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#SeresBahienses

🤝 Matías Torres, el Ciudadano Bahiense: 100 % solidaridad

Nuestra gente, nuestra mirada, nuestra ciudad.

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Matías Torres nació acá, tiene 35 años y es conocido en redes como Ciudadano Bahiense. Cuenta que creó ese usuario para compartir historias de la ciudad aunque rápidamente también se convirtió en el impulsor de movidas solidarias.

Y se sumó mucha gente: solo en Facebook lo siguen 26.000 personas.

Al principio se preguntaba qué iba a cambiar yendo un par de veces a retirar donaciones a distintas casas para llevarlas a merenderos y comedores, pero el tiempo le demostró que una pequeña acción es capaz de contagiar y generar algo más grande.

—Son esfuerzos que se suman y te dan más ganas de hacer cambios que ayuden al vecino que tenés al lado o alguien que no conocés directamente. 

Comenzó con la página a principios de 2020, con el inicio de la pandemia de coronavirus. La idea era compartir historias de la cotidianidad bahiense, “hablar de tú a tú”. Pero enseguida se sumó la posibilidad de tender puentes de ayuda.

—Comencé a retirar donaciones de gente que quería donar, pero no tenía movilidad —le dice Matías a 8000—. Y de a poquito me fui ofreciendo para hacer esa logística de lo que es la solidaridad bahiense. Empecé con mi camioneta, que me lleva a todos lados.

Desde entonces hizo innumerables viajes y algunos eventos para conocer a sus seguidores. Uno fue para el Día del Niño en la ex estación Noroeste, donde armó unos tablones con la ayuda de su pareja Lorena. El éxito fue tal que repitieron en la Plaza Rivadavia y lograron juntar más de 700 juguetes para repartir en 13 comedores.

—¿Cómo surgió este espíritu solidario?

Empecé un poco por mi personalidad. Nunca me salió decirle “no” a un amigo. Por ahí estoy en la calle dando vueltas con la camioneta, se queda un auto y me dicen “¿no me podés dar un empujón?”, y por más que esté apurado siempre me doy un minutito.

También lo motiva la gente:

—Mientras más gente conoce la página, más comparten y quieren ayudar. Es algo que se retroalimenta.

Matías vive de repartir frutas y verduras. Lo hace con su camioneta Ford color celeste que lo obliga a levantar el capot para poder arrancar. Tiene sus años, sus mañas, pero no lo deja a pie: con ella también recorre la ciudad para buscar donaciones. 

—Una tarea que obviamente no es paga, pero la verdad que mi ganancia es por otro lado: la satisfacción de poder ayudar a otros y que a la vez la gente te felicite y se sume.

El ida y vuelta se da a través de las redes sociales y WhatsApp. Los seguidores le escriben y, según sus direcciones, Matías arma el itinerario que le resulte más eficiente para poder también cumplir con su trabajo. 

—Para hacer esto no solamente se necesitan las ganas de decir “quiero ayudar”, también se necesita un vehículo y tiempo. En mi caso, como en mi trabajo no tengo horarios fijos, no tengo horario de oficina o de comercio, puedo adaptarme.

—¿Te contacta más gente para que la ayuden o para ayudar? 

—De todo. Me escribe mucha gente todos los días no tan solo para decir “tengo un colchón, ropa…”, sino también familias con mucha necesidad. Lamentablemente, en ese sentido no puedo hacer demasiado porque si además de retirar donaciones casa por casa también entregara las cosas hogar por hogar, sería muy estresante.

Por eso, en estos años hizo el contacto con distintos comedores, que son “los que conocen a las familias y saben las necesidades específicas”. Y ahí lleva todo lo que junta en sus recorridos, aunque a veces hay un paso intermedio:

—Hay ONG o grupos que también hacen este laburo solidario, como Reparasillas, que recibe donaciones de sillas de ruedas, las arreglan y las vuelven a donar; o el Hospital de Bicicletas. Ahora tengo 2 bicicletas arriba de la camioneta, que se las voy a llevar a ellos, que también las reparan, las reacondicionan y las vuelven a donar.

Más allá de su trabajo como intermediario, Matías también ha intervenido de forma directa en casos de incendios. Es lo que más lo conmueve, porque “lo peor que le puede pasar a alguien es perder su hogar, sea algo grande o un simple ranchito”.

A pesar de que en las redes sociales aparece como Ciudadano Bahiense, no es alguien oculto detrás de un teclado: asegura que la mayoría lo conoce, sabe su nombre. De hecho él no lo oculta, cada tanto también comparte fotos personales.

—¿Por qué elegiste el nombre de Ciudadano Bahiense?

—Bahiense, obviamente. Y ciudadano más que nada porque siempre hablo del ciudadano de a pie, la gente común y corriente que día a día sale a trabajar, a tratar de seguir adelante pero con los pies en la tierra, viendo lo que sucede alrededor. 

Para Matías, Bahía no es solamente el lugar donde nació. También es la ciudad que redescubrió con sus recorridos, siendo testigo de su crecimiento y sus desigualdades:

—No muy lejos del centro hay un contraste muy grande entre familias que por suerte pueden mantener su hogar, su vehículo, su estilo de vida, y las que viven en un ranchito, que lamentablemente no tienen otro lugar o forma de acceder a una vivienda. 

Por eso, a pesar del cansancio, sigue con las movidas solidarias. Uno de sus deseos es ayudar a que la ciudad sea más grande, “no solo en el nombre y su ubicación, sino también en el futuro que le puede esperar”.

Matías se crió en el barrio San Martín y actualmente vive en Villa Harding Green con su pareja y su hijo Nachito. Dice que una de las cosas que más le gusta de Bahía es su arquitectura, que da cuenta de sus casi 200 años de historia.

—Obviamente con el tiempo hay edificios que han ido desapareciendo, pero muchos otros se mantienen. Muchos piensan que Bahía tiene una historia muy cortita, pero en realidad tiene muchas cosas interesantes. También veo muchos clubes de barrio, el puerto… Pensamos en Monte Hermoso, en Pehuen Co, pero nos olvidamos que acá nomás tenemos una costanera que se podría aprovechar muchísimo más.

—¿Y qué es ser bahiense? 

—Nosotros tenemos una connotación bahiense. Nos queremos diferenciar un poco del resto de los provincianos. Tenemos nuestras propias palabras: a la tortita negra le decimos carasucia; a las galletitas, masitas… Buscamos remarcar esas diferencias: el bahiense se siente bahiense antes que de la provincia o incluso de Argentina.

Matías remarca que nada de lo que hace sería posible sin el apoyo de su pareja y su hijo de 6 años. Y siente una enorme gratitud por todas las personas que colaboran y le permiten realizar esta tarea.

—Como siempre digo, esto no es solamente por ayudar al otro a que pueda acceder a algo que de otra manera le sería muy difícil, también es algo que personalmente me da mucha retribución personal, sentimental… Es un ida y vuelta, porque a veces la misma gente que dona es la que al tiempo necesita.

—¿Recordás alguna situación que te haya marcado? 

