Seguinos

Especiales

Aquellos días en el desierto con Natty Petrosino, la capataza de una obra divina

Publicado

el

Por Abel Escudero Zadrayec

Yo pregunté por un baño. Necesitaba un inodoro. Lo deseaba poderosamente. Como Homero al borde del colapso en Nueva York, pero peor.

Yo pregunté por un baño y el tipo sonrió y me señaló con un dedito el desierto cruel e infinito:

—Ahí lo tenés.

ANTES MUERTO.

Pensé.

Hago de tripas corazón y aguante.

Pensé.

Pero dije:

—Prefiero la constipación, hermano… cómo me mandás a cagar así, a un cactus. No tenés corazón.

Eso ocurrió hace 15 años. El diario me había enviado al punto menos turístico posible de Mendoza para pasar unos días con Natty Petrosino, que empujaba su labor solidaria ahí donde no había nada parecido a la civilización.

No voy a romantizar la miseria ni puedo negar que me fui de ahí con muchas ganas (sobre todo de ir al baño), pero recuerdo muy contundentemente que me alucinó lo que vi y experimenté.

Espero que se refleje en la crónica que escribí para La Nueva Provincia el 18 de diciembre de 2005. Y espero que sirva como homenaje a Natty, que se nos fue ayer a los 83 años. Acá va.


La capataza de una obra divina

Después de una década con los indios wichis en Formosa, llevó su tarea humanitaria a los descendientes de huarpes. A los 67 años, hace casas de material con 50 grados en verano y 15 bajo cero en invierno. “No podemos dejar que se los coman las vinchucas y sufran el calor y el frío. Jesús usa mis manos para construir”, dice.

Natty Petrosino se sienta en un banquito de madera temblorosa. Moja el pincel de cerdas gastadas en una lata de pintura color caoba, lo escurre un poco y le da otra pasada a la puerta.

Está quedando hermosa.

Foto: La Nueva.

Natty se seca el sudor que hace brillar sus pecas, espanta un poco las moscas y toma un trago de Sprite. Después rocía con fijador Roby su cabello ladrillo y rastrilla con las yemas hasta el cuello.

—Hay que arreglarse para el novio.

Dice.

El novio es Jesús. Y Natty dice que Jesús usa sus manos para hacer obras como esta: una casa de material en el medio del asperísimo desierto mendocino para que viva una parejita de ascendencia huarpe, Aurora y Oscar. Ellos se quieren y acaban de debutar como padres.

—No es un esfuerzo. Es un premio de Dios —dice Natty, y sus mejillas retroceden porque le estalla una sonrisa que achina los ojazos azules—. Lo que para la gente es trabajo, para mí es recreo. Un privilegio.

Casi todo el mundo creería que privilegios-privilegios son aquellos a los que renunció Natty Petrosino hace 37 años.

Ya saben: Natty, la modelo que vivía una vida acomodada en el barrio Palihue,

y un día una enfermedad la tumbó y ella dijo que se había muerto y que Jesús le concedió volver para encargarse de una obra humanitaria,

y entonces empezó a meter vagabundos en su casa, les dio hasta los pijamas de su esposo Vicente,

y después hizo de la nada un hogar para todos y alimentó de a 7.000 necesitados por vez,

y de pronto dijo que Jesús le había pedido que dejara Bahía Blanca y continuara su tarea en Formosa con los indios wichis,

y dio cariño y techo y atención en la selva impenetrable una década, hasta que de nuevo dijo que apareció Jesús para destinarla al desierto mendocino,

y ahora está con 50 grados y 67 años, sentada en un banquito de madera temblorosa, frente a la puerta de la casa que está quedando hermosa, con la sonrisa que le estalla, espantando las moscas y diciendo:

—Acá se hace lo que dijo Jesús hace 2000 años: dejar todo y recibir todo, sin tener nada más que amor.

Nada menos: son 10.000 kilómetros cuadrados de desierto, a unas 3 horas de la ciudad de Mendoza, en el extremo nordeste de la provincia y cerca de la vecina San Juan.

El departamento al que pertenece se llama Lavalle y es como una “U” al revés, casi toda desierto. El último censo dice que hay tres habitantes por kilómetro cuadrado, casi nada en el desierto.

Un desierto desierto.

Salvo por los 600 puestos, como les dicen acá a los ranchos de adobe donde viven descendientes acriollados de indios huarpes.

Y salvo por los algarrobitos raquíticos y los chivos de mirada estoica y 4 trillones de moscas imbancables y las chicharras lloronas y alguna víbora y alguna vinchuca y hormigas del tamaño de un pibe de 4 años.

Y Natty y su grupo, claro.

Natty bautizó a su grupo Los del Camino, porque Jesús es el camino de la verdad y de la vida, y quienes integran el grupo son de Jesús.

Al plantel estable lo componen el perro “Dodi”, un Yorkshire como el de Susana Giménez que “cuando encarne tendrá que devolver tantos mimos”, y Juan Francisco y “Pochito”, los hijos del alma de Natty.

Ella dice que son más hijos que los de la panza. Porque parió a Fabián y a Jorge, pero tuvo muchos más. Como Yashodara, una chica Down que cumplió 19 y vive en el cottolengo de mujeres en Bahía.

O como “Pochito”, un hombre-nene que superó los 50 años pero su cabecita se plantó en los 3: se pone las zapatillas al revés, trabaja como el que más con su gorra de pescado y no puede dormirse sin la bendición de Natty.

O como Juan Francisco, que nació con labio leporino y lo abandonaron, y Natty lo rescató y crió y operó y ayudó a que sea el adolescente de 17 que ahora dice:

—Yo estoy acá en el desierto sólo por mi vieja.

En realidad, todos los que vienen al desierto donde está Natty lo hacen por Natty. Porque creen en ella, en la obra, y quieren ayudar.

Por ejemplo, su hermana: cuando puede dejar unos días el negocio en Bahía, Blanca se toma el colectivo y se trae su infinita calidez.

También Zulema, otra pionera que contagia calma con sus susurros de miel y cuyo espíritu está siempre listo para cualquier tarea. Y así le salió su hija Silvina, aunque más eléctrica.

Tiene 38 años y lleva una década como discípula de Natty: dice que vio milagros tras milagros y que nunca podrá borrarse la imagen de chicos que comían caca porque el estómago les lloraba.

Ahora que trabaja en una fiscalía, Silvina no puede pasarse meses fuera de Bahía. Pero sí es capaz de viajar casi 40 horas un fin de semana para colaborar un rato, por algo, por mucho:

—Estudié Derecho porque quería justicia —cuenta—. Y Natty hace justicia todos los días. No hay huecos en lo que ella propone. Yo a esta mina le creo.

La historia de Mónica es parecida. Comerciante, bahiense, anda por los 45 años y lleva 18 con Natty:

—Hago esto por amor. Fui una vez a llevar cosas al Hogar del Peregrino, me invitaron a entrar y ya no pude irme.

Entre Los del Camino hay 2 porteños que se prenden seguido: Angélica, una instrumentadora quirúrgica del Hospital de Niños encantada con la recompensa espiritual, y Marcos, un fotógrafo y camarógrafo que se enteró por un amigo que había visto a Natty en la televisión.

Y se trata de una cruzada internacional, porque se suman Tom y Susan, una pareja de suizos con plata y tiempo suficientes para viajar una vez al año y quedarse a trabajar un puñado de días en un sitio perdido y olvidado de Sudamérica, donde hace un calor inapelable y la electricidad huye si mirás fijo los cables; donde no hay agua, ni baño, ni internet, ni muchas esperanzas.

—Es como un spa—dice Tom, mientras se afeita sentado en un tronco seco y relojeando la aridez de nunca acabar.

Cuenta Juan Francisco, el hijo de Natty, que los lugareños no le dicen desierto al desierto. Para ellos es el campo. “Está lindo hoy el campo”, dicen. Y mirás alrededor y no ves ni una lagartija que se le anime a la tarde en ebullición.

Una vez, los chicos que van a la escuela-albergue de esta zona visitaron las Cataratas del Iguazú. Y uno le dijo a la maestra:

—Uf, seño, me pudre tanto verde…

Acá, en el verano hace 45 grados y sentís 60. En el invierno tenés 15 bajo cero, tranquilo. Y desde fines de junio hasta septiembre el viento Zonda te arruina: viene del noroeste y nace húmedo en el Pacífico, pero la humedad se atasca en los Andes y baja como un latigazo, por ahí a 90 kilómetros por hora, y no te deja respirar, te cambia la presión arterial, te parte la cabeza.

—Por año hay entre 5 y 10 fenómenos —dice Gerardo Vaquer, 35 años, director de Ambiente del Departamento de Lavalle—. Pero cómo serán, que los paisanos dicen: “Pasando agosto, un año más de vida”.

