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#SeresBahienses | 🧠🎵👨‍🏫 Fernando Luciani, psicólogo, músico y docente: al son de los deseos

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―¿La terapia es para los locos?

―Todo lo contrario. Hacer terapia es estar sano o querer estarlo: darte cuenta de que algo no anda bien ya es un síntoma de salud. Si vos no lo compartís, no lo sacás, no lo descubrís, está enfermándote. O sea: la “no terapia” termina siendo para los locos.

Así de contundente es Fernando Luciani: bahiense, 51 años, psicólogo y también músico y docente. Vive con 3 pasiones integradas.

Se define como alguien que es (o pretende ser) coherente, auténtico, reflexivo, emocional, bastante empático, curioso, ansioso y calentón. Pero sobre todo, un aprendiz constante, fiel a sus deseos:

―Al menos siempre intenté perseguirlos ―le dice Fernando a 8000―. Por eso siento que me estoy definiendo todo el tiempo. No me gustan las definiciones acabadas.

―¿Y qué es el deseo?

―Para Occidente, es el principal motor de la vida. Aclaro esto porque para Oriente es como algo negativo: el budismo habla de la supresión del deseo, pero es otro tipo de deseo. Para los occidentales, el deseo es una de las cosas a las que hay que darle mucha pelota. Para mí, también es la espontaneidad, las pequeñas cosas… Lo que yo necesito, quiero y siento hacer tiene que ver con el deseo.

Fernando es de familia con tradición italiana y uno de sus recuerdos de la infancia tiene forma de mesa dominguera con más de 20 personas comiendo tallarines. Y lo disfrutaba, tanto como pasar tiempo en espacios grandes.

Vivía en un departamento chico del barrio Pedro Pico y le gustaba mucho ir a lo de sus abuelos, jugar al básquetbol en Olimpo y compartir con otros chicos en el jardín de infantes N° 903 y luego en la escuela N° 5.

Hoy su familia está compuesta por mamá Yolanda y papá Raúl, de 79 y 83 años; el hermano mayor Pablo, que es contador, más 1 sobrina, 2 sobrinos y 3 ahijadas. Pero Fernando no se reúne como antes:

―Ahora me cuesta un montón. Forma parte de mi vida… Aparte, algunas personas ya no están más y esas costumbres ya no están tanto…

Disfruta mucho de la soledad. Sobre todo, después de la pandemia en la que pasó horas y horas hablando frente a la pantalla.

Cuenta que tuvo 2 convivencias: casi 9 años con una chica en Mar del Plata y 3 años y medio con una de acá. Hoy elige vivir solo. Bueno: tiene a su gato, “Sónico”.

―¿Qué es lo más difícil de la soledad?

―A veces es no poder compartir la palabra. Pero de alguna manera lo hacés: escribiendo, haciendo un pódcast… Hay algo de la soledad que me reconforta un montón, no le veo nada difícil. Tiene como mala prensa, incluso en el sentido del costo que puede tener. Yo supongo que es difícil para las personas que no la eligen, aunque me parece que de alguna manera siempre lo estás eligiendo.

―¿Decís que es más fácil estar solo que convivir? 

Totalmente. La convivencia te quita momentos de soledad. Y aparte, estás todo el tiempo espejándote, siendo espejo de la otra persona, y eso puede ser muy heavy. Pero está bueno intentar todos los estadíos: vivir con tu familia, solo, en pareja…

Fernando fue primero músico, luego psicólogo y finalmente se hizo docente.

Las primeras clases de guitarra y sus primeras letras ocurrieron en Mar del Plata, donde vivió durante los 90 y donde también estudió Psicología.

Allá integró la banda La Antigüedad y acá fue parte de La Puñalada (tango), Laberinto (canción de autor), Tripa Corazón (canciones acústicas), Los Árboles (rock), Los Chacras (música natural) y Chichiriquiatas (fusión).

Dice que la música es un cable a tierra que le permite conectar consigo mismo. Y su casa da cuenta de eso: tiene una amplia discografía, compuesta por algunos vinilos y miles de CD y casetes. Hay de todo, aunque prefiere la música argentina y el rock. 

