Idea y edición general: Abel Escudero Zadrayec


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👩‍⚕👶 Mariel Pérez, partera: la magia de recibir vidas

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―Me gusta la adrenalina de la guardia, la urgencia y el momento del parto, tanto acompañar a la mujer en el trabajo de parto como la parte del nacimiento ―le dice a 8000 Mariel Pérez, licenciada en Obstetricia.

Cuenta que las obstétricas tienen varias funciones: dar el curso de preparto, hacer el control del embarazo y el puerperio, acompañar la lactancia y la anticoncepción. Pero en su caso, hoy sólo se dedica al trabajo de parto en las guardias.

Nacida hace medio siglo en Cabildo, Mariel lleva 28 años (o sea: más de la mitad de su vida) en el Hospital Penna. Y también trabaja en la clínica Osecac y en el Hospital Privado del Sur.

―¿Por qué elegiste esta profesión? 

―Fue algo casual. No sabía qué estudiar a los 18 años y una mamá de una amiga me dijo: “Mi hija se va a estudiar a La Plata y hay una carrera en la que ayudás a que nazcan los bebés”. Dije: “Bueno”, y me fui a La Plata. Ahí fui conociendo pasito a pasito la licenciatura en Obstetricia y me enamoré, ¡me encantó!

―¿Recordás algo de la infancia que se relacione con los chicos o la medicina? 

―No… Mi abuela decía que tuvo los 12 hijos en el campo y mi abuelo ayudaba, capaz que de ahí viene, pero después no tengo nada. Yo viví en el campo, mis papás eran agropecuarios, mi mamá ama de casa, después hizo repostería…

Mariel estudió en La Plata, se recibió en 1993 y se quedó 2 años más, trabajando en el Hospital de Solano y en Quilmes. Luego pegó la vuelta. Su primera guardia de 24 horas acá fue el 31 de diciembre de 1995, en el Penna, sin cobrar un peso.

Estuve 11 años ad honorem, hasta que me nombraron. Era así el sistema: para que te llamen de los lugares de trabajo, tenías que hacerte conocida, y el lugar donde todo el mundo te conocía era el Penna.

En esos tiempos no había residencias. Las parteras se acercaban a la guardia, se sumaban a los equipos de trabajo y así iban aprendiendo.

―¿Cómo viviste durante esos 11 años ad honorem? 

―Vivía con mis padres en Cabildo y viajaba a hacer la guardia. En el 96 ya empecé a hacer reemplazos en los privados y abrió la clínica Osecac, así que ahí empecé con una guardia compartida. Tenía los ingresos de los privados, pero seguía viniendo al Penna.

―Arrancaste un 31 de diciembre: ¿siempre trabajaste en las fiestas?

―Al principio te toca. Cuando sos más grande, lo van haciendo las chicas más jóvenes. Pero sí, muchos años hice fiestas. Ahora ya no.

Recuerda aquellos momentos con alegría: la familia hospitalaria solía llevar a los suyos para brindar en multitud. Pero no siempre ocurría a la medianoche: a veces, el Año Nuevo llegaba con un nacimiento y el festejo se trasladaba a la sala de parto.

Hoy Mariel está a cargo del grupo de colegas:

―Obstétricas no es lo mismo que obstetras ―aclara―. Obstétricas somos las licenciadas en Obstetricia: las antiguas matronas o parteras. Y los obstetras son los médicos ginecólogos que se encargan de los embarazos normales y patológicos. 

Sigue:

―A mí me encanta el hospital. El Penna profesionalmente fue mi primera casa: acá estoy acompañada, entro y todos todos me conocen, es como una pequeña familia.

Siente lo mismo que al comienzo, aunque algunas cosas fueron cambiando, como la cantidad de compañeras. Al abrirse la residencia en 2010, el número creció: hoy son 16 y trabajan al menos 2 por guardia. Y a nivel ciudad ocurre lo mismo:

―Hay más obstétricas. Y hace 1 año se abrió la carrera en la Universidad Nacional del Sur, así que ¡va a haber un semillero de obstétricas!