—Estuve cerca cuando tristemente ocurrió el incendio donde fallecieron 7 personas. Estaba repartiendo, pasé cerca y vi todo el movimiento. Fue algo que afectó a muchísima gente, por eso también cuando hay incendios de esa magnitud, que por suerte muchas veces no hay víctimas, trato de ayudar.

Todos los días recibe donaciones y pedidos de ayuda, y trata de retirar 2 o 3: ya es parte de su rutina. Y en esta época, por supuesto, se suman los juguetes y las ayudas específicas para las fiestas.

Cuenta que no siempre es fácil equilibrar el trabajo, la labor solidaria, el estar en casa y las cosas que se necesitan hacer en la casa. Lo sigue aprendiendo, pero siempre con la seguridad de que dar una mano es parte fundamental y necesaria de la vida.

—Las pocas veces que entregué donaciones directamente, he charlado con gente grande que a veces queda fuera del sistema o gente que se ha quedado sola. Es lo que necesitan: alguien que los escuche y les haga sentir que son importantes. No podría hacerlo con todo el mundo, pero cuando se da la oportunidad trato de hacerlo. 

Con toda la euforia mundialista y en plena Navidad, Matías desea que estos tiempos sean de mucha felicidad, “no solo porque somos campeones del mundo”:

—Lo importante también es la familia, la salud, el cuidarse unos a otros, que no haya disturbios como lamentablemente a veces sucede cuando se junta mucha gente.


Producción, videos y edición audiovisual: Tato Vallejos

Producción y texto: Belén Uriarte

Fotos: Eugenio V.

Idea y edición general: Abel Escudero Zadrayec


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👩‍🏫🌱 Myriam Cony, maestra rural: sembrar futuro para cambiar el mundo

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―Lo más lindo y gratificante de la docencia es el aula, porque todos los días los chicos aprenden algo; todos los días hacen algo que ayer no podían.

La definición le pertenece a Myriam Cony, maestra de grado y directora de la escuela rural N°51 “Rafael Obligado”, que queda en el kilómetro 15 del Camino de la Carrindanga.

Mi orgullo es ser “seño”, no “dire”, ja, ja, ja ―nos aclara―. El cariño de los nenes es más cotidiano. Si bien en la dirección también te quieren, porque una genera un lazo con ellos, no es lo mismo que estar en el aula y ser su “seño”.

Myriam tiene 44 años y lleva 16 en la docencia. Comenzó con varias suplencias de 1, 2 o 3 días, hasta que titularizó en la escuela N°5 de Darregueira al 400. Ahí pasó más de una década, alternando entre primero y segundo.

Después rindió una prueba para cargo directivo y mientras ejercía ese rol en las escuelas 55 y 74 (ubicadas en Avellaneda al 1.700 y Eduardo González al 300) se presentó a un concurso de directoras titulares, lo que le permitió volver al aula. Por eso, hoy hace las 2 cosas: da clases y dirige.

―¿Recordás cómo fue el momento en el que decidiste ser docente? 

―Siempre admiré a Cristina Jesús Cabrera de García. Ella fue mi maestra de primero a cuarto en la escuela N°7 de Villa Arias, en Punta Alta, y toda la vida fue una mujer referente para mí. Terminé la secundaria, empecé a estudiar bioquímica y en un momento entré a un laboratorio con esas mesadas largas y me acuerdo haberlas tocado, esa frialdad, y decir: “Esto no es para mí, quiero otra cosa para mi vida”

Entonces dejó la carrera tras 2 años cursados en la Universidad Nacional del Sur, y se metió en el profesorado de educación primaria en el Instituto Superior de Formación Docente de Punta Alta.

―Fue muy difícil ―reconoce―. Mi cabeza estaba formateada para lo técnico: lo humanístico me costó un montón. Yo no tenía ni idea de quién era Jean Piaget, quién era Jacques Lacan (grandes pensadores del siglo XX)… No entendía nada, nada.

Pero su pasión por la docencia fue más fuerte. Y hoy disfruta:

―Soy de las personas que tienen la suerte de ir todos los días a trabajar muy feliz. Yo quería eso para mí; no quería un trabajo que sólo fuera mi trabajo.

El primer acercamiento a la docencia fue de chica: cursaba quinto año y les daba particular a los vecinos más chiquitos. Si bien algo le pagaban, para ella era una especie de lindo juego.

―Era muy satisfactorio verlos avanzar, y creo que eso es lo que hoy me sigue impulsando todos los días. Esta creencia de que lo que yo pueda sembrar en ellos, construye futuro, y que el día de mañana ellos van a estar donde estamos nosotros o dirigiendo una escuela o una revista digital o en un cargo político o siendo médicos o en un banco… Sé que el día de mañana ellos van a dirigir mi país, el país en el que yo quiero vivir y que vivan mis nietos. Entonces, tomo mi trabajo con ese grado de responsabilidad, a sabiendas de que puedo hacer mucho bien o mucho mal.

En marzo de 2021 Myriam llegó a la escuela rural a la que actualmente asisten 8 nenas y 7 varones, que cursan desde primero hasta sexto.

Es todo un desafío, dice, muy diferente a enseñar en un establecimiento de ciudad, donde los cursos son numerosos pero los chicos tienen la misma edad.

―En el sistema educativo se habla de que la heterogeneidad debe ser vista como algo positivo, en vez de “Uy, cuánta diferencia, qué problema”. La heterogeneidad es lo que nutre, lo que genera nuevas ideas, nuevos desafíos, y nos hace crecerComo pasa en la sociedad, pasa en el aula. Y acá, la heterogeneidad es todo el tiempo: no hay manera de que todos los niños hagan lo mismo, y eso a mí me mantiene sumamente alerta, porque mis intervenciones docentes tienen que ser sumamente diversas.

Sin embargo, las cosas suelen darse de forma muy natural. A diferencia de otras escuelas, en la rural andan juntos, incluso en los recreos: todos juegan con todos.

―No existe ese temor de que el de sexto golpee al de primero, porque ya está naturalizado que tienen que estar juntos: el de sexto hace lo que tiene que hacer para no golpear al de primero y el de primero se acostumbra a estar en contacto con nenes más grandes.

―¿Qué fue lo que más te costó de este cambio? 

―Matemática es un área muy difícil para hacer una planificación que les sirva a todos. Por ejemplo: cálculo mental es un contenido que se puede trabajar con todos a la vez, pero fracciones, decimales, no son contenidos que los nenes de primero puedan abordar y sí necesariamente tengo que hacerlo con los de sexto. Pero, bueno: año a año mejora la dinámica; en algún momento le encontraré la forma que me gusta, para que todos estén aprovechando el tiempo y yo pueda estar con todos los que me necesitan.

Resalta que en esta dinámica nunca falta la generosidad:

―Muchas veces alguno de los chicos me dice “Seño, seño”, y yo estoy con otro, entonces le digo que espere y automáticamente escucho: “Yo lo ayudo”. Y veo que alguien se para, va y ayuda.

Considera que en educación siempre hay cosas para mejorar, y que la mayor dificultad hoy pasa por lo humano y no por la falta de acceso a ciertas herramientas o instrumentos.