―La palabra rock es algo muy amplio, engloba un montón de cosas… Para mí, Atahualpa Yupanqui es rock, Astor Piazzolla también es rock… Tiene que ver más con una intencionalidad, una ideología, una forma de pararse ante el mundo y de decir.

Fernando toca la guitarra, hace percusión y canta: como solista, sacó 3 discos con un amplio repertorio que comparte en su Instagram y en distintas plataformas.

Así suena, por ejemplo, Corazón tecno, que dura 1 minuto y la compuso en un taller:

En el colegio secundario, Fernando supo que quería ser psicólogo… aunque estudiaba perito mercantil en el Don Bosco.

―Tuvo mucho que ver la literatura y todo lo que a mí me interesaba de los músicos. Era muy curioso de las entrevistas, me fijaba mucho en la psicología del músico

En 1990 arrancó Psicología en el terciario, pero a los meses tuvo que abandonar por culpa de una carta que recibió su mamá con mucha pena: debía presentarse para hacer el servicio militar.

―Yo que tenía mi vida armada acá, aparezco a la semana en Santa Cruz, en Río Gallegos. Porque la noticia no fue solamente ir al Ejército, sino también que nos trasladaban a 3.000 kilómetros, con 18 años.

Y fue duro. Muy duro.

―Me recontracagué de frío. De hambre no, pero sí estaba repodrido de comer siempre lo mismo. En los 90 en la Patagonia no había nada… Una frase que me quedó decía: “El soldado no piensa”. Y yo, todo lo contrario: tengo una gran compulsión al pensamiento. Es una cosa que necesito hacer, que hago inevitablemente y que por supuesto hice allá. Le encontré la vuelta escribiendo: escribía muchas cartas.

―¿Había maltrato?

―Por supuesto. El Ejército es casi igual al maltrato. Las Fuerzas Armadas para mí son sinónimo de eso, de alguna manera. No quiero generalizar para no lastimar a nadie, pero si vos le dices a alguien, tenga la edad que tenga, que haga salto de rana, cuerpo a tierra y se arrastre durante 200 metros… ¡Si eso no es maltrato, por favor! Ya hay maltrato con la obligatoriedad de que te cuelguen un fusil, con tener que aprender a disparar sin tener ganas. La pérdida de libertad es maltrato.

―¿Rescatás algo positivo? 

―Sí, lo pude ver con el tiempo. Me di cuenta de cómo me la bancaba, de las fortalezas… A veces, las situaciones extremas nos hacen conocernos. Y rescato un par de compañeros con los que seguimos viéndonos y por ahí nos cagamos de risa recordando cosas, aunque ellos se cagan más de risa que yo…

Estuvo 2 años en la colimba, volvió a Bahía y enseguida se fue a Mar del Plata a estudiar. Pegó la vuelta recién en 2000, ya como psicólogo. Y desde entonces, atiende acá: lleva 25 años de consultorio.

―¿Cómo definís a la psicología? 

―Pretendo que esté en constante construcción. Me molesta mucho que esté definida como algo acabado y no como algo que tenga que ir modificándose con los cambios sociales. Uno puede encontrar una definición, como el estudio de la conducta o de la psiquis, pero es mucho más que eso. Es algo muy dinámico y de contexto: cada lugar tiene una psicología diferente, y las formas de intervención son diferentes con cada persona. Me considero una persona ecléctica. Más que las teorías, lo principal en una terapia es el vínculo: si no hay un buen vínculo, lo demás no tiene mucho efecto.

Arrancó dando clases en 2007. Tras un programa de capacitación en la Universidad Nacional del Sur, armó un proyecto inspirado en un seminario sobre filosofía y rock, lo presentó para los colegios de la UNS y se lo aprobaron por unanimidad. Y ahí sigue: da la materia Rock en la Escuela Normal.

―¿Qué tan difícil es enseñar hoy?

―Bastante. Lo que está pasando hace que el dispositivo institución sea complicado, por lo tanto enseñar no es tan sencillo. Tengo mucha energía, me gusta poner el cuerpo y desde hace 15 años doy una materia que inventé yo, pero a pesar de eso me cuesta. Es algo que está pasando en general, desde la pandemia veo a los chicos muy mal en las cuestiones de socialización, en los estados de ánimo, en la ansiedad. Ahora la sensibilidad está muy a flor de piel, entonces veo a 2 chicas llorando, paramos un poco, nos ponemos a hablar y eso les encanta: hay una necesidad de contarnos.

