Especiales
👀 Milagros en la pandemia bahiense: una enfermera cuenta todo

Hoy, 20 de marzo de 2022, se cumplen 2 años del primer caso de coronavirus que se reportó en Bahía Blanca.
Desde ese mismo momento, la enfermera Milagros Barbalace estuvo ahí, batallándolo, con todo, sin parar.
Este es su relato para 8000.
- Entrevistas y textos: Belén Uriarte
- Producción audiovisual: Eugenio V.
- Narración oral: Agustina Arias
- Edición general: Abel Escudero Zadrayec
Miles de veces lloré. Incontables.
En mi casa, muchísimo.
En el hospital también: no aguantaba más, necesitaba descargar, y por ahí se me caía el suero al piso y ¡faaaa!, era la excusa para arrancar a llorar.
Me hacía llorar el estrés, la carga exterior que se nos puso con eso de “son los responsables de que la persona se recupere, porque, si no, algo hicieron mal”.
También la carga horaria, el comer mal porque pasás muchas horas en el hospital y no te sentás en tu mesa, el dormir mal porque estás preocupada por tu compañero que se contagió, por no contagiar a tu familia…
Un cúmulo de cosas que a todos nos hizo explotar por algún lado.
Mi nombre es Milagros Barbalace, tengo 27 años y soy licenciada en Enfermería, me recibí en la UNS. Comencé la pandemia en el Hospital Privado del Sur. Y ni imaginaba todo lo que iba a pasar…
Cuando estudiás, te enseñan qué es una pandemia, qué es una epidemia, en qué se diferencian… Pero de ahí a vivirlo, hay mucha diferencia.
Al principio sentí miedo: era algo desconocido y se tardó mucho en saber cómo se comportaba. Los pacientes tenían signos y síntomas muy diversos, entonces tampoco tenías una línea para orientarte y saber qué hacer.
Era mucha la incertidumbre.
No sabíamos qué protocolo usar, si ponernos más o menos protección, si muchas horas con el paciente aumentaban el riesgo de contagio…
Los protocolos se modificaban todas las semanas, literalmente.
Y la mente nos iba a un millón de revoluciones. Me costaba mucho terminar mi turno y decir: “Bueno, listo, no estoy más en el hospital, no puedo hacer nada”. De hecho, todavía me cuesta.

En abril de 2020 ingresó al hospital Juan Carlos Rodríguez, uno de los primeros pacientes, y me acuerdo de que estuvo fácil 1 mes. Era la época en que si no te salía PCR negativo no te daban el alta, porque se suponía que todavía contagiabas.
Se hizo como 5 o 6 PCR, ¡no sé cuántos ya! Y le seguía dando positivo.
Tuvo una larga estadía, pero siempre tuvo una energía muy positiva, de querer recuperarse. Nosotros por ahí le llevábamos algo extra que sabíamos que le gustaba, porque en el hospital es una sola comida para todo el mundo. Y cuando íbamos a controlarlo, siempre nos quedábamos charlando.
A lo último, cuando ya se sentía mejor, Juan Carlos empezó a escribir. Le gusta mucho. El anteúltimo día nos avisó que nos había hecho como un cuento anecdótico con un personaje que era él y con nosotros.
Me acuerdo de que nos manejábamos por teléfono y nos mandó una captura de pantalla de lo que había escrito. Se había generado un lazo muy estrecho.

Me puse muy contenta cuando Juan Carlos salió. Fue: “Wow, logramos que una persona que estuvo tanto tiempo, un adulto mayor, pueda salir de esto”.
Estábamos emocionados. Le habíamos hecho cartelitos y esperamos que salga de la habitación para felicitarlo. Y el encuentro con su mujer, después de tantos días… ¡fue muy lindo!
Esos son los recuerdos positivos: las personas que pudieron salir tanto de clínica como de terapia. Las que pudimos ayudar a recuperarse. Y también el equipo de trabajo: médicos, colegas, la gente de limpieza, todo, todo, todo. Esa es la base: más allá del conocimiento, tirar todos para el mismo lado.
Después no hay recuerdos positivos.
Al Hospital Penna me sumé en julio de 2020, por un plan de becas. Entré como enfermera de piso en terapia.
Me tuve que acostumbrar mucho a los sonidos, tanto del ventilador como de las máquinas de las bombas que suenan todo el tiempo. Después empecé a distinguir si sonaba un ventilador por algo en especial o porque se había quedado sin suero, y ya no salía corriendo cada vez que sonaba.
Y recuerdo ciertas imágenes… En terapia hay cosas que son bien características: las secreciones, la mucosidad tanto por nariz como por boca o por tubo cuando están intubados… La forma en la que se va transformando el cuerpo también: es más rápido el avance, es bien marcado el deterioro.
Los pacientes críticos, más que nada con mucha estadía en terapia, edematizan un montón. Al no poder moverse (y peor si están intubados), si no los rotás se inflaman muchísimo, se llenan mucho de líquido. Era impactante entregar una guardia, volver al otro día y ver al paciente así. Después te vas acostumbrando. Creo que a todos nos pasa.
A mí también me tocó: me contagié en octubre de 2020.
Fue anecdótico, porque habían venido unos chicos de la universidad a hacer hisopados de gente asintomática. Nos preguntaron: “¿Quién se quiere hisopar?”, y dije: “Yo”.
En ese momento también estaba en el otro hospital y tenía que entrar a trabajar, pero me había empezado a sentir como rara. Avisé que no me sentía muy bien y que estaba esperando el resultado del hisopado.
Dio negativo y dije: “Listo, me engripé”. Y me dormí. Cuando me desperté, al otro día, tenía llamadas perdidas: me habían querido avisar que tenía covid, que me quedara aislada.
Así que me quedé en casa, y después empecé con todos los síntomas: falta de olfato y gusto, fiebre, me sentía muy mal… Pero fueron los primeros 3 o 4 días, los demás los pasé normal.
Siempre fui muy cuidadosa. Nunca me relajé, aun habiendo tenido covid.
Trataba de no ver mucho a mi mamá o si la veía, era a tanta distancia. Por ahí me venía a buscar y en vez de ir de acompañante, me mandaba al asiento de atrás. Siempre con barbijo.
A mis amigas también trataba de no verlas. Cuando estábamos todos adentro, obviamente no las veía. Y después, cuando se fueron dando ciertas libertades, trataba de no verlas por respeto hacia ellas. Acá estás en contacto directísimo, con muchos fluidos, secreciones…
Al principio tenía todo un protocolo… Me acuerdo de que llegaba a mi casa, abría la puerta y agarraba una bolsa, un tacho o algo que había dejado antes de irme a trabajar, y me desvestía ahí. Después lo agarraba, lo cerraba, lo metía al lavarropas y lo ponía a lavar. Y me iba a bañar.
Ahora te das cuenta de que no tiene sentido: si te contagiaste, te contagiaste, por más que te saques toda la ropa en tu casa. Por eso, los protocolos y las cosas que se creían al principio de la pandemia cambiaron muchísimo.
Lo que hacía con la ropa hoy no lo puedo creer. O eso de ir al supermercado y estar perseguida todo el tiempo, a ver si el de atrás o si la harina que agarré estaba contaminada… Me pasaba más afuera que en el hospital, porque acá usamos guantes para todo, lo tenemos incorporado.
La peor época fue a fines de 2020 y la llamada segunda ola, en 2021, hasta poco más de mitad de año. Fallecía gente muy joven y eso me marcó, porque decía: “Pucha, soy yo, es mi edad”.
Primero era gente mayor, que tenía muchos antecedentes de salud, y recién se empezaba con las vacunas. En la segunda ola fue: “Bueno, ya tiene una parte de la vacuna, no tiene antecedentes y está haciendo estragos”.
👉 Mayo de 2021 tuvo las cifras oficiales más altas: 8.636 contagios y 144 muertes.
No es que a uno no le importe la gente más grande, pero una persona de 80 años tuvo más experiencias de vida, familiares que la acompañaron hasta ahora… En cambio, había gente joven que dejaba hijos muy chiquitos…
Justo ahí arrancamos con los grupos de psicología y me hizo muy bien. Fue liberar un montón de sensaciones y de emociones. Al principio nos costó romper el hielo y empezar a hablar, pero gracias a Dios tuvimos el espacio.
Si bien trabajamos en una terapia y los pacientes que llegan no están bien, no estábamos acostumbrados a que en un día fallecieran 3 personas. Y en una semana, ni te cuento…
No estar tan fuertes mentalmente o no estar acostumbrados (¡por suerte no estamos acostumbrados a eso!) nos debilitó muchísimo. Gracias a Dios se dieron cuenta y dijeron: “Bueno, vamos a tener que hacer algo, porque no sólo se están enfermando por contagios de covid”.
También tuve la desgracia de perder a alguien: el exmarido de mi prima, de 40 y pico de años, falleció el año pasado. En esos casos, creo que quienes somos personal de salud tenemos la desventaja de saber. Eso genera más ansiedad, y no ser vos quien atiende a tu familiar o a tu allegado hace que te preguntes si se estarán haciendo las cosas bien: “¿Qué estarán haciendo?”…
La tristeza es la misma, pero la desventaja de saber es no poder hacer algo o creer que podemos hacer algo, cuando en realidad no.
Por una cuestión del servicio, el celular no se puede usar.
Pero más allá de lo institucional, tratamos de que los pacientes no lo usen porque muchas veces estar tanto en contacto genera más ansiedad. O si algún familiar les da alguna mala noticia, se agrava la situación. No la salud física, pero sí la psicológica.
Igual, hay situaciones especiales… Hay personas que dicen: “Yo sé cuál es el paso siguiente, dejame despedirme de mi familia”. Y las dejamos. También somos humanos.
Muchas veces nos piden si podemos avisar a un familiar, a una esposa, a un hijo… entonces agarramos nosotros un celular, sea personal, del médico o de quien se ofrezca, y enviamos el mensaje.
Los enfermeros acompañamos emocionalmente a los pacientes, y por ahí les decimos: “Tené un poco de paciencia, porque esto lleva tiempo”. O: “Estás mejorando un poco”. Pero de la información específica sobre cómo va o del tratamiento, se encargan los médicos.
Lo mismo pasa cuando te preguntan los familiares: a nosotros no nos corresponde dar el parte, así que tratamos de mantenernos al margen.
Sí nos tocó mucho acompañar en el momento del fallecimiento, cuando algunos pudieron venir a despedirse. Y es bastante fuerte…
Va en cada persona. Pero no vas a ser más o menos profesional por no estar ahí acompañando. Cada uno reacciona diferente. Y también se le da el espacio al familiar, porque capaz que vos querés estar acompañando y el familiar quiere estar con la persona a solas. Entonces también hay que entender y respetar: esa sí es nuestra actividad.

