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🏅 Gerardo Mancisidor, veterano de Malvinas: volver a ser visible

Nuestra gente, nuestra mirada, nuestra ciudad.

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—¿Te sentís un pobre pibe al que mandaron a la guerra? 

—No, ni siquiera en aquel momento…

Gerardo Mancisidor, nacido en Ingeniero White, tenía 18 años cuando estalló lo de Malvinas, en abril de 1982: estaba en la ciudad chubutense de Esquel, haciendo el servicio militar.

Dice que siempre le hizo ruido eso de que a la guerra fueron por culpa de un general borracho, cuando (Leopoldo) Galtieri no tomaba alcohol…

—Había una junta militar, la decisión la tomaron muchos. La recuperación de las islas se venía postergando por el desastre político, pero no podía pasar del 82, 83. Se iban a recuperar con un gobierno militar o civil, porque perdíamos el derecho a reclamo.

10 de febrero de 1982

A la localidad patagónica de Esquel llegó sin previo aviso. 

Recuerda que su mamá Filadelfia Argentina y su hermana menor Nancy lo acompañaron hasta el micro con destino al Batallón 181 de nuestra ciudad, donde le iban a informar su destino. Él subió creyendo que iba a volver a casa pronto:

—Me fui con un pantalón de lino, zapatos de cuero con suela finita, una camisa y una campera muy finita… —le describe a 8000 Gerardo, que hoy tiene 60 años y vive en el barrio San Martín.

Al llegar al batallón, se topó con unos militares muy diferentes a los que conocía y supo que algo pasaba. Estaban vestidos de verde, con pañuelos camuflados y boinas negras. Tenían entre 40 y 45 años.

—Nos dijeron: “Bueno muchachos, la Argentina empieza en Ushuaia y termina en La Quiaca, fórmense que los van a subir a un camión” —relata Gerardo—. Nos llevaron al aeropuerto, ¡y todos arriba de un Hércules!

Así partió rumbo a Esquel: no hubo vuelta a casa, ni merienda, ni salida por la noche, ni siquiera una despedida con el resto de la familia, también conformada por su papá Horacio Juan y sus hermanos Amalia, Miguel, Daniel, Luis y Gustavo.

2 de abril

Gerardo lo recuerda como si fuese hoy: los despertaron más temprano de lo habitual y los hicieron formar en la Plaza de Armas, donde habló el teniente coronel.

—Se tenía mucho cuidado con los términos —aclara—. No se decía que se habían “tomado” las islas porque era como tomar algo que no es tuyo: no, ¡se habían recuperado! 

Y había que prepararse. Por eso, enseguida, armaron el listado de vehículos en el Parque de los Tanques e iniciaron prácticas de tiro con los tanques Panhard.

5 de abril

Bajó la orden de ir a Comodoro Rivadavia y salieron con los tanques, todo por carretera. Al llegar, una nueva directiva: cruzar a Malvinas.

—Hasta ese momento nadie sabía que iba a haber una guerra: la isla se había recuperado y se iba a solucionar en forma diplomática, se iba a conversar y listo.

9 de abril

Cargaron los tanques en un avión Hércules y cruzaron a Malvinas, que esa tarde les dio la bienvenida con un tiempo bastante desfavorable: mucho frío, mucha tierra…

¿Quién puede vivir acá? —fue lo primero que se preguntó Gerardo—. Pero se podía: después vinieron unos días más lindos, con sol… Y ahí nos quedamos, a orden de la Novena Brigada.

Dice que lo primero que hicieron los generales fue determinar las posiciones. A él le tocó en una escuelita, a 8 kilómetros del aeropuerto y a 3,5 kilómetros de Puerto Argentino. 

—¿Qué fue lo primero que pasó por tu cabeza cuando dijeron que iba a haber una guerra? 

—Fue todo muy gradual. Algunos oficiales tenían comunicación por radio y llegaba a oídos nuestros “la flota zarpó”, “viene la flota británica”… Pero estaba el comentario de que en combate no íbamos a entrar. Siempre hago hincapié en que no sabíamos que iba a haber guerra, ¿por qué?, porque hay veteranos que dicen “fui voluntario”, ¿voluntario dónde?, si no iba a haber guerra; no fuiste voluntario de la guerra, fuiste voluntario a la movilización. Nosotros nos enteramos cuando empezaron a caer las bombas de los aviones. Quizás pecábamos de ingenuos al pensar que iban a mover semejante flota para venir a conversar, pero es lo que nos decían…

1 de mayo

El ataque en el aeropuerto los despertó a las 4 de la mañana.

