💁🏼‍♀️🤬 Elogio al insulto digno

Publicado el 15/11/2025.

Por Sonia Budassi

Periodista y escritora


Cada persona debe tener su podio de los peores insultos que puede recibir. Entre bahienses, uno se repite según un estudio imaginado por mí, que aún no hizo pero debería elaborar la UNS (no te necesitamos, Universidad de Massachusetts, ni a ninguna otra extranjera).

Pero el dato sí existe según mis recuerdos y una encuesta informal realizada entre amigos y conocidos. El 96% comparte uno: esa palabra que entra en la categoría de “palabrota”, palabra que suena feo, y es de esas pocas en las cuales el significado parece hacer juego con el sonido al pronunciarlas, con el significante. Esas letras que, juntas, las oís y te provocan bronca, tirria, malestar; expresada en la sonrisa más displicente, la mirada más soberbia con rayos aniquiladores que dejan al otro pequeñísimo, con una contestación ofensiva, con un contraataque.

Entre esos gestos posibles sigue, en general, una aclaración. Un correctivo verbal, una legítima defensa, aunque deseáramos acompañarlo de un coscorrón.

Ya se dijo y se dice mucho pero no redunda, el fenómeno continúa. En esta época, como nunca antes -es opinión-, comunicadores profesionales, dirigentes, influencers y así se la pasan usando insultos demasiado denigratorios y crueles.

Entonces me parece bien rescatar uno que nos afecta a nivel bahiense, pero sobre el cual podemos pensar cosas lindas y reafirmar nuestra complicada identidad.

Ese insulto quizá no es tan así. Nos molesta aun si no proviene de la maldad más malvada. ¿Adivinaste cuál es?


Primero veamos los términos ofensivos universales.

Los hay variados. Algunos, en la muestra estudiada, no se repiten. Otros sí. Por ejemplo: el más compartido consigna a nuestra madre como prostituta, con evidente sesgo violento, discriminatorio; es un tema demasiado largo para trabajar acá, como lo es juzgar de mala manera a una mujer que debe realizar ese trabajo.

Ojo, lo sé: también somos capaces de usarlo como expresión de excesiva vanagloria, felicitaciones y buena ponderación. “Es un HDP, siempre está al tanto de las mejores ofertas en la carnicerías de Villa Mitre pero también las del centro, no sé cómo hace, si el chabón vive en Villa Harding Green”. “¿Viste cómo le gané al truco? ¡Al final soy una HDP!”. “Sos un HDP, cómo podés hacer ese gol a último momento”. Y así.

Muchas cosas, como esta expresión, entonces, dependen del contexto.


Hay insultos que remiten a actos dañinos de distinto tipo.

  • A) Los poco éticos, pertenecientes al mundo del engaño en sus diversos grados de gravedad.

Adjetivos para gente considerada poco noble. “Mentiroso”, “gato” (que goza de diferentes acepciones, desde ladrón a chanta, y más), “fantasma”, el anacrónico y aún vigente por su precisión “fanfarrón”. El bastante fino “traidor” y, si de parejas monógamas hablamos, su contrapartida más chabacana: “cornuda” o “cornudo”. Término interpolado a los deportes, y usualmente dirigido a sus referís.

  • B) En esta cascada de ofensas del universo de la poca honestidad, duele la vinculada al delito. O la acusación de portarse mal: una conducta juzgada y condenada, de no ser justo con el prójimo. Del “chorro” a la “forra”.

Se sabe: el insulto da algo de alivio a quien lo pronuncia, a veces; otras, sulfura más, provoca un aumento de intensidad. En el último caso, el de “forro”, la prolongación de la doble erre, sumada a levantar la voz, tiene un efecto poderosísimo. Para quien la pronuncia, el nivel de catarsis resulta superior, de primer nivel, 5 estrellas, prémium. Y si alguien escucha -es sabido que las personas también insultamos a seres inanimados, que no pueden oírnos y por ende, tampoco contestarnos, como la pantalla del celular o el televisor- el efecto es demasiado pregnante. La doble erre, en volumen alto, junto a la prolongación de su pronunciación, pueden terminar, por ejemplo, en portazos desesperados y desesperantes o un in crescendo de beligerancia que mejor no imaginar ahora. Menos en la calle.