Para alguien nacido y criado en la ciudad, nadie en su sano juicio podría mudarse voluntariamente a este desierto. Pero el nacido y criado en el desierto dice:

—En la ciudá no somos nada. Estamos acorraláos sin corral. Pa’qué vamos dir. Acá somos dueños de la luz y del aire y del silencio.

Los últimos indios huarpes desaparecieron en silencio, a mediados del siglo XVIII, cuando esto no era tan desierto como es ahora. Porque acá una vez hubo agua. Marcos, el fotógrafo, supone que TODO era agua: el desierto como el fondo de un mar evaporado.

Lo cierto es que este pedazo de Mendoza formó la parte sur del imperio incaico. Hay un lugar que se llama Laguna del Rosario, pero primero se llamó Guanacache o Huanacache: “Gente que admira el agua que baja”, para los incas.

La actividad principal de los huarpes era la pesca. Se metían en la laguna con una calabaza en la cabeza y se acercaban a los patos sigilosamente, hasta que agarraban uno del cogote y lo ahogaban.

Pero la laguna ya no existe. No hay nada de agua que baje para admirar. Ni patos ni calabazas.

Hasta el río Mendoza se secó. Y el puente sobre la ruta 142 (Natty dice que lo construyó el exgobernador José Octavio Bordón porque ella lo pidió) cruza tremendas olas de arena irreverente.

Encima, si excavás sale agua de mala calidad por la salinidad de los suelos…

Igual, el Departamento General de Irrigación de Mendoza acaba de informar que los principales ríos ya duplicaron el promedio histórico de caudal y llevan más agua de la que necesita toda la provincia.

Eso no significa que el agua llegue al pobre desierto. Significa que este año los ricos viñedos no esperan turno de riego. Y significa que a veces los promedios disfrazan barbaridades.

También significa que si la Municipalidad no trajera de vez en cuando un camión con agua, no habría ni para lavarse los dientes (en el caso de que uno los tuviera). Porque con la lluvia no alcanza. Y menos si cae piedra sin llover.

El gobierno de Mendoza gastará esta temporada unos 8 millones de pesos para evitar que el granizo afecte las uvitas.

Por supuesto: la provincia es la quinta zona productora de vino en el mundo. Tiene 682 vinerías y 143.765 hectáreas de viñedos (casi el 70% de lo cultivado en el país). Y concentra el 90% de las exportaciones argentinas de vino: en 2005 anda en los 1.000 millones de dólares.

Por esas cosas, hace poco se convirtió en la octava Gran Capital Mundial del Vino, una glamorosa lista que integran Melbourne (Australia), Porto (Portugal), Bilbao y Rioja (España), Florencia (Italia), San Francisco y Napa Valley (Estados Unidos), Bordeaux (Francia) y Ciudad del Cabo (Sudáfrica).

Entonces ocurre que en pleno noviembre estás una mañana en el desierto y ves pasar unos aviones y al rato graniza y Natty Petrosino te dice:

—El negocio de emborrachar gente mueve fortunas.

Y te enterás de que el gobierno mendocino compró 4 aviones Piper y contrató 20 pilotos que volarán 600 horas y lanzarán 800 kilos de yoduro de plata a las nubes para que se vayan con sus piedras a otra parte.

 Y las piedras vienen al desierto.

—La lucha antigranizo es un emblema provincial por los intereses que hay detrás —cuenta Gerardo Vaquer, el funcionario de Ambiente—. Si 600 puesteros del desierto se quejan, no pasa nada.

Natty truena: dice que esto no puede ser y que si es necesario, ella hablará con la Organización de Estados Americanos y con las Naciones Unidas para que el gobierno busque una alternativa. Porque esto no es normal, no.

—¡¿Tormentas eléctricas en el desierto en esta época?! ¡Qué va a ser normal! —dice Gerardo—. Las estadísticas del Servicio Meteorológico Provincial muestran que esta es una zona extremadamente seca: caen entre 100 y 120 milímetros por año. Una lluvia en noviembre es algo muy raro… Sin embargo, ya llovió 2 días seguidos y fijate las nubes que traen los aviones: dan miedo.

Irene no teme. Las piedras de ayer le mataron uno de sus pocos pollos, pero ella está tan acostumbrada a las fatalidades que ahora observa despreocupada, fijamente esas dunas goteadas por la lluvia y barnizadas por el sol. Como si quisiera chupar el paisaje.

Irene es la mayor de los 11 hijos que sobrevivieron en los múltiples partos de Julia Mayorga. Con ellas 2, Natty inauguró las primeras construcciones de material en el desierto mendocino.

La tarea ocupó todo el invierno de 2002, con 15 grados bajo cero que te hacían despertar con un cubito en la nariz. Y sobre un terreno separado de la ruta por 4.000 metros de médanos imposibles.

Irene casi se pierde el acontecimiento histórico: en junio la picó una araña viuda negra, pero entonces sucedió, dice Natty, uno de los tantos milagros del Señor. Y de la tecnología.

Mientras Marcos pisaba el acelerador para devorarse cuanto antes los 80 kilómetros hasta el hospital de Lavalle, Natty llamaba para que prepararan el suero desde esa maravilla de la modernidad denominada teléfono satelital.

Irene se salvó y ahora también hunde la mirada en esa ternura morena de trenzas larguísimas, Alejandra, su primera hija, que nació con la casa nueva y se enchastra la cara comiendo las galletitas surtidas que le trajo Natty.

Natty dice que ya levantó más de 1.000 casas en todo el país, siempre para los sin techo (o los que tienen el techo atado con alambre). Y siempre con recursos divinos: Dios provee.

Pero no acepta cualquier donación. Hace unos meses, un empresario petrolero ofreció depositarle 500.000 pesos por mes a cambio de una factura o algo que permitiera justificar el gasto. Para eso, Natty debería constituir una fundación con personería jurídica. Y no quiere saber nada: la caridad tiene valor agregado, aunque no descarga impuestos.

Como sea, los obreros que participan en las construcciones se llevan su plata. Entre 200 y 550 pesos semanales, según la responsabilidad y el tiempo.

—Que aprendan a trabajar y a ganarse el pan —dice Natty—. Esto no es limosna.

Sí es un esfuerzo demoledor, del alba al ocaso, sin francos. Y en 15 o 20 días te hacen una casa, tipo chalé, enfocada al sol matinal, antisísmica, de 20 metros cuadrados, con techos acanalados y en declive para que juntes alguito de agua cuando al cielo se le ocurre lagrimear.

—No podemos dejar que a esta gente se la coman las vinchucas y sufran el calor y el frío —dice Natty—. Podemos darle un poco de comodidad.

A Isidoro Villegas le dicen “Lingo”, tiene 4 varones y acusa 56 años pero, como la mayoría por acá, parece bastante más: o tardaron 2 lustros en anotarlo o el desierto también erosiona las caras.

“Lingo” funciona como jefe de obra, con tal entusiasmo que la UOCRA haría muy bien en contratarlo para filmar un institucional de promoción.

—Este es un sueño muy mucho grande —dice, mientras se quita el gorro y ahuyenta moscas y polvillo—. Gracias a Natty tengo mi casita. Es como en la ciudá, mire.

Y mirás y el desierto te sopapea.

“Lingo” lo quiere mucho. Probó en varios lugares, pero volvió: esta es su tierra, es todo, es la Pacha.

—No pienso salirme más a ningún lado. Si estoy viviendo un sueño, mire… Para qué salir.

A Natty se le sale el malhumor. Se agarra la cabeza:

—¿Por qué hacen eso? —dice.

Eso a lo que se refiere es el movimiento que lucha por la cesión de estas tierras a sus pobladores. Existe una ley provincial, la 6.920, que impulsa la cuestión.

—¿Para qué necesitan un título de propiedad si están desde hace 500 años? —Vuelve a agarrarse la cabeza—. ¿Quién querría vivir acá, por el amor de Dios?

Más o menos 4.000 personas viven en este desierto. Muy pocas conocen otra cosa. La mayoría asume ascendencia huarpe: hay etnia, pero no pureza.

O sea que ya nadie ruega ni teme a Hunuc Huar, la divinidad mayor para los antiguos. Los de ahora se saben el Padrenuestro como el Padrenuestro.

Tampoco abundan quienes hagan aloja, una bebida alcohólica a base de las chauchas de algarrobo. En cambio, las mujeres suelen preparar el pan llamado patay con las semillas de esa misma especie.

Acá también llegaron los 150 pesos de los planes Jefas y Jefes de Hogar. Pero el ingreso común proviene de la cría de chivos y de la venta de su bosta (el guano) como abono. Casi siempre se encargan las mujeres, que cada día caminan muchos kilómetros para que los animales encuentren un poco de pastura.

Natty ha pensado por qué no se trata de insertar a los habitantes del desierto en otros sitios:

—¿Cómo los vas a sacar de acá? —dice—. En las ciudades terminan en una villa miseria, ellas como prostitutas y ellos, desempleados.

