Producción y texto: Belén Uriarte | Editora de 8000
Fotos: Candela Schwam
Videos y edición audiovisual: Eugenio V.
A los 12 años, cursando la primaria en la escuela N° 6 de la primera cuadra de Caronti, descubrió que su camino iba a ser artístico. Un ejercicio de relajación en una clase de teatro le generó tanto placer que pensó: “Quiero que esto me suceda toda la vida”.
Hoy, a los 46, Paola Fernández es actriz, profesora, directora y fundadora de El Núcleo Teatro, ubicado en Las Heras 84.
—Lo que más me gusta es formar actores, entrenarlos, ayudarlos a desbloquear todas esas partes que tienen bloqueadas y hacerlos avanzar en la vida —le cuenta a 8000—, porque la mayoría de la gente que viene a tomar clases conmigo no lo hace porque quiere ser actor, sino porque está buscando reencontrarse consigo mismo.
Su formación comenzó en la Escuela de Teatro local y continuó en Buenos Aires y en Nueva York, donde aprendió un método que hoy implementa en sus clases: se llama Truth (“verdad” en inglés) y lo creó Susan Batson, “formadora de actores de primera liga”.
—A partir de juegos, de técnicas, logramos que la persona empiece a encontrarse con su sombra, sus ruidos, y empiece a desbloquearlos para que luego pueda interpretar desde la verdad absoluta a un personaje —nos explica Paola—. Una vez que uno se conoce bien, va a poder conocer al personaje y prestarle sus emociones, su cuerpo…
—¿El teatro sirve como una especie de terapia?
—Es un método muy terapéutico. Muchos alumnos me dicen que una clase específica de trabajo desde el método son como 30 sesiones de terapia. Porque sí, logra que uno pueda encontrarse consigo mismo, con su esencia, con su verdad, y empezar a sanar.
Sus primeros pasos como docente los dio en el Teatro Don Bosco: alquiló el escenario durante 10 años…
—Una locura linda, pero una locura. Fue una experiencia maravillosa que me hizo crecer un montón y darme cuenta de que esto es lo que me apasiona. Me gustó tanto y cada vez más el hecho de hacer funciones, de dirigir, que en un momento pensé que era hora de construir mi propio teatro.
Así empezó el sueño, que concretó en marzo de 2015 cuando las oficinas que funcionaban en Las Heras 84 dieron paso a la sala de El Núcleo, con sus baldosas negras y blancas, sus luces cálidas y varias filas de sillas rojas en escalera.
Paola se define como una persona creativa y aventurera, con muchas ganas de vivir, de pasarla bien, de divertirse y de compartir toda esa alegría.
Cree que lo más lindo es colaborar para que otros se puedan hallar con su niño interior y con aquello que realmente desean:
—Esa es la belleza. En las clases ocurren momentos muy mágicos, muy íntimos, que nos atraviesan a todos… Soy una persona muy creyente y considero que todos tenemos una misión. Mi misión es esa: a partir del teatro, ayudar a la gente a que vuelva a conectarse consigo misma y disfrute la vida.
—¿Qué es lo más complejo?
—Soy una apasionada por mi trabajo, no me resulta difícil para nada. Soy agradecida y me siento bendecida por poder vivir de lo que amo. Cada día es algo distinto, porque trabajo con personas de distintas edades y cada una viene con su historia de vida, con lo que le pasó en el día a día y creo que eso es algo que se abraza, que se contiene. Entre todos formamos un equipo maravilloso, no encuentro complejidades. Sí desafíos que se nos presentan, que muchas veces son la cuestión económica para montar un espectáculo o mantener la sala. Es una sala que está hecha a pulmón: yo soy la que dirige, la que vende la entrada, la que lava el piso, la que diseña e imprime el cartel… En el teatro independiente no tenemos un productor que pone el dinero, pero son desafíos que nos hacen crecer.
—¿Hay algo en particular que deba tener una persona para hacer teatro?
—Ganas de encontrarse consigo misma, ganas de divertirse, de aprender, de conectarse y de conectar con sus emociones.
—¿Qué significa transmitir lo que aprendiste?