La verdad, nunca pensé qué hacer en un caso así.
Igual, creo que lo que uno piensa o dice que va a hacer, después termina siendo diferente. Por el tipo de familia que encontramos. O porque iba a hacer tal cosa y en el momento no me salió. O porque estaba ocupada, entonces no pude acercarme.
También tiene que ver con la personalidad de cada enfermero y de la situación: si te salió agarrarlo de la mano y contenerlo de esa forma, o si simplemente lo escuchaste, o si no pudiste porque te superó la situación y te tuviste que ir…
Yo generalmente me quedo con el paciente. Pero si hay alguna situación que me recuerda algo muy personal y por equis causa me hace mal, educadamente me retiro de la situación. Y si es necesario, le pido a algún compañero: “Cubrime, porque yo no puedo”. Eso también aprendí a decirlo: “No puedo con esto”. Y pedir ayuda. Pero generalmente estoy ahí.
Ya me conozco. Sé qué situaciones me afectan, así que directamente las evito.
Y soy más de escuchar. Muy pocas veces digo algo, porque quizá en el afán de querer ayudar, metés la pata. O decís alguna palabra que puede molestar. Entonces prefiero escuchar: tratar de calmar y acompañar, más que nada.
Las frases que más recuerdo de los pacientes son:
“Tengo miedo”. “No quiero que me pongan esa máquina, sé que me voy a morir”. “Sé que no salgo”.
Tal vez lo buscan en internet o les pasó con alguien, pero te dicen: “Sé que si me conectás, no salgo”. Entonces tratan de hacer todo para no llegar a eso.
Nosotros no decimos nada, porque nunca sabés cómo va a responder el cuerpo de la persona, por más que tengas un 80 % de seguridad…
Gracias a Dios, no me tocó ser parte de despedidas.
Sí me ha tocado decirle al médico: “Pepe quiere el celular para despedirse”. Pero traté de no estar en el momento. Es muy personal y tenés que dar espacio para que la persona diga, exprese, haga lo que le salga. Y además, creo que no podría, entonces lo evito.
Escuchar que se están despidiendo, sí me tocó. Es horrible… Muchas veces escuchás que se dicen cosas muy fuertes entre los familiares, y nunca pensás que trabajando de esto te vas a enterar de un millón de cosas. Pero trato como de apagar los oídos o de irme lejos, hacer otra cosa.
Después de todo este tiempo, no sé si nos sentimos más valorados como enfermeros, pero creo que sí se tomó más conciencia de lo que hacemos.
Al comienzo de la pandemia, los pacientes pasaban mucho tiempo internados. La mayoría de las veces, solos, sin recibir visitas, entonces les comentaban a sus familiares. Ellos veían que no es solamente “Me ponen el suero y controlan las gotitas que caen”, sino que es contención emocional.
Además, pasábamos muchas horas: fueron enfermándose compañeros y era cubrir turnos, cubrir los baches que quedaban…. Creo que se dieron cuenta de eso, de que no es algo tan simple como se lo ve.
Nunca me creí una heroína y tampoco me creo responsable de las cosas que se dijeron y cómo atacaron a colegas. Entiendo también que a la gente se le mintió mucho en muchas cosas: los famosos antivacunas, los provacunas, los que decían “El Gobierno nos está mintiendo” y “La farmacia no sé qué”…
Traté de mantenerme al margen. Hago mi trabajo con la mayor responsabilidad y empatía posible, y nada más: hasta ahí llega lo que puedo hacer.
Los reclamos siguen… El sistema de salud está complicado desde hace muchos años. Con la pandemia salió a la luz, pero los problemas vienen desde antes, como la cantidad de personal, que siempre fue escaso.
Las cosas se fueron solucionando en el momento, como para pasarla, pero solución, solución real, que mejore nuestra calidad de trabajo, no hubo.
El sueldo de enfermería varía mucho si estás en un privado o en una institución pública. Cuando arrancás, son 40.000 pesos. Y menos también. En un privado tenés cosas extras que la misma institución da, como presentismo, que te van sumando, pero es precario. O sea, familia tipo con 40.000 pesos no vive. Por eso, muchos de mis compañeros tienen doble trabajo.