―Ya no nos podemos quejar porque no tenemos compu o no tenemos microscopio… Lo que no puede faltar es calidad humana y calidez humana. Con límites precisos pero amorosos, con real empatía, con real conocimiento de esa personita que tenemos enfrente, para ser un andamiaje entre el contenido y esa curiosidad que naturalmente tienen los nenes, creo que alcanza. Siempre digo: “No empaquetamos galletitas”. Trabajamos con otro ser humano y le podemos hacer mucho bien o mucho mal.

Estos años frente al aula la hicieron testigo de varios cambios. Por ejemplo: hoy los chicos se alfabetizan más tarde. Cuando ella empezó a trabajar, ocurría en primer grado y actualmente, la mayoría lo logra en segundo.

―No es el caso de acá porque son poquitos, pero esta es una escuela ideal… Ahora, ¿con qué tiene que ver? No lo sé, no sé si es que están demasiado embotados en el celular y en las pantallas y eso no les permite maravillarse, entusiasmarse con otras cosas; o la falta de aire libre. Creo que la falta de aire libre hace que no tengan, por ejemplo, un buen uso de su cuerpo. Entonces, si yo con mi cuerpo no puedo medir las distancias porque no me subí a los árboles, no corrí, no trepé, después es muy difícil volcarlo a la motricidad fina y escribir una letra en un renglón.

Y eso, dice, se adquiere en la plaza, en el patio, básicamente en casa. Pero en las circunstancias actuales, en las que generalmente madres y padres pasan mucho tiempo afuera, la escuela tiene otra relevancia:

―Pero creo que no se le ha sabido encontrar la vuelta y subsanar esas deficiencias que hay en la casa, naturales, porque todos vivimos en este país y sabemos que los padres tenemos que salir a trabajar muchas horas.

―¿Esto lo ves desde antes de la pandemia? 

―Sí. Igual, la pandemia ya no puede ser más la excusa; pasó hace 3 años. Pero los roles se han ido corriendo desde mucho antes y vuelvo a lo mismo: falta darnos cuenta de que con amorosidad podemos suplir un montón de deficiencias educativas. El diseño curricular es muy claro: hay que sentarse a leerlo y tomarse el tiempo de conocer a los nenes. Entiendo que en primaria es más fácil que en secundaria, porque los profes van y vienen. Por ahí, lo que se podría hacer desde Educación es facilitar que los docentes puedan anclarse en una escuela, y que no tengan 2 módulos acá, otros 2 allá… 

En la escuela rural N°51, los pibes tienen acceso a computadoras y el celular de Myriam siempre está disponible.

―Por una cuestión de seguridad, saben mi patrón de desbloqueo, por si necesitan algo y estamos solos y no hay otro adulto. Así que mi teléfono circula, también si quieren saber algo, investigar algo…

―¿Y eso influye en la concentración? 

―No, porque ellos tienen muy en claro para qué lo usan y en qué momento. La tecnología no es mala en sí misma; es como todo: si está mal usada, sí. Vivimos en una era tecnológica donde el libro para investigar, por ejemplo, ya no tiene la función que tenía antes. Yo sigo sosteniendo que prefiero el libro de papel para leer por entretenimiento, pero al momento de investigar me cuesta ir a un libro, porque sabiendo cómo buscar en internet… Y eso también se enseña, porque aparte dependiendo qué estemos buscando puede tornarse peligroso. 

Entre sus alumnos hay quienes son de campos cercanos y otros que no viven en sectores rurales: por cuestiones de matrícula, han ingresado chicos de otras partes y luego han continuado sus hermanitos. 

Los del campo cuentan con un servicio provincial de combis. El resto asiste por sus propios medios, al igual que Myriam, que de lunes a viernes viaja en auto desde su casa en el barrio Kilómetro 5.

―No vivo muy lejos. Antes de los lomos de burro, en 20 minutos estaba. Después de los lomos de burro y 2 amortiguadores rotos, en media hora. Tengo 21 lomos de burro para venir y otros tantos para volver a mi casa.

  • 🥐 Este año se implementó la jornada completa, por lo que están en la escuela de 8 a 16. Es decir: desayunan, almuerzan y meriendan ahí.

Cuando se anunció el cambio, hubo algunas dudas. Pero Myriam asegura que la adaptación no costó: son una gran familia. La única dificultad radica en la falta de espacio, porque tienen una cocina muy pequeña y usan la biblioteca como comedor.

―Hay un espacio detrás de la escuela que era usado como casa de casero y con algunos arreglos podría usarse como comedor y también como laboratorio de ciencias naturales, algo necesario porque la escuela tiene esa orientación.

  • 🤝 Si querés dar una mano para que puedan refaccionar ese espacio, contactate con Alejandra Hall, una mamá de la cooperadora: 2915748166.

Myriam da prácticas de lenguaje, matemática, ciencias sociales y naturales. Es la que pasa más tiempo con los chicos y la que está en todo: al no tener equipo de orientación escolar, ni preceptor, ni secretario, ni vice, se encarga de lo pedagógico, de lo administrativo y de lo socio-comunitario.

  • 🙋‍♀️🙋‍♂️ El equipo se completa con Anabella Tumini (profesora de inglés), Victoria Britos (danza), Julieta Castro (educación física), Marbela Cacciatori (espacio de profundización en Ciencias Naturales), Walter Lafalla (auxiliar de limpieza) y Claudia Pérez (auxiliar de cocina).

―¿Te encontraste con algún alumno o alumna después de muchos años? 

―Sí, el otro día fui a un bingo de la escuela 5 y me encontré con un nene… bah, 28 años, ya no es un nene… De mis alumnos, algunos ya son grandes, sobre todo los que tuve en sexto… Siempre me estoy encontrando.

―¿Y qué te genera? 

―Me encanta que se acuerden de mí, porque ellos cambian mucho. Me pasa que los reconozco si están con la mamá o el papá, porque ellos están más o menos iguales; o les veo la sonrisa o los ojitos y ahí me doy cuenta de que son ellos, pero si me los cruzo en la calle es muy probable que no los reconozca. Cuando me reconocen, el “seño” es una palabra que sólo las que somos “seños” sabemos lo que implica; es parecido a que te digan “ma”, pero magnificado, porque con un hijo uno da por sentado que te va a querer, en cambio el alumno no necesariamente tiene por qué; entonces, cuando te quieren es mágico y es sumamente gratificante.

―¿Te han dicho “ma”? 

―Sí. “Ma”, tía, abuela, depende quién los cuide… Tuve un nene correntino que en vez de señorita me decía “maestra”, entonces el diminutivo era “mae”. Empezó: “Mae, mae”, y después me llamaba “ma”. Los nenes le decían: “No es tu mamá”. Y él les decía: “No, es mi maestra”.

Myriam nos relata su historia en un aula repleta de afiches, colores, letras y mesas decoradas por internos de la cárcel de Villa Floresta, mientras los chicos aprovechan el patio para hacer educación física antes de que se desate la tormenta. 

Le emociona hablar de su vocación. Y especialmente de sus alumnos: 

―A algunos les costó un montón aprender y cuando escriben su primera palabra o cuando leen su primera palabra es un recuerdo que atesoro con mucho cariño. Después, verlos grandes, ya con proyectos, es un orgullo. De alguna manera es como decir: “Con este ya cumplí, ya puse mi granito de arena”.