Qué miedo.

Nunca nos pasó, más vale.

  • C) Junto a su carga universal -nos pesa a todos o a casi todos, más o menos de igual modo-, los insultos comparten con los halagos su percepción subjetiva, así que no siempre pueden categorizarse.

Mientras algunas preferirán que les digan que son inteligentes, otras valorarán que les señalen que son prolijas, o cariñosas, o solidarias, o buenas clientas, o amigas fieles, o simpáticas o dulces al acariciar un hámster. Los elogios que prevalecen, hay que admitirlo, más allá de la tolerancia que pretendamos, se vinculan a “los cuerpos”. Seguimos diciendo “qué flaca, qué linda, qué divino te queda ese vestido”, etcétera.

  • D) También están muy al uso -lamentablemente- los referidos a elecciones de género, en muchos ámbitos.

Se usan mucho en la cancha, y me pregunto de qué manera será posible cambiarlos. Tuve un compañero de tribuna. Un bostero que me dañó el corazón incluso a pesar de haberle dado el privilegio de visitar el estadio más hermoso del mundo, y, obvio, terminó queriendo a Independiente -pero había confesado admirarlo desde antes. Este hombre, en medio del partido, me peleaba “en chiste” si yo cantaba determinadas cosas: “Les voy a contar a tus amigas de la Agencia Presentes y al resto del colectivo que querés tanto, a ver qué opinan (risas)”.

Entonces, como un juego, empecé a suplantar unas palabras por otras que indicaban lo mismo de una manera no ofensiva. En una de las más homofóbicas, que muchísimas lo son, yo decía:

Los homosexuales de River,

los homosexuales de Boca,

dispensan sexo oral

a quienes tienen miembro viril,

somos el Rey de Copas.

Están las referidas al miedo.

Una vez ESPN me captó en una tribuna cantando:

Ponga coraje, coraje Independiente.

Ponga bravura, bravura de verdad,

que esta tarde cueste lo que cueste,

que esta tarde tenemos que ganar.

(La verdad es que llegué a vociferarla en su versión original con referencia testicular).

Otra decía:

No importa en qué cancha:

ven la camiseta del Rojo y se asustan.

Ahora chamuyás que llenaste 2 canchas;

volví a demostrarte quién tiene más banda,

varón homosexual.

Sola en la cancha, confieso, me callo en algunas canciones. No puedo concebir el acto sexual usado como vejación orgullosa.

El comediante Nahuel Ivorra arma reels de Instagram con personajes de manera arquetípica. Uno de ellos es Tu Amigo Hippie, en este caso insultando en la cancha, pero con semántica inversa. El agravio es “heterosexual patriarcal”. (Me encantaría decírselo a mi ex, pero no sé si le dolería lo suficiente).

EL NAHU on Instagram: “Heteresexuel petrierquel ⚽️

Próximos sh…

El efecto humorístico se logra por lo exagerado que llega al ridículo.

A mí, caradura, me parece que soy más graciosa al cambiar las letras en la tribuna. Pero lo peor, de verdad, más allá de lo que nos pasa cuando nos coopta el alma el sentir vitalista, de comunión de la masa contagiosa, y sus cantos de hinchada (“que la Academia, ¡puto!, no existe más”, por decir uno liviano que no falta nunca) es que el periodismo refuerce lo dañino. Que reproduzca y esparza, desde un punto de vista que se considera de “autoridad” y de “análisis”, comentarios donde las relaciones sexuales se asocian a la dominación y de ahí, a la violación.

Pasa en contextos deportivos e incluso electorales. Sucede cada vez más en el discurso público desde lugares importantes. ¿Tan difícil es el “hablá bien” que, hiperbólico, pregonaba Capusotto en su sketch? Lo reformulo: ¿tratarnos bien?