Por cábala, en el hospital no podemos decir: “La guardia está tranquila”. Pero la situación actual no tiene nada que ver con la de antes.
Cuando ingresa un paciente con covid o sospecha de covid, ya no nos alborotamos. No es un: “Ay, viene, ¿qué preparo? ¿Cómo viene? ¡Ya me cambio!”. Lo esperamos como a un paciente con otra patología: preparamos las cosas y estamos tranquilos.
El último tiempo tuvimos menos ingresos. Pero la gente que entró, no se recuperó; esa es la parte negativa. Son adultos, adultos jóvenes, con patologías previas. Y si tienen o no la vacuna, es variado.
Si me preguntan qué quiero, quiero que esto se termine de una vez por todas.
Si me preguntan qué creo, creo que vamos a aprender a convivir o tenemos que aprender a convivir con esto.
Espero que no sea tan mortal, que se encuentre algo específico, como la vacuna de la gripe que todos los años te la ponés y hay cepas diferentes pero no te matan.
Hoy, después de estos 2 años de pandemia, la verdad es que no sé si valoro más la vida, como dice alguna gente, pero sí creo que el estar tanto tiempo encerrada y sin poder convivir naturalmente me ayudó a conocerme mucho más.
A conocerme más que nada en las cosas débiles. Yo pensaba: “¿Cómo un enfermero va a llorar por un paciente?”, porque tratás de no involucrarte. Y me pasó. Entonces aprendí que me puede pasar de todo.
- 📹 Para ver el testimonio completo de Milagros, entrá a este enlace.
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Curas abusadores
🛐🙏 Silencios, vergüenzas, culpas y ausencias
CURAS ABUSADORES EN BAHÍA | Las víctimas suelen ser menores. Y denunciar se hace difícil.
En la cara veinteañera de Juan Cuatrecasas se ve clarita la bronca.
Y más clarita se ve la vergüenza.
Y bastante más clarita se ve la pena: cuando baja la mirada, cuando se quiebra, cuando parece que no podrá seguir contándole al Papa Francisco cómo a los 11 años fue abusado sexualmente por un cura del Opus Dei en un colegio de Bilbao, España.
Juan se quiebra, y tarda 4 minutos y 47 segundos pero finalmente hace su planteo. Y el Papa le contesta:
—Estos casos de abusos de menores no prescriben. En la Iglesia, al menos. Y si por los años prescriben, yo levanto la proscripción automáticamente. No quiero que esto prescriba nunca. Es un drama el del abuso de los menores. No sólo en la Iglesia, sino en todas partes. En la Iglesia es más escandaloso, porque donde precisamente tenés que cuidar a la gente, la destruís.
¿Y qué pasa acá, en nuestra Bahía a veces no tan blanca pero bastante católica?
- 🛐 Bueno: al menos, así se moldeó la ciudad: es la religión predominante y las instituciones más poderosas que nos rodean conservan un fuerte arraigo eclesiástico. Como la Armada y el Ejército, por ejemplo. O lo que fue La Nueva Provincia durante más de un siglo.
- En la era Massot del diario, directamente se evitaba publicar cualquier cosa que pudiera dañar a la Iglesia. La mayoría de las veces era por miedo y autocensura: por ser más massotistas que los Massot.
Sin ningún condicionamiento más que hacer periodismo, acá en 8000 llevamos meses poniendo la lupa sobre este tema: qué pasa en Bahía con los abusos eclesiásticos.
Aquella escena de Juan y el Papa forma parte del documental Amén. Francisco responde, que se estrenó el 5 de abril de este año y muestra a 10 jóvenes que le trasladan sus inquietudes a Jorge Bergoglio.
—El abusador o la abusadora destruyen a un chico. Y si es una persona de Iglesia, es una hipocresía y una doble vida horrorosa, ¿no? —dice el Papa—. La política es limpiar. Que venga la denuncia y limpiamos. Tolerancia cero: esa es la política de la Iglesia.
En 2016 bajó la orden, como respuesta a los reclamos de víctimas y familiares.
—La cultura del abuso está por todos lados, lamentablemente —añade Francisco—. La Iglesia está tratando de que sus curas y sus monjas no abusen.
Palabra clave: tratando.
- El escándalo de los sacerdotes católicos pederastas estalló en 2002, cuando el equipo de investigación del diario Boston Globe reveló un esquema dantesco: los curas abusaban de menores y la Iglesia se enteraba, pero toleraba, encubría y relocalizaba a esas bestias, que empezaban a abusar en otra parte. Y así.
- Una fuente clave de ese trabajo periodístico fue Richard Sipe, un exsacerdote que se dedicaba a la rehabilitación de curas abusadores. Escribió 6 libros y según sus estudios, el 6% de los clérigos eran abusadores.
- Pero los reporteros del Boston Globe descubrieron un panorama aún peor: había unos 200 abusadores en una diócesis de 2.200 curas. Es decir: alrededor del 10%. Y tras la publicación, surgieron más víctimas y se judicializaron 249 casos.
- Esta investigación provocó un efecto dominó a nivel mundial: aparecieron curas abusadores por todos lados. Hay una película extraordinaria al respecto: salió en 2015, se llama Spotlight y ganó el Oscar.

- En Argentina, el caso más emblemático es el de Julio César Grassi, líder de la fundación ignominiosamente bautizada Felices los Niños. Grassi fue denunciado por primera vez en 1991 y recién 22 años después quedó detenido…
Bueno, ¿y qué pasa acá?
Acá tenemos, incluyendo Cerri, White y Cabildo, 30 clérigos católicos: 22 son sacerdotes y 8, diáconos (no ordenados).
¿Tenemos entonces algún abusador en Bahía Blanca?
- Abundan los rumores, pero el único caso denunciado (y público) es el del padre barnabita Mauro Henrique Cantanhede Ferreira, un brasileño que era el párroco de San Roque cuando en 2019 una mujer lo acusó de haberla obligado a practicarle sexo oral.
- Poco después, otra mujer que se confesaba con Mauro lo señaló por abuso y amenazas: “Me regaló bombachas y me pedía fotos”.
- El cura fue suspendido. Pero la causa acaba de ser archivada, como te contamos el viernes: según la Justicia, no hay pruebas suficientes para determinar si es culpable o no.
¿Y entonces? ¿Justo acá tenemos un extraordinario 0% entre 30 clérigos? ¿Ninguno comete abusos sexuales?
—Lamentablemente, no puedo decir que no sucede —nos comenta Verónica Orio, canciller del Arzobispado bahiense.
Lo que sucede es que no hay denuncias.
8000 verificó en las fuentes disponibles:
- ⚖️ Justicia: “El sistema no trabaja por ocupación de víctima ni victimario, sólo por delito”, nos indicaron en Fiscalía. O sea: para conocer si existe alguna denuncia por abuso contra un cura hay que ver causa por causa…
- 🙏 Iglesia católica: en los últimos 6 años, sólo se registró la acusación contra el padre Mauro, según nos confirma Orio, que es la encargada de recibir las denuncias junto con el padre César Cardozo.
- 🔎 Red de Sobrevivientes de Abusos Eclesiásticos de Argentina: aún no hay nada de Bahía Blanca, nos asegura la psicóloga Liliana Rodríguez, integrante de la entidad.
En Amén, el Papa le dice a Juan, el chico español abusado:
—Yo te agradezco la valentía de haberlo denunciado, porque hace falta tener pantalones para denunciar esto. No es fácil, porque los condicionamientos sociales son muy grandes.
Tiene toda la razón el Sumo Pontífice: es jodido denunciar al mediador entre Dios y los terrenales. El cura tiene mucho poder sobre su rebaño, que tiende a confiarle. Además, las víctimas suelen ser menores y callan por miedo, por vergüenza, por culpa.

