🎼🗣 Pedro Garabán, director coral: voces, tiempos, silencios

Publicado el 11/26/2023.

TC  TCTCTC Prrrrr…

—Miralo, miralo. Es un lunático. A las 7 de la mañana vino a picotear la ventana hoy.

El pájaro carpintero macho vuela y Pedro vuelve a la mesa mirando los árboles.

—Así es mi vida…

Para unos, “el maestro”. 

Para muchísimos, el tipo que aletea con los brazos y marca el tc tc tc tc del tiempo mientras el coro canta.

Pedro Garabán es músico. Director coral.

—“¡¿Y eso se estudia?!”, me dicen. Jjjj.

En el barrio Pacífico, cruzando la calle que lo separa del canal Maldonado, en el cuartito del fondo: ahí está ahora. Dice que le llevó un tiempo ordenarlo.

En el piso hay 5 columnas inestables de partituras recién fotocopiadas, viejas y otras amarillísimas. En los estantes, que son para los libros, conviven J.K. Rowling, Erasmo de Rotterdam, Liliana Bodoc, Kurt Pahlen, Alvin Toffler, Maquiavelo y Tolkien

Como una alfombra, agitada, está acostada “Gala”, su perra. 

—¿Ese collar?

—Me lo regalaron hace poco en un viaje que hice a Venezuela para participar de un encuentro de coros y orquestas infantiles y juveniles. Desde acá puedo desandar un camino. Me lo dio una profesora de El Sistema, una directora de orquesta que trabaja en una reserva rodeada de ríos en Canaima, donde funciona un núcleo de coro, orquesta y banda de música popular clásica para que los niños y adolescentes de pueblos originarios puedan aprender música. Me lo traje como un amuleto.

Pedro Garabán es licenciado en Dirección Coral. Dirige el Coro Estable de Bahía Blanca, el Coro de la Universidad Nacional del Sur y el Coro Juvenil de las Escuelas Preuniversitarias de la UNS. 

Cumplió 35 años: nació acá el 18 de mayo de 1988.

—Esta foto es del primer coro que dirigí. Son amigos que aún conservo, y bueno… Estamos cantando en un casamiento porque así empezamos. Fue justo antes de irme a estudiar a Mendoza. Era muy chico.

—¿Qué le dirías a ese Pedro?

—Ahí estoy bastante ignorante de la técnica. Bastante ignorante de muchas cosas. Bué, como hoy… Me diría que tengo el gesto muy alto, aunque ahora hay veces que me veo dirigir y todavía está muy alto el gesto. Lo segundo que me diría es que el pelo largo no me quedaba tan bien como pensaba.

Sus estudios comenzaron acá, en el Conservatorio de Música; hizo 2 años de canto lírico y completó el ciclo formal en la Universidad Nacional de Cuyo. 

—Y me llevó más años de los que creía. Hice los módulos de introducción libre. Y empecé la carrera y empecé a trabajar. Al poquito tiempo me adoptó mi maestro Ricardo Portillo. Viajé mucho con los coros. Conocí muchas partes del mundo con la música.  Me recibí bastante tiempo después de lo esperado.

Pedro aprendió con referentes como Ariel Alonso, Elisabeth Guerra y Eduardo Ferraudi.

—¿Y ellos quiénes son?

—En esa foto estoy con Franco y Ulises, mis sobrinos. Falta León, porque no estaba en este mundo todavía. Pero me gusta esta foto porque les estoy mostrando regalos. Fui tío muy joven y hemos sido siempre muy cercanos. 

  • 👨‍👨‍👦‍👦 La familia más cercana se completa con su mamá Elba, su papá Juan, sus 2 hermanos Juan Manuel y José, los mayores; su cuñada Vanina, y su compañera Myrna, que tiene 2 hijos: Pilar Augusto.