  • 👨‍👩‍👦‍👦 Myriam está en pareja con Fernando Alarcón y tiene 2 hijos: Mateo, de 21, que vive en México, y Gael, de 16, que cursa la secundaria en La Piedad.

Dice que hay similitudes entre ser mamá y la tarea de docente: básicamente, el amor.

―La tarea docente es inseparable del amor hacia la persona con la que tenés que estar y la tarea de madre es lo mismo; si no, más de una vez cuando se despiertan a la noche volarían niños, ja, ja, ja. Y otra similitud es conocerlos: ya sea como mamá o como “seño”, podés anticiparte a sus reacciones o a sus necesidades. 

Myriam nació en la Base Naval de Puerto Belgrano y lleva 19 años entre nosotros. Su familia núcleo se compone por su padre Roberto Cony, su madre Elena Pacheco y sus hermanos Alejandro, Claudia, Noelia, Bettiana y Solange.

―¿Tu mamá y/o tu papá han influido en este amor por lo educativo, o es casualidad? 

―No creo… Mi papá es militar y mi mamá, ama de casa. Ellos nos inculcaron siempre la importancia del trabajo, el ser dedicados, responsables, el no faltar, pero no con la docencia. En mi caso fue mi “seño” Cristina.

  • 3 de sus hermanas comparten el cariño por la educación: Claudia es maestra jardinera y las mellizas Noelia y Bettiana son profesora de biología y trabajadora social, respectivamente. Alejandro trabaja en YPF y Solange es militar. 

La educación tiene, por supuesto, sus costados duros, oscuros, desoladores. Más de una vez, Myriam ha intervenido por cuestiones de abuso, violencia familiar… Y dice que lo más doloroso es saber que muchas veces no podés hacer lo suficiente.

Hay realidades familiares donde la normativa se agota, y a partir de ahí no te queda otra que aceptar que son otros quienes deberían hacer: la Justicia, la familia, el servicio local… O sea, hay otros organismos del Estado que se tienen que ocupar de ciertas situaciones, pero bueno, uno es un ser humano y es inevitable pensar que esa nena o ese nene está sufriendo algo, y que uno desde su lugar no puede hacer nada.

―¿Qué es lo peor en esos casos, lo que más te preocupa?

―Cómo sigue la situación y qué puede pasar a futuro con la familia que forme ese niño, porque no deja de estar en la misma sociedad que todos nosotros, y de alguna forma estamos fallando como sociedad. Yo puedo estar tranquila de que hice todo lo que pude, pero sé perfectamente que no siempre los otros estamentos del Estado pueden hacer todo lo que deberían. Creo que les pasa como a mí: todos hacemos hasta donde podemos y después pasa lo que pasa. Alguien no es un delincuente porque se levantó y tuvo ganas de ser delincuente; o sea, ese adulto que está delinquiendo tiene una historia detrás y quizás ahí falló alguno de estos estamentos. La familia, principalmente, pero también alguna de todas las personas que transitamos en la vida de ese niño en algo fallamos, porque si no quizás algo se podría haber hecho.

Vivir con eso es terrible, nos dice. Ver todos los días al chiquito que sabés que está sufriendo, y tener que conformarte con darle cariño durante las horas de clase, es angustiante. A veces cuesta dormir.

―¿Necesitás cierta contención psicológica en esos casos? 

―Sí. Es mucha impotencia, mucha tristeza. No me alcanza el entendimiento. Yo soy mamá, yo sé lo que es criar, es un amor que no sé cómo explicar… Uno por un hijo hace cualquier cosa: te levantás o te acostás a cualquier hora, dejás de comprarte lo que vos querés… Tenés un hijo y tu vida gira alrededor del nene y las actividades y los amiguitos… ¿Cómo puede ser que que haya papás que decidan lastimarlos?

―¿También pasa como docentes que conviven un tiempo con la duda hasta denunciar?

―Sí, ahora por suerte todo se agilizó. Cuando yo empecé, tenías que hablar con el equipo, con la directora, y ellos te tenían que ayudar. Ahora no. Incluso si sospechás algo, podés ir y denunciar. Es más ágil, pero no deja de ser delicado porque una se debate entre “Voy, denuncio, ¿y?”. Si no pasa nada, no es que se lo van a sacar; y si se lo sacan, ¿a dónde lo llevan? No los llevan a una casa donde hay gente superamorosa; van a un lugar donde están con otros chicos igual de lastimados. Pero bueno, por ahí llega un momento en que decís: “Hasta acá llegué”, y denunciás, aunque ya sabés qué va a pasar.

―¿Qué importancia tiene la Educación Sexual Integral (ESI) en la primaria? 

―Es sumamente importante. Creo que el Gobierno o las escuelas no hemos podido transmitir su importancia; o sea, qué hacemos realmente en ESI. La familia se queda con que vamos a hablar de sexo y de género, y entonces les vamos a meter ideas raras en la cabeza. Y la realidad es que ESI es un montón de cosas, desde poder nombrar a los órganos genitales como realmente se nombran (siempre digo que si una nena tiene que declarar que le tocaron alguna parte de su cuerpo, no es igual decir “chochina” que “vulva” o “vagina”), hasta el respeto por el cuidado y la convivencia. ESI habla de un montón de aspectos del ser humano, no sólo de genitalidad o de sexualidad. Hablar de géneros tiene que ver con hablar de respeto hacia las elecciones de la otra persona.

En estos 16 años de docencia, Myriam atesora un montón de buenos recuerdos. Pero lo que más disfruta es cuando un nene que viene “etiquetado” con que algo no puede hacer, rompe con eso.

―Es como decir: “¿Viste que podía?”. Tuve bastantes casos en los que pudieron sacar a la luz todo eso que un montón de gente no veía, y que quiero creer que después lo van a usar bien en la vida y los va a ayudar a hacer mejores personas.

¿Y papelones? Miles: Myriam se define como una persona muy distraída, a la que le cuestan las estructuras. Una vez, por ejemplo, se fue a un acto en Crocs y la secretaria tuvo que prestarle sus sandalias. Y recientemente, se olvidó el discurso escrito y tuvo que improvisar…

―Todo me lo tengo que anotar… Soy un desastre, no me acuerdo de lo que hice ayer, por eso siempre tengo mi planificación.

Pensando a futuro, se imagina en el mismo lugar. Cree que todavía tiene mucho para darle a la educación rural, y particularmente a la escuela N°51.

―¿Qué le dirías a la Myriam que en su juventud decidió estudiar docencia?

―Algo que me costó un montón fue lidiar con esas realidades con las que no podés hacer nada, porque así como la docencia tiene mucho de gratificante, también tiene mucho de burocrático. Cuando recién empezás, es sumamente engorroso; tenés que leer mucha normativa. Y me ha tocado lidiar con personas que no entiendo para qué están en el lugar donde están, si no tienen ganas… Pero, bueno: le diría que tenga paciencia, que todo pasa y que con el tiempo se aprende todo.

―Si no fueras docente, ¿qué serías? 

―No, nada, no sé… Muchas veces me lo he preguntado. De hecho, me pregunto qué voy a hacer el día que me jubile. Y no sé. Yo creo que Dios, el universo, mi mamá, los genes, no sé, tienen la carga de lo que necesito para ser maestra: no sé hacer otra cosaAparte me llena el alma, me encanta.