De acuerdo con la psicóloga Rodríguez, a veces en la Red de Sobrevivientes aparecen testimonios de personas adultas que se animan a hablar cuando sus padres mueren o cuando tienen sus propios hijos.
Pero sobre todo ocurre que la Iglesia no te facilita las cosas.
Es verdad que (por la orden de Francisco) acá en Bahía hay gente designada para recibir denuncias. Pero…
- 🤨 No se promociona mucho que digamos. ¿Habías oído hablar de esto? ¿Viste alguna mención en los avisos parroquiales? Durante la semana, 8000 visitó 3 iglesias al azar (la Catedral, San Luis Gonzaga y San Roque) y no vimos ni un cartelito hecho a mano…
- 🙄 ¡Ni siquiera les dicen “abusos” y “denuncias”! En el sitio oficial de la Arquidiócesis colocaron un aviso (debajo del enlace para donar…) que se arrodilla ante los eufemismos “protección de menores” y “recepción de informes”. Mirá:

- Sólo cliqueando ahí llegás a una nota y al final hay un correo electrónico y un celular.
En fin. Lo cierto es que si tenés un vínculo más o menos estrecho con el esquema católico bahiense, quizá alguna vez escuchaste que tal hizo tal cosa. O algo por el estilo.
De ahí no pasa, pero. Las vergüenzas y ciertos delitos se guardan. Y prácticamente no se habla de esto, ni en los medios ni en las mesas familiares.
Sin embargo, hay que hacerlo. Hay que hablar y hay que denunciar, aunque duela tantísimo.
Porque se trata de depredadores conscientes y recurrentes.
Porque las víctimas casi siempre son menores y vulnerables.
Y porque si no hacemos algo, la impunidad se torna eterna como el Señor.
Si sabés algo, por favor denunciá:
- en la Comisaría de la Mujer y la Familia: Beruti 664, 2915275998;
- en la Fiscalía: Moreno 25, o enviando un correo a denunciasbahiablanca@mpba.gov.ar;
- en el Arzobispado: Colón 164, 2915238995 o por email a recepcioninformes.bahiablanca@gmail.com;
- en la Red de Sobrevivientes de Abusos Eclesiásticos de Argentina: por Facebook o por correo a red.sobrevivientesargentina@gmail.com.
Y si no te sentís cómodo haciendo la denuncia pero querés aportar tu testimonio para ayudar a otros, podés charlar con nosotros. Te garantizamos total respeto y absoluta discreción:
- orgullobahiense@gmail.com
- Twitter (tenemos los DM abiertos)
Hagamos algo, por el amor de Dios.
Textos y edición general: Abel Escudero Zadrayec
Producción, entrevistas y textos: Belén Uriarte
Producción y edición: Tato Vallejos
Fotos: Eugenio V.
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El resto de nuestro informe especial sobre abusos eclesiásticos:
- 🧐 Cómo actúa la Iglesia en Bahía
- 📣 Denunciar se puede hacer difícil
- 🤝 Los sobrevivientes tienen una red
- 😔 El mundo de infiernos repetidos
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🎊🎨 Bahía Blanca, una pinturita para su cumpleaños 195

Una recorrida por nuestras calles durante la semana del aniversario, los personajes y sus voces y sus miradas: un coro visual sobre la ciudad cumpleañera.
Por Maximiliano Buss | Especial para 8000
Nicolás empuja con el dedo una bolita de algodón en su oreja. Con la otra mano sigue dándole y dándole con un palo a un colador de metal como espejo, que está al lado de una lata de conserva aplastada, chatita, envuelta con una bolsa verde de nailon, que está al lado de una tapa de olla vieja, que está al lado de una tapa plástica de un balde de aceite para motor, de esos de 20 litros.
Nicolás está en una esquina de la plaza Rivadavia, en Sarmiento y Zelarrayán: desde la pandemia. Tiene 30 años. No quiere una entrevista con nadie, me avisa.
Y los mira a todos pasar. Les mira la cara, las manos, los pies.
Y toca:
Olla, lata, lata, lata,
olla, colador, lata, lata
olla,
tapa, tapa, tapa, tapa, tapa,
olla, colador.
—Yo compongo lo que a mí me sale. Es música resiliente. A veces es medio triste y otras la intento levantar. Por los tiempos que estamos viviendo, viste. Bastante difíciles. Entonces levanto la vibra: cambio de sonido, le meto volúmenes —cuenta—. Se me han acercado para decirme que les cambió el ánimo, el ritmo de la caminata o hasta que se les ocurrió una idea…
Tapa, tapa, tapa, tapa, tapa,
lata.
—En la vida uno tiene que despertar las emociones. Salir del pozo —dice Nicolás—. A veces no tenés una supercrisis, pero. La rutina te baja al pozo. Y acá por eso se drogan: porque buscan levantar.
Marcos (se presenta así: a secas, y ni siquiera da su edad pero no supera los 30) vende laja peruana “de la buena” y flor de la planta de cannabis.
—La podés probar al toque. Si te gusta, te la llevás. Sin vueltas. El gramo de merca está 5 (mil) y tengo hasta 3 ahora. La flor, 5 gramos a $ 5.500 y te puedo traer hasta 15.
Se maneja con una repartidora que viene a la plaza, o no: donde le digas. Y muchas ventas las arregla por Telegram.
—No me vayas a cagar —advierte. Pero me da la mano, suave. Se ríe y se va caminando por Yrigoyen.
El viento tira un carrito con revistas y 2 mujeres de polleras largas (una marrón y otra azul), con el pelo suelto, corren a perseguir 3 ejemplares que se vuelan. Llevan 2 horas ahí, al solcito, paradas sobre la vereda, cerca del monumento a Rivadavia.