El Penna atiende la mayor cantidad de partos bahienses y de la región, al ser la única maternidad pública. Pero hay cada vez menos:

Bajó un montón la cantidad de nacimientos, como un 40%. Hoy en el Penna no llegamos a los 2.000 y hace unos 9 o 10 años teníamos 3.000 nacimientos. Y en privados también, hará 1 o 2 años que se nota el descenso en la guardia.

Mariel lo atribuye principalmente al mayor control de natalidad, a la crisis económica, a la interrupción voluntaria del embarazo y al crecimiento de la anticoncepción.

Nota una gran diferencia entre públicos y privados. En los primeros se detectan más embarazos adolescentes aunque, a diferencia de años anteriores, ya no ven la gran multípara, es decir, mujeres que tienen 7, 8, 9 hijos. En los privados, en cambio, la maternidad suele llegar después de los 30.

Mariel recuerda que la paciente más chica que le tocó acompañar tenía apenas 12 años y había sido abusada, pero continuó con el embarazo y tuvo un parto natural en el Penna. Y la más grande andaba en 52 o 53 años: un embarazo complicado, atendido en el ámbito privado.

―Después de los 36 hay cada vez más riesgo. Lo que pasa en privado es que hay más cantidad de mujeres arriba de los 40 y hasta de los 50, por la fertilidad.

―¿Cambia el trabajo si tenés que atender a una adolescente o a una mujer grande? 

―Por ahí una tiene que estar conteniendo o acompañando más a la adolescente, pero la primeriza también tiene el temor a lo desconocido, así que una va viendo qué paciente necesita más. Siempre digo que una guardia con 2 o 3 trabajos de parto de primeriza te chupa toda la energía.

―¿Cómo es traer una vida al mundo?

―Es emocionante porque es un momento mágico. En un matrimonio primerizo, entra a la sala de parto una pareja y sale una familia, ¡es maravilloso! La verdad, es lindo: uno comparte ese momento con la mujer y con la pareja, y yo me siento muy, muy cómoda acompañando. Siempre la gratitud de ese momento es fantástica.

―¿Y cómo se manejan los nervios de las pacientes, sobre todo en situaciones complejas? 

―Siempre hay métodos. Se da el curso preparto, pero no todas tienen la posibilidad de hacerlo, entonces en el momento del trabajo de parto, en esas horas (porque llevamos acompañando a la mujer capaz que 6, 7, 8 horas) una le va aconsejando, la respiración, posturas… Acá en el hospital público tenemos la ducha y las metemos en la ducha, les damos distintos ejercicios, y ahí vamos acompañando a la mujer en todo el proceso.

―Hoy creció la práctica de parto en el agua, ¿en el Penna no se hace? 

―Acá todavía no. Tenemos una camilla nueva de parto y una habitación con pelotas, banquitos, para ayudar a la postura de la mujer en el trabajo de parto. No tenemos bañera, pero le ofrecemos la ducha y que se siente en el banquito: el agua relaja, acorta el período de dilatación y la mujer la pasa mejor. Parto en el agua en Bahía Blanca se está haciendo en el Hospital Italiano y ahora se inauguró la sala en el Privado del Sur. No me tocó todavía, pero debe ser maravilloso.

―¿Para el bebé también es beneficioso?

―No tiene tanta diferencia. El mayor beneficio es para la mamá. El bebé sale del ambiente líquido del útero, entra en el ambiente líquido de la pileta y sale a la superficie. El beneficio que tiene el bebé es el contacto piel a piel con la mamá.

Según Mariel, en el hospital intentan que la paciente ingrese en un franco de trabajo de parto a partir de los 3, 4 o 5 centímetros de dilatación, y que el tiempo previo lo pase en su casa porque si no terminan siendo 12 horas de internación.