―¿Qué se necesita para ser maestra? 

―Amor, esperanza y ganas de mejorar las cosas, de cambiar el mundo. Suena medio utópico, pero siento todos los días que lo que yo pueda sembrar en ellos puede cambiar el mundo. Lo siento profundamente.


Texto: Belén Uriarte

Producción, videos y edición audiovisual: Tato Vallejos

Fotos: Fran Appignanesi

Idea y edición general: Abel Escudero Zadrayec


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🎼🗣 Pedro Garabán, director coral: voces, tiempos, silencios

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TC  TCTCTC Prrrrr…

—Miralo, miralo. Es un lunático. A las 7 de la mañana vino a picotear la ventana hoy.

El pájaro carpintero macho vuela y Pedro vuelve a la mesa mirando los árboles.

—Así es mi vida…

Para unos, “el maestro”. 

Para muchísimos, el tipo que aletea con los brazos y marca el tc tc tc tc del tiempo mientras el coro canta.

Pedro Garabán es músico. Director coral.

—“¡¿Y eso se estudia?!”, me dicen. Jjjj.

En el barrio Pacífico, cruzando la calle que lo separa del canal Maldonado, en el cuartito del fondo: ahí está ahora. Dice que le llevó un tiempo ordenarlo.

En el piso hay 5 columnas inestables de partituras recién fotocopiadas, viejas y otras amarillísimas. En los estantes, que son para los libros, conviven J.K. Rowling, Erasmo de Rotterdam, Liliana Bodoc, Kurt Pahlen, Alvin Toffler, Maquiavelo y Tolkien

Como una alfombra, agitada, está acostada “Gala”, su perra. 

—¿Ese collar?

—Me lo regalaron hace poco en un viaje que hice a Venezuela para participar de un encuentro de coros y orquestas infantiles y juveniles. Desde acá puedo desandar un camino. Me lo dio una profesora de El Sistema, una directora de orquesta que trabaja en una reserva rodeada de ríos en Canaima, donde funciona un núcleo de coro, orquesta y banda de música popular clásica para que los niños y adolescentes de pueblos originarios puedan aprender música. Me lo traje como un amuleto.

Pedro Garabán es licenciado en Dirección Coral. Dirige el Coro Estable de Bahía Blanca, el Coro de la Universidad Nacional del Sur y el Coro Juvenil de las Escuelas Preuniversitarias de la UNS. 

Cumplió 35 años: nació acá el 18 de mayo de 1988.

—Esta foto es del primer coro que dirigí. Son amigos que aún conservo, y bueno… Estamos cantando en un casamiento porque así empezamos. Fue justo antes de irme a estudiar a Mendoza. Era muy chico.

—¿Qué le dirías a ese Pedro?

—Ahí estoy bastante ignorante de la técnica. Bastante ignorante de muchas cosas. Bué, como hoy… Me diría que tengo el gesto muy alto, aunque ahora hay veces que me veo dirigir y todavía está muy alto el gesto. Lo segundo que me diría es que el pelo largo no me quedaba tan bien como pensaba.

Sus estudios comenzaron acá, en el Conservatorio de Música; hizo 2 años de canto lírico y completó el ciclo formal en la Universidad Nacional de Cuyo. 

—Y me llevó más años de los que creía. Hice los módulos de introducción libre. Y empecé la carrera y empecé a trabajar. Al poquito tiempo me adoptó mi maestro Ricardo Portillo. Viajé mucho con los coros. Conocí muchas partes del mundo con la música.  Me recibí bastante tiempo después de lo esperado.

Pedro aprendió con referentes como Ariel Alonso, Elisabeth Guerra y Eduardo Ferraudi.

—¿Y ellos quiénes son?

—En esa foto estoy con Franco y Ulises, mis sobrinos. Falta León, porque no estaba en este mundo todavía. Pero me gusta esta foto porque les estoy mostrando regalos. Fui tío muy joven y hemos sido siempre muy cercanos. 

  • 👨‍👨‍👦‍👦 La familia más cercana se completa con su mamá Elba, su papá Juan, sus 2 hermanos Juan Manuel y José, los mayores; su cuñada Vanina, y su compañera Myrna, que tiene 2 hijos: Pilar Augusto.

—Tenés una pipa…

—Unas cuantas. Esta es en representación de mi padre. Mi viejo fuma en pipa desde los 18 años; tiene 76. Lo primero que me faltó cuando llegué a Mendoza era el olor de mi casa. Tengo una suerte de relación con los 5 sentidos que me han llevado a tomar decisiones a conciencia. Y esta ha sido una de ellas. Yo llegué a Mendoza y en los departamentos en los que fui viviendo necesitaba fumar para que hubiera algo de ese olor que a mí me traía a Bahía Blanca, a mi casa, a la siesta, a la sobremesa y a la presencia de mi viejo y mi vieja, que también viene con ese aroma.

—¿Ellos te apoyaron?

—Me he encontrado con esa pregunta y me resulta un poco chocante por el hecho de que elegí el arte como profesión, porque en mi caso nunca fue algo que se tuviera que apoyar o no. Mi familia lo hizo, sí. Pero a un ingeniero o a un médico no se le pregunta eso. La mía fue una decisión que tomé hace mucho, la de ser músico. Mis viejos cantaban en coro y vieron que tenía facilidad para cantar, recordar partes, y me llevaron al coro de niños de la Cooperativa Obrera a los 7 años y eso fue ininterrumpidamente hasta el día de hoy. Es complejo que a los 7 años un niño pueda decidir algo tan importante como eso que lo va acompañar para toda la vida. Hay cosas que están tan encauzadas en la naturaleza de uno que no hay momento en el que uno diga: “Estoy mal encaminado”. Que no tiene nada que ver con que lo haga bien o mal, sino con lo que me dicta el impulso vital.

—Te pedí que sacaras un libro de los estantes…

—Hoy puede parecer un cliché este libro. Debo decir que leo poco por cuestiones de tiempo, pero el hábito de la lectura es algo que me inculcó mi vieja. Es una gran, gran lectora. Es también una de esas personas con las que no se puede jugar ningún juego de palabras porque se conoce las más difíciles. Y este me lo regalaron cuando cumplí 11: Harry Potter y la piedra filosofal. Me marcó muchísimo, porque hoy siento que en todo ese mundo de fantasía encontré un refugio que no estaba exento de la creatividad, que es parte de mi cotidianidad. También cierta expectativa con cosas que a veces decimos que son magia y no es más que la capacidad de sorprendernos.

—¿Y esto que parece una varita?

—Es una batuta. No forma parte de la práctica de la dirección coral, pero cada tanto tengo la posibilidad de dirigir orquesta o ensamble y acá espera la oportunidad para ser usada.

—¿Qué hacés con las manos cuando dirigís?