Dicho esto, nuestra idiosincrasia nacional es particular.

Manuel Soriano, en su más que recomendable libro ¡Canten, putos! Historia incompleta de los cantitos de cancha (Ediciones Gourmet Musical, 2020), afirma que el procedimiento es simple y bastante universal. Los simpatizantes de un equipo de fútbol suelen tomar una canción popular y cambiarle la letra en la cancha.

“En la Argentina, sin embargo, las transformaciones pueden ser complejas y maravillosas”, dice. “La balada de una cantante mexicana se convierte en un cantito que amenaza con quemar el barrio porteño de Floresta. Una oda inspirada en las montañas de Aspen se usa para separar a los ‘vigilantes’ de los que ‘tienen aguante’…”, y así. Pero volvamos al eje.


Admito que muchas personas, quiero creer que la mayoría, reproducen (reproducimos) esos términos como insultos sin notar que pueden dañar gravemente, lastimar e intimidar demasiado a otras. Hablo de la gente como vos o como yo, no de los gobernantes ni de quienes tienen capacidad de que su discurso influya más (hace mucho que las opiniones de escritoras y escritores no logran efectos masivos).

Hay, entonces, diferencias de grado, de naturaleza. Y de intención.

Estamos en una época donde pareciera que los límites del respeto se tensan cada vez más. O sos demasiado sensible, o muy woke, o ahora no se puede decir nada. Demasiada confusión.

En su libro Ofendiditos. Sobre la criminalización de la protesta (Editorial Anagrama, 2024), la ensayista española Lucía Lijtmaer plantea cuestiones inquietantes en relación con los temas sobre los cuales nos increpan y nos sentimos vulnerados.

Leemos en la contratapa: “¿Nos invade una oleada de neopuritanismo? ¿Se instaura el triunfo de la corrección política? ¿Asistimos a un cambio de paradigma moral, al triunfo de la censura y la autocensura? ¿O acaso lo que se está produciendo es una descalificación y hasta criminalización de la protesta?”.

Para hacerla cortita y simplificada: la autora plantea que muchas veces se usa la etiqueta para ridiculizar y a veces desautorizar el malestar de personas que no gozan de derechos por su color de piel, su condición económica, o de género, etcétera. Y “protestan” por eso.

Allí, ya en los años 70 regía el cupo de género y étnico, los profesores y profesoras, para evitar situaciones de abuso, no podían tener reuniones a puertas cerradas con el estudiantado.

Y el contexto es otro: viejo lobo de mar, genio conservador, el ya fallecido crítico literario Harold Bloom, en su debatido libro El canon occidental (Anagrama, 1994) habla fastidioso en contra de lo que pasaba en las universidades estadounidenses, muy diferentes a las nuestras -ahora y en aquel entonces. Allí ya en los 70 regía el cupo de género y étnico; los profesores y las profesoras, para evitar situaciones de abuso, no podían tener reuniones a puertas cerradas con el estudiantado.

Nosotros, en Argentina, y en Bahía, estábamos lejos de esos debates, o más bien, si se daban, eran en reductos muy acotados. Decía Bloom, hermosamente reaccionario, bellamente entendible: “No me interesa, como este libro dejará en claro repetidamente, el actual debate entre los defensores del ala derecha del canon, que desean preservarlo en virtud de sus supuestos (e inexistentes) valores morales, y la trama académico-periodística, que he bautizado como Escuela del Resentimiento, que desea derrocar el canon con el fin de promover sus supuestos (e inexistentes) programas de cambio social. Espero que este libro no se convierta en una elegía al canon occidental, que quizá, en algún momento, sea todo lo contrario, y que la barahúnda de lemmings deje de lanzarse en pos de su propio exterminio”.