―¡Se hace muy largo! ¡Es un montón! Pero si vienen a partir de los 3, no es tanto el tiempo de internación y es la parte más intensa del trabajo de parto. Ahí se internan, pasan el trabajo de parto en una habitación y pueden tener el parto ahí o pasar a la sala de parto. A veces lo hacen en silla de ruedas, otras pasan caminando.

No recuerda con exactitud el trabajo de parto más largo que le tocó acompañar, pero remarca que en el caso de las primerizas suele llevar unas 12 horas:

―Se hace largo… También está la que viene, la mirás y decís: “La mando a la casa”. Y no, está con dilatación completa y va a sala de partos. Cada mujer es diferente.

Cuando empezó, los padres no tenían permitido acompañar a las madres, pero al tiempo se modificó. Y el Penna fue pionero.

La mujer la pasa mucho mejor cuando está acompañada por una persona, por su pareja, por su mamá, por una amiga, por alguien que la contenga… Y es mágico, la emoción y el dolor de la mujer es fuerte, pero cuando el hombre se emociona y llora, ahí lloramos todos, es un momento único.

―¿Durante la pandemia las mujeres entraban solas? 

―Dejábamos pasar a la pareja. Éramos medio como astronautas, pobres mujeres, al principio venían y nosotras teníamos las antiparras, el casco, el barbijo, debe haber sido duro para ellas encontrarse con eso. Fue duro; se trabajó más porque había gente de licencia… A pesar de eso, yo recién me contagié a fines de la pandemia. 

Entre sus miles de anécdotas, aparece aquella en su pueblo, donde hacía control de embarazo e iba en bicicleta a ver pacientes: todo gratis.

―Me llamaron a mi casa, fui y cuando llegué había una señora sentada en la vereda, bajo la sombra de un árbol, con contracciones. ¡Era un gemelar y estaba con 6 centímetros de dilatación! Llamé a la ambulancia y me subí con la malla debajo del ambo. ¡La trajimos volando! Un gemelar, 6 centímetros, en Cabildo no puede nacer…

Pero la ambulancia llegó a tiempo y salió todo bien. Como la mayoría de las veces.

Cuando el desenlace es otro, se hace terrible.

―Nosotras trabajamos en la parte más linda de la salud porque recibimos vida. En un alto porcentaje, los nacimientos son naturales y sale todo bien. La gente quiere garantías del nacimiento, porque la familia se embaraza y ya proyecta la vida de su hijo. Lo duro son los malos resultados. Esa es la parte más fea. La muerte fetal es lo más terrible: el silencio de la sala de parto ante un nacimiento de un feto muerto es el silencio de la muerte.

Entonces se extiende una mano y a veces se da alguna palabra de cariño, dice Mariel. Y cree que la mujer y su pareja deben estar con su bebé y verlo, porque es un proceso que la familia tiene que pasar.

―Duele. Es el día de hoy que me moviliza. Es la parte más fea de la profesión.

La muerte materna también es un espanto, pero a Mariel nunca le tocó: en general, ocurre a los días, porque la mujer pasa a terapia y luego fallece.

Son momentos que uno nunca quiere vivir. Lo estudiamos en la facultad, lo vemos, pero vivirlo es durísimo. 

―¿Tienen un equipo de psicología para ustedes y las pacientes? 

―No, la psicóloga perinatal recién ahora se está implementando en algunos lugares, pero acompaña más a la paciente, no tanto a los profesionales. Estaría bueno, porque a nosotras nadie nos acompaña, nos acompañamos entre nosotras: es decir, hablamos, pero no hay nada escrito, no hay ningún protocolo.

―¿Pasó que llegue alguna chica en trabajo de parto sin saber de su embarazo? 