—Los momentos más satisfactorios, en realidad, son cuando no hago nada. O donde hago menos cosas. En términos generales, el director encauza las voluntades de las personas que cantan; que cada una tiene su tempo vital, noción de cantar fuerte, suave, cuando esté en primer plano o darle lugar a otro. Todo eso se concentra en el gesto del director para que la cosa sea fluida y haya un discurso y sembrar en la psicología de quien escucha. Me preguntan si todo lo que hago significa algo. Hay tantos elementos dialogando que es imposible estar en todos. Lo que hago es convenir un lenguaje gestual que se entienda para todos, acá o en cualquier parte del mundo. Después, también me preguntan qué siento en los conciertos. Y la verdad es que disfruto más de los ensayos, del proceso creativo. De buscar, experimentar.

—¿Me mostrás qué dicen tus manos al aire?

—Sí, por ejemplo… Cantando al sol como la cigarra, después de un año bajo la… Con la mano derecha voy marcando el tiempo y esta mano, la izquierda, dice “Más suaaave”, dice “Crecé”, dice “Ahí nomás”. O dice “Vos un poco más, dale”. 

—La definición enciclopédica de coro es “un conjunto de personas que interpretan una pieza de música vocal de manera coordinada y dirigida”. ¿Para vos qué es?

—Esto viene de la Grecia antigua: el coro como una voz del pueblo. Ese concepto que se va replicando a lo largo de la historia en otros formatos pero no deja de ser eso: como una voz universal, o un grupo de voces que quieren decir algo o que no dicen nada, también. Es imposible que no se te venga la Novena Sinfonía de Beethoven cuando hablás de coro. Es ese mensaje de hermandad universal. Un coro también es una marcha, una manifestación. Ahí no hay director, pero lo que dirige es la necesidad, el hambre, la bronca, la injusticia. Después, un coro puede ser la tribuna de fútbol. Digo: para mí, un coro son personas que ponen su voluntad al servicio de querer decir algo, pero también no decir algo. Hace poco, en Venezuela, escuché un coro de manos blancas. Y esto es algo fuerte. Ese coro tiene una parte que canta y al mismo tiempo un grupo de personas hipoacúsicas, que no escuchan ni pueden emitir sonido vocal por cuestiones fisiológicas o neurológicas. Entonces, ese coro usa guantes blancos y una directora que va haciendo en lengua de señas lo que dice la canción, pero también como una suerte de coreografía de las palabras y las manos que va sucediendo con la música. Y eso es un coro también.

—La música es “el arte de crear y organizar sonidos y silencios respetando los principios fundamentales de la melodía, la armonía y el ritmo”. ¿Y para vos?

La música tiene que ver con la libertad, el amor y la verdad. Digo esto porque la búsqueda de la verdad, que es inasible para el ser humano porque es algo que se nos está vedado filosóficamente hablando, aparece por momentos como epifanía en la música. Tanto como intérprete u oyente, hay una fracción de segundo en la que digo: “¡Ah!”. No tiene que ver con lo bello. Tiene que ver con un estado de la conciencia que sólo se experimenta por el arte. 

—¿Bahía es un buen lugar para ser director?

—Sí y no. Desde un punto de vista práctico, es decir, vivir de esto sustentando las necesidades básicas, es complejo. Tengo colegas que dan clases, además. Eso es un poco injusto. Yo considero que estoy en una posición privilegiada, pero lo que para mí es un privilegio debería ser un derecho para todos: la posibilidad de vivir sólo de dirigir coros, que es lo que yo hago. 

—¿Qué te gusta y qué no de la ciudad?

—Me gusta porque es la tierra donde nací y quizás sea un condicionante. Bahía Blanca para mí es decir Argentina, es decir Latinoamérica. Estés donde estés, hay cuestiones de idiosincrasia de un pueblo grande. Acá tengo mi familia y gente que quiero, y crecí. También en Mendoza tengo amigos. Las cosas que no me gustan de Bahía son las cosas que me hacen quedar acá. O sentir que soy útil de alguna manera. Creo que no sólo en Bahía Blanca hay necesidades donde yo puedo aportar. Hay una cuestión que tiene que ver con fortalecer la formación de la dirección coral y poner en valor la importancia de la actividad para la vida de las personas. Y ciertas cuestiones de pensamiento que tienen que ver con algunas características del lugar desde lo ideológico o lo político.

—Supongamos que estamos en el compás 35. Qué indicación de tempo lleva hoy tu vida: alegre, vivaz, moderada, afectuosa… 

—Es una andante con moto. Caminando firme sin pausa.

—Tu carácter: ¿cómo lo definirías si fuera un matiz dinámico? Es un pianissimo, un pian…

—… ¡NO! Nooo. Es un forte. Un forte, sí. Un forte pero amable. 

—¿Lo podés mostrar?

—¿En mi carácter? Tendrías que provocarme, jaaa.

—¿Qué buscás que vaya creciendo y disminuyendo en tu carrera?

—Aprender es un poco eso al mismo tiempo. Tengo que aprender muchas cosas y para eso tengo que desaprender otras. No sólo se aprende lo que no está, sino que también se aprende sobre las cosas que se creían que estaban. Si tengo que ser concreto, porque estoy divagando un poco: debería ir creciendo la satisfacción y la seguridad en las convicciones, que siempre las tuve, pero siento que a veces están manifestándose por lo que año tras año ha sucedido en mi carrera. Y tendría que ir disminuyendo ciertas ansiedades, expectativas y algunos desbordes en… bueno, en las cuestiones que hacen que uno no esté tan contento, ja.

—¿Qué es lo que llega a alterar tus notas?

La injusticia me altera. Me altera la hipocresía y el poco cuidado con los demás. 

—Parecés una persona comprometida social y políticamente: está esa frase cliché que dice que a la historia hay que conocerla para no repetirla. Pero en la historia de nuestro país o de Latinoamérica, ¿dónde pondrías una barra de repetición?

—Lo que pasa es que fenomenológicamente la repetición no existe. O sea: vos caminás un trecho cubierto de nieve y cuando lo querés volver a pisar, tus huellas ya están marcadas ahí. Tu conciencia ya está sembrada con lo que acabás de hacer. Lo mismo pasa con la música: no hay repetición así. Entonces, si yo pienso en nuestra realidad, a mí me fascina que vivamos en ese modo, en el que tenemos la capacidad de sobrevivir y cierta manera de encarar la vida que le toca a la persona que nace en esta tierra, que no olvida y que resuena con todo lo que le pasa a lo largo de los años y que sigue. A veces aparecen las sobras de a lo que no se quiere volver, pero no hay una cuestión estática como en otros países.

—¿Qué de todo lo que rodea a un artista es sólo un adorno?

—Es difícil hacer música real, que no tiene que ver con un yo. Podés estudiar una carrera musical, podés ser un gran intérprete, pero no quiere decir eso que hayas hecho música, realmente música. Los adornos tienen que ver con embellecer algo, con agregarle cosas, que inteligente y cuidadosamente elegidos puede ser algo magnífico. Pero cuando el adorno es una manifestación del ego, ahí ya estamos en otro lado.

—Dirigís 3 coros. Pero acá estamos en un rincón de tu casa: rodeados de libros, instrumentos y partituras. Vivir en estado de arte a veces es asfixiante. ¿Dónde encuentra un respiro el artista?

