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#SeresBahienses | 👱♀️ Alicia D’Arretta, auxiliar de educación: la vida por sus chicos
Alicia Susana D’Arretta tiene 64 años y en abril cumple 26 como auxiliar de educación en la escuela N° 74 de Panamá y Eduardo González, su “segunda casa”.
—Siempre estoy pensando en la escuela. Vivo y respiro por la escuela —dice Alicia, parada en un rincón del patio, donde un grupo de nenas y nenes juegan a la pelota.
Asegura que no cambiaría por nada esas 4 horas diarias que pasa con los chicos de la primaria. No sólo les hace el desayuno: también los escucha, los cuida, los contiene…
—Tengo la idea de que la vida es servicio y sé que aportando mi granito de arena estoy haciendo algo bueno para ellos.
Si bien trabajó unos años en comercio, desde que entró en educación siempre estuvo en la escuela 74, a la que ya conocía porque sus hijos habían estudiado ahí. Es que Alicia vive a apenas 6 cuadras de ese establecimiento del barrio Santa Margarita.
—En 1997, ¡oh casualidad!, me inscribí para auxiliar y mi primera suplencia fue acá —le cuenta a 8000—. Creo que fueron 20 días y cuando llegué a mi casa tenía un telegrama. Me presenté a los 2 días y justo había un cargo a la tarde.
Recuerda que la escuela era mucho más chiquita, había menos personal… Y que la adaptación fue fácil: sus compañeras eran sus vecinas, muchas docentes habían sido maestras de sus hijos, así que “no me resultó para nada pesado”.
Estuvo 21 años en el turno tarde y lleva casi 5 a la mañana.
Pero algunas cosas se mantienen desde el inicio. Cada día del ciclo lectivo, Alicia abre la escuela, ventila, limpia aulas y dependencias y luego prepara el desayuno.
Y también está ahí por si algún docente la necesita y le pide, por ejemplo, “cuidame un momentito a los chicos que voy hasta Dirección”.
—La actividad que más disfruto acá es hacer el desayuno para los chicos, llevarlo, que ellos abran la puerta y pregunten: “¿Hoy qué hay?”. ¡Esa carita de sorpresa!
También se emociona con las muestras de cariño que recibe de los nenes que tienen entre 6 y 11 años, con sus dibujos, cartas, corazones, frases como “te quiero”…
—Recuerdo una carta, ya hace tiempo, de un chiquito que había perdido a su mamá y la cocina era su lugar de desahogo. Cuando terminó, que se iba de la escuela, me escribió. Si te digo lo que me puso, empiezo a llorar… Unos sentimientos hermosos.
En su casa tiene una caja repleta de esos dibujos y cartas.
—Los guardo para mi vejez —asegura Alicia, que aún no piensa en su retiro—. Al principio fueron como mis hijos y ahora, por mi edad, son como mis nietos.
Con su guardapolvo azul, recorre los pasillos de la escuela y muestra con orgullo cada rincón. Cada tanto se acuerda de su compañera y quiere ir hasta la cocina para ver si necesita ayuda con el desayuno. Está en todo: no puede desprenderse de su rol.
Dice que siempre trata de colaborar. Sobre todo si se trata de los chicos.
—Si necesitan algo ellos vienen a la cocina. Por ahí tienen un día malo o les pasó algo lindo y vienen y te lo cuentan. A veces nos cuentan más cosas que a las propias señoritas porque ellas están atendiendo a todo el grupo.
En ese vínculo radica la enorme satisfacción que le produce su trabajo.
—Si lo pensás como venir a limpiar, ordenar, hacer la leche, no. Pero si a todo eso le ponés amor…
Los chicos son su debilidad.
Admira su inocencia, su bondad, su honestidad: hacen o dicen lo que sienten, “si no te quieren, no te quieren; pero si lográs el vínculo, es para siempre”.
Y a todo eso, se suman las enormes satisfacciones que el trabajo le dio por fuera de la escuela. Remarca que, por ejemplo, le permitió pagar la carrera universitaria de su hija, algo que la llena de orgullo.
Por supuesto, en educación también hay momentos difíciles. Para ella, lo más complicado es ver partir a los chicos: cada promoción a fin de año le cuesta horrores.
—Uno crea vínculos. Los conoce cuando tienen 6 años, los ve crecer y es difícil despedirlos. Pero bueno, uno trata junto con los docentes de inculcarles cosas lindas, de ayudarlos a crecer y de acompañarlos más que nada.
Dice que los chicos también son sus grandes maestros: todos los días le enseñan algo con su cariño, su solidaridad y ciertas reflexiones que la dejan “con la boca abierta”.