Ruido, explosiones, bombas, tiros… —enumera Gerardo—. Cada cual a su posición, y ya de ahí uno no piensa qué va a pasar…

Al principio, les parecía un asunto lejano: tenían el aeropuerto a 8 kilómetros.

—Era como la pandemia: estaba en China, estaba lejos, pero cuando quisimos acordar estaba acá. Y allá parecía que no iba a llegar, y llegó. Los ingleses hicieron 90 kilómetros caminando: tardaron 1 mes, pero llegaron; y uno lo iba aceptando.

Gerardo estaba en Puerto Argentino, con agua detrás, sin demasiada escapatoria, mientras los ingleses avanzaban:

—Tomaron San Carlos, Darwin… Tomaron prisioneros, mataron soldados, tomaron Monte Kent, Dos Hermanas… Y nosotros estábamos ahí, a la expectativa, a ver qué te dicen, qué no te dicen. Éramos soldados; estábamos a órdenes.

10 de junio

Los ingleses venían tirando artillería de sur a norte, pero ese día lo hicieron de oeste a este, y los agarró desprevenidos. Gerardo estaba caminando con un compañero por un campo, buscando órdenes, cuando un proyectil cayó a unos 4, 5 o 6 metros…

Me dio una esquirla en la cabeza, que me la traje puesta; me operaron en Comodoro Rivadavia. Y una piedra, calculo que era una piedra, me agujereó la campera de entrada y salida, en las costillas. Tenía muchos golpes…

El ataque lo dejó tendido en el piso. Le salía mucha sangre…

—Estaba grogui (aturdido) —recuerda—. Caían bombas por todos lados y siento que me tironean del brazo. Me levanta un cabo del ejército de caballería y a mi compañero, como tenía herido el pie, lo levantan 2 oficiales. Nos llevan 200 metros cuesta arriba, cayendo bombas… No tenían por qué hacerlo, porque ellos tenían que esperar a que dejen de tirar para ir y no, nos fueron a buscar en medio de la batida británica. Nunca supe quiénes eran lamentablemente…

Gerardo llegó al hospital en un jeep, con dolores en el hombro y en el intercostal. Apenas ingresó, lamentó haber entrado:

Había soldados con heridas en el estómago, en el brazo, ¡estaban destrozados pobrecitos! Yo me quería ir: no soportaba lo que estaba viendo…

Pero tuvo que soportar. Ahí le suministraron medicamentos para una bronquitis aguda que ni siquiera había notado y le vendaron la cabeza. Sacarle la esquirla fue imposible: los quirófanos estaban a disposición de los heridos más graves…

Asegura que en ese hospital vio lo peor de la guerra.

—De hecho, me había quedado con la idea de que esos chicos no se habían salvado, y muchos años después, en un foro que se llama Zona Militar, un oficial de la infantería marina me dijo que del hospital del pueblo donde yo estuve todos se salvaron y es como que me vino el alma al cuerpo, una mochilita menos que cargar. Porque si bien no era culpa mía, ves a alguien herido y decís: “¿Se habrá salvado o no?”. 

—¿Viste gente morir? 

—Morir al lado mío, no. Vi un muerto del regimiento 6, cerca del aeropuerto. Había caído una bomba, había muchos pedazos, un soldado tirado y dijeron: “Está muerto”. Y a uno le queda la imagen esa; obviamente uno no se arrima, no es como en un accidente… Si no te ibas, te sacaban los jefes; algunos eran más conscientes y trataban de cuidar, por eso capaz no nos informaron que íbamos a una guerra.

Convivir con la muerte no es sencillo. Y mucho menos cuando prima el silencio: en las islas nadie tocaba ese tema.

—Nosotros tuvimos la desgracia de participar en el derribo de un avión propio: el del comandante García Cuervas. El 1 de mayo nuestros pilotos despegaban del continente, combatían y volvían: tenían el tiempo justo. Pero el piloto vino, combatió y en vez de volverse, se metió en pelea de perro con otros Sea Harrier y ya no le daba el combustible para volver. Había un corredor en el que tenían prohibido entrar, donde estábamos nosotros; y él entró por ahí. Nuestra tropa obviamente tenía orden de tirarle a cualquier cosa que pase volando. El piloto pasó y lo destrozaron a tiros: fue a parar al agua y murió. Eso también podría ser una de las peores cosas que vi, pero ¿qué pasa? A nosotros nos dijeron que el piloto se había salvado. Y años atrás, en una charla en una escuela con mi compañero Guillermo de la Fuente, les comento la anécdota a los chicos y digo: “Por suerte el piloto se salvó”. Y Guillermo me dice: “No, el piloto no se salvó”. Pero es como decía: no nos podían decir lo que había pasado.