—Yendo a la vida alienante de la persona del siglo XXI en contexto de capitalismo crudo, puedo decir que a veces necesito descansar un poco. Pero mi cabeza no deja de pensar. Lo que pasa es que el artista tiene un compromiso con la vida que está todos los días. Siempre hay una idea, porque siempre hay una urgencia; siempre hay un proyecto, porque siempre hay algo que decir. Aunque estés descansando. Si un artista está leyendo un libro, no deja de hacer arte internamente. Por ahí estas cosas parecen un esnobismo. O parecen un aspecto de nuestra vida que nos ubica en un lugar distante, por ejemplo, de quien trabaja en una oficina. Que en definitiva son elecciones. O no. Capaz que tiene que ver con eso, con la capacidad de elegir o dar un salto de fe. O de romper mandatos. Pero también de eso se compone el mundo.

—¿Qué partitura elegiste para esta entrevista?

—Rápidamente, el Requiem de Mozart.

—Un réquiem…

—Sí, una misa de difuntos.

—¿Podés ir al final de la partitura? ¿Qué ves?

—Una doble barra, que significa el final.

—Bueno, a todos nos llega esa barra. Para vos, ¿qué viene después?

—El corte final tiene un espacio de tiempo ínfimo después, que a veces es interrumpido por el aplauso de la gente, a veces no y se prolonga y es una sensación de (          ) qué acaba de pasar. A veces es silencio puro que no deja de ser música. Es como un eco de todo lo que acaba de sonar. Por eso decía que hay instantes en los que uno dice: “Ah, esto es la verdad”. “Esto es la libertad”. O “Esto es el amor”. Cosas que son tan difíciles de definir pero que se experimentan en un instante, que puede ser silencio. En el corte hay una incógnita. No sé qué viene después. La verdad es que no sé. Mi relación con la muerte ha ido fluctuando. Durante mucho tiempo tuve una relación de miedo. No por mi muerte, sino por la de los demás. Y la música me fue abriendo ventanas para mirar eso de otra manera. Pero lo que pasa es que la muerte es algo nuevo y un estado de posibilidad. Entendiendo eso, uno empieza a transitar su finitud de una manera distinta. Así que, bueno, no sé qué viene después. Por lo pronto, hay que seguir haciendo música y descubrirlo en esos momentos de certeza.


Texto: Maximiliano Buss

Producción, videos y edición audiovisual: Tato Vallejos

Fotos: Fran Appignanesi

Idea y edición general: Abel Escudero Zadrayec


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#SeresBahienses

🐝🤝 Luciano Morales Pontet, apicultor y cooperativista: el enjambre productivo

Nuestra gente, nuestra mirada, nuestra ciudad.

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La apicultura siempre me apasionó. Es un trabajo muy dinámico y siempre te sorprende: no son todos los años iguales; es muy difícil llevar una estructura mecanizada y hacer siempre lo mismo.

Así define su labor Luciano Morales Pontet, asociado y síndico de la Cooperativa de Trabajo Apícola Pampero Limitada, un espacio donde se dedican a las abejas y desarrollan distintos productos para cubrir las necesidades de la comunidad apícola.

―Trabajar con un insecto que está organizado te lleva a querer dedicarte, estar, entender su comportamiento. Es el cuidado de insectos que le hacen muy bien al ecosistema, entonces entender toda esa coyuntura es hermoso, es apasionante.

Luciano nació en Bahía Blanca hace 38 años y lleva mucho tiempo en el mundo de las abejas: criado en una familia de apicultores, aún recuerda sus primeras visitas a las colmenas, de pibe, con un poco de susto y bastante curiosidad. 

―Era andar por la naturaleza, conocer los campos, que te pique alguna abeja de vez en cuando…  ―le describe a 8000―. La infancia es una etapa en la que uno tiene cierta curiosidad y justamente la apicultura es algo que te atrapa.

Define a los suyos como productores de la región.

La familia de Luciano está compuesta por su papá Ricardo Morales, su mamá Delia Pontet y sus hermanos Natalia y Leandro. También tiene parientes en Villa Iris y en Felipe Solá: de ahí es su tío Rubén Suárez, quien lo introdujo en la actividad apícola.

―Un poco todos se dedicaron, pero sobre todo mi papá y mi mamá.

Tras cursar la tecnicatura apícola en la Universidad Nacional del Sur, asegura que el estudio teórico es tan importante como la práctica: 

―Por todas las condiciones externas que afectan a la apicultura, hoy tenés que ser un productor profesional. Surgen nuevas demandas y hay que saber adaptarse al contexto ambiental. Es importante mantenerse capacitado y, obviamente, tratar de aplicar.

La Cooperativa de Trabajo Apícola Pampero Limitada queda en el paraje rural Calderón (distrito de Coronel Rosales, casi en el límite con Bahía), a metros de la ruta 3 vieja, donde tienen colmenas para la investigación, una práctica que les permite desarrollar distintos productos.

Además de mieles tipificadas según su origen botánico (monte nativo, cordón serrano, praderas húmedas y praderas secas), hoy comercializan estos insumos:

🐝 Aluén: un método para el control de varroa (un ácaro que ataca a la abeja y puede causar la mortandad de la colmena), con una eficacia “por encima del 95%”.

  • Para Luciano, es un orgullo nacional: “Ha podido resolver muchos problemas cuando la apicultura se veía muy difícil por esta enfermedad. No contamina la miel, ni el polen, ni ningún derivado que hoy tengamos dentro de la colmena”.

🐝🐝 Cocco: un sistema de inserción de reinas, que ganó el premio Innovar. Según nos explica Luciano, permite que la abeja reina ingrese en la colmena (se recambia cada 2 o 3 años para mantener la productividad) sin que las otras abejas la maten.

  • ¿Cómo funciona? Es como una especie de tubo que se coloca en el cuadro y contiene a la reina unos 2 o 3 días. En ese tiempo, la reina empieza a poner huevos en el cuadro y libera feromonas, y es aceptada por el resto de las abejas.

🐝🐝🐝 Jatié: complemento nutricional apícola que permite mantener el desarrollo potencial de la colmena en momentos de baches de floración, es decir, cuando faltan los nutrientes que aporta el polen.

―¿Cuál es el producto que más se consume? 

―Aluén es el producto más codiciado, porque es único en el mundo: es orgánico, se puede usar en cualquier momento del año y tiene una eficacia muy superior a otros productos. Lo empezamos a hacer en 2016 y hoy se exporta a muchos países.

Añade Luciano que entre Uruguay, Chile y Argentina venden más de 1 millón de dosis anuales

  • La actividad exportadora de la cooperativa es amplia: también llegan a Perú, Bolivia, República Dominicana, Santa Lucía, Palestina, Corea del Sur y Líbano.

―¿Es fácil exportar?

―Sí, el tema no es tanto el procedimiento de la exportación sino la habilitación o el registro del producto en cada país. Al ser un fármaco de origen veterinario tiene que cumplir las etapas del proceso de habilitación, que es lo que demanda más tiempo porque cada país tiene su propia metodología.

La Cooperativa de Trabajo Apícola Pampero Limitada se formó en 2012 y cuenta con 12 asociados: son 7 hombres y 5 mujeres y están organizados en 4 comisiones:

  • Investigación y coordinación,
  • Consignación y administración,
  • Intervención y comunicación,
  • Industrialización y organización.