Y acá en el desierto juegan al fútbol a la luz de la luna más grande del mundo.

El campamento de Natty incluye una cocina de 3 por 3 hecha de troncos y redes, 3 carpas para 2 personas y 2 pequeñas casas rodantes bastante destartaladas.

También hay una camioneta 4×4 Nissan modelo 2005, donada por varios benefactores europeos. De eso se encargan Tom y Susan, difusores de la obra y recolectores de fondos. Ya retirados, viven holgadamente entre Zúrich y las montañas suizas.

Susan andaba buscando algo que hacer con su vida cuando supo sobre Natty por una vecina de la que no conocía ni el nombre. Desde entonces vino 10 veces al país y allá funciona como vocera: dice que le fluyen las palabras como si alguien le dictara.

Tom la siguió. Experto en el manejo de dinero, juega bastante bien al golf (acredita 13 de hándicap) y comentó en su club la misión de Natty. Enseguida juntó como 100 kilos de ropa entre gorras, pulóveres, chombas y remeras.

Ahora, arregladita-para-el-Señor, Susan le pasa la brocha a una ventana. Y Tom clava cajones de manzanas que se transformarán en placares.

La abuelita Benita saca de los placares nuevos un pan dulce y lo abre despacio, prolija, cariñosamente, con esas manos robustas de arrugas y venas.

—¡Esta es la verdadera comunión! —grita Natty.

La abuelita Benita también destapa una Coca: quiere festejar la inauguración de su casa.

—Nadie la merecía más que ella —dice Natty.

—Pura zalamera —responde una voz casi inaudible.

La abuelita Benita tiene 75 años y siempre vivió en un rancho de olor musculoso, apenas iluminado por los espadazos de luz solar que quebraban las paredes de barro. Nunca sola: la acompañaban lauchas, víboras, hormigas, moscas, vinchucas. Y el perro “Ñoño”, hasta que lo asesinó una culebra.

Y un tiempo la acompañó un hombre, que era su hombre, el padre de los 3 hijos que se le murieron. Pero cuando la abuelita Benita dijo basta, se acabó, no más sufrimiento, no más hijos porque se me mueren, no más sexo, el hombre le empezó a pegar. Y le pegó hasta que un día se cansó y se fue para siempre.

—Pura zalamera, nomás. Linda es la casa. Voy a dejar de sufrir muy mucho los fríos —susurra la abuelita Benita. Y para rezar con su boca ayuna de dientes se saca el pañuelo agujereado de la cabeza y quedan a la vista los pocos hilos plateados que le quedan. Con suerte llega al metro y medio. Y a los 40 kilos. Usa un pantalón de gimnasia jubilado y zapatillas remendadas. Y sus ojos, se ve, han visto demasiado sufrimiento.

—Es como un ángel —dice Susan.

Blanca y Zulema le ayudan en la mudanza del rancho a la casa. Ya acomodaron los roperos de cajones que pintó Tom, 2 baúles de cuando nos invadieron los ingleses, una cama de hierro carcomido, 2 sillas diminutas y la mesa con las migas del pan dulce que ahora la abuelita Benita junta y come para ordenar todo muy mucho.

Natty se echa un toque del perfume Christian Dior que le regaló Juan Francisco para su cumpleaños y encabeza a Los del Camino en la peregrinación por el desierto.

Pidiendo permiso, en un arbusto tímido aparece una flor amarilla del tamaño de una uña.

—Santa Clara nos llena de flores el camino —dice Natty. Y Zulema llora: sintió que la tocó el espíritu de Dios. Entonces el grupo reza y canta Aleluya.

Después, cuando enfilan hacia el sol de la tarde pegajosa, todos entonan un bolero de Armando Manzanero con la letra adaptada: el amado es Jesús.

Natty elige la sombra casi nula de un algarrobo, se acomoda el delantal marrón, se libera de los zapatos manchados de pintura y se sienta sobre la tierra. Los demás la rodean: saben que vendrán algunas enseñanzas.

Cuando habla (lo cual sucede permanentemente), Natty hipnotiza:

—Está todo manejado milimétricamente desde arriba. Nunca soy yo la que habla. Él me dice qué decir. Lo mío no tiene que ver con nada de este mundo.

Natty dice que los milagros son de Jesús, mientras dibuja en la tierra con una rama.

—Si evolucionás en el buen camino, después no tenés deuda. Eso sí: los hombres buscan El Camino, pero hay muchos caminos y no muchos eligen el correcto. Todo queda registrado en la compiuter de Dios. No se le escapa una.

¡Dios! Por qué por qué por qué por qué por qué por qué. ¿Te dormiste? Pobre “Mingo”, Dios, pobrecito.

La mujer le dio a “Mingo” 2 hijos y no dio más, se murió en el segundo parto como de pena. Primero fue María Victoria, la “Piqui”, y después Abelito. Los 2 nacieron deformes: la cabeza descomunal y los ojos vacíos. Dos monstruitos ciegos.

Natty recuerda que “Mingo” crió solo a los monstruitos, con un cariño que no cabía en este planeta. Y no quiso prestárselos a 2 médicos norteamericanos que querían estudiar sus casos tan terribles.

—Yo me los llevo así los cuidan. ¿Querés, “Mingo”? —le dijo Natty.

—En algún momento.

Cuando Abelito se murió a los 6 años por mal de Chagas, “Mingo” se quebró:

—Llevesé a la “Piqui”, hermana.

La policía tuvo que ir al desierto para certificar la cesión. El patrullero se quedó en la ruta, mientras “Mingo” recorría los 4 kilómetros de médanos con la “Piqui” en brazos.

—¿Alguna indicación, “Mingo”?

—No, hermanita. Usté sabe.

“Mingo” no quiso ver cómo se le iba la “Piqui”. Firmó los papeles, dio media vuelta y se metió en el desierto para que se lo tragara; erguido, firme por fuera pero por dentro destartalado, el corazón estropeado.

La “Piqui” falleció 5 años después en Bahía. Hicieron lo que pudieron. Natty le preguntó a “Mingo” si quería que le llevaran el cuerpo.

—No, hermanita. Gracias. Gracias nomás.

 Natty, que ya lo vio todo, dice:

—Nunca lloré tanto en mi vida. Me lloraba el alma.

“Chela” sacó del coma el alma de “Mingo”: se fue al rancho con él y le parió 4 chicos para que tenga. Los 4 están recién peinaditos porque los papás vieron a lo lejos que venían visitas.

La familia sabe que ahora le toca el turno a su casa. En una especie de galería hecha con troncos y un entretejido de ramas, Natty dice que el techo será de chapa y no de cartón, para aprovechar el agua de lluvia.

Las moscas recorren el bigote mexicano de “Mingo” cuando contesta:

—El asunto es que sea durable. Usté verá cómo queda mejor.

Susan reparte algo de la ropa que Tom recolectó en el club de golf y “Mingo” se calza una gorra azul del banco Credit Suisse.

Es un anticipo: la familia celebrará la próxima Navidad en un hogar nuevo. Gracias a Natty y a su obra que en el desierto despertó, a Dios, gracias.

El servicio gratuito que damos en 8000 no sería posible sin tu apoyo. Podés colaborar vía Mercado Pago:

Y si no, tenés los cafecitos, los planes y PayPal.

También nos ayudás mucho diciéndoles a familiares, amigos y conocidos que pasen por acá y se sumen a 8000. Y compartiendo con este botón:

Share 8000 | Bahía Blanca

¡Gracias por bancarnos! 🤗

Especiales

🎊🎨 Bahía Blanca, una pinturita para su cumpleaños 195

Publicado

el

Por

Una recorrida por nuestras calles durante la semana del aniversario, los personajes y sus voces y sus miradas: un coro visual sobre la ciudad cumpleañera.

Por Maximiliano Buss | Especial para 8000

Nicolás empuja con el dedo una bolita de algodón en su oreja. Con la otra mano sigue dándole y dándole con un palo a un colador de metal como espejo, que está al lado de una lata de conserva aplastada, chatita, envuelta con una bolsa verde de nailon, que está al lado de una tapa de olla vieja, que está al lado de una tapa plástica de un balde de aceite para motor, de esos de 20 litros.

Nicolás está en una esquina de la plaza Rivadavia, en Sarmiento y Zelarrayán: desde la pandemia. Tiene 30 años. No quiere una entrevista con nadie, me avisa.

Y los mira a todos pasar. Les mira la cara, las manos, los pies. 

Y toca:

Olla, lata, lata, lata, 

olla, colador, lata, lata

olla, 

tapa, tapa, tapa, tapa, tapa, 

olla, colador.