12 de junio

Ya dado de alta, Gerardo volvió a su posición, cerca del aeropuerto, donde estuvo 2 días. Ya sin poder combatir, todo lo que le quedaba era intentar sobrevivir. 

Éramos una sección de 27 hombres y dependíamos de otras unidades que abastecían a sus soldados, nos costaba mucho conseguir racionamiento. Y a veces, lamentablemente, estábamos más abocados a eso que a otra cosa. 

Gerardo cuenta que muchas veces era 1 sola comida al día, y que incluso pasaron hasta 5 días sin comer. Pero a veces no se daban cuenta: la tensión era más fuerte.

—La comida de campaña eran guisos, locros improvisados con lo que había… Cuando llegaba, lo poco que llegaba, que llegaba frío, duro, no importa, era comida; se comía, se disfrutaba, por decirlo de alguna manera. 

—¿Recordás algún olor? 

—Todos, de la turba, el humo, de la ropa sucia, de la pólvora, de la posición, del mar, hay muchos… Se nubla un día de abril y uno tiene esos recuerdos de la isla.

—¿Y ruidos? 

Antes me sobresaltaba todo lo que fuera muy fuerte, pero antes hace mucho; hoy en día, no. La última vez que tuve una reminiscencia fue en una manifestación: fuimos los veteranos a Buenos Aires y tiraron mucha pirotecnia. Había explosiones que se podían arrimar y enseguida uno empieza a mirar para todos lados, pero es un segundo, después se pasa, porque la pirotecnia es otra cosa, nada que ver.

—¿Qué es lo que más extrañabas? 

—Todo. Cuando me fui al servicio, estaba trabajando en un bowling en avenida Colón y en un taller chapista. Tenía amigos, hacía todo lo que hacían los pibes en aquellos momentos… 

Gerardo detalla que estaban armados con los Panhard, a los que define como unos tanquecitos de rueda de 90 milímetros con 12 ametralladoras, modelo 78. Eran nuevos y, según describe, les habían enseñado bien: era imposible fallar un tiro.  

—Pero estaba el otro factor: cómo reacciona uno en el combate —observa—. En mi caso, como el jefe de tanque había sido herido en el pie y cuando volví del hospital sólo estaba el conductor, el cabo formó una tripulación y no me llevó. Ellos fueron a apoyar el repliegue de las tropas y me agarré un enojo. Con los años, buscando información, me enteré que como yo había sido herido, nadie sabía cómo iba a reaccionar: podía entrar en pánico, asustarme, inmovilizarme, no tirar, tirar sin apuntar y darle a propia tropa… 

14 de junio

Gerardo tuvo miedo de no volver: si los ingleses habían caminado tanto para llegar hasta ahí, nada lo hacía pensar que iban a detenerse.

El que detuvo todo fue el general Mario Benjamín Menéndez:

—Cerca de las 14 salió con la banderita blanca, a pesar de haber dicho que iba a pelear hasta el último soldado. ¿Estuvo bien?, ¿mal? Salvó muchas vidas. Si no se hacía el alto al fuego, iba a haber muchísimos muertos de ambos lados, creo que 3 veces más de los que hubo dentro de la isla.

  • 🪖 Durante el conflicto murieron 649 soldados argentinos (323 estaban en el crucero General Belgrano, hundido por los británicos) y 1.063 resultaron heridos.
  • ✝️ También fallecieron 255 soldados británicos y 3 habitantes de Malvinas.

Hoy sobre Malvinas se dicen y se escuchan muchas cosas. Pero Gerardo se sitúa en el momento de los hechos y asegura que no fue algo descabellado:

—La recuperación de Malvinas y dejar las tropas a combatir fue decisión de los militares, pero fue apoyado por toda la población argentina. Ni el político más famoso de Argentina llenó tanto la plaza como ese 2 de abril. Incluso cuando cayó Puerto Argentino, el pueblo volvió a la plaza a gritar “no se rindan”.