—¡Podés llevarte la que quieras! —me dicen, quizá con demasiado entusiasmo—. Nosotras somos testigos de Jehová. Estamos todos los días. Mirá: esta —se titula “La salud mental: la ayuda que da la Biblia”— es la que más nos piden. Es sobre cómo la Biblia te ayuda con tus miedos, frustraciones, insatisfacciones. Hay mucho de eso. Acá siempre se acercan a pedir consejos, a que los escuchemos. Buscan algo que los alivie.
—¿Y ustedes qué les dicen?
—Que nuestro creador, Jehová, sabe lo que pasamos y nos quiere cuidar.
Un señor canoso de boina para. Frunce; mira en silencio. Ellas le devuelven la mirada. Hay algo de perplejidad en esta escena.
—¿La 319 dónde para? —pregunta el señor canoso.
Y ellas no saben.
Entonces yo le digo que creo que enfrente: le señalo el Juzgado Civil N° 1.
—¿Donde está el negro? ¿O más adelante?
—Ehhh, sí. Donde está el negro. Digamos.
El negro.
Se llama Paul, tiene 42 y es de Angola; sus 3 hijos nacieron en Bahía. Se vino en 2013 y vende anillos, cadenas, pulseras, gorras, relojes. Y no me quiere contar mucho más: dice que la policía lo persigue.
—Si uno viene, me roba y le hablo al policía, me agarra a mí y no a ese. Por eso no salgo de casa a ningún lado. Sólo trabajo desde temprano hasta ahora de noche, voy a la iglesia católica Nuevo Pueblo y de ahí a casa.
—Perdón, ¿fundas para celular tenés? —le pregunta un chico.
—No, no, no, no.
El pibe sigue caminando para ver si consigue, esquivando mochilazos de pibitos del Don Bosco que encaran, alguno masticando chicle, otro explicando algo sobre una derivada, un grupo de chicas hablando de quién se come a quién. (Aparentemente, Valen estuvo con Mili el finde pero esto no lo debería leer Ari, porque, si bien no están seguras, la cagó).
Y no es el único, parece:
—¡Che, gordo! ¿No me das una mano? Necesito el mejor ramo que tengas porque hace 3 días no vuelvo a mi casa.
—JAJA.
Ricardo García vende flores en la esquina de O’Higgins y Chiclana. Está sentado con su canastita de mimbre en la ventana de Grand Central.
—¿Cuántos años creés que tengo? —me pregunta.
—Mmm, ¿60?
—¡Señor, gracias por no darle buena vista a este pibe!
Ricardo tiene 71. Y dice que está joya, pese a ser un hombre atropellado: una vez, una camioneta lo empujó como 25 metros y otra, un motor de 3 toneladas le golpeó el pecho, cuenta, casi orgulloso.
—Soy nacido y criado acá. Todos me conocen por mi carrito, que no lo tengo más. Pero las flores son las mismas. Tengo crisantemos, rosas, gerberas, astromelias. Yyy… tenés distintos ramos.
—Perdón, buen día, ¿a cuánto están? —le pregunta una señora.
—Tiene estos de 700 y estos de 1.000, señora.
—Bueno, voy al banco y cuando paso, compro.
Según Ricardo, la gente ahora se fija mucho en los precios. Antes no. Y compran más las mujeres:
—Las llevan para la casa o para el cementerio. Los hombres compran para salvarse.
María Aguilar apura el paso para que no la pise la 504 en la primera cuadra de Chiclana. Lleva 13 años juntando cartón.
—Arranco de Colón al 1.200 y voy todo por Juan Molina hasta Panamá, después vengo haciendo zigzag por Estomba y vuelvo. En toda la ciudad el tránsito es pésimo. No respetan a nadie: ven un cartonero y parece que se lo quieren llevar puesto.

Pero María también cree que los bahienses somos muy solidarios.
—Cuando empecé, encontraba alimentos: polenta, comida elaborada, pancitos. Eso ya no.
Este mediodía de martes va cargada sobre todo de cartón. Dice:
—La gente aprendió a reciclar.
Unos 175 kilos de cartón lleva María. Con 47 kilos, un jean apretado, un suéter rosa de lana apelotonada.
—Después de esto, imaginate… ¡no necesito gimnasio! —le escucho bajito, porque usa un barbijo de tela.
María tira del carro unas 6 horas. El invierno es mejor para ella, aunque al final le da igual:
—No me importa mojarme. Piso escarcha, paso 40 grados, me corren los perros. Se me gastan las zapatillas, pero yo sigo.
Hablan. Los zapatos, para Juan, hablan. Juan empezó a lustrar hace unos 20 años, siempre en las escalinatas del Palacio Municipal. Vino de Río Colorado y acá formó familia.
—Todos pasan apurados, con ojeras, corriendo, con impuestos en la mano, cargados con bolsas de compras, con cara de preocupados. No paran. Y si paran, es para ver el celular.
Astor mira desde enfrente, su pelo largo y canoso con un rodete. Pero no presta mucha atención. Él sí que no tiene apuro. Está atrás de un hilo de humo que sale de un sahumerio.
—La gente vive alterada. Bueno, acá me piden muchos aromas que son dulces y que te bajan un cambio. ¡El palo santo! El palo santo lo llevan muchísimo, como si fuese milagroso.
Después le eligen mucho las varillas de jazmín, lavanda, coco, vainilla, las maderas del oriente. O la reina de la noche.

Carla anda cerca de la cancha de Olimpo y el predio del ferrocarril, entre los árboles. Donde la luz no la alcanza. Tiene unas bucaneras de color negro, una minifalda negra, un top negro. Y pelo negro.
Hace poco empezó a cobrar por sexo. Fue en el verano, cuando una amiga le contó lo que ganaba:
—Y me prendí. Estoy cobrando la hora $ 3.000 completo. Puedo hacer un oral por menos, lo vamos viendo.
Acá viene cada tanto, cuando no sale nada con quienes llama “clientes fijos”.
—La verdad es que siempre me trataron bien. Todos tienen entre 45 y 50. Algunos con familia. Me cuentan sus problemas: es un desahogo. Cuentan poco, pero son gentes solas.
Solo un gusto.
—¿Cuál es EL gusto de los bahienses?
—Dulce de leche granizado. Sin la menor duda —dice Liliana Aranda, que lleva 41 años sirviendo helados en la París de Brown y Undiano: 41 años hundiendo la cuchara cotidianamente en esos potes de tanto colorido gusto.
—Prendete, Hacke: ¿con qué rimás “colorido gusto”?
—Con “sonido justo”.
Hacke es Andrés Peña, tiene 21 años y desde 2015 persigue ese sonido que lo lleva esta tarde hasta las paradas de la 504 y 506, para hacer unas rondas de improvisación con palabras que le sugieren los pasajeros.
—¿Cuáles son las que más te tiraron hoy?
—Amor, familia, lealtad.
Dice que siempre participan más los chicos.
—Una nena mientras íbamos en el colectivo me vio que agarré el celu para poner el instrumental y me dijo: “¡Ehhh, lo tenés armado y lo vas a leer…!”.
Y no: nada que ver. Hacke es libre.
—¿Te animás a improvisar un rap sobre lo que ves de Bahía?
—¡Claro! ¿Con qué palabras?
—Las que te salgan.
Y le mete, así:
Yo, yo, yo me siento libre,
nadie puede limitar lo que siento
a menos que lo haga yo, por supuesto.
Todo lo que ahora brota del cuerpo;
voy a hablar de Bahía, la cuna del talento:
Ginóbili, Palacio, Lautaro Martínez,
algún otro bahiense que rompió algún récord Guinness.
Yo no lo sé y ahora sale el líder,
sale un talento nato como este pibe,
o algún otro que hace freestyle,
que hace arte,
arte sano en Bahía,
por todas partes.
¡Es impresionante!
Naturaleza y la ciudad:
las 2 combinan este arte
y esta forma es impresionante.
Yo creo que Bahía no es reemplazable,
acá hay gente que disfruta el baile,
hay movimiento,
se respira un fresco aire.
Hacemos lo que hacemos
si podemos todo honesto.
Partes de este cuerpo,
de lo que sabemos hacer
como un arte perfecto,
y si no lo hacemos bien,
bueno, nos lleva el viento.
El viento sopla
un calor genuino,
calor o frío, los dos investigo.
Demasiado sentido, en realidad,
cuando hace frío hace frío, pero de verdad,
frío polar
parece que esta forma drástica,
¿me encuentro en Bahía
o en la Antártida?
No sé, no entendí, mi pana,
y cuando hace calor
en el desierto del Sahara
y acá, allá, nos conocemos,
eso es lo que pruebo
y por eso es que yo quiero
a Bahía, mi ciudad,
en la que sí vemos gente con talento,
pero bueno, aprobemos todo eso.
Vamos a dar oportunidad
a aquel que está en la calle
y está en lo musical,
no entiende todo esto,
lo contrario, los que son artistas en la calle
tienen que estar en los escenarios
y no lo entiendo, por eso a diario
encuentro talento nato
dentro de estos barrios
dentro de lo que somos
y de lo que sabemos hacer,
Bahía hoy manda
porque sí que tiene poder.

