Por Abel Escudero Zadrayec
Director de 8000
Escribo esto desde Washington DC, que no será la Capital del Universo como Bahía Blanca, pero se las rebusca bastante como centro político global, en una democracia inspiradora que últimamente luce algo machucada: demasiados estadounidenses consideran que cierto anaranjado mandón es un peligro. Real y potente.
(Y todavía les falta tener un presidente latino: ya llegará… si no se rompe todo antes).
La mayoría de mis amigos yanquis directamente andan con miedo. Acá debo aclarar que se trata de liberals al estilo de ellos, lo opuesto a los nuestros: o sea, digamos, son progresistas o “zuurrrrrdos de mierrrrda”, de acuerdo con el léxico caviar de nuestro desangelado mandón.
En 2016, estos amigos sentían vergüenza porque gran parte de sus compatriotas habían elegido a un tipo como Donald Trump. Y esa vez aproveché para joderlos un poco: “Ahora no me pueden joder por 100 años, eh”.
Y les volvió a pasar en 2024. Pero peor: ahora el tipo está empoderadísimo, y parece capaz de cualquier cosa y hace cualquier cosa: un día te negocia un alto el fuego en Gaza y devolución de rehenes, al siguiente te bombardea una lancha narco venezolana y por ahí tira que en Argentina nos estamos muriendo; mañana quizá te frena la guerra entre Rusia y Ucrania, o arranca una contra China.
Ahora no me da para joder a mis amigos yanquis progres. Noto que su temor es tan genuino como hiperbólico, según mis ojos argentinos: veo una reacción desmesurada, probablemente porque no están acostumbrados a semejante anormalidad y falta de respeto a las reglas básicas. La gente que vive en zona de terremotos siente un pequeño temblor y sigue lo más pancha, pero si nuestra tierra del diablo se sacudiera un cacho, después de sufrir el temporal que nos pasó por encima y la tragedia que nos aguó tanto, alucinaríamos 100% Apocalipsis. Todo pasa por el contexto, ¿no? Sí.
Los resortes democráticos en Estados Unidos son de tungsteno, pero. Eso creo. Y eso les dije a Ruth y John, por ejemplo. Ella es abogada especialista en temas espaciales y él, legendario columnista del Washington Post: ¡incluso están tramitando la ciudadanía canadiense, por las dudas! Oyen un crujido sistemático en varias medidas de Trump y observan un fascismo evidente en imágenes como esta que tomé en el Departamento del Trabajo, cerquita de la Casa Blanca:
A Ruth y John no les simpatizó mi insinuación de que estaban exagerando. Espero tener razón.
Escribo esto porque no pude convencer a mi viejo de que fuera a votar en la elección del 7 de septiembre. Lo intenté, eh. Y suelo contar con poder de persuasión, un eufemismo para no decir que por ahí te gano por cansancio: por ser un rompebolas dantesco.
Mi viejo siempre fue a votar. Con responsabilidad cívica, incluso con orgullo y alegría. (Algo que heredé totalmente). Pero esta vez no hubo caso. Como es septuagenario, ya no tiene obligación de ir, e iba igual… hasta ahora: ahora no quiso saber nada. Anda muy decepcionado, el tipo.
Ni siquiera tras el estallido de 2001, en aquel país reventado extraordinario, hubo tanta amargura, tanta crisis de representación; ni siquiera entonces, cuando aparecieron fetas de salame o fotos de Batman, porque estábamos repodridos, que se vayan todos, que no quede ni uno solo, ni entonces, digo, nos poseyó tamaña apatía como la que se manifestó hace 1 mes y medio, con el ausentismo más alto de nuestra historia democrática moderna: 4 de cada 10 vecinos bahienses no fueron a votar.
✅ Esta semana hice la consulta en el grupo de 8000: el 44% tiene al menos un caso de ausentismo en su familia.
De corazón, espero que lo de mañana no sea tan grave.
👆 Imagen creada con ChatGPT. Le di esta instrucción: “Un muñeco estilo Funko con la camiseta argentina y una boleta de papel”. Pifió en algo fulero: puso sólo 2 estrellas. Le exigí corrección, metió la tercera y pidió perdón.
Aún la humanidad no ha descubierto un sistema mejor que el democrático, y es nuestro por definición (“el poder del pueblo”: gracias, Grecia).
Y deberíamos cuidarlo.
Digo esto sin el dedito levantado: odio el dedito levantado. También me caen pésimo quienes ningunean las elecciones. Puedo comprender el desgano, pero me molesta que la vayan de graciosos o cancheros: son más bien opas o brutos.
Bueno, y además la ley nos manda votar… pese a que la multa es ridícula.
🗳 Según el Código Electoral Nacional, el sufragio es obligatorio entre los 18 y los 70 años.
Podés justificar la ausencia por enfermedad o por estar a más de 500 kilómetros, por ejemplo: el trámite se hace en esta página.
Y si no, te meten en el registro de infractores. Y luego para regularizarte debés pagar de $ 1.000 a $ 2.000, según la cantidad de veces que hayas faltado a las urnas.
Como soy socio pleno del Club de la Responsabilidad Cívica, pienso que hay que ir y elegir. Aunque sea tapándote la nariz, señalando al menos malo: sé que es medio tristón, pero aunque sea…
🐿 Cuando la democracia cumplió 40 años, te detallamos nuestro impresionante Día de la Marmota.
Es nuestra forma de participación esencial. Después tenés otras, claro: colaborar en un club o en una sociedad de fomento, incluso militar en un partido político, dar una mano en una ONG, hacer periodismo decente, misionar en una iglesia… Pero no nos hacemos mejores por obra y gracia divina: sucede porque ponemos algo, sin esperar que las fuerzas del cielo nos provean ni un puente Bailey. O sea, digamos.
Escribo esto porque estoy lejos, porque extraño, porque nos quiero mejores, porque me jode que nos cueste tanto ser mejores, porque me encanta votar aunque no me gusten los candidatos: mañana voy a echar de menos eso de entrar en un cuarto oscuro que no es oscuro, y encima con boleta debutante… no podré poner mi cruz.
📝 Acá te contamos cómo se usa la boleta única de papel. Y este es el padrón.
Y escribo esto porque quiero convencer a mi viejo. Dale, andá. Chantapufi.
Mi viejo tiene un gesto típico para expresar ironía e incomodidad, a veces fastidio, a veces perplejidad: levanta una ceja sola. Y lo puede hacer con ambas cejas. Esto lo heredé a medias: me sale sólo del lado izquierdo. Si intento hacia la derecha me desfiguro cual gato con moquillo masticando un limón.
El otro día le pregunté a mi viejo si el 7 de septiembre fue la primera vez que no votó. Yo estaba seguro de que sí, pero acudí a la fuente para verificar porque soy un periodista profesional (?)
Y resulta que esa fue la segunda: en octubre de 2019 le habían sacado una vena de la pierna y no pudo ir. Esta vez no quiso.
—Y el domingo vas, ¿no? —le insistí por WhatsApp, a ver si lo convenzo.
Y el tipo me contestó con su emoji:
—🤨
Andá a votar, viejo. Dale.
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