Aclara que se trató de un conflicto armado, aunque adoptó la denominación de guerra por la cantidad de personal y la cantidad de material bélico que se utilizó.

—Pero no hubo declaración de guerra. Y en los 90, (el expresidente Carlos) Menem firmó la rendición de ese conflicto armado, porque sólo se había hecho un alto al fuego, o sea, estaba abierta la posibilidad de seguir reclamando en forma diplomática o bélica. Al firmar la rendición, quedó solamente la forma diplomática.

—Si hubieses podido elegir, ¿hubieses ido?

—Yo creo que sí, porque todo el mundo elegía ir. Hay un documental del periodista Nicolás Kasanzew, donde entrevistaron a jóvenes de 17 años que fueron a ofrecerse de voluntarios y les preguntaron por qué: “Yo ya lo hablé con mi padre y quiero ir a colaborar, son nuestras islas”, decían. Cuando empezó el enfrentamiento, hubo 200.000 voluntarios civiles para ir a la guerra.

Mucha gente quería estar. Entre ellos el papá médico y la mamá cocinera de Vanina Vitale, la pequeña de 9 años que en pleno conflicto armado sorprendió a la sección de Gerardo con una emotiva carta:

—¿Recordás que llegara ayuda desde Argentina? 

A nosotros nos llegaron cartas y abastecimiento militar, nada más. Sí recuerdo que cuando se hizo el alto al fuego y nos mandaron a galpones como prisioneros, el primero en el que estuvimos tenía comida, ropa, un montón de cosas. No se repartieron, no sé qué pasó, la logística fue muy mala. 

Gerardo cree que se tendría que haber estudiado mejor el terreno; que tendrían que haber aprovechado abril, cuando todavía había calma.

—Si vos tenés todo un regimiento arriba del monte, tenés que pensar cómo vas a hacer, porque si durante el mes de abril todo el mundo baja caminando a buscar las provisiones, sabés que si entrás en combate no podés bajar.

19 de junio

Tras estar 4 días como prisioneros en el aeropuerto de Puerto Argentino, embarcaron por la tarde en el buque hospital Bahía Paraíso y a la madrugada zarparon rumbo al continente. Al otro día llegaron a Punta Quilla, el puerto de Santa Cruz.

De ahí, un avión de la Fuerza Aérea los trasladó hasta Comodoro Rivadavia, donde a Gerardo le extrajeron la esquirla. Y al día siguiente partieron rumbo a Esquel. La próxima parada era Bahía Blanca, pero un temporal de nieve retrasó la vuelta 1 mes.

—¿Creés que fue una locura haberlos mandado a combatir? 

—No sé si una locura. Creo que se tendría que haber estudiado más, pero la recuperación de Malvinas se tenía que hacer. Quizás si hubieran esperado unos años más para tener la capacidad bélica para enfrentar a Inglaterra, se perdía el derecho a reclamo. Pero hay que entender una cosa: Malvinas se recuperó no con la intención de ir a la guerra, se recuperó con la intención de ir, plantar bandera. Y una vez que se plantó bandera, legalmente está hecho el reclamo. Entonces se podía seguir reclamando como se está reclamando hasta hoy. Después, el 2 de abril, todo el pueblo argentino a la plaza, y ahí sí los militares se envalentonaron y mandaron tropas. Pero tampoco pienso que haya sido una locura, los comandantes británicos dijeron que estuvieron a 2 días de perder la guerra porque ya no podían sostener la flota por el frío, por el mar embravecido… Eso no significa que hubiéramos ganado, seguramente iban a hacer una retirada y después iban a volver peores, pero también nos hubiera dado tiempo a nosotros. Pero esos ya son muchos hubiera… Pero no, no creo que sea una locura todo lo que sea reclamo de soberanía sabiendo que es nuestro.

—¿Creés que en algún momento se va a recuperar? 

—Creo que sí, siempre y cuando nosotros tengamos con qué ir a conversar. Muchos piensan que tener Fuerzas Armadas es para ir a la guerra y no, son para persuadir: “Eso es mío, vamos a charlar”… Cuando hay capacidad bélica de un lado y del otro, lo mejor es charlar; pero mientras no tengamos un país ordenado y defendido, Inglaterra jamás se va a sentar a charlar porque no nos consideran serios. 

21 de julio

Gerardo volvió a tocar suelo bahiense: llegó a las 3 de la madrugada, en el antiguo tren El Bariloche. Una fecha doblemente especial: al otro día cumplía 19 años.