—Tenés una pipa…

—Unas cuantas. Esta es en representación de mi padre. Mi viejo fuma en pipa desde los 18 años; tiene 76. Lo primero que me faltó cuando llegué a Mendoza era el olor de mi casa. Tengo una suerte de relación con los 5 sentidos que me han llevado a tomar decisiones a conciencia. Y esta ha sido una de ellas. Yo llegué a Mendoza y en los departamentos en los que fui viviendo necesitaba fumar para que hubiera algo de ese olor que a mí me traía a Bahía Blanca, a mi casa, a la siesta, a la sobremesa y a la presencia de mi viejo y mi vieja, que también viene con ese aroma.

—¿Ellos te apoyaron?

—Me he encontrado con esa pregunta y me resulta un poco chocante por el hecho de que elegí el arte como profesión, porque en mi caso nunca fue algo que se tuviera que apoyar o no. Mi familia lo hizo, sí. Pero a un ingeniero o a un médico no se le pregunta eso. La mía fue una decisión que tomé hace mucho, la de ser músico. Mis viejos cantaban en coro y vieron que tenía facilidad para cantar, recordar partes, y me llevaron al coro de niños de la Cooperativa Obrera a los 7 años y eso fue ininterrumpidamente hasta el día de hoy. Es complejo que a los 7 años un niño pueda decidir algo tan importante como eso que lo va acompañar para toda la vida. Hay cosas que están tan encauzadas en la naturaleza de uno que no hay momento en el que uno diga: “Estoy mal encaminado”. Que no tiene nada que ver con que lo haga bien o mal, sino con lo que me dicta el impulso vital.

—Te pedí que sacaras un libro de los estantes…

—Hoy puede parecer un cliché este libro. Debo decir que leo poco por cuestiones de tiempo, pero el hábito de la lectura es algo que me inculcó mi vieja. Es una gran, gran lectora. Es también una de esas personas con las que no se puede jugar ningún juego de palabras porque se conoce las más difíciles. Y este me lo regalaron cuando cumplí 11: Harry Potter y la piedra filosofal. Me marcó muchísimo, porque hoy siento que en todo ese mundo de fantasía encontré un refugio que no estaba exento de la creatividad, que es parte de mi cotidianidad. También cierta expectativa con cosas que a veces decimos que son magia y no es más que la capacidad de sorprendernos.

—¿Y esto que parece una varita?

—Es una batuta. No forma parte de la práctica de la dirección coral, pero cada tanto tengo la posibilidad de dirigir orquesta o ensamble y acá espera la oportunidad para ser usada.

—¿Qué hacés con las manos cuando dirigís?

—Los momentos más satisfactorios, en realidad, son cuando no hago nada. O donde hago menos cosas. En términos generales, el director encauza las voluntades de las personas que cantan; que cada una tiene su tempo vital, noción de cantar fuerte, suave, cuando esté en primer plano o darle lugar a otro. Todo eso se concentra en el gesto del director para que la cosa sea fluida y haya un discurso y sembrar en la psicología de quien escucha. Me preguntan si todo lo que hago significa algo. Hay tantos elementos dialogando que es imposible estar en todos. Lo que hago es convenir un lenguaje gestual que se entienda para todos, acá o en cualquier parte del mundo. Después, también me preguntan qué siento en los conciertos. Y la verdad es que disfruto más de los ensayos, del proceso creativo. De buscar, experimentar.

—¿Me mostrás qué dicen tus manos al aire?

—Sí, por ejemplo… Cantando al sol como la cigarra, después de un año bajo la… Con la mano derecha voy marcando el tiempo y esta mano, la izquierda, dice “Más suaaave”, dice “Crecé”, dice “Ahí nomás”. O dice “Vos un poco más, dale”. 

—La definición enciclopédica de coro es “un conjunto de personas que interpretan una pieza de música vocal de manera coordinada y dirigida”. ¿Para vos qué es?

