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#SeresBahienses: 👴🏷🖨 Hugo Kaiser, imprentero: el tipo de los tipos
—No vivo solo. Vivo con las máquinas, con mis antigüedades… —le dice a 8000 el histórico imprentero Hugo Kaiser, mientras muestra esas reliquias.
Hugo tiene 76 años, nació en la zona de Villa Pronsato, al lado de Maldonado, y desde hace 4 décadas maneja su propio local en el barrio Mariano Moreno, a metros de la comisaría Quinta.
Su relación con la imprenta arrancó por una mala contestación.
—Te voy a encerrar con los curas —le dijo un día su mamá Nieves.
—Encerrame.
Al lunes siguiente, estaban los 2 en La Piedad para hacer la inscripción en el colegio de los oficios.
—Fue la primera y última vez que le contesté en la vida. Nunca le había contestado, había educación… Yo no tenía papá (había fallecido), pero estaba bien contenido. Iba a la capilla Santa Lucía, era monaguillo, y antes hasta el mismo vecino te cuidaba…
Entró a La Piedad con 12 años “y moneditas”. El primer mes estuvo en carpintería, pero no le gustó, sacó muy malas notas y le pidió al cura que lo cambie.
—Me mencionaron la imprenta y dije: “¿Qué es imprenta?” —recuerda Hugo—. Yo odiaba la carpintería, no quería saber nada, entonces dije: “Me gusta, ¡me quedo!”.
Y se quedó. Y sacó las mejores notas del año.
—¡Y con muy poco estudio! Tengo nada más que cuarto grado y repetido. Es insólito: soy dueño de una imprenta. Y no estudié más que eso, aprendí con la imprenta.
Los comienzos fueron complicados. Sobre todo, para sus patrones.
—¡Ay, yo cometía cada error…! Una noche trabajando en el diario El Sureño faltó el titulero y me pusieron a mí, letra por letra… ¡Cada error! “Pibe, ¿dónde estudiaste?”, me decían.
—¿Empezaste a trabajar no bien te recibiste?
—Los 7 primeros meses no me tomaba nadie, porque era muy pibe. La imprenta era insalubre y yo era menor de edad, entonces no me tomaban por el sindicalismo.
Hugo empezó en una florería. Pero un día, caminando por la zona de Brown y Undiano, pasó frente a una imprenta y no dudó:
—Pregunté si necesitaban un tipógrafo. Se me rieron: yo era delgadito, chiquitito… Pero me dijeron: “Vení esta noche y probate”. Fui a las 7 y cuando salí, a las 10, me llamaron: “Pibe, decile a tu mamá si puede venir a firmar mañana”.
Tenía 16 años.
—Mi mamá no lo podía creer.
Imprentero desde 1959, pasó por varios locales y fue encargado, socio, patrón… Hasta que en 1983 abrió su propio negocio: la imprenta “Kaiser”, en Don Bosco 1.718.
Como el país, acredita buenas y malas. Y aunque el trabajo fue decayendo, nunca se cortó del todo:
—Lo máximo fue 1 semana demasiado floja. Antes de (la presidencia de Carlos) Menem veníamos mal, como ahora, ¡en picada! Y puse un ciclismo acá al lado. A los 2, 3 años empezó a haber más trabajo otra vez y dejé el ciclismo: la imprenta es mi vida.
No maneja ni computadora ni WhatsApp y aún usa el teléfono fijo: es uno de tantos artefactos antiguos que lucen a su alrededor. Dice que le gusta coleccionar antigüedades y nos muestra sus primeras máquinas.
Casi todas funcionan. Y él trata de usarlas…
—¿Tu problema con la tecnología es porque te quitó laburo?
—Sí. Le tengo odio, rabia, no me sigas porque me hago perro y muerdo. Me resisto al modernismo. Hay que modernizarse, lo entiendo, pero no de esta forma abismal. Yo soy buen tipógrafo y buen linotipista, pero desapareció la tipografía [técnica de organizar letras para crear trabajos de impresión] y la linotipo [antigua máquina de impresión]…
Igual, la resistencia al cambio no le hizo perder clientes porque cuando sos responsable y sabés, el cliente te persigue.
—¿Hay solidaridad en el rubro?
—Sí. Y hay mucha envidia también. Pero tenemos un grupo de gente que nos ayudamos a muerte: hay 2 o 3 lugares de los que no tengo llave porque no quiero, porque me dicen: “Mi imprenta es tuya”. Y a la vez, ellos tampoco tienen mis llaves, pero vienen a cualquier hora y me dicen: “Tomá, haceme esto para mañana”. Yo por ahí les digo que no puedo… “Yo te ayudo, me quedo…”, me dicen.
Se define como alguien para nada egoísta. Si algún colega le pregunta por alguna de sus máquinas, enseguida propone: “Comprate una y yo te enseño”.
En este ámbito se conocen todos. Menos a los nuevos: los que heredan el negocio.