Junto a los debates sobre qué es insultante, y la violencia verbal imperante, conviven expresiones que a veces tienen la intención de bravuconear sin lastimar demasiado. Y otras que simplemente se deben a malentendidos. Y, una vez más, a los contextos.

El que molesta a la mayoría de los bahienses -según mis estadísticas sin chequear- es que nos digan “porteños”.

(Ilustración: Julieta Lucero8000)

Como no todo es lo mismo, traigo, entonces, ese escozor que muchos descubrimos en el viaje de egresados a Bariloche:

—Hola, ¿de dónde sos?

—De Bahía.

—¡Ah, porteña!

—¿¡EH!?

Los porteños, al contrario, son capaces de pensar así. Transcribo diálogo real, con gente de la ciudad de Buenos Aires cuando me mudé para estudiar:

—¿Qué hacés el finde largo?

—Me voy a Bahía.

—¡Ay, qué lindo Salvador!

(Ahora aclaro, digo nuestro nombre de pertenencia completo).

Cuando nos acusan de porteños, entonces, por desconocimiento o saña, nos sentimos insultados. Pero, al mismo tiempo, nos dan la posibilidad de responder. Con argumentos. Contar quiénes somos. De dónde. Por qué. Explicar que sí, es una Bahía que no tiene playa.

Un porteño no sabe lo que es el viento de verdad. Desconoce que podés ir en bici del Parque de Mayo a Villa Mitre con una guitarra al hombro y, si sos prudente, no morir atropellada. No sabe lo que es tolerar encender la televisión y enterarte contra tu voluntad del pronóstico y el estado del tránsito de un lugar que queda a 700 kilómetros de donde estás.

Porque ser bahienses es hermoso y trágico. Es celebración y protesta. Y queja. Y orgullo.

Los porteños tampoco conocen lo que es ser la Capital del Básquetbol, del Sur Argentino, del Cubanito, del Universo, y La Puerta de la Patagonia. No saben lo que es la escarcha en la vereda en invierno, la helada, el cambio inmediato de la musculosa al buzo con bufanda porque “da vuelta el viento”. Ni tantas cosas nuestras más: dejo el listado incompleto para que lo sigas vos.

Por eso: a favor de ese insulto que nos han hecho en Catamarca, en Córdoba, en Formosa, en Chubut.

Es una posibilidad para charlar. De comunicarnos. Y en cualquier caso, recurrir al “Más porteño serás vos”, dicho con la peor de las ondas.


✍️ La autora

Sonia Budassi es escritora, editora y periodista cultural. Su libro Animales de compañía (Entropía) ganó el primer premio de Letras del Fondo Nacional de las Artes. Además, es autora de los libros de ficción Periodismo, Los domingos son para dormir y Acto de fe, y los de no ficción Donde nada se detiene. Literatura y el resto del mundo, La frontera imposible: Israel-Palestina, Apache. En busca de Carlos Tevez y Mujeres de Dios.

Participó en antologías nacionales y de España, México, Francia y Estados Unidos.

Dirigió la revista de Cultura de elDiarioAR; antes fue editora de Anfibia, Ñ y el sello de narrativa Tamarisco, del cual fue cofundadora. (Foto: Inés Budassi)


🤗 En 8000 ofrecemos un periodismo bahiense, independiente y relevante.

Y vos sos clave para que podamos brindar este servicio gratuito a todos.

Con algún cafecito nos ayudás un montón. También podés hacer un aporte mensual, vía PayPal o por Mercado Pago:

¡Gracias por bancarnos!

👉 En esta página te suscribís gratuitamente.

💁 Quiénes somos, qué hacemos y por qué.

Relacionado:
Suscribite gratis
Planes


Concejo
Edes
Dengue
Telemedicina


GPS Bahía
Puerto
Bahía recicla
Alcohol cero
Las últimas

💁🏼‍♀️🤬 Elogio al insulto digno

💡💰 Innovación, endeudados, grooming y más

🏥💲 Italiano, fascistas, recursos y más

📚🛒 Híper, picnic, alivio y más