—Yo compongo lo que a mí me sale. Es música resiliente. A veces es medio triste y otras la intento levantar. Por los tiempos que estamos viviendo, viste. Bastante difíciles. Entonces levanto la vibra: cambio de sonido, le meto volúmenes —cuenta—. Se me han acercado para decirme que les cambió el ánimo, el ritmo de la caminata o hasta que se les ocurrió una idea…

Tapa, tapa, tapa, tapa, tapa,

lata.

—En la vida uno tiene que despertar las emociones. Salir del pozo —dice Nicolás—. A veces no tenés una supercrisis, pero. La rutina te baja al pozo. Y acá por eso se drogan: porque buscan levantar. 

Marcos (se presenta así: a secas, y ni siquiera da su edad pero no supera los 30) vende laja peruana “de la buena” y flor de la planta de cannabis.

—La podés probar al toque. Si te gusta, te la llevás. Sin vueltas. El gramo de merca está 5 (mil) y tengo hasta 3 ahora. La flor, 5 gramos a $ 5.500 y te puedo traer hasta 15.

Se maneja con una repartidora que viene a la plaza, o no: donde le digas. Y muchas ventas las arregla por Telegram.

No me vayas a cagar —advierte. Pero me da la mano, suave. Se ríe y se va caminando por Yrigoyen.

El viento tira un carrito con revistas y 2 mujeres de polleras largas (una marrón y otra azul), con el pelo suelto, corren a perseguir 3 ejemplares que se vuelan. Llevan 2 horas ahí, al solcito, paradas sobre la vereda, cerca del monumento a Rivadavia. 

Foto: bahiaen360.com.

—¡Podés llevarte la que quieras! —me dicen, quizá con demasiado entusiasmo—. Nosotras somos testigos de Jehová. Estamos todos los días. Mirá: esta —se titula “La salud mental: la ayuda que da la Biblia”— es la que más nos piden. Es sobre cómo la Biblia te ayuda con tus miedos, frustraciones, insatisfacciones. Hay mucho de eso. Acá siempre se acercan a pedir consejos, a que los escuchemos. Buscan algo que los alivie. 

—¿Y ustedes qué les dicen?

—Que nuestro creador, Jehová, sabe lo que pasamos y nos quiere cuidar.

Un señor canoso de boina para. Frunce; mira en silencio. Ellas le devuelven la mirada. Hay algo de perplejidad en esta escena.

—¿La 319 dónde para? —pregunta el señor canoso.

Y ellas no saben.

Entonces yo le digo que creo que enfrente: le señalo el Juzgado Civil N° 1.

—¿Donde está el negro? ¿O más adelante?

—Ehhh, sí. Donde está el negro. Digamos. 

El negro.

Se llama Paul, tiene 42 y es de Angola; sus 3 hijos nacieron en Bahía. Se vino en 2013 y vende anillos, cadenas, pulseras, gorras, relojes. Y no me quiere contar mucho más: dice que la policía lo persigue.

—Si uno viene, me roba y le hablo al policía, me agarra a mí y no a ese. Por eso no salgo de casa a ningún lado. Sólo trabajo desde temprano hasta ahora de noche, voy a la iglesia católica Nuevo Pueblo y de ahí a casa.

—Perdón, ¿fundas para celular tenés? —le pregunta un chico.

—No, no, no, no.

El pibe sigue caminando para ver si consigue, esquivando mochilazos de pibitos del Don Bosco que encaran, alguno masticando chicle, otro explicando algo sobre una derivada, un grupo de chicas hablando de quién se come a quién. (Aparentemente, Valen estuvo con Mili el finde pero esto no lo debería leer Ari, porque, si bien no están seguras, la cagó).

Y no es el único, parece:

—¡Che, gordo! ¿No me das una mano? Necesito el mejor ramo que tengas porque hace 3 días no vuelvo a mi casa.

—JAJA.

Ricardo García vende flores en la esquina de O’Higgins y Chiclana. Está sentado con su canastita de mimbre en la ventana de Grand Central.

—¿Cuántos años creés que tengo? —me pregunta.

—Mmm, ¿60?

—¡Señor, gracias por no darle buena vista a este pibe!

Ricardo tiene 71. Y dice que está joya, pese a ser un hombre atropellado: una vez, una camioneta lo empujó como 25 metros y otra, un motor de 3 toneladas le golpeó el pecho, cuenta, casi orgulloso. 

—Soy nacido y criado acá. Todos me conocen por mi carrito, que no lo tengo más. Pero las flores son las mismas. Tengo crisantemos, rosas, gerberas, astromelias. Yyy… tenés distintos ramos.

—Perdón, buen día, ¿a cuánto están? —le pregunta una señora.

—Tiene estos de 700 y estos de 1.000, señora. 

—Bueno, voy al banco y cuando paso, compro.

Según Ricardo, la gente ahora se fija mucho en los precios. Antes no. Y compran más las mujeres:

—Las llevan para la casa o para el cementerio. Los hombres compran para salvarse.

María Aguilar apura el paso para que no la pise la 504 en la primera cuadra de Chiclana. Lleva 13 años juntando cartón.

—Arranco de Colón al 1.200 y voy todo por Juan Molina hasta Panamá, después vengo haciendo zigzag por Estomba y vuelvo. En toda la ciudad el tránsito es pésimo. No respetan a nadie: ven un cartonero y parece que se lo quieren llevar puesto.

Así nos ven desde la Estación Espacial Internacional.

Pero María también cree que los bahienses somos muy solidarios.

—Cuando empecé, encontraba alimentos: polenta, comida elaborada, pancitos. Eso ya no. 

Este mediodía de martes va cargada sobre todo de cartón. Dice:

—La gente aprendió a reciclar.

Unos 175 kilos de cartón lleva María. Con 47 kilos, un jean apretado, un suéter rosa de lana apelotonada. 

—Después de esto, imaginate… ¡no necesito gimnasio! —le escucho bajito, porque usa un barbijo de tela.

María tira del carro unas 6 horas. El invierno es mejor para ella, aunque al final le da igual:

—No me importa mojarme. Piso escarcha, paso 40 grados, me corren los perros. Se me gastan las zapatillas, pero yo sigo.

Hablan. Los zapatos, para Juan, hablan. Juan empezó a lustrar hace unos 20 años, siempre en las escalinatas del Palacio Municipal. Vino de Río Colorado y acá formó familia. 

—Todos pasan apurados, con ojeras, corriendo, con impuestos en la mano, cargados con bolsas de compras, con cara de preocupados. No paran. Y si paran, es para ver el celular.

Astor mira desde enfrente, su pelo largo y canoso con un rodete. Pero no presta mucha atención. Él sí que no tiene apuro. Está atrás de un hilo de humo que sale de un sahumerio.

La gente vive alterada. Bueno, acá me piden muchos aromas que son dulces y que te bajan un cambio. ¡El palo santo! El palo santo lo llevan muchísimo, como si fuese milagroso.

Después le eligen mucho las varillas de jazmín, lavanda, coco, vainilla, las maderas del oriente. O la reina de la noche. 

Foto: Gustavo Lobos.

Carla anda cerca de la cancha de Olimpo y el predio del ferrocarril, entre los árboles. Donde la luz no la alcanza. Tiene unas bucaneras de color negro, una minifalda negra, un top negro. Y pelo negro.

Hace poco empezó a cobrar por sexo. Fue en el verano, cuando una amiga le contó lo que ganaba:

—Y me prendí. Estoy cobrando la hora $ 3.000 completo. Puedo hacer un oral por menos, lo vamos viendo.

Acá viene cada tanto, cuando no sale nada con quienes llama “clientes fijos”.

—La verdad es que siempre me trataron bien. Todos tienen entre 45 y 50. Algunos con familia. Me cuentan sus problemas: es un desahogo. Cuentan poco, pero son gentes solas.

Solo un gusto. 

—¿Cuál es EL gusto de los bahienses?

—Dulce de leche granizado. Sin la menor duda —dice Liliana Aranda, que lleva 41 años sirviendo helados en la París de Brown y Undiano: 41 años hundiendo la cuchara cotidianamente en esos potes de tanto colorido gusto.

—Prendete, Hacke: ¿con qué rimás “colorido gusto”?

—Con “sonido justo”.

Hacke es Andrés Peña, tiene 21 años y desde 2015 persigue ese sonido que lo lleva esta tarde hasta las paradas de la 504 y 506, para hacer unas rondas de improvisación con palabras que le sugieren los pasajeros.

—¿Cuáles son las que más te tiraron hoy?

—Amor, familia, lealtad.

Dice que siempre participan más los chicos.

—Una nena mientras íbamos en el colectivo me vio que agarré el celu para poner el instrumental y me dijo: “¡Ehhh, lo tenés armado y lo vas a leer…!”.

Y no: nada que ver. Hacke es libre.

—¿Te animás a improvisar un rap sobre lo que ves de Bahía?

—¡Claro! ¿Con qué palabras?

—Las que te salgan.