Si bien sus 3 pasiones conviven, profesionalmente dedica más tiempo a la psicología.

A la capacitación constante, se suman horas y horas de consultorio. Atiende en su casa: armó un espacio de luz cálida, donde ningún objeto está puesto al azar. Hay un viejo teléfono, una radio, una máquina de escribir… artefactos que usó y hoy representan una clave de su vida: la comunicación.

―¿Qué es lo que más te sorprende en el consultorio?

Me sorprende el nivel de profundidad al que se puede llegar y cómo la persona o las personas comparten su vida con vos. Eso tiene mucho valor. Vivimos con la cabeza puesta bastante en nosotros mismos y muchas veces cuesta hablar y compartir, entonces no quiero dejar de sorprenderme cuando eso sucede. Si no, te transformás en un robot. También me sorprende la posibilidad de ir renovándose, ¡me encanta!

En su consultorio no hay escritorio ni ningún objeto que se interponga entre él y el paciente. Tampoco es casual: la comodidad le resulta importante para construir un vínculo y trabajar en conjunto. Enfatiza eso: que no todo recae en el profesional ni todo recae en el paciente.

―¿Qué es lo más importante en un vínculo?

―La confianza. Parece retrillado, pero cuando no está la confianza, se va todo a la mierda.

―¿ Y se recupera la confianza? 

Sí, pero mediante hechos que tengan durabilidad en el tiempo. Y también depende de la persona que perdió la confianza. Si la persona se quedó con rencor o muy dolida, a veces la otra persona decide que ya está y entonces es irrecuperable. 

―¿Es un problema que hoy haya tanto vínculo online y menos vínculo cara a cara?

―Sí. El vínculo no es el mismo, claramente. Se habla mucho de eso. Yo creo que no es una mala palabra lo virtual ni los vínculos virtuales, pero sí es un problema si son solamente virtuales. Lo ideal es que estén las 2 cosas. No podemos dejar de lado lo virtual ni prescindir del encuentro: el encuentro es algo único.

Una vez, a principios de año, fue a comprar al almacén que está a la vuelta de su casa y pidió pañuelos descartables. Pidió unos cuantos:

―¿Tanto hacés llorar a tus pacientes? ―le preguntó la vendedora.

―En todo caso, lloran solos ―respondió Fernando.

Y entonces saltó otro cliente:

―¿Vos sos psicólogo? ¡Está de moda hacer terapia!

Fernando volvió a su casa con esa frase resonando en su cabeza, y de ahí surgió “Terapia de moda”, su reciente audiolibro que se transformó en pódcast, un espacio donde mecha la palabra con la música y cuenta su propia historia.

―¿Vos creés que ir a terapia es una moda?

―Pretendo que sea algo genuino. Si es una moda, no dura

Entre los sufrimientos que pululan por su consultorio, sobre todo le preocupan las ideas suicidas o los intentos, perder el instinto de vida, la motivación de vivir.

―Es algo que está ocurriendo y un desafío: trato de estar muy cerca y de acercar a las personas al arte, al deporte, que no fallan. No importa cómo lo hacemos sino hacerlo.

―Mirando hacia atrás, ¿qué le dirías a tu yo de los comienzos? 

―¡Wow! ¡Qué pregunta…! Le diría que no deje de jugar y que no abandone los deseos: si no le damos pelota al deseo, nos frustramos. La frustración muchas veces se produce cuando no hacemos algo que sabemos que tenemos condiciones para hacer. Yo no me puedo sentir frustrado por no ser profesor de Física o un deportista de alto rendimiento porque no tengo las condiciones… También le diría: “No te equivocaste”.

Lo mismo parece haberle dicho el destino.

Fernando nació un 13 de octubre: el Día del Psicólogo.


Producción, videos y edición audiovisual: Tato Vallejos

Producción y texto: Belén Uriarte

Fotos: Eugenio V.

Idea y edición general: Abel Escudero Zadrayec


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