—Es algo maravilloso: trato de contagiar a los otros el amor al teatro, acercarlos a la literatura, a ser buenos espectadores, a consumir arte en general. Me es muy placentero. Sigo estudiando, sigo entrenando en Nueva York. Soy una persona muy curiosa y me encanta saber más y poder dar más a toda la gente que se acerca a estudiar. Es imprescindible que uno siga actualizándose, empapándose cada vez más, para poder siempre brindarle lo mejor al alumno.
Hoy Paola dirige, y ya dejó de actuar. Pero en 2024 se dio el gusto de participar en la obra de microteatro La boda. Se puso muy nerviosa.
—Hacía como 8 años que no estaba en el rol de actriz, pero me encantó volver a hacerlo, no sólo por ponerme en escena sino para volver a sentir eso que siente el actor, esa adrenalina… Creo que me hizo tener más empatía con el actor.
—¿Es más difícil estar arriba o abajo del escenario?
—Estar abajo, pero es lo que más amo: somos el proceso creativo de todo ese montaje que vamos a hacer. En la cabeza del director está elegir la obra, los actores que van a interpretar, cómo vamos a encaminarla, hacia dónde la vamos a llevar… Todo lo maneja el director, y más en el teatro independiente, donde tenemos hasta la gráfica en nuestra cabeza. Para mí, dirigir es la parte más difícil, pero es la que elijo hacer porque me genera más desafío. La actuación sé que me invade de una manera que puedo sortear mejor. Hoy no lo hago tanto por falta de tiempo, porque realmente como actriz lo disfruto. Esa adrenalina que te corre es maravillosa. Me encantaría volver a actuar, pero que me dirija alguien: entregarme al juego de un director sería maravilloso.
Equivocarse en escena es moneda corriente al actuar. A Paola le pasó el año pasado, durante La boda. Pero pudo salir improvisando.
—Recién empezaba. Tenía que tomar una copa de champán y estaba tan nerviosa, porque hacía tantos años no lo hacía y sabía que todos los ojos iban a estar apuntados a mí porque, claro, soy la directora, soy la profesora, o sea: “Que lo haga bien”. Bueno, no me salió bien, pero se los vendí como bien ja, ja, ja. Cuando fui a agarrar la copa, se me cayeron un montón de cosas al piso y la copa terminó toda derramada en el vestido de novia que tenía, pero lo hice parte. Empecé a gritar: “Me mojé”. O sea, dije: “Si alguien no se enteró, que se dé cuenta”. Le pedí ayuda a otro actor, como que era parte de la obra. Es eso: improvisar, y acá no ha pasado nada. Si vos no mostrás que te equivocaste y lo hacés parte de la escena, el público no se va a dar cuenta.
—¿Es difícil separarse del rol de actor?
—Tenemos muy en claro que es un personaje que estamos interpretando. Lo que hacemos es sacarlo del texto literario y darle vida. Como actores le prestamos nuestra emocionalidad, nuestro cuerpo, pero teniendo en claro que es un personaje, que no es algo que nos está pasando a nosotros, porque si no, nos volveríamos locos. Por eso también es muy importante entrenarse como actor, trabajar métodos que nos ayuden a hacerlo de una manera correcta: que sea creíble, pero que no nos haga daño.
Paola prefiere no dar muchos detalles de su vida privada, aunque sí comparte que su rol más importante es el de mamá: con su hijo Lino, de 12 años, pasa la mayor parte del tiempo posible. Y también a él le tira el arte:
—Hace teatro, ha hecho publicidades y le encanta. Siempre dice que cuando sea grande se va a dedicar a algo artístico que ayude a la gente a divertirse. Me encanta que tenga ese concepto de ayudar a la gente primero, me parece maravilloso. Que planee eso para su futuro y que sea de la mano del arte es… chapó.