Y le mete, así:

Yo, yo, yo me siento libre, 

nadie puede limitar lo que siento 

a menos que lo haga yo, por supuesto.  

Todo lo que ahora brota del cuerpo; 

voy a hablar de Bahía, la cuna del talento: 

Ginóbili, Palacio, Lautaro Martínez, 

algún otro bahiense que rompió algún récord Guinness. 

Yo no lo sé y ahora sale el líder,

sale un talento nato como este pibe, 

o algún otro que hace freestyle, 

que hace arte,

arte sano en Bahía, 

por todas partes. 

¡Es impresionante!

Naturaleza y la ciudad:

las 2 combinan este arte 

y esta forma es impresionante. 

Yo creo que Bahía no es reemplazable, 

acá hay gente que disfruta el baile, 

hay movimiento,

se respira un fresco aire. 

Hacemos lo que hacemos 

si podemos todo honesto. 

Partes de este cuerpo,

de lo que sabemos hacer

como un arte perfecto, 

y si no lo hacemos bien,

bueno, nos lleva el viento. 

El viento sopla

un calor genuino,

calor o frío, los dos investigo. 

Demasiado sentido, en realidad, 

cuando hace frío hace frío, pero de verdad, 

frío polar

parece que esta forma drástica,

¿me encuentro en Bahía

o en la Antártida? 

No sé, no entendí, mi pana, 

y cuando hace calor

en el desierto del Sahara 

y acá, allá, nos conocemos, 

eso es lo que pruebo 

y por eso es que yo quiero

a Bahía, mi ciudad, 

en la que sí vemos gente con talento, 

pero bueno, aprobemos todo eso. 

Vamos a dar oportunidad

a aquel que está en la calle 

y está en lo musical, 

no entiende todo esto, 

lo contrario, los que son artistas en la calle 

tienen que estar en los escenarios 

y no lo entiendo, por eso a diario 

encuentro talento nato

dentro de estos barrios

dentro de lo que somos 

y de lo que sabemos hacer, 

Bahía hoy manda

porque sí que tiene poder.

Hacke. Foto: MB.

✨ Como parte del aniversario de la Capital del Universo, esta semana también inauguramos una muestra sobre nuestro ciclo #SeresBahienses: está en 2 Museos (Sarmiento 450), es gratis y podés visitarla hasta el 23 de abril.

  • ⏰ Días y horarios: martes y miércoles de 9 a 13, jueves y viernes de 10 a 19 y sábados y domingos de 15 a 19.

🤗 En 8000 ofrecemos un periodismo bahiense, independiente y relevante.

Y vos sos clave para que podamos brindar este servicio gratuito a todos.

Con algún cafecito de $ 300 nos ayudás un montón. También podés hacer un aporte mensual, vía PayPal o por Mercado Pago:

¡Gracias por bancarnos!

👉 Si querés saber más, acá te contamos quiénes somos, qué hacemos y por qué.

Seguir leyendo

Especiales

💣⚓️ Las confesiones del almirante Jorge Anaya, el bahiense que nos mandó a la guerra de Malvinas

Una entrevista inédita, áspera y única con el hombre fuerte de la Junta Militar en 1982.

Publicado

el

Por Abel Escudero Zadrayec | Director de 8000

La primera vez que Jorge Isaac Anaya estuvo en las Malvinas, las detestó:

—Vi esas tierras desiertas, áridas, espantosas y pensé: “¡Uy, Dios mío! Si estas islas llegan a ser argentinas algún día, van a hacer una base naval y será uno de mis destinos”…

Por entonces, Anaya era teniente de navío y había llegado a bordo del crucero General Belgrano: el mismo en cuyo hundimiento murieron 323 argentinos durante la guerra de 1982 que él empujó fervientemente siendo almirante, jefe de la Armada e integrante de la Junta Militar con el teniente general Leopoldo Fortunato Galtieri y el brigadier general Basilio Lami Dozo.

—Era un convencido de que debíamos recuperar Malvinas —me dijo una tarde de noviembre de 2001, mientras la Argentina ardía. Para variar.

Petiso y morocho (2 características que no terminaban de agradarle), Anaya podía poner una cara de malo muy malo malísimo pésimo, con una mirada fija de odio o desprecio, o una combinación: según.

Ocurrió algunas veces durante nuestra charla. Especialmente cuando le hice alguna repregunta incómoda: claramente no estaba acostumbrado. Y metía miedo, eh. Su palabra clave: “Patapúfete”.

—Usted es el primer periodista al que le cuento algo —me avisó, el índice en alto, el ceño fruncido.

Me recibió en su casa, un semipiso en Recoleta. Vestía chomba azul y pantalón marrón; tenía un cinturón con sus iniciales y un audífono en su oreja izquierda. Andaba en los 75 años. Y yo, con 26: estaba cursando la Maestría en Periodismo de Clarín y quería entrevistarlo para mi tesis sobre los 3 periodistas que acompañaron a la tropa argentina en el desembarco, hace hoy 41 años (entre ellos, los bahienses Salvador “Pichón” Fernández y Osvaldo Zurlo).

Logré que Anaya me recibiera gracias a su cariñosa relación histórica con La Nueva Provincia, donde yo trabajaba.

—A los Massot les tengo una confianza ciega. A Diana Julio la conozco desde hace 70 años; vivimos la guerra contra la subversión juntos —me dijo—. Ella estaba amenazada y los choferes del diario eran de Marina. Un día me pidió que le recortase algunas escopetas. Nos encontramos con Vicente en algún lugar extraño de Bahía Blanca, sacó las armas del baúl de su coche, las pusimos en el baúl del mío, volví a Puerto Belgrano, las hice recortar, nos encontramos otra vez y se las di. Tengo mi corazoncito en La Nueva Provincia: su relación con la Armada es muy estrecha.

Es muy probable que por esa misma razón me haya tenido más paciencia de lo habitual.

Anaya nació en Bahía Blanca el 27 de septiembre de 1926. Juzgado, condenado y destituido durante el Gobierno de Raúl Alfonsín (con quien había compartido el Liceo Militar), fue luego indultado por Carlos Menem. Murió a los 81 años, el 9 de enero de 2008.

Por supuesto, nada de lo que dijo en estrictísimo off the record (“Esto no es publicable, ¿entiende?”, me advirtió: y el índice, y el ceño) aparece en el diálogo que sigue, editado mínimamente por motivos de extensión y claridad.

  • ✍️ Una versión de este material inédito y exclusivo también se publica hoy en Infobae. Las fotos son de archivo.

—¿Le dan ganas de hablar de Malvinas?

—Me cuesta, porque me duele. Pero pregunte lo que quiera.

—¿Lo único que les salió completamente bien desde el punto de vista militar fue el desembarco del 2 de abril de 1982?

—Sí. Fue impecable.

—¿Cuándo se definió?

—El día que tomamos la decisión, que fue el 26 de marzo, analizamos la situación con el canciller [Nicanor] Costa Méndez. Y él dijo: “Para mí, la única solución que existe es la militar”.

—Y usted coincidió, claro.

—Absolutamente.

—¿Por qué?

—[El jefe del Foreign Office] Lord Carrington le dijo a Costa Méndez que debíamos aceptar que le firmaran los pasaportes a la gente de Davidoff [NdR: se refiere a un grupo de obreros contratados por el empresario Constantino Davidoff para desmantelar instalaciones balleneras en las Georgias del Sur]. Si accedíamos, estábamos reconociendo de jure que las Georgias eran británicas. Y como la resolución de las Naciones Unidas habla de “Malvinas, Georgias y Sandwich”, ¡patapúfete!, también perdíamos las otras islas. En ese momento, dije: “No hay más remedio”.

—Después de tantos años, ¿piensa que fue un error? 

—Pienso que fue una maniobra tramada por Gran Bretaña. Ellos forzaron la guerra. Nos pusieron en un callejón sin salida. Al tiempo que advirtieron que el conflicto era inevitable si no retirábamos a los obreros de las Georgias, zarparon submarinos y buques logísticos de Gibraltar. No me dejaron otra opción. 

—¿Se arrepiente? 

—Ahora que la historia ya está escrita y sé que fue una trampa inglesa, asumo que tendría que haber retirado a los obreros. Y patapúfete. Se acababa. Los ingleses son los tipos más ruines que usted se pueda imaginar en cuestión de política.

—¿Y qué objetivo perseguía esa “trampa inglesa”? 

—La señora [primera ministra Margaret] Thatcher se estaba cayendo. 

—Sin embargo, se dice que fue al revés: que la Junta tomó la decisión porque el régimen militar se desplomaba.

—¿Quién dice eso? Los ingleses. 

—Muchos argentinos opinan igual. 

