🛐🙏🏿 El cura bahiense Jorge Crisafulli es un loco de Dios y quiere ser tierra africana

Publicado el 09/02/2025.

Entrevista y texto: Maximiliano Buss y Belén Uriarte

Edición audiovisual: Eugenio V.


El 14 de agosto de 2017, a eso de las 6 de la mañana, se desmoronó el Pan de Azúcar y rugió Sierra Leona, en el oeste africano.

  • 🟢⚪️🔵 Es uno de los países más pobres del mundo: tiene casi 9 millones de habitantes, la mitad son analfabetos y 8 de cada 10 no comen bien. Se habla inglés, la esperanza de vida anda por los 61 años y en todo 2024 tuvo 36,58% de inflación.

La ladera de la montaña cedió luego de 3 días de lluvias torrenciales. En la oscuridad de la capital Freetown, el alud de madrugada no dejó huir a nadie: murieron 1.141 personas. Fue el deslizamiento de tierra más letal de la historia africana.

Yealie Augusta Koroma dormía con su hermanita Sarah en lo de su abuela. La noche anterior había pedido ir ahí, y eso las salvó. En su casa, papá, mamá y 3 de sus hermanos quedaron tapados por los escombros.

Cuando pasó lo que pasó, Yealie llegó con Sarah a Don Bosco Fambul, un refugio para chicos vulnerables. Los ojos de ambas llevaban el miedo y el silencio de quienes habían perdido todo.

Ahí conocieron al cura bahiense Jorge Mario Crisafulli.

Para ellas, “papá”.

(Yealie y Sarah)

Jorge pisó África en 1996 con la arrogancia de quien cree que va a cambiar el mundo.

Al poco tiempo notó que su misión ahí no era sólo enseñar o evangelizar: era, a veces, escuchar. Sentarse en la calle, perder tiempo —como él dice—, entender la mirada de los chicos y chicas vulnerables, y a veces apenas marcar el camino: por aquí, no por allá.

Esa es su memoria de aquella tierra: los rostros, los nombres, los planes truncos y los triunfos.

Hoy, Yealie tiene 19 años y un sueño: estudiar medicina. Ha sobrevivido no sólo a la tragedia, sino a un mundo que insiste en recordarle una fragilidad. Hombres que ven su condición de huérfana como una oportunidad para favores que exigen “favores”.

Pero ella resiste. Y el padre Jorge sigue cerca, aunque ahora desde la otra orilla del Atlántico.

(El sacerdote, en el hogar costero de su familia)

En Monte Hermoso, Jorge prepara el mate en un departamento austero, a 2 cuadras de la playa. La luz de las 5 de la tarde entra por la ventana mientras se sienta en la mesa y saca su celular.

Llama a Yealie, pero no lo atiende.

Segundos más tarde, llama ella. Su voz suena joven y firme.

—Estoy con unos amigos —le dice Jorge—. Quieren hablar con vos.

La conversación con 8000 es breve.

—Hola, Yealie. Un placer conocerte. Estamos entrevistando a Jorge porque queremos saber quién es. ¿Nos contás?

—Es una persona muy, muy agradable que se preocupa por los necesitados, que escucha y también da consejos cuando los necesitás. Es muy amable y tiene un corazón de oro. Debo decir que su vida es única. Nunca he conocido a alguien como mi papá. Es mi amigo y mi consejero.

—Gracias —dice Jorge—. Hablás bien de mí. Gracias. Tenés que ir a la escuela. ¿Estamos?

—Sí.

—Muy bien. Muchas gracias por llamar. No te preocupes por la casa y nos mantenemos en contacto.

—Está bien, papá. Nos mantenemos en contacto.

—Está bien. Sé una buena chica. Adiós. Gracias.

—Adiós.

“No te preocupes por la casa”, le dijo Jorge. Se refiere a la obra salesiana, que levantó un complejo para los jóvenes que necesitan refugio. Yealie y Sarah tienen una casa que no pueden alquilar ni vender, según el sacerdote.