Y Paola tiene otro lazo inquebrantable:
—Son mis alumnos, los que toman clases, los que dirijo… Somos una gran familia: hay de distintas edades, cada uno con sus cuestiones, pero nos acompañamos, estamos, todos se conocen. A fin de año siempre hacemos una fiesta de entrega de los premios El Núcleo Teatro, donde viene desde el más chiquito hasta el más grande, los padres, abuelos, y compartimos una noche espectacular donde se entregan los premios al mejor actor de comedia, al mejor actor de drama, a la trayectoria, a las obras… Es un momento superlindo, divertido, cálido y de encuentro de ese núcleo que nos hace vibrar durante todo el año y nos llena de ilusiones.
🧒👩🦳 Asisten alumnos a partir de los 8 años, y no hay límite de edad. Entre los adultos, dice, “la mayoría nunca hizo teatro pero siempre fue su sueño”.
Paola nació acá y ama cada rincón bahiense y la conexión con su gente:
—Hace muchos años vivo en el centro, me conozco a todo el mundo porque uno va charlando con cada comercio, con cada vecino… Me encanta mi ciudad, la veo cada vez más linda: a pesar de todo lo que nos ha pasado, todos estamos poniendo mucha fuerza para seguir reconstruyéndola.
—¿Cómo ves la cultura local?
—Me parece maravillosa. A veces no tengo el tiempo suficiente para ir a recorrer y acompañar a otros colegas, porque estamos todos trabajando en el mismo horario, pero cuando tengo la posibilidad, voy. La cultura local es excelente. O sea: hay muchas propuestas en Bahía, cosa que no ocurría hace 25 años. Eso lo celebro y, desde mi lugar, seguir contribuyendo a nuestra cultura me encanta.
También destaca el apoyo, tanto del público fiel como del nuevo:
—Todos los fines de semana pregunto si es la primera vez que vienen a la sala y me encanta cuando se levantan un montón de manos. Es maravilloso que se siga conociendo el trabajo que hago en mi sala. Tenemos un gran apoyo, siempre la sala está llena, es superlindo trabajar con un público así, que te acompaña. Bahía es muy del teatro; es un público muy exigente, que sabe, y eso está buenísimo.
—¿Es importante el reconocimiento?
—Creo que todo actor y actriz busca eso: el aplauso. Es un tema de ego que no está mal, porque el oficio del actor también es un trabajo y todos queremos que nuestro trabajo guste, que sea bueno y que tenga un reconocimiento. Entonces, obvio, termina la función y esperás el aplauso, esperás que a la gente le haya gustado. Yo creo que el ego está buenísimo, simplemente hay que tenerlo bien colocado.
La tragedia que nos aguó tanto en marzo aún la conmueve. Le cuesta hablar. Aquella mañana perdió todo, como otros tantos bahienses. Y creyó que se había terminado la función: el esfuerzo de 20 años estaba bajo agua.
—Dije: “Bueno, hasta acá llegamos”. Pero el cariño de la gente, los mensajes, los llamados que recibía, me dieron la fuerza para seguir. Y los alumnos: venían hasta los niños y lloraban al encontrar todas sus cosas rotas o ver que el agua se las había llevado, destruido directamente. Recuerdo a una alumna, Clarita, llorando porque su vestuario preferido ya no estaba más. Y bueno, todos ayudando… sentí que tenía que seguir, que había que tomar un respiro y buscar estrategias para levantar la sala nuevamente. Fue darme cuenta de que mi trabajo sirve, de que la gente estaba muy interesada en que sigan mis clases y en que sigan las obras que elijo para poner en escena. Entonces dije: “No voy a dejar de hacerlo”.
La inundación cambió todo, incluso la cartelera. Recuperada la sala, Paola puso en escena Una noche para reír, constituida por 5 comedias de entre 12 y 15 minutos.
—Lo pensé con ese propósito: un espectáculo que lleve alegría a los bahienses. Me pareció que era lo que necesitábamos, lo más saludable.
🎬 La última función será el sábado 25 de octubre. Un día antes se estrenará la comedia Las irresponsables, escrita por Javier Daulte y dirigida por Paola.
En las obras trabaja con actores formados en su escuela. Dice que con ellos se entiende bien: comprenden el método y saben cómo los va a llevar. También es una forma de darles oportunidad a quienes la eligieron para aprender.
—¿Te genera un orgullo particular?