—Sí. Pero, en su momento, quien primero lo dijo fue la señora Thatcher. Y después, el señor [presidente estadounidense Ronald] Reagan. La gallina que canta primero es la que puso el huevo…

—Entonces, usted admite…

—Asumo que tenía elementos suficientes para darme cuenta. Y lo que tendría que haber hecho, a lo sumo, es una nota de protesta por el pedido de Inglaterra de evacuar a los obreros. Y patapúfete. Nada más.

—Pero en cambio, nos mandaron a la guerra y murieron más de 700 argentinos. Y perdimos.

Yo realmente no capté el asunto. Hoy confieso que caí en una trampa

—La Junta Militar hacía lo que usted decía… 

—Lo que pasa es que yo siempre digo lo que pienso y lo digo con gran firmeza, porque tengo el convencimiento. El hombre de más carácter de los tres era yo.

De izquierda a derecha: Anaya, Galtieri y Lami Dozo.

—¿Y su idea cuál era?

—Tomar las islas, replegarse dejando 500 hombres y retomar las negociaciones diplomáticas. Cuando las cosas no salen como nosotros pensábamos y empieza a avanzar la flota inglesa, se refuerza. Ellos no sabían qué grado de adiestramiento tenía nuestra tropa. Para recuperar una posición defendida por 10.000 hombres, usted necesita 20.000. Y nosotros fuimos agregando y agregando. Por supuesto, eran tipos disfrazados de soldados.

—Ni siquiera tipos: muchos eran pibes. 

—No. El problema de los chicos de la guerra es un cuento. Los ingleses también tenían chicos de 17 y 18 años. Además, no sé qué edad tenía el Tambor de Tacuarí, pero seguro menos de 17… Cuando usted defiende algo que es suyo… Fíjese: cuando hicieron la comisión Rattenbach [NdR: la evaluación oficial de las responsabilidades militares en Malvinas], una de las cosas que me preguntó el general Tomás Sánchez de Bustamante fue: “¿Usted sabía que iban a perder?”. “Sí”, le respondí. Antes del 14 de junio, yo estaba convencido de que íbamos a perder luego de una batalla honrosa. Me preguntó: “¿Y si sabía que iban a perder por qué lo hizo?”. Le dije: “Vea, mi general: si a su mujer le toca el culo en la calle un grandote, ¿usted qué hace? Para conservarles el padre a sus hijos y para alimentar a su mujer, no hace nada. ¿Usted salió del Colegio Militar?”. En el acta lo omitieron y yo acepté que lo hicieran, porque fue una grosería.

—¿Y pensó que Gran Bretaña no iba a responder militarmente? 

—El problema fue la ayuda de los Estados Unidos. Si no hubiera sido por eso, Inglaterra habría tenido que replegarse. Si hubiera sido una lucha mano a mano, les habríamos ganado. Pero no: el mismo 2 de abril Estados Unidos ya estaba dándoles asistencia.

—¿Descarta la idea arraigada de que la guerra serviría para que la Junta se prolongara en el poder?

—Es lamentable que haya gente que crea eso, porque se trata de algo absolutamente falso. El día que lo echaron a Galtieri, nos íbamos a reunir para aprobar el estatuto de los partidos políticos. Además, ¿cómo se llamaba el grupo ese de toda la clase política? 

—La multipartidaria. 

—Eso. La multipartidaria se creó a instancias de la Junta, para estudiar el estatuto de los partidos políticos. Pensábamos que el 24 de marzo del 84 había que entregar el poder sí o sí.

—¿Usted no quiso ser presidente? 

—No. Vea: para ser presidente se necesita una serie de cualidades que yo no tengo. 

—¿Cómo cuáles?

—Por ejemplo, si tal ministro me hace tal cosa, ¡patapúfete!, y a su casa de inmediato. Además, cuando ajustamos los sueldos, por iniciativa mía no se aumentaron los de almirante, brigadier general y teniente general. Yo veía que la población pasaba necesidades económicas. Por supuesto, estaba en la gloria con respecto a cómo está ahora… [NdR: se reitera que esta entrevista se hizo durante el infierno argentino de 2001]. De cualquier forma, si hay que hacer un sacrificio, tiene que comenzar por la cabeza. El otro día leí que un senador cobra cerca de 10.000 pesos, más 31.000 para nombrar asesores, más pasajes, más 1.200 pesos de nafta y seguro del auto… Mire: yo tengo un Duna del 91 y pago 29 pesos por bimestre… si me dieran 1.200 pesos, ¡por favor! Es una cargada. Una vergüenza.

—Usted no quería el poder, entonces.

—Vea: hay que estar muy preparado para conducir un país, como los políticos ingleses, franceses o norteamericanos. Si usted no tiene conocimientos de economía, de sociología, etcétera, no puede ser presidente. 

—¿Galtieri los tenía?

—No.

—¿Lami Dozo los tenía? 

—No.

—Bueno: ustedes tres condujeron el país y Galtieri fue presidente…

—Galtieri es una buena persona.

—Mi papá también es una buena persona, pero no funcionaría como presidente. 

—Qué quiere que le diga.

—¿Galtieri quería perpetuarse en el poder?

—Yo no sé lo que pensaba interiormente; en todo caso, a mí no me lo dijo nunca. 

—¿No son amigos?

—Fuimos compañeros en el Liceo Militar y hoy nos seguimos viendo. Soy amigote; nos juntamos cada 2 o 3 meses a almorzar en el Centro de Oficiales de las Fuerzas Armadas de Quintana 161.

—¿Y es borracho Galtieri? ¿O lo era?

—Yo nunca lo vi borracho. Algún whiskicito, de vez en cuando, sí. Pero no borracho. El que sí le daba al whisky a las 10 de la mañana era Viola [Roberto, el predecesor de Galtieri]. Mamita, cómo tomaba. Yo me tomo alguno, pero no todos los días y a las 9 de la noche…

—¿Le pareció injusto que los juzgaran?

—Vea: el problema surgió fundamentalmente por parte del Ejército. El Ejército estaba avergonzado por su actuación. El Código de Justicia Militar establece que la rendición sólo es posible frente a 2 tercios de bajas o las municiones agotadas. Nada de eso había ocurrido. Y tan sólo por esto, corresponden 20 años de prisión. Igual, la rendición es comprensible. Los británicos tenían superioridad aérea las 24 horas y relevaban a sus batallones cada día; en cambio, los nuestros estaban en sus pozos de zorro 15 días. La moral de la gente se había venido abajo. Lo que no sabía [el general Mario Benjamín] Menéndez era que si los ingleses no tomaban las Malvinas para el 14 de junio, al día siguiente reembarcaban a todo el mundo y se volvían. Pero los ingleses sí sabían que Menéndez había llamado a Galtieri —fue delante de mí, en la Casa de Gobierno ¡y por línea abierta!— para comunicarle: “Mi general, estoy dispuesto a rendirme porque mi gente ya no da más“. Galtieri le respondió: “Usted debe seguir peleando hasta las últimas consecuencias. Y si no, después tendrá que rendir cuentas al país”. 

—¿Usted coincidía?

—Sí, era lo correcto. Y eso que Galtieri no se acordaba de lo que decía el Código de Justicia Militar, eh… Yo lo recordaba porque lo había aprendido en el Liceo; había que saberlo de memoria.

—¿Y Alfonsín no lo aprendió?

—Vea: yo he tenido toda clase de compañeros. Alfonsín fue compañero mío de banco… Era un gran charleta. Fíjese que cuando decía un discurso sin leer, decía cualquier disparate pero muy bien dicho. Alfonsín hablaba al reverendísimo pedo, pero muy bien… Siempre le tuvo un odio visceral a Galtieri. A mí no, porque yo lo dejaba copiarse en los exámenes. Era un gran pícaro. Pero lo suyo contra las Fuerzas Armadas en su gestión fue perverso. Jamás podré ser amigo de Alfonsín. La traición… lo que hizo denigrando a las Fuerzas Armadas es de tal magnitud… En fin, es lo único que hay que agradecerle porque siempre fueron los radicales los que hicieron las revoluciones: ellos se ponían a salvo, pero nos mandaban a nosotros y después los nombrábamos embajadores, ministros, gobernadores…

—¿Y si hoy lo tuviera enfrente a Alfonsín?

—Hasta le daría la mano… Yo pretendo ser un buen cristiano. Y el mandamiento más hijo de puta que existe es “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Cada vez que me confieso, debo confesar algo en ese sentido: falta de amor al prójimo… Si mi mujer se cruza con Alfonsín, lo escupe. Yo no. Yo no tengo algo personal contra él. Repito: reconozco el mérito de que en estos momentos a los radicales ni se les ocurre golpear las puertas de los cuarteles. Hasta el 76, siempre fueron ellos. Pero durante el período de Menem, a quien los radicales odiaban, nadie dijo ni mu. Y hoy es imposible que las Fuerzas Armadas intervengan. Para nada. La culpa de perder la guerra contra la subversión tanto política como mediáticamente es de la dirigencia política. Si los políticos hubieran reconocido que hubo que hacer lo de Malvinas… Pero no: nos hicieron pelota. 