✨ Como parte del aniversario de la Capital del Universo, esta semana también inauguramos una muestra sobre nuestro ciclo #SeresBahienses: está en 2 Museos (Sarmiento 450), es gratis y podés visitarla hasta el 23 de abril.
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Especiales
💣⚓️ Las confesiones del almirante Jorge Anaya, el bahiense que nos mandó a la guerra de Malvinas
Una entrevista inédita, áspera y única con el hombre fuerte de la Junta Militar en 1982.
Por Abel Escudero Zadrayec | Director de 8000
La primera vez que Jorge Isaac Anaya estuvo en las Malvinas, las detestó:
—Vi esas tierras desiertas, áridas, espantosas y pensé: “¡Uy, Dios mío! Si estas islas llegan a ser argentinas algún día, van a hacer una base naval y será uno de mis destinos”…
Por entonces, Anaya era teniente de navío y había llegado a bordo del crucero General Belgrano: el mismo en cuyo hundimiento murieron 323 argentinos durante la guerra de 1982 que él empujó fervientemente siendo almirante, jefe de la Armada e integrante de la Junta Militar con el teniente general Leopoldo Fortunato Galtieri y el brigadier general Basilio Lami Dozo.
—Era un convencido de que debíamos recuperar Malvinas —me dijo una tarde de noviembre de 2001, mientras la Argentina ardía. Para variar.
Petiso y morocho (2 características que no terminaban de agradarle), Anaya podía poner una cara de malo muy malo malísimo pésimo, con una mirada fija de odio o desprecio, o una combinación: según.
Ocurrió algunas veces durante nuestra charla. Especialmente cuando le hice alguna repregunta incómoda: claramente no estaba acostumbrado. Y metía miedo, eh. Su palabra clave: “Patapúfete”.
—Usted es el primer periodista al que le cuento algo —me avisó, el índice en alto, el ceño fruncido.

Me recibió en su casa, un semipiso en Recoleta. Vestía chomba azul y pantalón marrón; tenía un cinturón con sus iniciales y un audífono en su oreja izquierda. Andaba en los 75 años. Y yo, con 26: estaba cursando la Maestría en Periodismo de Clarín y quería entrevistarlo para mi tesis sobre los 3 periodistas que acompañaron a la tropa argentina en el desembarco, hace hoy 41 años (entre ellos, los bahienses Salvador “Pichón” Fernández y Osvaldo Zurlo).
Logré que Anaya me recibiera gracias a su cariñosa relación histórica con La Nueva Provincia, donde yo trabajaba.
—A los Massot les tengo una confianza ciega. A Diana Julio la conozco desde hace 70 años; vivimos la guerra contra la subversión juntos —me dijo—. Ella estaba amenazada y los choferes del diario eran de Marina. Un día me pidió que le recortase algunas escopetas. Nos encontramos con Vicente en algún lugar extraño de Bahía Blanca, sacó las armas del baúl de su coche, las pusimos en el baúl del mío, volví a Puerto Belgrano, las hice recortar, nos encontramos otra vez y se las di. Tengo mi corazoncito en La Nueva Provincia: su relación con la Armada es muy estrecha.
Es muy probable que por esa misma razón me haya tenido más paciencia de lo habitual.
Anaya nació en Bahía Blanca el 27 de septiembre de 1926. Juzgado, condenado y destituido durante el Gobierno de Raúl Alfonsín (con quien había compartido el Liceo Militar), fue luego indultado por Carlos Menem. Murió a los 81 años, el 9 de enero de 2008.
Por supuesto, nada de lo que dijo en estrictísimo off the record (“Esto no es publicable, ¿entiende?”, me advirtió: y el índice, y el ceño) aparece en el diálogo que sigue, editado mínimamente por motivos de extensión y claridad.
- ✍️ Una versión de este material inédito y exclusivo también se publica hoy en Infobae. Las fotos son de archivo.
—¿Le dan ganas de hablar de Malvinas?
—Me cuesta, porque me duele. Pero pregunte lo que quiera.
—¿Lo único que les salió completamente bien desde el punto de vista militar fue el desembarco del 2 de abril de 1982?
—Sí. Fue impecable.
—¿Cuándo se definió?
—El día que tomamos la decisión, que fue el 26 de marzo, analizamos la situación con el canciller [Nicanor] Costa Méndez. Y él dijo: “Para mí, la única solución que existe es la militar”.
—Y usted coincidió, claro.
—Absolutamente.
—¿Por qué?
—[El jefe del Foreign Office] Lord Carrington le dijo a Costa Méndez que debíamos aceptar que le firmaran los pasaportes a la gente de Davidoff [NdR: se refiere a un grupo de obreros contratados por el empresario Constantino Davidoff para desmantelar instalaciones balleneras en las Georgias del Sur]. Si accedíamos, estábamos reconociendo de jure que las Georgias eran británicas. Y como la resolución de las Naciones Unidas habla de “Malvinas, Georgias y Sandwich”, ¡patapúfete!, también perdíamos las otras islas. En ese momento, dije: “No hay más remedio”.
—Después de tantos años, ¿piensa que fue un error?
—Pienso que fue una maniobra tramada por Gran Bretaña. Ellos forzaron la guerra. Nos pusieron en un callejón sin salida. Al tiempo que advirtieron que el conflicto era inevitable si no retirábamos a los obreros de las Georgias, zarparon submarinos y buques logísticos de Gibraltar. No me dejaron otra opción.
—¿Se arrepiente?
—Ahora que la historia ya está escrita y sé que fue una trampa inglesa, asumo que tendría que haber retirado a los obreros. Y patapúfete. Se acababa. Los ingleses son los tipos más ruines que usted se pueda imaginar en cuestión de política.
—¿Y qué objetivo perseguía esa “trampa inglesa”?
—La señora [primera ministra Margaret] Thatcher se estaba cayendo.
—Sin embargo, se dice que fue al revés: que la Junta tomó la decisión porque el régimen militar se desplomaba.
—¿Quién dice eso? Los ingleses.
—Muchos argentinos opinan igual.
—Sí. Pero, en su momento, quien primero lo dijo fue la señora Thatcher. Y después, el señor [presidente estadounidense Ronald] Reagan. La gallina que canta primero es la que puso el huevo…
—Entonces, usted admite…
—Asumo que tenía elementos suficientes para darme cuenta. Y lo que tendría que haber hecho, a lo sumo, es una nota de protesta por el pedido de Inglaterra de evacuar a los obreros. Y patapúfete. Nada más.
—Pero en cambio, nos mandaron a la guerra y murieron más de 700 argentinos. Y perdimos.
—Yo realmente no capté el asunto. Hoy confieso que caí en una trampa.
—La Junta Militar hacía lo que usted decía…
—Lo que pasa es que yo siempre digo lo que pienso y lo digo con gran firmeza, porque tengo el convencimiento. El hombre de más carácter de los tres era yo.