No tenía contacto con su familia desde aquella despedida con su mamá y su hermana Nancy en la parada de la línea 500, en White. Y el reencuentro fue bastante silencioso:

—Se habló muy poco del tema porque nadie sabía cómo manejarlo… La famosa desmalvinización, pero a nivel familia: no era a propósito, estaban preocupados porque yo había cambiado mucho. El que volvió de Malvinas era el mismo por fuera pero por dentro era totalmente diferente. Una familia amiga me recomendó ir a una psicóloga y ella tampoco supo cómo manejar el tema. Yo me dediqué a lo mío: trabajar en el ferrocarril, donde estuve 12 años, y hacer deportes. Y pasó…

—¿En qué habías cambiado? 

—Me puse un poquito violento. Era muy intolerante con todo, después fue amainando… Yo volví muy enojado de Malvinas: estaba muy enojado con el resultado, con cómo se manejaron las cosas. Hoy sé que no había otra manera porque no había recursos, pero en aquel momento era joven y no podía creer lo que había pasado. Estuve un poquito volcado al alcohol, al cigarrillo…

Dice que se sentía un “gatito solitario”. Pero con el tiempo supo que muchos veteranos pasaron por lo mismo: para ninguno fue fácil luchar contra la indiferencia.

Hubo más suicidios que muertos en la guerra —resalta—. ¿Cuándo empezaron a descender los suicidios? Cuando la sociedad empezó a aceptar la guerra, cuando empezó a aceptar a los veteranos. Después de la guerra, los militares empezaron a tratar mal a los que habían vuelto de la guerra: “Ustedes perdieron”, todas esas cosas… Y en la vida civil, pasó algo parecido: había mucha indiferencia. Muchos exsoldados no podían conseguir trabajo, no podían encajar en la sociedad porque estaba el “¿por qué?”: por qué pasamos por lo que pasamos, por qué terminó como terminó. Y no hay respuesta. Pasó lo que pasó, pero ¿por qué el pueblo nos ignoraba? 

Hoy Gerardo cree que los políticos y los militares tenían que tratar de hacer desaparecer del consciente colectivo el tema Malvinas. Pero no lo lograron: el tiempo dio revancha y (mejor tarde que nunca) les llegó el reconocimiento.

—¿Lo sentís? 

—Sí, totalmente, si no, no estarían hablando conmigo, no me hubieran llamado tantas escuelas… Si algo de toda esa actitud que tuvieron las Fuerzas Armadas y los civiles causaron suicidios; hoy civiles, políticos, todos, nos curaron un poco.

—¿Qué te generó que en el Mundial se cante por los pibes de Malvinas? 

—Ufff. Mirá, a mí el fútbol no me gusta, no lo miro ni para los mundiales. Pero obviamente me enteré, lo busqué, lo vi y estuvo tremendo. Para mí son 2 cosas totalmente opuestas el fútbol y el tema Malvinas, pero que la gente lo haya sentido de esa forma en un evento mundial es fuerte y muy positivo realmente. Totalmente el polo opuesto de lo que fue en la década del 80, del 90 y parte del 2000.

—Con el tiempo, ¿pudiste hablar con tu familia sobre Malvinas? 

—Con mi vieja no alcancé, falleció en el 97. Y con mi padre no pude hablar nunca. Las familias en aquella época eran diferentes: no había mucha llegada entre padre e hijo.

Gerardo cuenta que él no pensó en el suicidio, pero sí se sintió dentro de un pozo. Lo rescató su amigo y karateca Jorge Tucker, que lo llevó por el camino del deporte.

—El tema Malvinas no se tocaba, pero ese muchacho me sacó todo el enojo que tenía. Y haciendo deporte, trabajando, lo fui superando. Bah, el tema de la guerra no se supera nunca, pero fui superando esa cosa que me molestaba tanto.

  • 🚂 Trabajó como guardabarrera y llevando trenes de pasajeros y de carga.
  • 👷‍♂️ También hizo albañilería y otras tareas por su cuenta durante 10 años.
  • 🧹 En 2004 entró en el ámbito educativo, como auxiliar de limpieza.

Y su familia se amplió: con su primer matrimonio tuvo 2 hijos, Juan (30) y Mariano (24). Y hoy está en pareja con Sandra y tienen 2 perritos: un beagle y una caniche.

