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👩‍⚕👶 Mariel Pérez, partera: la magia de recibir vidas

Nuestra gente, nuestra mirada, nuestra ciudad.

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―Me gusta la adrenalina de la guardia, la urgencia y el momento del parto, tanto acompañar a la mujer en el trabajo de parto como la parte del nacimiento ―le dice a 8000 Mariel Pérez, licenciada en Obstetricia.

Cuenta que las obstétricas tienen varias funciones: dar el curso de preparto, hacer el control del embarazo y el puerperio, acompañar la lactancia y la anticoncepción. Pero en su caso, hoy sólo se dedica al trabajo de parto en las guardias.

Nacida hace medio siglo en Cabildo, Mariel lleva 28 años (o sea: más de la mitad de su vida) en el Hospital Penna. Y también trabaja en la clínica Osecac y en el Hospital Privado del Sur.

―¿Por qué elegiste esta profesión? 

―Fue algo casual. No sabía qué estudiar a los 18 años y una mamá de una amiga me dijo: “Mi hija se va a estudiar a La Plata y hay una carrera en la que ayudás a que nazcan los bebés”. Dije: “Bueno”, y me fui a La Plata. Ahí fui conociendo pasito a pasito la licenciatura en Obstetricia y me enamoré, ¡me encantó!

―¿Recordás algo de la infancia que se relacione con los chicos o la medicina? 

―No… Mi abuela decía que tuvo los 12 hijos en el campo y mi abuelo ayudaba, capaz que de ahí viene, pero después no tengo nada. Yo viví en el campo, mis papás eran agropecuarios, mi mamá ama de casa, después hizo repostería…

Mariel estudió en La Plata, se recibió en 1993 y se quedó 2 años más, trabajando en el Hospital de Solano y en Quilmes. Luego pegó la vuelta. Su primera guardia de 24 horas acá fue el 31 de diciembre de 1995, en el Penna, sin cobrar un peso.

Estuve 11 años ad honorem, hasta que me nombraron. Era así el sistema: para que te llamen de los lugares de trabajo, tenías que hacerte conocida, y el lugar donde todo el mundo te conocía era el Penna.

En esos tiempos no había residencias. Las parteras se acercaban a la guardia, se sumaban a los equipos de trabajo y así iban aprendiendo.

―¿Cómo viviste durante esos 11 años ad honorem? 

―Vivía con mis padres en Cabildo y viajaba a hacer la guardia. En el 96 ya empecé a hacer reemplazos en los privados y abrió la clínica Osecac, así que ahí empecé con una guardia compartida. Tenía los ingresos de los privados, pero seguía viniendo al Penna.

―Arrancaste un 31 de diciembre: ¿siempre trabajaste en las fiestas?

―Al principio te toca. Cuando sos más grande, lo van haciendo las chicas más jóvenes. Pero sí, muchos años hice fiestas. Ahora ya no.

Recuerda aquellos momentos con alegría: la familia hospitalaria solía llevar a los suyos para brindar en multitud. Pero no siempre ocurría a la medianoche: a veces, el Año Nuevo llegaba con un nacimiento y el festejo se trasladaba a la sala de parto.

Hoy Mariel está a cargo del grupo de colegas:

―Obstétricas no es lo mismo que obstetras ―aclara―. Obstétricas somos las licenciadas en Obstetricia: las antiguas matronas o parteras. Y los obstetras son los médicos ginecólogos que se encargan de los embarazos normales y patológicos. 

Sigue:

―A mí me encanta el hospital. El Penna profesionalmente fue mi primera casa: acá estoy acompañada, entro y todos todos me conocen, es como una pequeña familia.

Siente lo mismo que al comienzo, aunque algunas cosas fueron cambiando, como la cantidad de compañeras. Al abrirse la residencia en 2010, el número creció: hoy son 16 y trabajan al menos 2 por guardia. Y a nivel ciudad ocurre lo mismo:

―Hay más obstétricas. Y hace 1 año se abrió la carrera en la Universidad Nacional del Sur, así que ¡va a haber un semillero de obstétricas!