—¿Fue difícil llegar a la imprenta propia?
—Muy difícil… Yo no tuve ayuda para arrancar. Fue amor y coraje: amor a lo que hacía y coraje a lo que había que hacer. Soy testarudo. Lo que digo que voy a hacer, lo hago. Pero me salió bien.
Hoy parece imposible.
—Los chicos de ahora no pueden si no los ayudan… Pero por más plata que les pongan, si no tienen pasión por el trabajo no se van a levantar.
—Hace poco La Piedad cerró su taller de imprenta, ¿qué sensación te produjo?
—Casualmente estuve ahí, me quería morir… Cuando lo vi tan vacío, sentí un vacío dentro de mí. Creo que hoy se busca más el negocio. Pero yo soy grande, no entiendo…
Para Hugo, el trabajo es todo: abre la imprenta a las 8 de la mañana y cierra a las 8 de la noche.
—¿No te cansás?
—Acá soy feliz. También colecciono bicicletas raras y antiguas y hago exposiciones, entonces cuando tengo un momentito las arreglo. Amo esa parte también.
Vive en el barrio Maldonado, a 15 cuadras del negocio. Se maneja en camioneta. Uno de sus hijos, Walter, le da una mano grande: es quien maneja el WhatsApp, viaja y lleva los números de la imprenta.
Lo que más sale son las bolsas de papel y cartulina, y las etiquetas para ropa.
—¿Hay algo que ya no hagas?
—Talonarios, papel carta, sobres, tarjeta de 15 años, de casamiento…
—¿Y qué es lo que más disfrutás?
—De las cosas viejas, me encanta todo. Me gustaría ser otra vez el tipógrafo que fui. A veces hago troqueles y me preguntan: “¿Cómo hace? ¿Cómo sabe?”. Y yo tengo las máquinas para hacerlo y además, me gusta.
Ahora va hasta el fondo de su imprenta. Busca unas piezas chicas de madera que contienen símbolos y palabras, las apoya sobre la guillotina y explica: se llaman clichés y se usaban en las antiguas máquinas de impresión.
—Después vino el offset (método que usa planchas metálicas) pero no, no me interesa. Es como la computadora…
Firme en la suya, entonces debe complementarse con sus colegas: por ejemplo, Hugo hace los troquelados (recortes de cartón, papel u otros materiales con una máquina) y ellos hacen trabajos de offset.
Tiene 2 hijos: Walter y Maximiliano. Y 3 nietos: Florencia, Kurt y Thierry.
Su deseo es que el legado continúe:
—Kaiser es un apellido bien gráfico en Bahía: yo empecé en el 59, ahora está Walter, que cuando yo me muera va a seguir… Y él no tiene hijos, pero tiene sobrinos. Me gustaría que el apellido persista.
En menos de 3 horas cierra el negocio, pero Hugo avisa que si le entra algún trabajo, va a pasar la noche entre sus máquinas. Lo suele hacer. Incluso sábados y domingos.
—Hace 22 años que no me tomo vacaciones, 1 solo día me tomé. Cuando me alejo, me da nostalgia y vuelvo.
—¡Estás casado con la imprenta…!
—Sí, ¡recontracasado! Para mí, es mi vida.
Señala su máquina tipográfica Heidelberg, impecable pero sin uso.
—Muchos me dicen que cambie por esto, por lo otro. ¡No! A mí dejame así. Yo me voy a morir acá. Siempre digo que me saquen en el cajón de acá, no de mi casa.
—¿Le dirías algo al Hugo de los comienzos?
—Que vuelva a hacer lo mismo, porque me dio mucha satisfacción. Yo crié a la familia, hice todo con la imprenta.
—¿O sea que volverías a contestarle mal a tu mamá?
—Una sola vez.
Producción, videos y edición audiovisual: Tato Vallejos
Producción y texto: Belén Uriarte
Fotos: Eugenio V.
Idea y edición general: Abel Escudero Zadrayec
👀 #SeresBahienses es una propuesta de 8000 para contar a nuestra gente a través de una serie de retratos e historias en formatos especiales.
La estrenamos para nuestro segundo aniversario. Estos son los episodios anteriores:
👷♀ María Rosa Fernández, trabajadora de Defensa Civil: el poder de ayudar
👱♀️ Alicia D’Arretta, auxiliar de educación: la vida por sus chicos
🏉 Stephania Fernández Terenzi, ingeniera y rugbier: actitud ante todo
👨🚒 Vicente Cosimay, bombero voluntario: 24 horas al servicio
💁🏼♂️ Adrián Macre, colectivero y dirigente: manejarse colaborando
👩🌾 Delia Lissarrague, productora rural: aquel amor a la tierra
👩🍳 Margarita Marzocca, cocinera y jubilada: un gran gusto portuario
🧐 Walter Tuckart, tecnólogo y docente de la UNS: aplicar con clase
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