El mate ya está tibio, pero no parece importarle. Jorge se queda mirando en el celular unos segundos las conversaciones en WhatsApp, como si buscara en la pantalla un hilo que lo conecte de nuevo con aquellas calles de Freetown, con esas voces que le enseñaron a entender que África no se transforma: África transforma.

(Con Sarah)

Jorge nació el 19 de marzo de 1961, día de San José. Dice en tono jocoso que quizás le pusieron Jorge Mario porque, de algún modo profético, iba a compartir nombre con el futuro Papa argentino.

Su padre, Salvador Crisafulli, era carpintero. Su madre, Gladys Rosa Gamberini, era docente, directora de escuela primaria y pintora. Los cuadros que adornan 2 paredes de la cocina de este departamento playero fueron pintados al óleo por ella.

Jorge creció en Bahía: primero en Villa Mitre y después en la calle Lamadrid, a pocas cuadras de la estación de trenes y de la Plaza Rivadavia. Su infancia estuvo marcada por la austeridad de una familia trabajadora, capaz de ahorrar para un auto pequeño o unas vacaciones en carpa.

Se ordenó sacerdote el 5 de mayo de 1990, en el centenario del Colegio Don Bosco, institución de la que es exalumno. La Patagonia marcó sus primeros pasos como joven salesiano.

En febrero de 1995 dejó Argentina para ser misionero de la iglesia y comenzó lo que llama “el desierto de las lenguas“.

Vino Italia, luego Irlanda. Después otra vez Italia, donde le entregaron el crucifijo misionero, una ceremonia que compartió con otros curas y monjas enviados a distintos rincones del planeta. Iba a Ghana, pero antes debía aprender alemán, un idioma necesario para leer las circulares y comunicarse con la inspectoría.

El 12 de enero de 1996 aterrizó por primera vez en África: “la tierra tan prometida”, dice.

—En este punto de la vida, ¿sos más argentino o africano?

—Uf, qué pregunta. Yo digo que las raíces están siempre en el lugar donde has nacido. Seré siempre argentino, seré siempre bahiense y seré siempre un salesiano patagónico. Pero, como decía Don Bosco, para poder crecer hay que ser trasplantado como las coles. Creo que en ese trasplante, el cuerpo, el corazón, la mente han ido a África y tengo que decir que mi hogar es África. El padre Don Vincenzo Cimatti decía: “Yo quiero llegar a ser tierra japonesa”. Hoy por hoy, si me preguntás, yo también quisiera ser enterrado en África y ser tierra africana.

(Comprando bananas en la ruta hacia Gboko, en Nigeria)

—¿Encontrás algo de Bahía en África?

—Wow, esa pregunta nunca me la hicieron… Algo de Bahía en África… Bueno, tal vez la profundidad de las relaciones con la gente. Las relaciones que llegan a ser familiares, llegar a sentir a alguien de tu familia. Yo tengo hermanos, tengo primos, pero hoy por hoy digo: “Esa fuerza de la familia para mí está en África; mi familia está en África, los amigos son africanos”.

Crisafulli es todo lo que se escribió sobre él, pero ¿quién es, además?

—Es un loco. Es un loco, pero no de los locos que meten en el psiquiátrico. No: yo me defino más como un loco de Dios. Y un idealista. Es alguien que sufre cuando ve sufrir a los demás, pero sobre todo cuando ve sufrir a chicos y a chicas que sufren abuso o injusticia. Ya de chiquito, cuando veía alguien que no tenía posibilidades o era discriminado, yo agarraba y me lo llevaba a casa. Un día, volviendo del Colegio Don Bosco, vi a 2 chicos canillitas que estaban ahí tapados en invierno con papeles de diario. Me pidieron dinero, les dije que no tenía, pero que los llevaba a casa a comer. ¡Y los metí! Pero después les dije que no los podía dejar, porque a la mañana me iban a matar mis padres, jajaja. Ya estaba loco de Dios.