—¿Cree en la democracia?

—Creo en la democracia cuando existe democracia en los partidos políticos. Los partidos políticos son una verdadera dictadura. Si usted no es amigo de Alfonsín, no entra en el comité de la UCR ni por joda. En el peronismo pasa lo mismo. Y así en todos los partidos políticos. Es decir: hay una dictadura por parte de quienes pretenden ejercer la democracia. Además, si bien en la Armada tuvimos algunos casos lamentables, hoy es generalizado el problema de llegar al poder para servirse del poder. Los políticos representan al partido y hacen todo para sacar cosas primero para ellos y después para el partido. Esa es la democracia que tenemos, porque no hay democracia pura dentro de los partidos. Los candidatos son los que decide el partido y punto. Y ni hablemos de las listas sábana. Si nuestros políticos fueran argentinos, como yo pienso que un argentino debe ser, no correrían más ni la lista sábana, ni el voto obligatorio, ni semejantes dietas y gastos de representación. Los políticos cobran fortunas mientras el pueblo se muere de hambre. 

—¿Qué ve hoy en el país?

—El resultado de las últimas elecciones, en las que el 40% de la gente votó en blanco o anuló, dice que los políticos están causando asco. Pero estoy convencido de que las Fuerzas Armadas no van a hacer absolutamente nada. Si queman la Casa de Gobierno, que la quemen. Para eso están la Policía, la Prefectura, la Gendarmería, los bomberos.

—¿Y por qué cree que las Fuerzas Armadas no van a hacer nada? 

—Porque, además, todos aprendieron lo que es ser represor. Frente a cualquier lío, en la televisión siempre dicen: “La policía reprime”. ¿¡Reprime!? ¡¡Eso es poner orden!! Y fíjese que todo lo que ocurre es porque en el Gobierno tienen miedo de ser represores. La primera vez que hubo un corte de ruta en La Matanza, en vez de despejar y dejar libre el camino (porque “todo ciudadano tiene derecho a transitar libremente…”), la señora Patricia Bullrich cometió el único error que le conozco: fue y les entregó Planes Trabajar. A partir de ese momento, se transformó en un problema dominó: empezaron a cortar rutas en todo el país. ¿Y ahora cómo los para? ¡A los golpes!

—Usted no tiene miedo de ser represor, claro…

—Los políticos tienen miedo de perder votos por ser “represores”. Yo qué voy a tener miedo. Pero repito que eso no es reprimir: es poner orden. Y hacer cumplir la Constitución, ¿o acaso no juraron hacer cumplir la Constitución? Yo siempre he querido servir a mi país. Amo a mi Argentina. Y creo que mi Argentina está ocupada por una manga de sinvergüenzas. No puedo dar fe de la honestidad de ningún político. Y esas cosas no se destapan porque entre bueyes no hay cornadas. En la clase dirigente argentina son todos atorrantes. 

—Ah, no sólo los políticos.

—También los empresarios. Fíjese: el 23 de diciembre de 1981 Franco Macri me pidió una audiencia por “razones personales”. Cuando llegué a mi casa, había una sopera de plata inglesa. Le dije a mi mujer: “¿Cómo se te ocurre comprar eso?”. “No, es un regalo”. “¿Cómo un regalo?”. “Sí, de Ricciardi”. Miré la tarjeta: decía “Feliz Navidad”, con la firma de Macri. Llamé a mi ayudante: “Retire este regalo de mi casa, ubique al señor Macri y entrégueselo en persona. Dígale que hasta que no me pida disculpas por darme un regalo que no corresponde, no pienso recibirlo”. Me pidió disculpas por escrito, diciéndome que había sido un error de su secretaria. Entonces lo recibí: “¿A qué debo el honor de su visita?”. Y me dijo: “Únicamente quería conocerlo, porque soy un italiano que ha servido siempre a la Argentina y quiero seguir sirviéndola”. “Bueno. ¿Nada más?”, le dije. “Nada más”. “Bien, buenos días, señor Macri”. Ni un café nos tomamos. En la Escuela Naval y en el Liceo a uno le enseñan una serie de principios que después todo el mundo olvida. Les ponen cien mangos y listo: “Todo hombre tiene su precio”, como dijo Napoleón

—Hablando de influencias: en el libro La trama secreta se asegura que usted pidió por su hijo Guillermo [NdR: combatió en Malvinas y tras la guerra quedó prisionero].

—Es una infamia. Yo jamás pedí por mi hijo.

—¿Y por qué?

—Varios me vinieron a pedir que firmara el cese de hostilidades para que liberaran a todos los prisioneros. Yo me negué. Un capitán de navío, infante de Marina, me dijo: “Señor almirante, mi hijo está preso”. “El mío también”, le dije, “pero no voy a firmar porque sería decir que todo lo que hicieron fue al pedo”. Habrá sido para el 18, 20 de junio. Después me llamó Cristino Nicolaides [el sucesor de Galtieri] y me dijo que todos los padres de los presos le estaban exigiendo la firma. Me pidió que les hablara. Y lo hice: “Me da vergüenza escuchar de ustedes, argentinos y hombres de las Fuerzas Armadas, que tenemos que firmar el cese de hostilidades como si fuéramos unos verdaderos cobardes. Yo tengo a mi hijo detenido y no voy a pedir por él aunque me digan que lo van a fusilar“. Me emocioné mucho, porque evidentemente yo a mi hijo lo adoro. Se me cayeron los lagrimones. Aplaudieron todos y no se firmó nada. 

—¿Su hijo se lo reclamó?

—No. Guillermo se portó muy bien.

–¿Así que usted es de llorar? 

—Sí, soy muy emotivo.

—¿Revisó su actuación durante la llamada “lucha contra la subversión”?

—Fue algo que había que hacer. Aniquilar a la subversión era orden de Lúder [Ítalo, efímero presidente peronista que firmó los decretos]. Y todo el mundo entiende que aniquilar es con cuidado. Las subversivas iban con sus bebés en el cochecito y ponían bombas debajo de los autos… Los subversivos eran unos flor de hijos de puta. Para entrar, los novatos tenían que matar a un vigilante. Con esa clase de gente es muy difícil tratar. Fíjese el caso de Alfredo Astiz. Era teniente de corbeta, era muy joven, y lo mandaron al Grupo de Tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Y ahí a él se le ocurrió infiltrarse en las Madres de Plaza de Mayo. A raíz de eso, supo cómo se hacían las conexiones para hacer un golpe y a partir de entonces, cada operación era desbaratada… Y ellas le decían “El Ángel”…

—¿Está conforme con lo que hicieron?

—Vea: hubo excesos. Hubo excesos. Hubo excesos, pero, digamos… fíjese que en este momento el presidente de los Estados Unidos dio la orden de capturar a Bin Laden vivo o muerto…

—¿Usted mató o torturó?

—No… Yo entonces era comandante de la flota; estábamos siempre navegando. Pero si hubiera tenido que matar a alguien, lo habría hecho. Con la tortura no estoy de acuerdo, aunque es comprensible para obtener información. Vea: los israelíes la autorizaron, por ejemplo. ¿Sabe qué pasa? Por ahí vuela un edificio porque usted no torturó… Igual, yo sería incapaz de torturar. Hay que tener mucho estómago. Y como ya le dije, trato de ser un buen cristiano.

  • Esta entrevista con Anaya formó parte de la investigación que finalmente se publicó como suplemento en La Nueva Provincia en 2007, bajo el título El desembarco de una primicia.

🤗 En 8000 ofrecemos un periodismo bahiense, independiente y relevante.

Y vos sos clave para que podamos brindar este servicio gratuito a todos.

Con algún cafecito de $ 300 nos ayudás un montón. También podés hacer un aporte mensual, vía PayPal o por Mercado Pago:

¡Gracias por bancarnos!

👉 Si querés saber más, acá te contamos quiénes somos, qué hacemos y por qué.

Seguir leyendo

Especiales

💡🏀📕 Pepe Sánchez y Luis Sagasti: la excepcionalidad de ida y de vuelta

El campeón olímpico y el escritor en un diálogo público y genial por los 2 años de 8000.

Publicado

el

—¿Desde dónde construís un proceso de creación que después se materializa en un libro, en un papel…? —pregunta Pepe.

—La imagen es la del tipo que espera la ola para hacer surf —devuelve Luis—. Estás como en un estado de umbral con todos los sentidos puestos en esas ondulaciones hasta que en un momento aparece la ola y ahí empezás a surfearla.

Así empieza el mano a mano entre el dorado Pepe Sánchez y el escritor Luis Sagasti en el evento público por el segundo aniversario de 8000 y la despedida de 2022

Un encuentro extraordinario en el Museo del Deporte, desbordante de #OrgulloBahiense, que tiene un disparador: los procesos creativos.