El Penna atiende la mayor cantidad de partos bahienses y de la región, al ser la única maternidad pública. Pero hay cada vez menos:

Bajó un montón la cantidad de nacimientos, como un 40%. Hoy en el Penna no llegamos a los 2.000 y hace unos 9 o 10 años teníamos 3.000 nacimientos. Y en privados también, hará 1 o 2 años que se nota el descenso en la guardia.

Mariel lo atribuye principalmente al mayor control de natalidad, a la crisis económica, a la interrupción voluntaria del embarazo y al crecimiento de la anticoncepción.

Nota una gran diferencia entre públicos y privados. En los primeros se detectan más embarazos adolescentes aunque, a diferencia de años anteriores, ya no ven la gran multípara, es decir, mujeres que tienen 7, 8, 9 hijos. En los privados, en cambio, la maternidad suele llegar después de los 30.

Mariel recuerda que la paciente más chica que le tocó acompañar tenía apenas 12 años y había sido abusada, pero continuó con el embarazo y tuvo un parto natural en el Penna. Y la más grande andaba en 52 o 53 años: un embarazo complicado, atendido en el ámbito privado.

―Después de los 36 hay cada vez más riesgo. Lo que pasa en privado es que hay más cantidad de mujeres arriba de los 40 y hasta de los 50, por la fertilidad.

―¿Cambia el trabajo si tenés que atender a una adolescente o a una mujer grande? 

―Por ahí una tiene que estar conteniendo o acompañando más a la adolescente, pero la primeriza también tiene el temor a lo desconocido, así que una va viendo qué paciente necesita más. Siempre digo que una guardia con 2 o 3 trabajos de parto de primeriza te chupa toda la energía.

―¿Cómo es traer una vida al mundo?

―Es emocionante porque es un momento mágico. En un matrimonio primerizo, entra a la sala de parto una pareja y sale una familia, ¡es maravilloso! La verdad, es lindo: uno comparte ese momento con la mujer y con la pareja, y yo me siento muy, muy cómoda acompañando. Siempre la gratitud de ese momento es fantástica.

―¿Y cómo se manejan los nervios de las pacientes, sobre todo en situaciones complejas? 

―Siempre hay métodos. Se da el curso preparto, pero no todas tienen la posibilidad de hacerlo, entonces en el momento del trabajo de parto, en esas horas (porque llevamos acompañando a la mujer capaz que 6, 7, 8 horas) una le va aconsejando, la respiración, posturas… Acá en el hospital público tenemos la ducha y las metemos en la ducha, les damos distintos ejercicios, y ahí vamos acompañando a la mujer en todo el proceso.

―Hoy creció la práctica de parto en el agua, ¿en el Penna no se hace? 

―Acá todavía no. Tenemos una camilla nueva de parto y una habitación con pelotas, banquitos, para ayudar a la postura de la mujer en el trabajo de parto. No tenemos bañera, pero le ofrecemos la ducha y que se siente en el banquito: el agua relaja, acorta el período de dilatación y la mujer la pasa mejor. Parto en el agua en Bahía Blanca se está haciendo en el Hospital Italiano y ahora se inauguró la sala en el Privado del Sur. No me tocó todavía, pero debe ser maravilloso.

―¿Para el bebé también es beneficioso?

―No tiene tanta diferencia. El mayor beneficio es para la mamá. El bebé sale del ambiente líquido del útero, entra en el ambiente líquido de la pileta y sale a la superficie. El beneficio que tiene el bebé es el contacto piel a piel con la mamá.

Según Mariel, en el hospital intentan que la paciente ingrese en un franco de trabajo de parto a partir de los 3, 4 o 5 centímetros de dilatación, y que el tiempo previo lo pase en su casa porque si no terminan siendo 12 horas de internación.