—Ya escuchabas esa voz, esa que algunos nombran como “la vocación”…

—Sí. Al principio, cuando sos muy joven, te preguntás: “¿Voy a ser feliz haciendo lo que hago?”. Y me di cuenta de que al final de la vida fui cambiando la pregunta: “¿Voy a hacer felices a los demás haciendo lo que hago?”. Y he encontrado ahí mi felicidad. Cuando veo un chico de la calle que está desesperanzado y llorando, y después de una semana vuelve a sonreír y vuelve a esperar, digo: “Bueno, vale la pena todo lo que estamos haciendo”.

(La escuela de formación profesional en Gboko)

Jorge es misionero.

Para él, eso implica ser sacerdote, emprendedor, constructor, médico improvisado y hasta actor en documentales.

—Cuando llegás a un lugar y tenés delante tuyo una selva, te preguntás: “¿Por dónde empezamos?”. Bueno, primero hay que abrir caminos, construir puentes. Y luego, casas, escuelas, iglesias. No se trata sólo de coordinar; muchas veces implica trabajar con las manos propias.

Junto a los habitantes de las aldeas de Ghana, uno de los tantos lugares donde lleva su misión, Jorge levantó escuelitas con ladrillos de barro, armó pozos de agua…

—Siempre se hace con la gente, no para la gente —aclara—. Es fundamental respetar su dignidad.

La función del misionero no se limita a lo manual. Como inspector de comunidades salesianas, Jorge también ha sido un viajero incansable y un animador itinerante, aprendiendo nuevas lenguas y culturas.

En Nigeria, un país con más de 500 dialectos, el conocimiento de las costumbres locales es esencial para integrarse.

(Con los jóvenes de Koko, en Nigeria)

En Ghana, su espíritu emprendedor lo llevó a liderar un programa de microcréditos para recién egresados de la escuela:

—No era caridad, era un fondo revolvente. Funcionó muy bien.

En Sierra Leona, con mujeres que buscaban escapar de la prostitución, empezaron a enseñar costura para fabricar bolsos y venderlos en Europa:

—Eso permitió financiar el programa y que las chicas tengan su plata.

(Curso de costura, en Sierra Leona)

En Nigeria también empezó a desarrollar la piscicultura con jóvenes desempleados:

—Les damos una pala, plástico, los alevines y comida para 6 meses. Luego, venden el pescado, devuelven los gastos y se quedan con la ganancia.

Hoy producen 40.000 bagres al año.

(Cumpliendo con la misión, en Nigeria)

Uno de los relatos más conmovedores de Jorge surge de su improvisada vocación médica. En Sierra Leona conoció a un doctor jubilado que se ofreció como voluntario en las prisiones, donde las condiciones eran espantosas.

No sólo atendió, sino que también le enseñó cómo usar un estetoscopio, a identificar neumonía y qué medicamentos administrar.

—Me encontraba prescribiendo antibióticos y poniendo inyecciones en situaciones límites. Podés decir que es irresponsable, pero si nadie hace nada, ¿qué hacés? Hacés lo que podés. Ceferino Namuncurá decía: “Quiero ser útil a mi gente”. Eso es ser misionero: poner tu inteligencia, tiempo y talentos al servicio de los demás.

—¿Hay algo que aún no te sale y te frustra?

Jorge se calla y mira para el costado, como buscando algo.

—Tal vez me gustaría, por ejemplo, hacer un estudio, 1 año o 2 años, de cooperación internacional para hacer proyectos que realmente respondan a necesidades reales de la gente, y no cosas que yo tengo en la cabeza y digo: “Bueno, voy a hacer esto porque está el dinero”. Quisiera ser un poco más profesional en ese sentido, menos lanzado. Imaginate, en 30 años hemos levantado de todo: residencias salesianas, iglesias, escuelas, y yo digo: “Si hubiera sabido algo más de ingeniería civil o de arquitectura, podría haber sido más útil”. Obviamente, no se puede saber de todo, entonces se trabaja en networking, con otra gente. Pero no me siento frustrado. Me siento contento con lo que Dios me ha dado y también en lo mío, que es ser sacerdote. En eso sí puedo decir: “He estudiado, soy especialista”.