Luciano coordina esta última, aunque su tarea no se agota ahí:

Todos hacemos todo, desde la limpieza hasta el diseño y desarrollo de maquinarias. Tratamos de no ser indispensables, por eso contamos con capacitaciones internas.

  • 🤝 La entidad también trabaja en conjunto con la Cámara de Apicultores Pampero, asesorando a distintos productores y recibiendo sus demandas para luego tratar de dar respuestas con el desarrollo de nuevas metodologías.

―¿Qué tan difícil es ser cooperativa?

―Creemos que es la mejor opción. Por ejemplo, la patente de Aluén se donó a la cooperativa. ¿Cuál es la idea? Que más allá de la persona que integre la cooperativa, el producto pueda seguir estando para que todos los apicultores y apicultoras puedan aprovecharlo. No sirve trabajar individualmente: sabemos que se puede avanzar muchísimo más rápido si estás agrupado y organizado.

Para eso, es imperioso el compromiso: todos los socios deben “trabajar y aportar por igual”. Y por supuesto, estar dispuestos a aprender y enseñar a los demás.

  • La diversidad profesional estimula el crecimiento: además de 3 técnicos apícolas, tienen 2 agrónomos, 1 contador, 1 abogada, 1 arquitecto, 1 ingeniero industrial, 1 bioquímico, 1 licenciado en recursos humanos y 1 zootecnista.

―No buscamos la mentalidad de empleado. Esto es un emprendedurismo distinto: acá queremos que vengan a trabajar con la mentalidad de ser socios.

―¿Es difícil encontrar esa mentalidad? 

―Cuesta, venimos muy mecanizados… Pero bueno: hay que demostrar con los que estamos cómo es la forma, para que sea más fácil acoplarse.

Luciano marca que otro logro importante de la cooperativa es el desarrollo de la revista científica Eunk, con la participación de investigadores de nuestra Universidad Nacional del Sur y de las universidades del Nordeste, Mar del Plata y La Plata.

  • Se trata de una publicación gratuita, que en septiembre ganó el oro en el Congreso Internacional de Apicultura que se desarrolló en Chile y en el cual estuvieron presentes: los viajes también forman parte de las actividades cooperativas.

Según detalla Luciano, en Apícola Pampero no saben de rutinas: hay días de producción, días de oficina, días de compra de materiales, días de desarrollos…

A veces están en el parque o en las colmenas; otras salen por visitas o reuniones.

―¿Cuál es la actividad que más disfrutás?

―No hay algo que diga “no me gusta”, pero las cosas que más me gustan son el mantenimiento de maquinarias, el trabajo con las colmenas y el desarrollo de lo nuevo.

A la hora de identificar el momento más duro, menciona los inicios: defender un producto orgánico de producción local en el mundo no fue tarea sencilla.

―Por suerte, como cooperativa fuimos logrando los objetivos y tenemos pensados muchos más para adelante. También eso es importante: tratar de seguir creciendo, de seguir mejorando.

Nuestra zona es un buen lugar para desarrollar la actividad, por el clima y la disponibilidad de campo cerca, como así también de sierras, costas y montes:

―Es un lugar estratégico: tenés estos lugares cerca por si sos un productor trashumante, es decir, que te trasladás de un lugar a otro; y también podés trabajar acá siendo fijista (cuando tenés las colmenas en un mismo lugar), aunque disminuye un poco la producción. Además, en esta zona hay bajo uso de agroquímicos, que son otro problema. 

―¿La sequía complica al apicultor? 

―Sí, obviamente, sobre todo en esta época primaveral. Generalmente, lo que se logra en esta actividad es el desarrollo y el crecimiento de la colmena. Ahora estamos en una época de nucleada, que es tratar de sacar colmenas de las colmenas, pero para eso necesitamos población. Cuando hay una gran sequía es muy difícil hacer que esa colmena crezca para poder realizar esos núcleos y que las abejas vayan en cantidad a buscar néctar al campo, para tener miel dentro de la colmena.

―¿Cuántas abejas hay por colmena? 

―Dependiendo de la época del año y de la zona donde está, en una cámara de cría hay unas 30.000 abejas y puede llegar a haber hasta unas 60.000 abejas, más o menos.

Para trabajar en las colmenas usan un mameluco de tela liviana y de color blanco, ya que ese tono atrae menos a las abejas; y un velo para proteger la cara de las posibles picaduras. Es un trabajo que requiere cuidado y tranquilidad:

―La abeja es como todo animal: si uno la altera, se defiende.

―¿Qué pasa cuando te pica una abeja y sos alérgico? 

―Depende del grado de alergia, hay distintos niveles. En el más severo se te puede llegar a cerrar la garganta, pero hay metodologías de seguridad para aplicar. En otros niveles te genera algún tipo de hinchazón externa, una ronchita, y no más que eso.

Y pica y se acaba:

―Por cómo está conformada nuestra piel, el aguijón queda atrapado en ella. Se sale con todo su aparato digestivo, por lo que la abeja se termina muriendo

―¿Qué es lo más peligroso de la actividad apícola?

―La verdad es que peligroso no hay nada. Igual, tratamos de que nadie vaya al campo solo, porque uno nunca sabe. La abeja no es el único animal o insecto. Hay cosas que pueden pasar. Además, por ahí no hay señal de teléfono.

―¿Alguna anécdota? 

―De picaduras, miles. Cuando era alérgico, antes de hacer el tratamiento, me picaban en el ojo y no podía abrirlo por 2 o 3 días. Sustos de esos, nomás… Después, momentos lindos: estar con los productores, ir al campo, sentir el olor del néctar, que es como el olor a miel pero más intenso.

Luciano dice que nunca pensó en hacer otra actividad. La apicultura le gusta mucho, demasiado: de chico se veía ejerciéndola, aunque jamás imaginó este presente.

―¿Cuál es la principal enseñanza que te dejan las abejas? 

Trabajar agrupados. Cada abeja tiene una actividad distinta, pero la colonia trabaja en conjunto, organizada, en pos de sobrevivir; en pos de poder producir miel y polen y otros muchos derivados de la colmena.

―¿Por qué son importantes estos insectos? 

―Por el polen a nivel alimento, porque por más que venga de la planta, la que lo recolecta es la abeja, y sirve para muchas cosas. Por la miel que comemos… Hasta la apitoxina, que es el veneno de las abejas, se usa de forma curativa. Hay infinidad  de cosas y seguramente haya muchas más por seguir descubriendo.

En la cooperativa proyectan a corto plazo una nueva planta pero de alimentos: miel, polen y otros derivados de la colmena. Y también, nuevos desarrollos: el compromiso es seguir investigando.

―Mirando hacia atrás, ¿qué le dirías a tu yo de los comienzos?

―Uf, ¡qué difícil! Creo que no bajar los brazos, que hay que seguir. Por eso hemos logrado llegar adonde estamos hoy, y queremos seguir logrando más cosas.


Producción, videos y edición audiovisual: Tato Vallejos

Producción y texto: Belén Uriarte

Fotos: Eugenio V.

Idea y edición general: Abel Escudero Zadrayec


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