—Esto viene de la Grecia antigua: el coro como una voz del pueblo. Ese concepto que se va replicando a lo largo de la historia en otros formatos pero no deja de ser eso: como una voz universal, o un grupo de voces que quieren decir algo o que no dicen nada, también. Es imposible que no se te venga la Novena Sinfonía de Beethoven cuando hablás de coro. Es ese mensaje de hermandad universal. Un coro también es una marcha, una manifestación. Ahí no hay director, pero lo que dirige es la necesidad, el hambre, la bronca, la injusticia. Después, un coro puede ser la tribuna de fútbol. Digo: para mí, un coro son personas que ponen su voluntad al servicio de querer decir algo, pero también no decir algo. Hace poco, en Venezuela, escuché un coro de manos blancas. Y esto es algo fuerte. Ese coro tiene una parte que canta y al mismo tiempo un grupo de personas hipoacúsicas, que no escuchan ni pueden emitir sonido vocal por cuestiones fisiológicas o neurológicas. Entonces, ese coro usa guantes blancos y una directora que va haciendo en lengua de señas lo que dice la canción, pero también como una suerte de coreografía de las palabras y las manos que va sucediendo con la música. Y eso es un coro también.

—La música es “el arte de crear y organizar sonidos y silencios respetando los principios fundamentales de la melodía, la armonía y el ritmo”. ¿Y para vos?

La música tiene que ver con la libertad, el amor y la verdad. Digo esto porque la búsqueda de la verdad, que es inasible para el ser humano porque es algo que se nos está vedado filosóficamente hablando, aparece por momentos como epifanía en la música. Tanto como intérprete u oyente, hay una fracción de segundo en la que digo: “¡Ah!”. No tiene que ver con lo bello. Tiene que ver con un estado de la conciencia que sólo se experimenta por el arte. 

—¿Bahía es un buen lugar para ser director?

—Sí y no. Desde un punto de vista práctico, es decir, vivir de esto sustentando las necesidades básicas, es complejo. Tengo colegas que dan clases, además. Eso es un poco injusto. Yo considero que estoy en una posición privilegiada, pero lo que para mí es un privilegio debería ser un derecho para todos: la posibilidad de vivir sólo de dirigir coros, que es lo que yo hago. 

—¿Qué te gusta y qué no de la ciudad?

—Me gusta porque es la tierra donde nací y quizás sea un condicionante. Bahía Blanca para mí es decir Argentina, es decir Latinoamérica. Estés donde estés, hay cuestiones de idiosincrasia de un pueblo grande. Acá tengo mi familia y gente que quiero, y crecí. También en Mendoza tengo amigos. Las cosas que no me gustan de Bahía son las cosas que me hacen quedar acá. O sentir que soy útil de alguna manera. Creo que no sólo en Bahía Blanca hay necesidades donde yo puedo aportar. Hay una cuestión que tiene que ver con fortalecer la formación de la dirección coral y poner en valor la importancia de la actividad para la vida de las personas. Y ciertas cuestiones de pensamiento que tienen que ver con algunas características del lugar desde lo ideológico o lo político.

—Supongamos que estamos en el compás 35. Qué indicación de tempo lleva hoy tu vida: alegre, vivaz, moderada, afectuosa… 

—Es una andante con moto. Caminando firme sin pausa.

—Tu carácter: ¿cómo lo definirías si fuera un matiz dinámico? Es un pianissimo, un pian…

—… ¡NO! Nooo. Es un forte. Un forte, sí. Un forte pero amable. 

—¿Lo podés mostrar?

—¿En mi carácter? Tendrías que provocarme, jaaa.

—¿Qué buscás que vaya creciendo y disminuyendo en tu carrera?

—Aprender es un poco eso al mismo tiempo. Tengo que aprender muchas cosas y para eso tengo que desaprender otras. No sólo se aprende lo que no está, sino que también se aprende sobre las cosas que se creían que estaban. Si tengo que ser concreto, porque estoy divagando un poco: debería ir creciendo la satisfacción y la seguridad en las convicciones, que siempre las tuve, pero siento que a veces están manifestándose por lo que año tras año ha sucedido en mi carrera. Y tendría que ir disminuyendo ciertas ansiedades, expectativas y algunos desbordes en… bueno, en las cuestiones que hacen que uno no esté tan contento, ja.

—¿Qué es lo que llega a alterar tus notas?

La injusticia me altera. Me altera la hipocresía y el poco cuidado con los demás. 