(En Koko, Nigeria)

Jorge se levanta, abre la ventana y también la puerta. Enseguida empieza a correr el aire fresco que llega del mar.

—Es la entrevista más atípica que he tenido en mi vida, debo confesar. Así que poné: “Entrevista más atípica del padre Jorge Crisafulli”.

—Vamos con otra: cuando la realidad deja de ser un número (que al misionero le pasa: ve caras, nombres, conoce historias…), ¿cómo se maneja ese dolor?

La parte más dura de la misión es el sufrimiento de los niños y las niñas, de gente inocente. A veces te preguntás por qué una chica que tiene 11 años (una nena, porque no tiene ni el cuerpo desarrollado) está vendiendo su cuerpo en la calle y tiene 4 o 5 enfermedades de transmisión sexual, mientras otras nenas viven en la opulencia y el desperdicio. Todo eso te cuestiona y va haciendo mella, ¿no? Porque al principio son niñas sin rostro, sin nombre, pero cuando las conocés, no puede dejarte indiferente. ¿Y cómo gestionás todo ese dolor? A veces vienen frustraciones muy grandes, porque estás tratando de salvar la vida de un chico y se te va de las manos; estás en un hospital y te dicen: “Aquí ya no podemos hacer nada más”. Y lo agarrás y lo llevás a un hospital privado que te sale 100 euros por día, tal vez, y después de 7 días se te muere.

—En el año del Jubileo de la esperanza para la Iglesia, ¿cómo encontrar esperanza en medio de ese caos que suele ser la realidad, con los rostros, los nombres, los vínculos?

—Lo más importante es nunca quedarse atado a situaciones del mal que uno haya vivido. Y eso es lo que le digo a los chicos: “No tenemos que ser esclavos del pasado, de las experiencias del mal que hemos sufrido. Mientras haya vida y capacidad para soñar, siempre hay un motivo para seguir adelante”. Y luego, la fe: la esperanza se alimenta de la fe, de saber que somos queridos por Dios.

(Niñas nigerianas)

Una noche, Jorge hizo una propuesta a un grupo de chicos antes de irse a dormir: levantarse al día siguiente, buscar un espejo o el vidrio de un auto, mirarse y decirse 3 cosas:

God created me (Dios me creó), God loves me (Dios me ama), God cares for me (Dios me cuida, le importo).

Enseguida, un chiquito de unos 8 años se acercó y le dijo:

—Padre, gracias. Es la primera vez en mi vida que alguien me dice que Dios me ama. Yo pensaba que Dios me había maldecido, que estoy en la calle porque me porté mal y que entonces Dios no me quiere.

—No, al contrario —le respondió Jorge—. Dios te quiere, con un amor de predilección.

Cuando empieza a recordar otros rostros, surge el de Betty, la hija de un policía: sufría maltrato en su casa y se prostituía desde los 11 años. Una vez le preguntó:

—Si se te aparece Dios ahora mismo delante tuyo, ¿qué le pedís?

Betty hizo silencio y finalmente contestó:

—Perdón por todas las cosas malas que he hecho en mi vida, y que me dé la oportunidad para empezar de nuevo.

Igual que Don Bosco, Jorge cree que cuando se logra llegar al corazón de ese chico o esa chica empieza la transformación. En el refugio Don Bosco Fambul cuenta que iban más musulmanes que cristianos y los salesianos les hablaban de Dios y de los valores de la espiritualidad, porque juegan un papel primordial en el proceso de sanación interior.

—Volviendo a la misión: si uno se siente animado a misionar, por ejemplo en Bahía, ¿por dónde tiene que empezar y cómo se da cuenta de que es su misión?