—Sí, es algo que me encanta, me motiva. Mientras hago las luces y el sonido, los veo brillar y digo: “¡Wow, todo lo que logramos!”. Pensar que cuando llegaron tenían un miedo enorme de pasar, de hacer una improvisación, un trabajo de texto o en cámara… A los directores generalmente nadie los conoce, porque conocen el producto final y al actor… pero estar atrás cobra mucha vida en el día de la puesta, cuando ves brillar a los actores y decís: “Ese es mi trabajo”.
—¿Cuál es el mayor aprendizaje de todo este recorrido?
—Confiar en mí, ser paciente. Y también, en este último tiempo lo que más aprendí es a decir “no puedo más sola” y pedir ayuda. Yo soy guía, scout, fui jefa de servicios y aprendí mucho a trabajar en equipos y demás, pero después cuando empecé en mi propio teatro quedé sola, y seguí así durante muchos años hasta que, con todo lo que ha pasado, tuve que decir: “OK, ya no puedo sola”. Y eso ha sido un gran aprendizaje.
—¿Qué es el éxito?
—No sé. A veces, la gente quiere el éxito, el éxito… y yo digo: “No sé qué es”. Me siento agradecida de poder elegir lo que quiero hacer cada día, agradecida y bendecida de seguir de pie. Los que me conocen saben que un tiempo estuve en una silla de ruedas; yo tuve Perthes (una enfermedad de la cadera), fueron años muy dolorosos, toda mi infancia, mi adolescencia, hasta los 28 años que recibí mi prótesis. Entonces, para mí el éxito es respirar, es estar vivo, es vivir. Es llegar a mi casa, que esté mi hijo y que me abrace. Tener gente con quien compartir un mate, confiar, reírse. Creo que va por ahí. Estar en paz. Ese es el éxito.
Paola proyecta y se visualiza haciendo lo que hace: no se imagina de otra manera.
—Amo mi trabajo, así que a futuro creo que mi vida va a ser de la misma manera, pero un poco más tranquila, estando un poco más en casa, compartiendo más en familia. Dirigiendo y formando actores… Y teniendo mi casa, que todavía no tengo.
—¿Qué le dirías hoy a esa nena de 12 años que sintió que el teatro sería para toda su vida?
—¡Ay, qué pregunta tan fuerte! Creo que simplemente la abrazaría. Y le agradecería porque nunca dejó de soñar, de visualizarse, de crear su futuro a pesar de todas las adversidades, de todos los dolores y de todas las pérdidas. Simplemente la abrazaría.
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La estrenamos para nuestro segundo aniversario. Estos son los episodios anteriores:
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🏉 Stephania Fernández Terenzi, ingeniera y rugbier: actitud ante todo
👨🚒 Vicente Cosimay, bombero voluntario: 24 horas al servicio
💁🏼♂️ Adrián Macre, colectivero y dirigente: manejarse colaborando
👩🌾 Delia Lissarrague, productora rural: aquel amor a la tierra
👩🍳 Margarita Marzocca, cocinera y jubilada: un gran gusto portuario
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🥁 Sebastián Lamoth, baterista, sonidista y papá: tocar con todo
🐝 Luciano Morales Pontet, apicultor y cooperativista: el enjambre productivo
👩🏫 Myriam Cony, maestra rural: sembrar futuro para cambiar el mundo
👩👧👦 Paola Vergara, voluntaria de la vida: hacer algo por muchos
🏋️♀️ Marina Danei, entrenadora y deportista fitness: hambre de luchar y superarse
📚 Laura Faineraij, bibliotecaria: un montón de páginas inolvidables
🥊 Johana Giuroukis, emprendedora y boxeadora amateur: va como piña
🏅 Gerardo Mancisidor, veterano de Malvinas: volver a ser visible
🚴♂️ Kevin Jerassi, encargado de la escuela de BMX: ahí va, pedaleándola
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👨🦯 Sergio Hernández, profesor y músico ciego: lo esencial está ahí
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🌩️ María Cintia Piccolo, meteoróloga y oceanógrafa: estrella de mar climático
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🎸Marcelo Bray, lutier, músico y emprendedor: la curiosidad sonora
Idea y edición general: Abel Escudero Zadrayec