Por Belén Uriarte / Editora de 8000
—Más allá de la necesidad material, les faltaba esa parte afectiva de decir: “Hay alguien que piensa en nosotros” —cuenta Mónica Placencia, que desde hace 6 años visita campos y pueblos de la zona y otras provincias con su pareja, Diego Siben.
Siempre les gustó ayudar, pero empezaron a hacerlo de forma frecuente en 2013: arrancaron juntando juguetes para el Hospital Penna y ayudando a otras instituciones bahienses, y luego decidieron salir.
—El corazón nos proponía ir adonde nadie llega, porque acá en Bahía veíamos mucha ayuda… Empezamos a buscar gente en los campos, familias de origen boliviano para el lado de Ascasubi, Pedro Luro, Origone… —le detalla a 8000.
Mónica tiene 54 años, nació en Río Negro y es bahiense por adopción: llegó hace más de 3 décadas por cuestiones de trabajo y nunca se fue.
—¡Me encanta Bahía! Me gusta el movimiento, donde hay vida…
Desde 2008 convive en el barrio 9 de Noviembre con Diego, que es de Tucumán. Se conocieron hace 16 años en el pueblito rionegrino de Mainqué: él trabajaba en unas chacras, ella fue a llevar ayuda y se enamoraron.
La solidaridad es el pilar de su relación. Siempre están buscando a quién dar una mano, sea a 50 kilómetros, 100 o más.
—No ayudamos porque nos sobra: nosotros sabemos lo que es no tener. Venimos de familias de campo, humildes —dice Mónica, que tiene debilidad por la comunidad boliviana.
Al principio los miraban con miedo, como diciendo “Qué hacen acá, acá nadie viene”. Pero ellos les dijeron que querían conocerlos y ayudarlos, darles juguetes a sus chicos… Y la relación fue cambiando: hoy van y ya los están esperando con tortafritas, hacen choriceadas, comparten todo el día.
Ni siquiera la pandemia cortó esa conexión:
—Por ahí había gente que nos criticaba, que nos decía que estábamos en aislamiento, pero nosotros teníamos los permisos y les respondíamos que la comunidad boliviana está en aislamiento siempre, realmente están aislados de todo y de todos.
Mónica cuenta que la mayoría vive de la verdura y quien tiene vehículo propio, da trabajo a los demás. Y hay mucha necesidad: “Vienen con lo puesto, con las criaturas, un bolsito y nada más”. Por eso en cada visita tratan de llevarles de todo.
—En cada lugar al que vamos hay historias, anécdotas, sentimientos. Y nos traemos fotos, videos… Pero no es para figurar: en el momento en que estás haciendo las cosas, estás enfocado en eso, y recién cuando llegás a tu casa y te sentás a mirar los videos, caés y te ponés a llorar. Está el chiquito que te abraza, el que se te cuelga del cuello, el que cuando te vas te pide que vuelvas. Eso es impagable.
Un hogar para Bruno
En uno de sus viajes, Mónica y Diego conocieron a Bruno, un pibe tucumano que fue engañado con una promesa de trabajo y vivienda en Godoy, “un puebo muy chiquitito” de la provincia de Río Negro.
—Se encontró con que las cosas no eran como le habían prometido. Dormía en un baño, con colchones mojados…
Mónica conoció la historia por Facebook y se puso en contacto enseguida. Preguntó qué necesitaba, lo juntó y viajó.
Fueron 2 veces y en el segundo viaje, Bruno quiso venir a Bahía. Sin dudarlo, Mónica y Diego le abrieron las puertas de su hogar.
—Vino para ver si conseguía un trabajo y mandarle dinero a su familia. Hizo algunos trabajos de jardinería con nosotros y hace unos días se fue porque no tenía nada fijo y se estaba gastando todos sus ahorros. Pero está pensando en volver.
“No podemos parar”
Mónica destaca que Bahía es muy solidaria, y eso les permite hacer lo que hacen. Aunque diferencia:
—El que menos tiene es el que más da, o el que da de corazón. Después está la gente que te dice: “Tengo esta bolsa de ropa, pero tenés que venir a buscarla ya porque si no la saco, me ocupa lugar”. Y ahí la respuesta es: “Sacala”. Porque no somos un contenedor…
Cuando juntan donaciones, Mónica y Diego las clasifican, buscan un destino y no bien reúnen la plata para el combustible, arrancan. Ese gasto sale 100 % de sus bolsillos, de lo que ganan trabajando con la jardinería y otras labores que les van surgiendo.
Duermen en su auto o, si están cerca, en la casa de algún familiar. Explican que los sitios que visitan no suelen tener espacio para quedarse. Hace poco fueron a la ciudad neuquina de Centenario, donde “6 jóvenes dormían en un tráiler, todos apretados”.
Otros espacios que recorren con frecuencia son las escuelas rurales de la zona, a las que llevan libros, material de estudio, juguetes y ropa.
—Hace poco llevamos abrigos. Hice una colecta en el verano, junté 150 camperitas, las lavé, las preparé y fuimos. Es todo un trabajo de hormiga —sostiene Mónica.
Pero asegura que no pueden parar. Incluso les cuesta pensar en otra cosa.
—En el anteúltimo viaje decidimos ir de vacaciones, pero antes pasamos por Centenario. Íbamos enfocados en eso y cuando dejamos lo que teníamos que dejar para seguir con nuestras vacaciones, nos dimos cuenta de que nos habíamos olvidado de nosotros: no llevábamos frazadas ni suficiente abrigo. ¡Nos morimos de frío!
- La próxima parada de Mónica y Diego es Tucumán: van para reencontrarse con Bruno, visitar familia y ayudar a la gente. Si querés saber más sobre su actividad o hacer alguna donación, podés contactarlos por Facebook o al 291 4230200.
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