🧠 Hacer arte

Pepe dice que el deporte puede ser una expresión artística o simplemente una destreza. Y que para que haya expresión artística se necesita pausa, que es muy difícil de lograr.

—Messi es el ejemplo extraordinario: él está en una pausa activa, mapeando todo (si pudiéramos medir lo que pasa en ese cerebro sería algo extraordinario) y en el momento de la acción, desaparece el pensamiento y lo que hay es intuición.

Explica que necesariamente se diluye porque el pensamiento estorba la acción: pensar requiere tiempo y la acción se ejecuta en cuestión de segundos.

Y otra vez vuelve a Messi: en el primer gol contra Países Bajos, nuestro crack hace un movimiento y toca la pelota sin ningún tipo de contacto visual, ni con el espacio ni con el compañero, porque tiene suficientemente mapeada la situación.

—Vos lo ves y decís que es un artista, no es un deportista. Sí, es deportista porque corre, porque hace una destreza física, pero lleva la destreza física a otro lugar y la convierte en una expresión artística.

Luis coincide: se trata de ir captando y reteniendo cosas hasta que en un momento “bajan”. Y mete de ejemplo “La Anticábala”, la reciente columna que la cronista argentina Leila Guerriero hizo para El País.

—Creo que es lo mejor que se ha escrito en el Mundial. Cuenta que por cábala el padre tiene que irse de la casa. Cómo resuelve eso… —dice con admiración—. Te das cuenta de que la resolución de la cábala de la familia “Bueno, papá, andate”, que tiene una dimensión espiritual y poética de la gran puta, la tuvo hace años en la cabeza.

🤑 El costo de ser original

A Pepe le llama la atención cómo los latinos “endiosamos la originalidad” y nuestra “devoción porque escuchen nuestras ideas”, siendo que en los procesos creativos la originalidad “no tiene peso propio”.

Y plantea un problema: es muy difícil y muy costoso ser original. Por eso, sostiene que muchas veces se trata más de copiar lo que está, de modificarlo, de hacerlo mejor.

—La originalidad es un valor en esta sociedad moderna o post moderna, que siempre invita a lo nuevo. Entonces a veces se vincula la originalidad con lo bueno y no necesariamente tiene que ser así —dice Luis—. Pero creo que está mal o es erróneo proponerse ser original: si bien la originalidad es un valor, no debe ser una meta. 

Agrega, no obstante, que siempre hay cosas por hacer:

—Estamos en un momento que no tiene antecedentes en la historia humana: nada cambió tan radicalmente en tan poco tiempo. Esto tiene un arte que lo expresa, una música que lo expresa… Pero para hacer algo nuevo, uno tiene que conocer las reglas. Conocerlas para romperlas, si no lo único que rompe son las pelotas.

🤯 El algoritmo

Para Pepe, hay una gran tensión entre el ser humano y el dato, entre la eficiencia y la improvisación creativa. Y lo lleva al campo deportivo: si comparás el juego actual con el de hace 15 o 20 años ves que hoy “tiene una matriz muy fuerte de cuasi robot”.

El mundo de los datos le parece atractivo, útil. Pero señala:

—Al final del día la diferencia la terminan haciendo los individuos que tienen esa capacidad para saltearse las reglas.

—¿Y hay forma de entrenar eso o estimularlo? —pregunta Luis.

—El estímulo de la creatividad mata la eficiencia —dice Pepe—. ¿Por qué? Porque para estimular la creatividad tenés que permitir el error, y el error no es eficiente. Necesitás procesos largos donde puedas decir “equivocate, pero experimentá”.

La ciencia del deporte y la ciencia conductual, continúa, van en ese sentido de optimización. Y otra vez aparece como contra la pérdida de la magia, de lo intuitivo.

—Creo que también va cambiando la percepción —aporta Luis—. La gente va creciendo con eso y por ahí termina admirando ciertas formas de eficacia deportiva…

Sin embargo, considera que el arte debería correrse del algoritmo.

—En el deporte también predomina el algoritmo: hay que tirar tantos triples, tantos dobles… —sostiene Pepe—. Antes recompensábamos lo original, la espontaneidad; hoy se recompensa el algoritmo.

Luis plantea 2 formas de hacer arte, de gambetear, de romper con ese algoritmo.

—Están las obras que directamente te descolocan, como la obra del bahiense Mario Ortiz, que es un genio, inventó un género… Y obras como las de Leila Guerriero: una narración clásica donde al final te hace una faja, un amague y decís “¡hija de puta!”.

👁️ Percibir y redescubrir

Luis dice que en acrobacia generalmente miramos al que pega las vueltas, no al que calcula para poder agarrarlo. Y en el deporte pasa igual: vamos con el que tiene la pelota…

El que realmente sabe mira qué hace el resto —diferencia el escritor—. Pero no nos educan para eso.

—Tal cual. Si supiera de fútbol vería el juego, pero la pelota me gana siempre —reconoce Pepe—. En cambio, en el básquet, no miro la pelota, miro los comportamientos. 

Cuenta que esa manera de ver el juego le permitió redescubrir y reenamorarse del básquet después de los 40. Fue un proceso de un año en el que hizo el ejercicio de no mirar la pelota: le costó bastante, pero pudo escribir una nueva metodología.

—Empezamos a investigar que el jugador que más tenía la pelota en el mundo la tenía 6 minutos; el promedio son 2 minutos y los jugadores interiores la tocan 30 segundos. Y dijimos “vamos a entrenar respecto a lo que pasa”: si vos la tenés 30 segundos probablemente no tenga tanto sentido que entrenes 1 hora y media con la pelota.

Es lo que Pepe llama expectativa-realidad.

—Entrenamos las expectativas, pero después jugamos la realidad y en el medio aparece la frustración. Pero es porque estamos poniendo las expectativas altísimas.

Otra cuestión que observa es la constante necesidad de poner el ojo en lo que el jugador no tiene: va bien a la derecha pero no a la izquierda, “entonces vamos a entrenar a la izquierda”.

Hay una gran obsesión por construir desde las no virtudes. Queremos construir un equipo desde unas virtudes que no existen, que están en la expectativa, cuando podríamos construirlo desde las virtudes que tenemos y potenciarlas.

💪 Recompensar e incentivar

Pepe dice que los latinos somos tierra de originalidad. Estamos en una búsqueda permanente de excepcionalidad, que “nos genera otras cuestiones”. Y aclara:

—En los grandes equipos tenés que tener todo: la excepcionalidad y la recompensa permanente hacia el que se lleva la marca.

Como buen representante de nuestra Generación Dorada, traza una línea entre aquel equipo que conquistó los Olímpicos en 2004 y “La Scaloneta”: así como en Atenas Fabricio Oberto hacía “el trabajo sucio” para que nuestro Manu Ginóbili pudiera salir a tirar, hoy el equipo de Lionel Scaloni también muestra ese espíritu colectivo.

—Cuando un jugador que no juega alienta, cuando un jugador se pone contento porque a un compañero le va bien… Cuando aparecen esos patrones y hay talento y hay juego, aparecen las posibilidades de éxito.

Después entrás a la cancha y podés ganar o perder pero, insiste, las posibilidades de éxito se hacen mucho más fuertes. De ahí, la importancia de recompensar al que se lleva la marca, algo que no es tan habitual en lo cotidiano.

—Hacemos un culto de la excepcionalidad que nos da como resultado fenómenos de vez en cuando, pero no continuidad. No creo que haya que matar una cosa o la otra: tenemos niveles de pasión, competitividad, toma de riesgo, que no hay que perder.

Y Luis cierra:

—Deberíamos incentivar a ir por fuera del algoritmo, a ir por lo que está descentrado y tratar de ver que no sólo el cantante levanta minas, el bajista también puede levantar.

🥳 Los primeros 2

  • Es el segundo evento en nuestros cortitos 2 años. ¡Y vendrán más!
  • En el arranque, Agustina Arias (la voz de nuestros audios) y un tremendo acústico:
  • 🙌 ¡Muchas gracias a quienes nos acompañan! Y al museo y su gente por la gran mano.

🤗 En 8000 ofrecemos un periodismo bahiense, independiente y relevante.

Y vos sos clave para que podamos brindar este servicio gratuito a todos.

Con algún cafecito de $ 300 nos ayudás un montón. También podés hacer un aporte mensual, vía PayPal o por Mercado Pago:

¡Gracias por bancarnos!

👉 Si querés saber más, acá te contamos quiénes somos, qué hacemos y por qué.


Edición audiovisual: Tato Vallejos

Texto: Belén Uriarte

Fotos: Eugenio V.

Edición general: Abel Escudero Zadrayec


📷 Galería:

Seguir leyendo

Sumate

Apoyanos

Invitame un café en cafecito.app

El audio de 8000

Publicidad
Publicidad
Publicidad

Más vistos