―¡Se hace muy largo! ¡Es un montón! Pero si vienen a partir de los 3, no es tanto el tiempo de internación y es la parte más intensa del trabajo de parto. Ahí se internan, pasan el trabajo de parto en una habitación y pueden tener el parto ahí o pasar a la sala de parto. A veces lo hacen en silla de ruedas, otras pasan caminando.

No recuerda con exactitud el trabajo de parto más largo que le tocó acompañar, pero remarca que en el caso de las primerizas suele llevar unas 12 horas:

―Se hace largo… También está la que viene, la mirás y decís: “La mando a la casa”. Y no, está con dilatación completa y va a sala de partos. Cada mujer es diferente.

Cuando empezó, los padres no tenían permitido acompañar a las madres, pero al tiempo se modificó. Y el Penna fue pionero.

La mujer la pasa mucho mejor cuando está acompañada por una persona, por su pareja, por su mamá, por una amiga, por alguien que la contenga… Y es mágico, la emoción y el dolor de la mujer es fuerte, pero cuando el hombre se emociona y llora, ahí lloramos todos, es un momento único.

―¿Durante la pandemia las mujeres entraban solas? 

―Dejábamos pasar a la pareja. Éramos medio como astronautas, pobres mujeres, al principio venían y nosotras teníamos las antiparras, el casco, el barbijo, debe haber sido duro para ellas encontrarse con eso. Fue duro; se trabajó más porque había gente de licencia… A pesar de eso, yo recién me contagié a fines de la pandemia. 

Entre sus miles de anécdotas, aparece aquella en su pueblo, donde hacía control de embarazo e iba en bicicleta a ver pacientes: todo gratis.

―Me llamaron a mi casa, fui y cuando llegué había una señora sentada en la vereda, bajo la sombra de un árbol, con contracciones. ¡Era un gemelar y estaba con 6 centímetros de dilatación! Llamé a la ambulancia y me subí con la malla debajo del ambo. ¡La trajimos volando! Un gemelar, 6 centímetros, en Cabildo no puede nacer…

Pero la ambulancia llegó a tiempo y salió todo bien. Como la mayoría de las veces.

Cuando el desenlace es otro, se hace terrible.

―Nosotras trabajamos en la parte más linda de la salud porque recibimos vida. En un alto porcentaje, los nacimientos son naturales y sale todo bien. La gente quiere garantías del nacimiento, porque la familia se embaraza y ya proyecta la vida de su hijo. Lo duro son los malos resultados. Esa es la parte más fea. La muerte fetal es lo más terrible: el silencio de la sala de parto ante un nacimiento de un feto muerto es el silencio de la muerte.

Entonces se extiende una mano y a veces se da alguna palabra de cariño, dice Mariel. Y cree que la mujer y su pareja deben estar con su bebé y verlo, porque es un proceso que la familia tiene que pasar.

―Duele. Es el día de hoy que me moviliza. Es la parte más fea de la profesión.

La muerte materna también es un espanto, pero a Mariel nunca le tocó: en general, ocurre a los días, porque la mujer pasa a terapia y luego fallece.

Son momentos que uno nunca quiere vivir. Lo estudiamos en la facultad, lo vemos, pero vivirlo es durísimo. 

―¿Tienen un equipo de psicología para ustedes y las pacientes? 

―No, la psicóloga perinatal recién ahora se está implementando en algunos lugares, pero acompaña más a la paciente, no tanto a los profesionales. Estaría bueno, porque a nosotras nadie nos acompaña, nos acompañamos entre nosotras: es decir, hablamos, pero no hay nada escrito, no hay ningún protocolo.

―¿Pasó que llegue alguna chica en trabajo de parto sin saber de su embarazo? 