Ya jubilado, dice que su vida es un poco aburrida. En 2019 tuvo un infarto y hay cosas que no puede hacer. Pero sigue con los ejercicios y con su pasión: fotografiar paisajes.

—¿Tenés algún miedo? 

—Los miedos pasan por los hijos. Ojalá puedan cumplir sus sueños, conseguir trabajo… Después, no hay algo que me dé miedo. Me preocupa sí la situación del país: no sabemos a qué nos estamos enfrentando, pinta bien pero no se sabe…

—¿Qué esperás de tus hijos respecto de Malvinas? 

—Las pocas veces que hablamos del tema, fueron muy comprensivos, pero se mantienen apartados. Están conmigo cuando tienen que estar, pero conmigo; de hecho yo tampoco estoy mucho con los veteranos. Saco fotos el 2 de abril y después no me ven en todo el año. Teníamos el centro veterano para hablar las cosas que por ahí no podemos hablar con ustedes, pero de mi parte eso nunca sucedió: cada vez que voy se habla de cualquier otra cosa, menos de Malvinas, y a mí no me sirve. A mí me sirve sentarme con una persona que haya estado en la isla y poder sacar todas esas cosas…

—¿Hay algo que no pudiste sacar todavía?

—Siempre hay algo que sacar del tema Malvinas, o sea, ya no tengo nada que contar, porque he contado toda mi historia. Pero siempre hay algo emocional para sacar. La última vez que fui a Esquel, en 2012, nos juntamos 10, 12, y siempre alguien se acuerda de algo que vos no, y son cosas fuertes. Por ejemplo, los clases 62 convivieron más tiempo en el regimiento, sabían sus días de cumpleaños, y un día uno le dio una sorpresa a otro haciéndole un café con leche para el cumpleaños. ¡Café con leche! No lo veíamos nunca, un hambre teníamos. Yo me había olvidado de eso y estaba ahí. No me había causado nada en el momento, pero con el tiempo dije: “Qué importante fue”.

Cada 2 de abril Gerardo se vuelve a emocionar. Aún siente bastante tristeza, pero también lo conmueve la gente que se acerca: le da “paz” saber que ya no son invisibles.

—Tampoco pretendemos… A ver, los héroes son ellos —dice señalando los nombres de los caídos en el monumento de La Falda y Cuyo—. Yo no soy un héroe, yo volví vivo, estoy vivo, hice mi vida. Puedo contarla, mal, bien, con tropezones, pero la cuento. Ellos no. Y ellos sí estuvieron combatiendo, murieron en una acción de combate real. Todos los que estuvimos en la isla somos veteranos de guerra porque estuvimos en la zona de combate. Algunos dicen “yo no soy excombatiente, soy veterano de guerra, porque yo sigo combatiendo”. Y yo digo “no, eso es una falta de respeto a ellos, a los caídos, a los que combatieron en los montes y vieron morir a sus compañeros al lado”.

—¿Cuál fue el mayor aprendizaje que te dejó Malvinas? 

—Hay muchos. Yo era un soldado conscripto, no había hecho carrera militar, y nunca entendí la poca comunicación entre el personal de cuadro y los soldados. Cuando volví a Esquel, lo primero que les dije a todos es que si algún día, toquemos madera que no pase, estamos en combate de vuelta, que se hagan amigos del que tienen al lado, sea subalterno, superior… Es la mejor forma de llevar adelante una situación de esas.

—¿Y qué le dirías a tu yo de 18 años que fue a Malvinas? 

Aguantá más, acercate más a tus compañeros, prestá más atención, no le des bolilla a ciertas cosas… Soy fotógrafo aficionado y soy curioso. A veces escribía cartas a mi familia y contaba dónde estaba, en qué lugar, con qué armamento… Nunca llegaron. Cuando volví a Esquel me dieron el paquete con los telegramas abiertos y me dijeron: “El servicio de inteligencia los lee y tus cartas no iban a pasar nunca porque vos estabas nombrando qué armamento tenías, dónde estabas; si esas cartas las agarraban los británicos…”. No necesitaban eso los británicos, tenían un sistema mejor. Pero era el protocolo. Entonces le diría: “Escribí otra cosa, tranquilizala a la vieja”.


Producción y texto: Belén Uriarte

Producción, videos y edición audiovisual: Tato Vallejos

Fotos: Fran Appignanesi

Idea y edición general: Abel Escudero Zadrayec


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