—¿Y su idea cuál era?
—Tomar las islas, replegarse dejando 500 hombres y retomar las negociaciones diplomáticas. Cuando las cosas no salen como nosotros pensábamos y empieza a avanzar la flota inglesa, se refuerza. Ellos no sabían qué grado de adiestramiento tenía nuestra tropa. Para recuperar una posición defendida por 10.000 hombres, usted necesita 20.000. Y nosotros fuimos agregando y agregando. Por supuesto, eran tipos disfrazados de soldados.
—Ni siquiera tipos: muchos eran pibes.
—No. El problema de los chicos de la guerra es un cuento. Los ingleses también tenían chicos de 17 y 18 años. Además, no sé qué edad tenía el Tambor de Tacuarí, pero seguro menos de 17… Cuando usted defiende algo que es suyo… Fíjese: cuando hicieron la comisión Rattenbach [NdR: la evaluación oficial de las responsabilidades militares en Malvinas], una de las cosas que me preguntó el general Tomás Sánchez de Bustamante fue: “¿Usted sabía que iban a perder?”. “Sí”, le respondí. Antes del 14 de junio, yo estaba convencido de que íbamos a perder luego de una batalla honrosa. Me preguntó: “¿Y si sabía que iban a perder por qué lo hizo?”. Le dije: “Vea, mi general: si a su mujer le toca el culo en la calle un grandote, ¿usted qué hace? Para conservarles el padre a sus hijos y para alimentar a su mujer, no hace nada. ¿Usted salió del Colegio Militar?”. En el acta lo omitieron y yo acepté que lo hicieran, porque fue una grosería.
—¿Y pensó que Gran Bretaña no iba a responder militarmente?
—El problema fue la ayuda de los Estados Unidos. Si no hubiera sido por eso, Inglaterra habría tenido que replegarse. Si hubiera sido una lucha mano a mano, les habríamos ganado. Pero no: el mismo 2 de abril Estados Unidos ya estaba dándoles asistencia.
—¿Descarta la idea arraigada de que la guerra serviría para que la Junta se prolongara en el poder?
—Es lamentable que haya gente que crea eso, porque se trata de algo absolutamente falso. El día que lo echaron a Galtieri, nos íbamos a reunir para aprobar el estatuto de los partidos políticos. Además, ¿cómo se llamaba el grupo ese de toda la clase política?
—La multipartidaria.
—Eso. La multipartidaria se creó a instancias de la Junta, para estudiar el estatuto de los partidos políticos. Pensábamos que el 24 de marzo del 84 había que entregar el poder sí o sí.
—¿Usted no quiso ser presidente?
—No. Vea: para ser presidente se necesita una serie de cualidades que yo no tengo.
—¿Cómo cuáles?
—Por ejemplo, si tal ministro me hace tal cosa, ¡patapúfete!, y a su casa de inmediato. Además, cuando ajustamos los sueldos, por iniciativa mía no se aumentaron los de almirante, brigadier general y teniente general. Yo veía que la población pasaba necesidades económicas. Por supuesto, estaba en la gloria con respecto a cómo está ahora… [NdR: se reitera que esta entrevista se hizo durante el infierno argentino de 2001]. De cualquier forma, si hay que hacer un sacrificio, tiene que comenzar por la cabeza. El otro día leí que un senador cobra cerca de 10.000 pesos, más 31.000 para nombrar asesores, más pasajes, más 1.200 pesos de nafta y seguro del auto… Mire: yo tengo un Duna del 91 y pago 29 pesos por bimestre… si me dieran 1.200 pesos, ¡por favor! Es una cargada. Una vergüenza.
—Usted no quería el poder, entonces.
—Vea: hay que estar muy preparado para conducir un país, como los políticos ingleses, franceses o norteamericanos. Si usted no tiene conocimientos de economía, de sociología, etcétera, no puede ser presidente.
—¿Galtieri los tenía?
—No.
—¿Lami Dozo los tenía?
—No.
—Bueno: ustedes tres condujeron el país y Galtieri fue presidente…
—Galtieri es una buena persona.
—Mi papá también es una buena persona, pero no funcionaría como presidente.
—Qué quiere que le diga.
—¿Galtieri quería perpetuarse en el poder?
—Yo no sé lo que pensaba interiormente; en todo caso, a mí no me lo dijo nunca.
—¿No son amigos?
—Fuimos compañeros en el Liceo Militar y hoy nos seguimos viendo. Soy amigote; nos juntamos cada 2 o 3 meses a almorzar en el Centro de Oficiales de las Fuerzas Armadas de Quintana 161.
—¿Y es borracho Galtieri? ¿O lo era?
—Yo nunca lo vi borracho. Algún whiskicito, de vez en cuando, sí. Pero no borracho. El que sí le daba al whisky a las 10 de la mañana era Viola [Roberto, el predecesor de Galtieri]. Mamita, cómo tomaba. Yo me tomo alguno, pero no todos los días y a las 9 de la noche…
—¿Le pareció injusto que los juzgaran?
—Vea: el problema surgió fundamentalmente por parte del Ejército. El Ejército estaba avergonzado por su actuación. El Código de Justicia Militar establece que la rendición sólo es posible frente a 2 tercios de bajas o las municiones agotadas. Nada de eso había ocurrido. Y tan sólo por esto, corresponden 20 años de prisión. Igual, la rendición es comprensible. Los británicos tenían superioridad aérea las 24 horas y relevaban a sus batallones cada día; en cambio, los nuestros estaban en sus pozos de zorro 15 días. La moral de la gente se había venido abajo. Lo que no sabía [el general Mario Benjamín] Menéndez era que si los ingleses no tomaban las Malvinas para el 14 de junio, al día siguiente reembarcaban a todo el mundo y se volvían. Pero los ingleses sí sabían que Menéndez había llamado a Galtieri —fue delante de mí, en la Casa de Gobierno ¡y por línea abierta!— para comunicarle: “Mi general, estoy dispuesto a rendirme porque mi gente ya no da más“. Galtieri le respondió: “Usted debe seguir peleando hasta las últimas consecuencias. Y si no, después tendrá que rendir cuentas al país”.
—¿Usted coincidía?
—Sí, era lo correcto. Y eso que Galtieri no se acordaba de lo que decía el Código de Justicia Militar, eh… Yo lo recordaba porque lo había aprendido en el Liceo; había que saberlo de memoria.
—¿Y Alfonsín no lo aprendió?
—Vea: yo he tenido toda clase de compañeros. Alfonsín fue compañero mío de banco… Era un gran charleta. Fíjese que cuando decía un discurso sin leer, decía cualquier disparate pero muy bien dicho. Alfonsín hablaba al reverendísimo pedo, pero muy bien… Siempre le tuvo un odio visceral a Galtieri. A mí no, porque yo lo dejaba copiarse en los exámenes. Era un gran pícaro. Pero lo suyo contra las Fuerzas Armadas en su gestión fue perverso. Jamás podré ser amigo de Alfonsín. La traición… lo que hizo denigrando a las Fuerzas Armadas es de tal magnitud… En fin, es lo único que hay que agradecerle porque siempre fueron los radicales los que hicieron las revoluciones: ellos se ponían a salvo, pero nos mandaban a nosotros y después los nombrábamos embajadores, ministros, gobernadores…
—¿Y si hoy lo tuviera enfrente a Alfonsín?
—Hasta le daría la mano… Yo pretendo ser un buen cristiano. Y el mandamiento más hijo de puta que existe es “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Cada vez que me confieso, debo confesar algo en ese sentido: falta de amor al prójimo… Si mi mujer se cruza con Alfonsín, lo escupe. Yo no. Yo no tengo algo personal contra él. Repito: reconozco el mérito de que en estos momentos a los radicales ni se les ocurre golpear las puertas de los cuarteles. Hasta el 76, siempre fueron ellos. Pero durante el período de Menem, a quien los radicales odiaban, nadie dijo ni mu. Y hoy es imposible que las Fuerzas Armadas intervengan. Para nada. La culpa de perder la guerra contra la subversión tanto política como mediáticamente es de la dirigencia política. Si los políticos hubieran reconocido que hubo que hacer lo de Malvinas… Pero no: nos hicieron pelota.
—¿Cree en la democracia?
—Creo en la democracia cuando existe democracia en los partidos políticos. Los partidos políticos son una verdadera dictadura. Si usted no es amigo de Alfonsín, no entra en el comité de la UCR ni por joda. En el peronismo pasa lo mismo. Y así en todos los partidos políticos. Es decir: hay una dictadura por parte de quienes pretenden ejercer la democracia. Además, si bien en la Armada tuvimos algunos casos lamentables, hoy es generalizado el problema de llegar al poder para servirse del poder. Los políticos representan al partido y hacen todo para sacar cosas primero para ellos y después para el partido. Esa es la democracia que tenemos, porque no hay democracia pura dentro de los partidos. Los candidatos son los que decide el partido y punto. Y ni hablemos de las listas sábana. Si nuestros políticos fueran argentinos, como yo pienso que un argentino debe ser, no correrían más ni la lista sábana, ni el voto obligatorio, ni semejantes dietas y gastos de representación. Los políticos cobran fortunas mientras el pueblo se muere de hambre.
—¿Qué ve hoy en el país?
—El resultado de las últimas elecciones, en las que el 40% de la gente votó en blanco o anuló, dice que los políticos están causando asco. Pero estoy convencido de que las Fuerzas Armadas no van a hacer absolutamente nada. Si queman la Casa de Gobierno, que la quemen. Para eso están la Policía, la Prefectura, la Gendarmería, los bomberos.
—¿Y por qué cree que las Fuerzas Armadas no van a hacer nada?
—Porque, además, todos aprendieron lo que es ser represor. Frente a cualquier lío, en la televisión siempre dicen: “La policía reprime”. ¿¡Reprime!? ¡¡Eso es poner orden!! Y fíjese que todo lo que ocurre es porque en el Gobierno tienen miedo de ser represores. La primera vez que hubo un corte de ruta en La Matanza, en vez de despejar y dejar libre el camino (porque “todo ciudadano tiene derecho a transitar libremente…”), la señora Patricia Bullrich cometió el único error que le conozco: fue y les entregó Planes Trabajar. A partir de ese momento, se transformó en un problema dominó: empezaron a cortar rutas en todo el país. ¿Y ahora cómo los para? ¡A los golpes!
—Usted no tiene miedo de ser represor, claro…
—Los políticos tienen miedo de perder votos por ser “represores”. Yo qué voy a tener miedo. Pero repito que eso no es reprimir: es poner orden. Y hacer cumplir la Constitución, ¿o acaso no juraron hacer cumplir la Constitución? Yo siempre he querido servir a mi país. Amo a mi Argentina. Y creo que mi Argentina está ocupada por una manga de sinvergüenzas. No puedo dar fe de la honestidad de ningún político. Y esas cosas no se destapan porque entre bueyes no hay cornadas. En la clase dirigente argentina son todos atorrantes.
—Ah, no sólo los políticos.
—También los empresarios. Fíjese: el 23 de diciembre de 1981 Franco Macri me pidió una audiencia por “razones personales”. Cuando llegué a mi casa, había una sopera de plata inglesa. Le dije a mi mujer: “¿Cómo se te ocurre comprar eso?”. “No, es un regalo”. “¿Cómo un regalo?”. “Sí, de Ricciardi”. Miré la tarjeta: decía “Feliz Navidad”, con la firma de Macri. Llamé a mi ayudante: “Retire este regalo de mi casa, ubique al señor Macri y entrégueselo en persona. Dígale que hasta que no me pida disculpas por darme un regalo que no corresponde, no pienso recibirlo”. Me pidió disculpas por escrito, diciéndome que había sido un error de su secretaria. Entonces lo recibí: “¿A qué debo el honor de su visita?”. Y me dijo: “Únicamente quería conocerlo, porque soy un italiano que ha servido siempre a la Argentina y quiero seguir sirviéndola”. “Bueno. ¿Nada más?”, le dije. “Nada más”. “Bien, buenos días, señor Macri”. Ni un café nos tomamos. En la Escuela Naval y en el Liceo a uno le enseñan una serie de principios que después todo el mundo olvida. Les ponen cien mangos y listo: “Todo hombre tiene su precio”, como dijo Napoleón.