―Un montón. Se da: lo que pasa es que lo que la cabeza niega, el cuerpo no lo siente. Y sí, es una sorpresa, una revolución para la mujer, para la familia, para todos, pero generalmente esos nacimientos salen bien.

―¿Y se ven situaciones que antes no, como bebés con abstinencia por adicción de la madre? 

―Un poco más que hace unos años, pero no tanto. Y patologías se vieron toda la vida.

Mariel vive en Bahía desde 2000. Está en pareja con Daniel y tienen 2 hijos: Tomás, de 11, y Matías, de 9. Los tuvo a los 39 y 41 años, por cesárea.

―Tenía ganas pero no pude tener parto natural. Hice un desprendimiento de placenta y terminé en una cesárea de urgencia.

Su mamá Silvia, apodada “Chiquita”, y su papá Juan son pilares en su vida y fueron fundamentales en los primeros años de sus hijos, porque su marido trabajaba en el sur y ella tenía guardias de 24 horas.

―Mi mamá viajaba desde Cabildo y a veces hasta se metía en mi cama para que no se despierten, y yo me venía a trabajar. Se quedaban las 24 horas en mi casa porque… ¿cómo hacía con los nenes chiquitos? ¿A quién dejaba en mi casa?

―Saber de qué se trata, ¿te ayudó a transitar el embarazo con más tranquilidad?

―No tanto, no te creas…

―¿Tener más información es peor? 

―Sí, sí, ¡ja, ja! Es peor. En general, cuando una persona tiene un test positivo dice que está embarazada, y yo cuando me dio positivo le dije a mi amiga: “No, esperá que hay que tener la ecografía, que esté el saquito, que se vea el embrión”. Y me dijo: “¡Qué complicadas que son ustedes!”.

El miedo es parte del proceso. Mariel no sintió tranquilidad hasta parir: al principio está la amenaza de aborto; después, la posibilidad de que nazca prematuro.

Dice que no se imagina haciendo otra cosa. Sus hijos suelen preguntarle qué haría si no estuviese en el hospital, y no tiene respuesta: la obstetricia es su pasión.

Una de las cosas más lindas es el reconocimiento de la gente. Tiene pacientes que le siguen agradeciendo después de unos cuantos años. A muchas incluso las tiene en Facebook y por ahí va siguiendo el crecimiento de sus hijos.

―Siempre recuerdo a una señora de Laprida hipertensa, que vino a Osecac y tuvo un bebé de 28 semanas, reprematuro: Gabriel. Ahora manda fotos y está así ―dice, marcando con su brazo una altura superior a la suya.

El bebé más chiquito lo recibió en el Privado del Sur: tenía 23, 24 semanas, y todo salió muy bien. Y ahora es otro de los gigantes…

―¿Qué te produce ver tan grandes a esos bebés prematuros? 

―La verdad, es un milagro. Lo vemos y no lo podemos creer. También hay amigas que una ha atendido en alguna urgencia y cada vez que nos reunimos dicen: “Gracias”. Yo no hago la cesárea, pero cuando llegan a las guardias en los privados las recibimos y hacemos el diagnóstico. La obstétrica de guardia salva la urgencia, aunque después le agradezcan al médico. Pero bueno: algunas se dan cuenta y nos agradecen.

El mayor aprendizaje que le dejó la obstetricia es la empatía, saber ponerse en el lugar del otro y acompañar a la persona en la alegría y en el dolor.

―¿Qué le dirías a la Mariel que a los 18 años decidió estudiar esta carrera? 

Que siga adelante, que lo haga con la pasión que lo hizo, que está bien todo lo que hizo. Tal vez no trabajaría tanto gratis, trabajé muchos años gratis… Pero bueno, nada, fue todo aprendizaje: lo hice con alegría. Y lo volvería a hacer.


Producción, videos y edición audiovisual: Tato Vallejos

Producción y texto: Belén Uriarte

Fotos: Eugenio V.

Idea y edición general: Abel Escudero Zadrayec


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