Guarda también muchas anécdotas de quienes pasaron por la escuela hace años y cada tanto vuelven al presente. Alicia cuenta que es bastante habitual ver en la puerta a mamás y papás que tiempo atrás encontraron refugio en la cocina de la 74.
—¿Qué sensación te produce verlos tan grandes?
—Yo ya no los reconozco porque los dejé de ver cuando tenían 10 años y hoy son hombres, mujeres, algunos profesionales… Pero ellos se acuerdan. ¡Es emoción!
Alicia destaca que la escuela 74 es un establecimiento inclusivo, que supo adaptarse a las necesidades de la comunidad: tiene, por ejemplo, rampas en distintos sectores y baños acondicionados para las personas con discapacidad.
Y también resalta el esfuerzo de madres y padres para que la escuela “esté linda”.
—Lograron poner aire acondicionado en todas las aulas y así, todo: las cortinas, la pintura, todo el tiempo vienen a trabajar. Los chicos también tienen un quiosco que solventa muchísimo los gastos de materiales de limpieza, de todo lo que se necesita…
Oriunda de Bahía, describe a la ciudad como un lugar “un poquito raro”, sobre todo para la gente de afuera, ya que “de entrada no es muy cálida”. Aunque remarca:
—Tenemos un poquito de alma de pueblo también, porque si bien la ciudad es grande, muchos nos conocemos. Aunque crece cada vez más, no es como las grandes urbes.
Cuando ella arrancó en esta escuela, que está frente a la plaza La Madre, donde el sonido de las cigarras puede resultar ensordecedor, el barrio estaba compuesto por unas pocas casas bajas. Hoy las viviendas son “más suntuosas, cambió mucho la fisonomía”.
Cuenta que lo que más le gusta de la ciudad son los espacios verdes, como las plazas, donde los chicos se juntan a jugar. Mientras que el viento es lo menos agradable, sobre todo cuando se combina con “ese calor agobiante en verano”.
—¿Bahía es un buen lugar para desarrollar tu actividad?
—Sí, hay muchos establecimientos y muchos chicos que buscan este trabajo porque tiene horario de corrido y les da tiempo para estudiar. Incluso hay muchos casi profesionales en esto porque los ayuda para sobrevivir y seguir estudiando.
La trayectoria de Alicia no hubiese sido igual sin el apoyo de su familia. Madre de 2 hijos, dice que no fue difícil cumplir con los 2 roles porque cuando ingresó a la escuela sus chicos ya estaban en la secundaria, “no requería estar tan encima”.
—Más me lo reclaman mis nietos —dice entre risas—. Por ahí quieren venir y les digo “no, la abuela tiene que ir a trabajar”. Ellos siempre dicen “la escuela de la abuela”…
Una abuela que va marcando caminos: cuenta que la más grande de sus 4 nietos acaba de terminar la secundaria y quiere estudiar la carrera para maestra inicial.
Alicia asegura que la educación atraviesa un momento complicado: la escuela antes “era mucho más aglutinante, las familias acompañaban más”, mientras que hoy se ve más individualismo y “muchos chicos están prácticamente solos”, diferencia.
—Los papás tienen que trabajar y hacen lo que pueden con el tiempo que les queda… Hay muchos chicos que tienen acompañamiento y otros no tanto, entonces hay que trabajar más en la escuela. Gracias a Dios siempre tenemos un equipo.
—¿Qué creés que hace falta en nuestra educación para que los chicos estén mejor?
—Que todos puedan tener un lugar cálido, lindo, confortable. Hay escuelas que están muy deterioradas… Acá logramos, después de unos cuantos años, hacer todos los baños nuevos y ahí ando yo vigilando que nadie rompa nada porque costó mucho esfuerzo. Es como la casa de uno: hay que pintarla, cuidarla, arreglarla.
—¿Qué le dirías a la Alicia de los comienzos?
—¡Qué suerte que te tocó venir acá!
Es que ahí conoció gente “maravillosa” y pudo cumplir sus sueños. Por eso hoy sólo disfruta y agradece el respeto y el cariño que recibe a diario.
—Es cierto que siempre le dediqué mucho al colegio. Y eso se cosecha después.
—¿Te preparás de alguna manera para el momento en que ya no estés acá?
—No, porque no lo quiero ni pensar. Además creo que para que a uno lo despidan hay que partir, y yo no creo que me pueda ir nunca: voy a quedarme por acá haciendo algo, viniendo, mi corazón siempre va a estar. Amo este lugar.
Producción, videos y edición audiovisual: Tato Vallejos
Producción y texto: Belén Uriarte
Fotos: Eugenio V.
Idea y edición general: Abel Escudero Zadrayec
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