—Parecés una persona comprometida social y políticamente: está esa frase cliché que dice que a la historia hay que conocerla para no repetirla. Pero en la historia de nuestro país o de Latinoamérica, ¿dónde pondrías una barra de repetición?

—Lo que pasa es que fenomenológicamente la repetición no existe. O sea: vos caminás un trecho cubierto de nieve y cuando lo querés volver a pisar, tus huellas ya están marcadas ahí. Tu conciencia ya está sembrada con lo que acabás de hacer. Lo mismo pasa con la música: no hay repetición así. Entonces, si yo pienso en nuestra realidad, a mí me fascina que vivamos en ese modo, en el que tenemos la capacidad de sobrevivir y cierta manera de encarar la vida que le toca a la persona que nace en esta tierra, que no olvida y que resuena con todo lo que le pasa a lo largo de los años y que sigue. A veces aparecen las sobras de a lo que no se quiere volver, pero no hay una cuestión estática como en otros países.

—¿Qué de todo lo que rodea a un artista es sólo un adorno?

—Es difícil hacer música real, que no tiene que ver con un yo. Podés estudiar una carrera musical, podés ser un gran intérprete, pero no quiere decir eso que hayas hecho música, realmente música. Los adornos tienen que ver con embellecer algo, con agregarle cosas, que inteligente y cuidadosamente elegidos puede ser algo magnífico. Pero cuando el adorno es una manifestación del ego, ahí ya estamos en otro lado.

—Dirigís 3 coros. Pero acá estamos en un rincón de tu casa: rodeados de libros, instrumentos y partituras. Vivir en estado de arte a veces es asfixiante. ¿Dónde encuentra un respiro el artista?

—Yendo a la vida alienante de la persona del siglo XXI en contexto de capitalismo crudo, puedo decir que a veces necesito descansar un poco. Pero mi cabeza no deja de pensar. Lo que pasa es que el artista tiene un compromiso con la vida que está todos los días. Siempre hay una idea, porque siempre hay una urgencia; siempre hay un proyecto, porque siempre hay algo que decir. Aunque estés descansando. Si un artista está leyendo un libro, no deja de hacer arte internamente. Por ahí estas cosas parecen un esnobismo. O parecen un aspecto de nuestra vida que nos ubica en un lugar distante, por ejemplo, de quien trabaja en una oficina. Que en definitiva son elecciones. O no. Capaz que tiene que ver con eso, con la capacidad de elegir o dar un salto de fe. O de romper mandatos. Pero también de eso se compone el mundo.

—¿Qué partitura elegiste para esta entrevista?

—Rápidamente, el Requiem de Mozart.

—Un réquiem…

—Sí, una misa de difuntos.

—¿Podés ir al final de la partitura? ¿Qué ves?

—Una doble barra, que significa el final.

—Bueno, a todos nos llega esa barra. Para vos, ¿qué viene después?

—El corte final tiene un espacio de tiempo ínfimo después, que a veces es interrumpido por el aplauso de la gente, a veces no y se prolonga y es una sensación de (          ) qué acaba de pasar. A veces es silencio puro que no deja de ser música. Es como un eco de todo lo que acaba de sonar. Por eso decía que hay instantes en los que uno dice: “Ah, esto es la verdad”. “Esto es la libertad”. O “Esto es el amor”. Cosas que son tan difíciles de definir pero que se experimentan en un instante, que puede ser silencio. En el corte hay una incógnita. No sé qué viene después. La verdad es que no sé. Mi relación con la muerte ha ido fluctuando. Durante mucho tiempo tuve una relación de miedo. No por mi muerte, sino por la de los demás. Y la música me fue abriendo ventanas para mirar eso de otra manera. Pero lo que pasa es que la muerte es algo nuevo y un estado de posibilidad. Entendiendo eso, uno empieza a transitar su finitud de una manera distinta. Así que, bueno, no sé qué viene después. Por lo pronto, hay que seguir haciendo música y descubrirlo en esos momentos de certeza.


Texto: Maximiliano Buss

Producción, videos y edición audiovisual: Tato Vallejos

Fotos: Fran Appignanesi

Idea y edición general: Abel Escudero Zadrayec


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