—Creo que hay que ser objetivo dentro de la subjetividad: ver cuáles son mis intereses, mis talentos, mis ideales, mis valores. Luego, hacer los contactos necesarios y prepararse, porque no se va a la misión sin estar preparado. Mirando a la iglesia en Argentina, y sin ánimo de criticar en absoluto, a veces nos vamos quedando mucho en la parte litúrgica, sacramental, y hay mucha pobreza. Creo que tendríamos que ser como iglesia argentina, evangelizadora, misionera, una iglesia de esperanza, muy atenta a situaciones de vulnerabilidad. Creo que la iglesia tendría que ser un poco más loca de Dios. Hay que salir de la propia comodidad, hay que salir de la parroquia, hay que salir a las calles, ir a los barrios, encontrarse a la noche con los jóvenes en los lugares donde los jóvenes están, donde se drogan, donde hacen prostitución. Si Jesús se encarnara en Bahía Blanca, iría a donde están los jóvenes, para ver cómo puede acercarse y llevar los valores del Reino, el perdón, la esperanza.

  • 🤝 Jorge cuenta que se puede colaborar con su misión de distintas maneras: “Espiritualmente, rezando”; como voluntario, compartiendo profesión y talentos, y enviando donaciones a la Procura de Misiones Salesianas en Buenos Aires.

(La escuela de formación profesional en Gboko)

El sol de un sábado de verano algo fresco en Monte Hermoso empezará a descansar pronto frente a su ventana. Y en unas horas Jorge tomará un vuelo de vuelta a tierra africana.

Allá lo espera el calor denso de Lagos y la fe vibrante de Níger, donde ahora es inspector superior: un trabajo que lo arranca del sueño cada mañana. Y el mismo trabajo al que prometió volver cuando se curó de un cáncer de próstata avanzado, que quiso decirle “basta” en mayo del año pasado.

  • 🙏 No tuvo síntomas previos. Un control de rutina y un tratamiento de 3 meses en España lo salvaron.

Antes de despedirse de 8000, Jorge se detiene frente a un espejo. Le pedimos que se recuerde 3 cosas.

No responde enseguida. Mira su reflejo, como si buscara a otro. Y entonces se habla:

—Primero: hay que cumplir las promesas. Estuviste muy enfermo, prometiste que ibas a dedicar tu vida a los niños y a las niñas más vulnerables, así que… ¡a cumplir esa promesa! Segundo: a vivir en salida, a no tener miedo. A superar los miedos y tal vez ir aquellos lugares donde nadie quiere ir. Y te toca ser líder: si hay que arriesgarse, vos adelante y todos detrás tuyo. Y luego, bueno, ya pensando en el final de la vida, como dijo Don Bosco: “Hasta el último suspiro por mis queridos jóvenes”.


🤗 En 8000 ofrecemos un periodismo bahiense, independiente y relevante.

Y vos sos clave para que podamos brindar este servicio gratuito a todos.

Con algún cafecito nos ayudás un montón. También podés hacer un aporte mensual, vía PayPal o por Mercado Pago:

¡Gracias por bancarnos!

👉 En esta página te suscribís gratuitamente.

💁 Quiénes somos, qué hacemos y por qué.


  • En nuestro ciclo #SeresBahienses te trazamos el perfil de otro cura, Javier Di Benedetto:

⛪🧔 El divino amor crítico

Relacionado:
Suscribite gratis
Apoyanos
Invitame un café en cafecito.app


Carnavales


Curas abusadores en Bahía


Hablemos
Dengue
Verano
GPS Bahía
Puerto
Bahía recicla
Parking Bahía
Las últimas

👴💰 Engaños, canas, departamentos y más

😡🏚️ Hartazgo, abandono, canasta y más

🏘️📣 Maquetas, narradores, energía y más

😔💊 Patronato, medicamentos, ampliación y más