—Hablando de influencias: en el libro La trama secreta se asegura que usted pidió por su hijo Guillermo [NdR: combatió en Malvinas y tras la guerra quedó prisionero].
—Es una infamia. Yo jamás pedí por mi hijo.
—¿Y por qué?
—Varios me vinieron a pedir que firmara el cese de hostilidades para que liberaran a todos los prisioneros. Yo me negué. Un capitán de navío, infante de Marina, me dijo: “Señor almirante, mi hijo está preso”. “El mío también”, le dije, “pero no voy a firmar porque sería decir que todo lo que hicieron fue al pedo”. Habrá sido para el 18, 20 de junio. Después me llamó Cristino Nicolaides [el sucesor de Galtieri] y me dijo que todos los padres de los presos le estaban exigiendo la firma. Me pidió que les hablara. Y lo hice: “Me da vergüenza escuchar de ustedes, argentinos y hombres de las Fuerzas Armadas, que tenemos que firmar el cese de hostilidades como si fuéramos unos verdaderos cobardes. Yo tengo a mi hijo detenido y no voy a pedir por él aunque me digan que lo van a fusilar“. Me emocioné mucho, porque evidentemente yo a mi hijo lo adoro. Se me cayeron los lagrimones. Aplaudieron todos y no se firmó nada.
—¿Su hijo se lo reclamó?
—No. Guillermo se portó muy bien.
–¿Así que usted es de llorar?
—Sí, soy muy emotivo.
—¿Revisó su actuación durante la llamada “lucha contra la subversión”?
—Fue algo que había que hacer. Aniquilar a la subversión era orden de Lúder [Ítalo, efímero presidente peronista que firmó los decretos]. Y todo el mundo entiende que aniquilar es con cuidado. Las subversivas iban con sus bebés en el cochecito y ponían bombas debajo de los autos… Los subversivos eran unos flor de hijos de puta. Para entrar, los novatos tenían que matar a un vigilante. Con esa clase de gente es muy difícil tratar. Fíjese el caso de Alfredo Astiz. Era teniente de corbeta, era muy joven, y lo mandaron al Grupo de Tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Y ahí a él se le ocurrió infiltrarse en las Madres de Plaza de Mayo. A raíz de eso, supo cómo se hacían las conexiones para hacer un golpe y a partir de entonces, cada operación era desbaratada… Y ellas le decían “El Ángel”…
—¿Está conforme con lo que hicieron?
—Vea: hubo excesos. Hubo excesos. Hubo excesos, pero, digamos… fíjese que en este momento el presidente de los Estados Unidos dio la orden de capturar a Bin Laden vivo o muerto…
—¿Usted mató o torturó?
—No… Yo entonces era comandante de la flota; estábamos siempre navegando. Pero si hubiera tenido que matar a alguien, lo habría hecho. Con la tortura no estoy de acuerdo, aunque es comprensible para obtener información. Vea: los israelíes la autorizaron, por ejemplo. ¿Sabe qué pasa? Por ahí vuela un edificio porque usted no torturó… Igual, yo sería incapaz de torturar. Hay que tener mucho estómago. Y como ya le dije, trato de ser un buen cristiano.

- Esta entrevista con Anaya formó parte de la investigación que finalmente se publicó como suplemento en La Nueva Provincia en 2007, bajo el título El desembarco de una primicia.
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