―Un montón. Se da: lo que pasa es que lo que la cabeza niega, el cuerpo no lo siente. Y sí, es una sorpresa, una revolución para la mujer, para la familia, para todos, pero generalmente esos nacimientos salen bien.

―¿Y se ven situaciones que antes no, como bebés con abstinencia por adicción de la madre? 

―Un poco más que hace unos años, pero no tanto. Y patologías se vieron toda la vida.

Mariel vive en Bahía desde 2000. Está en pareja con Daniel y tienen 2 hijos: Tomás, de 11, y Matías, de 9. Los tuvo a los 39 y 41 años, por cesárea.

―Tenía ganas pero no pude tener parto natural. Hice un desprendimiento de placenta y terminé en una cesárea de urgencia.

Su mamá Silvia, apodada “Chiquita”, y su papá Juan son pilares en su vida y fueron fundamentales en los primeros años de sus hijos, porque su marido trabajaba en el sur y ella tenía guardias de 24 horas.

―Mi mamá viajaba desde Cabildo y a veces hasta se metía en mi cama para que no se despierten, y yo me venía a trabajar. Se quedaban las 24 horas en mi casa porque… ¿cómo hacía con los nenes chiquitos? ¿A quién dejaba en mi casa?

―Saber de qué se trata, ¿te ayudó a transitar el embarazo con más tranquilidad?

―No tanto, no te creas…

―¿Tener más información es peor? 

―Sí, sí, ¡ja, ja! Es peor. En general, cuando una persona tiene un test positivo dice que está embarazada, y yo cuando me dio positivo le dije a mi amiga: “No, esperá que hay que tener la ecografía, que esté el saquito, que se vea el embrión”. Y me dijo: “¡Qué complicadas que son ustedes!”.

El miedo es parte del proceso. Mariel no sintió tranquilidad hasta parir: al principio está la amenaza de aborto; después, la posibilidad de que nazca prematuro.

Dice que no se imagina haciendo otra cosa. Sus hijos suelen preguntarle qué haría si no estuviese en el hospital, y no tiene respuesta: la obstetricia es su pasión.

Una de las cosas más lindas es el reconocimiento de la gente. Tiene pacientes que le siguen agradeciendo después de unos cuantos años. A muchas incluso las tiene en Facebook y por ahí va siguiendo el crecimiento de sus hijos.

―Siempre recuerdo a una señora de Laprida hipertensa, que vino a Osecac y tuvo un bebé de 28 semanas, reprematuro: Gabriel. Ahora manda fotos y está así ―dice, marcando con su brazo una altura superior a la suya.

El bebé más chiquito lo recibió en el Privado del Sur: tenía 23, 24 semanas, y todo salió muy bien. Y ahora es otro de los gigantes…

―¿Qué te produce ver tan grandes a esos bebés prematuros? 

―La verdad, es un milagro. Lo vemos y no lo podemos creer. También hay amigas que una ha atendido en alguna urgencia y cada vez que nos reunimos dicen: “Gracias”. Yo no hago la cesárea, pero cuando llegan a las guardias en los privados las recibimos y hacemos el diagnóstico. La obstétrica de guardia salva la urgencia, aunque después le agradezcan al médico. Pero bueno: algunas se dan cuenta y nos agradecen.

El mayor aprendizaje que le dejó la obstetricia es la empatía, saber ponerse en el lugar del otro y acompañar a la persona en la alegría y en el dolor.

―¿Qué le dirías a la Mariel que a los 18 años decidió estudiar esta carrera? 

Que siga adelante, que lo haga con la pasión que lo hizo, que está bien todo lo que hizo. Tal vez no trabajaría tanto gratis, trabajé muchos años gratis… Pero bueno, nada, fue todo aprendizaje: lo hice con alegría. Y lo volvería a hacer.


Producción, videos y edición audiovisual: Tato Vallejos

Producción y texto: Belén Uriarte

Fotos: Eugenio V.

Idea y edición general: Abel Escudero Zadrayec


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